Hace varios años el historiador y psicoanalista británico Daniel Pick publicó el libro The pursuit of the nazi mind: Hitler, Hess and the analysts (“En busca de la mente nazi: Hitler, Hess y los analistas”) (2012), que exploraba el impacto del psicoanálisis entre los años 1940 y 1950, cuando parecía una especie de metadisciplina o instrumento útil para todas las ciencias humanas. En aquellos años la teoría psicoanalítica aportó conceptos para explicar el horror de los campos de concentración nazis y también el gulag soviético y ayudó a entender la deriva psicológica de las masas durante el nazismo y la guerra fría. Además, si damos crédito a la investigación de Pick, también fue un instrumento útil al servicio de los gobiernos. Tanto el ejército americano y el británico como los servicios secretos se sirvieron de él, y eso es prueba del impacto cultural, social y político que tuvo.
Algunos historiadores han encontrado influencias y afinidades entre las aportaciones de Hannah Arendt –especialmente en su Origins of totalitarianism (“Los orígenes del totalitarismo”) (1951)– y las ideas freudianas. Lyndsey Stonebridge ha encontrado vínculos entre Arendt y Anna Freud en su intento de comprender la construcción de un nuevo concepto de refugiado a lo largo del siglo xx, que ha sido consecuencia de guerras, persecuciones y exilios. De hecho el refugiado ha alcanzado un lugar central en la historiografía actual de los estudios sobre las migraciones. El libro del tristemente desaparecido Tony Judt, Postwar: A history of Europe since 1945 (“La posguerra: Una historia de Europa desde 1945”) (2005) es una aportación esencial sobre las migraciones en tiempo de totalitarismo. Porque los refugiados se ven forzados a reconstruir apresuradamente su identidad, en condiciones de gran presión, y con reacciones mentales a menudo adversas, teniendo que luchar por el reconocimiento de unos derechos civiles básicos que antes daban por garantizados. Y este es justamente el contexto en el que Freud exploró las defensas mentales tan cruciales para la supervivencia del refugiado. El británico Institute for the Scientific Treatment of Delinquency, creado tras de la guerra, estuvo regido por psiquiatras y psicoanalistas. Este organismo trabajó para inculcar los valores liberales-democráticos en el contexto educativo, una tarea impulsada por Anna Freud. También investigó la conducta criminal y la prevención de esta, creando un nuevo discurso criminológico basado en conceptos psicoanalíticos sobre la infancia, la agresividad y la violencia. Se inspiraba en una idea política fundamental: para evitar el fascismo en el futuro los impulsos criminales tienen que canalizarse hacia orientaciones democráticas durante la infancia.
«Los refugiados se ven forzados a reconstruir apresuradamente su identidad, en condiciones de gran presión, y con reacciones mentales a menudo adversas»
Después del holocausto, el psicoanálisis aportó un lenguaje útil a los supervivientes judíos para superar el trauma, en buena medida gracias a un colectivo de psicoanalistas de origen judío que se refugiaron en los Estados Unidos huyendo de los nazis. La noción de superego se convirtió en un punto de debate no solo entre analistas, sino también entre teóricos sociales. Varios académicos alemanes de la Escuela de Fráncfort utilizaron el concepto de superego para analizar la «personalidad autoritaria» y la crisis de la sociedad liberal. El antisemitismo se convirtió también en un campo de investigación psicoanalítica. El humor de Woody Allen se construye en buena medida alrededor de su condición de judío y de una conflictiva relación con el psicoanálisis, lo cual se comprende mejor en el contexto del proceso que estamos narrando. El humor es siempre una manifestación sublime de la inteligencia.