Desconocido para muchos, destino soñado para otros, Dead Vlei es un tesoro natural capaz de estremecer a cualquier amante de la naturaleza –y muy probablemente también a quien no lo sea–. Se sitúa en el Parque Nacional de Namib-Naukluft en Namibia, donde está custodiado por algunas de las dunas más grandes del planeta. Entre ellas, la duna Big Daddy que, con 800 metros por encima del nivel del mar, se erige con 350 imponentes metros desde el suelo. Una estampa que, desde la distancia, convierte por arte de magia en hormigas a aquellos que deciden recorrerla.
La belleza de Dead Vlei radica en la naturaleza muerta que ha permanecido en la zona durante siglos, desde que el río Tsauchab se adentrara en este valle para formar un pantano en el que proliferaron especies de flora tales como las acacias espina de camello (Vachellia erioloba). El clima cambió y las condiciones reinantes desafiaron al ecosistema que, ineludiblemente, se convirtió en un cementerio de troncos impávidos dentro de un lago seco de arcilla blanca.
Esto por sí solo no sería suficiente para atraer la visita de miles de turistas todos los años. Tampoco sirve para que muchos de los mejores fotógrafos del mundo decidan hacer una visita obligada a este paisaje. Y es que en Dead Vlei convergen una serie de condiciones que ofrecen esa esencia que parece poco probable de encontrar en otros lugares. Las luces duras del implacable sol del desierto de Namib –que ya existía en época de los dinosaurios–, las dunas ocres que rodean el valle, el suelo blanquecino que sustenta los restos de las acacias y las duras texturas de sus troncos son la amalgama perfecta para apretar sin piedad el disparador de nuestra cámara. Sin embargo, esta misma sensación es posiblemente compartida por los cientos de turistas que coinciden en Dead Vlei. No es de sorprender entonces que uno de los mayores retos sea dar con la composición que eluda la presencia de personas en la fotografía.