El pasado mes de julio pudimos observar, a simple vista o con prismáticos, el cometa C/2020 F3 NEOWISE. Multitud de astrónomos de todo el mundo lo fotografiaron. Los cometas son objetos cuya aparición esporádica ha llamado siempre la atención de la población. Durante centenares de años, los astrólogos trataban de relacionar su aparición repentina y su presencia en el cielo con vaticinios de hechos que acontecerían, normalmente infortunios. No es de extrañar que los monarcas del pasado se interesaran por estas apariciones y, crédulos como eran en su mayoría, quisieran conocer los presagios que estos astros anunciaban.
En noviembre de 1572 se observó una nueva estrella en la constelación de Casiopea. El rey Felipe II le encargó al astrónomo más afamado del reino, el catedrático de la Universitat de València Jerónimo Muñoz, un estudio del nuevo astro, que Muñoz publicó como El libro del nuevo cometa. En realidad el fenómeno de 1572 era una supernova, observada también por el astrónomo danés Tycho Brahe. El propio Muñoz en su libro ya dice que más parece estrella que cometa. Años más tarde, ambos pudieron observar y documentar el Gran Cometa de 1577.
El prestigio de los astrónomos de la corte de Felipe II se acrecentó con la unión de la corona portuguesa en 1581, en un periodo también caracterizado por la enorme difusión de las noticias en el boyante mundo de las relaciones de sucesos. Los fenómenos astronómicos –eclipses solares, la supernova de 1572, pero sobre todo los cometas– impulsaron una serie de publicaciones de gran valor por su cuestionamiento del sistema aristotélico. Para los peripatéticos, los cometas eran fenómenos atmosféricos de la región sublunar que no podían ubicarse en el cielo inmutable de planetas y estrellas.
Juan Cedillo Díaz sucedió a Andrés García de Céspedes como cosmógrafo mayor del Consejo de Indias y catedrático de la Academia Real Matemática de Madrid. Entre las obras manuscritas que se conservan en la Biblioteca Nacional de España (BNE), hay una traducción suya incompleta del De revolutionibus de Copérnico, con el título de Idea astronómica de la fábrica del mundo y movimiento de los cuerpos celestiales. Cedillo Díaz no publicó su obra. El profesor Mariano Esteban Piñeiro postula que el temor a la censura y la suerte de Galileo Galilei lo hicieron prudente. En cambio, dice que debió impartir las ideas de Copérnico en sus clases, como también hizo con la obra de Galileo, Discurso del fluxo y refluxo del mar.
Cedillo Díaz y sus alumnos siguieron con interés la célebre polémica entre Galileo y Orazio Grassi sobre los tres cometas que se pudieron ver en 1618. Se conservan impresos y manuscritos que dan cuenta de las observaciones y sus consecuencias. Profesores, nobles y estudiantes asistieron a la observación del último de ellos C/1618 W1, capitaneados por Cedillo Díaz, que hizo numerosas anotaciones, que se conservan en el manuscrito 9092 de la BNE.
«Durante centenares de años, los astrólogos trataban de relacionar la aparición de cometas con vaticinios de hechos que acontecerían, normalmente infortunios»
Un testimonio de esa expectación que impulsó el seguimiento de los cometas, y de la colaboración entre astrólogos, lo constituyen las notas que se conservan en varios códices de la Biblioteca Nacional de España y de la Biblioteca de El Escorial. En esta época, algunos astrónomos utilizaban también la denominación de astrólogos, siguiendo la tradición clásica de que la astrología era la aplicación «práctica» de la astronomía. En un códice misceláneo de la Biblioteca Nacional, con la signatura 9408, se encuentra el dibujo de un cometa realizado por astrólogos valencianos. El título dice Cometa que se aparece, y se puede leer a la derecha: «Figura sacada por los astrólogos de Valencia, embiada a esta corte donde se aparece de la misma manera»; y a la izquierda: «Descubrióse sobre el oriente del mar de la parte de mediodía. Su movimiento es de primer móvil con mayor velocidad, y cada día se ha ido adelantando dos grados. La longitud, de veinte y nueve grados, comenzando en siete grados de Libra hasta 22 de Virgo. El color es blanco zeniciento. Comenzóse a descubrir a 12 de noviembre a las cinco oras de la mañana y se ha ido adelantando cada día. Y a 20 de noviembre salió a las dos oras y quarto de la mañana».
Se trata, pues, de una comunicación de los astrólogos valencianos a la corte del monarca español Felipe III. Desafortunadamente, ni en el texto ni en la descripción del manuscrito figura el año de la observación. No obstante, hemos repasado los grandes cometas que se observaron en esa época, haciendo uso del magnífico tratado Cometography: Ancient-1799 de Gary W. Kronk publicado por Cambridge University Press en 1999, e intuimos que se trata del segundo de los tres cometas que pudieron observarse en 1618: C/1618 V1. Las fechas y las horas en las que pudo ser observado, el lugar del cielo y su movimiento (de primer móvil o retrógrado: de este a oeste) coinciden con la descripción del manuscrito.
En el libro de Kronk encontramos una referencia a una observación llevada a cabo desde Filipinas publicada en The Philippine Islands: 1493-1898, una serie de 55 volúmenes sobre la historia de Filipinas a través de manuscritos. En el volumen 18 publicado en 1904, un autor anónimo dice: «En la mañana del 11 de noviembre [de 1618] un cometa fue visto […] tenía una cola de color plateado, con un ligero tinte ceniciento y una forma extraordinaria. Al principio era como una trompeta, después como una catana, con el filo hacia el sudoeste, y al final apareció con forma de palma». El autor también menciona a Spica, la estrella más brillante de Virgo, para su ubicación en el cielo.
«Los cometas de 1618 son muy importantes porque iniciaron un animado debate científico en toda Europa sobre su naturaleza y su ubicación»
Resulta interesante comparar esta descripción con otra hecha por el astrónomo portugués Pedro Mexia publicada en Discurso sobre los dos cometas, que se vieron por el mes de noviembre del año pasado 1618 donde se puede leer: «Su color era vario como humo de fornaça de fundir metales con muchas fumosidades». Sorprende la coincidencia en la descripción con la del observador filipino: «En cosa de una hora pudimos ver que cambiaba de formas: la primera de bocina, la segunda de açote, la tercera de alfanje turquesco, y la cuarta de palma» (un dibujo con esta silueta aparece en la portada del libro).
Los cometas de 1618 son muy importantes porque iniciaron un animado debate científico en toda Europa sobre su naturaleza y su ubicación (algunos defendiendo su carácter sublunar como sostenía Aristóteles y otros atreviéndose a afirmar que eran astros supralunares). Muchos astrónomos como Johannes Kepler, Galileo Galilei, Orazio Grassi, Johann Baptist Cysat, Antonio de Nájera, Manuel Bocarro, Willebrord Snel, Giovanni Camillo Glorioso o el valenciano Antoni Luciano participaron en esta discusión. Una historia apasionante que Victòria Roselló Botey explica, con abundante documentación, en su excelente libro Tradició i canvi científic en l’astronomia espanyola del segle XVII (PUV, 2010). En su momento, los múltiples cometas de ese año influyeron incluso en poetas del Siglo de Oro, como podemos ver en el primer cuarteto del soneto que Luis de Góngora escribió para justificar su renuncia a unirse a la corte del rey Felipe III, que en 1619 decide trasladarse a Lisboa (fundada según la tradición por Ulises):
¿En año quieres que plural cometa
infausto corta a las coronas luto
los vestigios pisar del Griego astuto?
Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta.