¿La ilusión indisoluble? Neurociencia y libre albedrío

Os presento al (hipotético) señor Smith: un ciudadano y padre ejemplar de carácter afable y tranquilo, además de un reputado médico y un miembro querido en su comunidad. Un asfixiante día de verano, después de ver cómo Duke, el perro del vecino, orina en su jardín, el señor Smith, del que no se conoce ningún episodio violento anterior, coge el bate de béisbol de su hijo, cruza tranquilamente la calle y mata a su vecino a golpes. Una semana más tarde, ya en la cárcel, al señor Smith le diagnostican un tumor en un área del cerebro relacionada con el comportamiento criminal. ¿Es el señor Smith responsable de lo que hizo? ¿Decidió libremente sus acciones ese nefasto día de verano? ¿O fue su comportamiento el resultado inevitable e incontrolable de su patología? En casos así, intuimos que nuestros actos están condicionados casi irremediablemente por la enfermedad, hasta el punto de que el señor Smith podría ser absuelto en un tribunal. Sin embargo, muchos homicidas nacen con defectos en el cerebro similares a los causados por ese tumor, o los desarrollan como resultado de una infancia traumática. ¿Son ellos más responsables de sus actos que el señor Smith? ¿Acaso escogieron nacer con esas patologías, o sufrir una infancia traumática?

«En un mundo determinista todas nuestras acciones son resultado de contingencias pasadas que escapan a nuestro control»

En un mundo determinista –han argumentado desde Schopenhauer hasta Sam Harris– todas nuestras acciones son resultado de contingencias pasadas que escapan a nuestro control, ya sean estas los genes que hemos heredado, el ambiente en el que nos hemos criado, o el azar. Dado que no controlamos ninguno de estos factores, el libre albedrío no puede ser sino una ilusión. Decidimos hacer lo que queremos, pero aquello que «queremos» no sería sino un a priori dictado por nuestro cerebro y las experiencias y estímulos ambientales que lo moldean y han moldeado. Si bien algunos filósofos compatibilistas, como Dan Dennett, argumentan que hay una noción del libre albedrío que sí sería compatible con el mundo determinista en el que vivimos, lo hacen basándose en nociones de libertad muy alejadas de la idea «libertaria» del libre albedrío que todos intuimos. ¿Dice algo al respecto la neurociencia?

En un ya clásico experimento, el fisiólogo Benjamin Libet descubrió que la corteza motora de nuestro cerebro (el área encargada de controlar nuestros movimientos) se activa unos 300 milisegundos antes de que seamos conscientes de que hemos «decidido» mover nuestra mano. En un experimento similar, John Hayes y colaboradores dieron a varias personas a elegir entre dos botones, que podían pulsar en el momento que decidiesen, al mismo tiempo que medían su actividad cerebral. Comprobaron que la actividad de ciertas áreas del cerebro les permitía predecir cuál de los botones iba a presionar una persona entre siete y diez segundos antes de que esta declarase haber tomado una decisión. Más recientemente aún, investigadores de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) y Harvard fueron capaces de predecir las acciones de otros sujetos, con una precisión en torno al 80 % y basándose en la actividad de un grupo de tan solo 256 neuronas, 700 milisegundos antes de que los sujetos fuesen conscientes de haber decidido ejecutar la acción. Estos experimentos parecen indicar que lo que experimentamos como una decisión deliberada y «libre» es la ilusión de haber escogido hacer algo que en realidad ya habíamos «decidido» hacer mucho antes de ser conscientes de ello. Si esto es así, ¿en qué sentido se puede decir que decidimos nuestros actos de forma «libre»? El libre albedrío, al menos tal y como lo entendemos comúnmente, podría no ser más que una ilusión. Una ilusión tan convincente que nos resistimos con desesperación a abandonar. Quizás no seamos lo suficientemente libres como para aceptar que, en el fondo, no lo somos.

© Mètode 2018 - 98. Elogio de la vida - Verano 2018

Profesor de Zoología de la Universitat de València e investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universitat de València (España). Doctor en Etología, ha trabajado fundamentalmente en el estudio de la evolución del comportamiento animal. Actualmente, sus investigaciones se centran en estudiar la evolución del envejecimiento y la comunicación animal, y en entender el papel que juega la ecología en la evolución de la selección y el conflicto sexual.