¿Sociofolcología…?

Ilustración: Anna Sanchis

Me han asegurado que todo el mundo lo entendería. Lo dudo. «Sociofolcología»: ¿qué es eso? Martí Domínguez sostiene que viene a ser un sinónimo de «socioecología». Peor. Nadie sabe qué es la socioecología. Me consta porque me dedico a ella. Soy de los pocos que lo hace. Justamente por ello, Martí dice que los dos términos son casi sinónimos. No lo son. Circunstancialmente, quizá son correlativos. Eso sí. O no: «sociofolcología» no es ningún término. Es una broma. Es decir, que podríamos empezar explicando de qué va la socioecología de verdad.

No existe, lo he dicho muchas veces. No existe, pero haberla, hayla. Trabajo en ella desde hace tres décadas. No se enseña como tal en ninguna universidad. No se debe poder hacer, porque no es ninguna disciplina. Es el resultado de intersecar varias. Es una especie de aproximación transversal a la globalidad socioeconómica y ambiental. Es decir: no existe, pero consiste en considerar simultáneamente muchas de las cosas que existen.

Eso no es ninguna pirueta verbal. Es una manera de expre­sar la dimensión transdisciplinaria de las diferentes apro­ximaciones socioambientales, arranquen de la economía, de la sociología o de la ecología. La transdisciplinariedad está en alza, pero resulta insoslayable. La especialización no es el objetivo del conocimiento, sino la limitación de los conocedores. El enorme bagaje cognitivo acumulado en el último siglo nos condena a especializarnos como virtuosos y a tocar concertadamente como intérpretes. La insostenibilidad, en buena medida, es precisamente el guirigay de muchos virtuosos desconcertados tocando al unísono composiciones diferentes. Si transdisciplinariedad son muchos virtuosos interpretando una misma composición, la socioecología es la partitura concertante de las dispersas diferentes particellas sociales, económicas y ambientales.

«La socioecología es la partitura concertante de las dispersas diferentes particellas sociales, económicas y ambientales»

La ecología es una rama del saber científico. Aporta, pues, una comprensión de la realidad global tan rigurosa como insuficiente. Por eso resulta útil la aproximación socioecológica. Cuando decimos que el cambio climático en curso es una discreta cuestión ecológica, un considerable problema ambiental y una conmoción social y económica seria, formulamos una consideración socioecológica. Hemos visto a muchos ecólogos, y aún más geólogos, relativizando los efectos climáticos del calentamiento global, mientras nos recordaban sentenciosamente que no son nada comparados con las glaciaciones o con la crisis mesiniana. Al otro extremo, también hemos visto a muchos ecologistas, conservacionistas o naturalistas deso­lados ante las alteraciones co­rológicas que quizá causará el actual cambio climático. O, también, a muchos economistas, politólogos o financieros trivializando totalmente el tema a partir de presupuestos científicamente insostenibles. La concertación socioecológica les habría ahorrado estas visiones tan sectorialmente sesgadas como globalmente falsas.

La sostenibilidad –invocada para defender cualquier cosa, sobre todo si es perfec­tamente insostenible– es una suerte de corolario de la apro­ximación socioecológica. El gobierno de la realidad no es una cuestión de creencias, pero sí de valores. Por eso se remite a paradigmas. La sostenibilidad es un nuevo paradigma socioecológico que considera parámetros anteriormente desestimados, o porque entonces resultaban irrelevantes, o porque se ignoraba su relevancia. Responde a un modelo tecnocientífico supeditado a unos determinados valores éticos. No es, por tanto, una creencia, ni se puede construir con criterios preindustriales, así que no será nunca el resultado de aplicar principios reduccionistas o fundamentalistas a la gestión de nada.

La socioecología ayuda a entender esta clase de cosas. Y a gestionarlas. Por eso es tan útil. Aunque no exista…

© Mètode 2009 - 63. Los miedos a la ciencia - Número 63. Otoño 2009
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.