Existe una visión heroica de la historia, del progreso y de la ciencia. Consiste en personalizar los descubrimientos, los avances y la gloria. Recientemente, la película The imitation game (2014), traducida al castellano como Descifrando Enigma, ha hecho una reconstrucción de la contribución del matemático británico Alan Turing, criptoanalista considerado como iniciador de la moderna ciencia de la computación. A Turing se le reconoce haber descifrado los códigos secretos nazis contenidos en la máquina Enigma. Historiadores y militares piensan que este hecho no solo contribuyó de forma determinante al desenlace de la Segunda Guerra Mundial en favor de los aliados, sino que a ojos de muchos Turing es santificado como fundador de la informática.
Sin embargo, el hecho histórico tiene una dimensión menos personal. En medio del campo, en una lujosa casa de estilo clásico en Bletchley Park, en la comarca de Milton Keynes, el gobierno británico instaló el Government Code and Cypher School (GC&CS) en 1938, un centro ligado a los servicios británicos de inteligencia con la misión de descodificar y descifrar los mensajes secretos encriptados que utilizaban las potencias del Eje. Dirigido por el comandante Alastair Denniston, cuando se creó en 1919 incorporó un amplio abanico de especialistas de todo tipo: lingüistas, campeones de ajedrez, expertos en crucigramas o papirología. También contrataron personal académico cualificado de las principales universidades británicas, en especial de Oxford y Cambridge.
«El relato de las descifradoras de código de Bletchley Park demuestra que la evolución de la ciencia y la sociedad es siempre un trabajo colectivo»
Las tensiones militares que llevaron a la Segunda Guerra Mundial hicieron del GC&CS una organización estratégica de los servicios secretos británicos. En el centro llegaron a trabajar cerca de diez mil personas hacia el final de la guerra, en 1945, de las que –ahora lo sabemos– un 75 % eran mujeres. Entre ellas se encontraban Joan Murray, Jane Hughes, Mavis Batey, Margaret Rock y Ruth Briggs. Cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania, Alastair Denniston se dio cuenta de que para descodificar los mensajes encriptados de las máquinas electromecánicas del enemigo necesitaba matemáticos y criptoanalistas. La mayoría de los varones jóvenes habían sido reclutados para ir al frente, así pues, las mujeres ocuparon un lugar que, seguramente, en condiciones de normalidad social habrían ocupado los hombres. La mayoría de ellas pertenecían a la pequeña burguesía y tenían grados universitarios en matemáticas, física e ingeniería. Su trabajo fue excelente y demostraron total capacidad para suplir con igualdad de condiciones y eficacia técnica un trabajo matemático que requería método y conocimiento. La máquina que utilizaban los alemanes desde 1930, Enigma, y las máquinas ideadas por la compañía alemana Lorenz disponían de mecanismos rotatorios capaces de cifrar y descifrar mensajes. Las mujeres de Bletchley Park realizaron durante la guerra tareas complejas de cálculo y codificación que condujeron al desarrollo integral de la informática.
Una serie de libros y artículos de prensa han revelado las biografías personales y el trabajo técnico de aquellas mujeres: Codebreakers: The inside story of Bletchley Park (1993), The secrets of station X: How the Bletchley Park codebreakers helped win the war (2004), o The Bletchley girls. War, secrecy, love and loss: The women of Bletchley (2015). El trabajo probabilístico y matemático que allí desarrollaron colectivamente es hoy bien conocido y el edificio de Bletchley Park es un museo visitado por cientos de miles de personas que ahora ya conocen la importante contribución de aquellas mujeres.
Frente a la visión heroica y personal de la historia de la ciencia y la tecnología, este relato de las descifradoras de códigos de Bletchley Park demuestra que la evolución de la ciencia y la sociedad es siempre un trabajo colectivo.