Nuestro «yo» microbiano

En torno a un kilo y medio de nuestro peso corporal está constituido por microbios. Por cada célula de nuestro cuerpo albergamos al menos una célula microbiana y hay cerca de 100 trillones de ellas en total. El genoma colectivo de nuestro microbioma, o lo que es lo mismo, la suma del material genético de todos los microbios que viven en el cuerpo humano, es unas 150 veces superior al nuestro propio. Es decir, nuestro cuerpo alberga muchas más «instrucciones» para la vida de los microbios que lo pueblan que para la nuestra propia. Sin embargo, desde que en 1683 Van Leeuwenhoek los describiese por primera vez como «pequeños animáculos» hasta principios de los años noventa hemos ignorado casi por completo a estos pasajeros sempiternos de nuestros cuerpos.

CARRAZO El advenimiento de las técnicas genéticas de última generación está cambiando este panorama. Empezamos a comprender que la composición de nuestros microbios intestinales (donde se encuentra la mayor parte del microbioma) está estrechamente relacionada con nuestro sistema inmune. Por ejemplo, investigadores de distintas partes del mundo han identificado un conjunto de bacterias, el llamado «conjunto clostridial», vital para nuestra salud. Parientes lejanos de Clostridium difficile, una bacteria que causa fuertes diarreas que pueden resultar fatales, estos microbios mantienen el intestino libre de infecciones externas e interactúan con nuestro sistema inmune para evitar inflamaciones y mantener la barrera intestinal sana. Además, parece que nuestro sistema inmune «cultiva» estas bacterias beneficiosas y, lo que resulta más sorprendente, que ellas controlan nuestro propio sistema inmune para a su vez «cultivarse» un ecosistema favorable. De hecho, sospechamos que el uso indiscriminado de antibióticos y una dieta alta en azúcares y grasas puede estar detrás de cambios drásticos en nuestra microbiota intestinal que, en última instancia, provocarían un sistema inmune excesivamente reactivo y explicarían la alta incidencia de alergias y enfermedades autoinmunes que azotan las sociedades modernas más desarrolladas.

Además de resultar vital para nuestra salud intestinal, la microbiota intestinal parece capaz de comunicarse con nuestro cerebro. Tanto indirectamente, por medio de metabolitos que interaccionan con nuestro sistema inmune, como directamente, por medio de sustancias neuroactivas que incluyen neurotransmisores y metabolitos que actúan directamente sobre el cerebro. En ratones, por ejemplo, sabemos que provocar una disrupción en el microbioma puede alterar distintas funciones cerebrales, lo que impediría el reconocimiento individual y causaría ansiedad y comportamientos que se asemejan a la depresión y el ­autismo. Más sorprendente aún, muchos de estos efectos desaparecen cuando se recoloniza el intestino de estos ratones con ciertas bacterias o conjuntos de bacterias beneficiosas. La frase «pensar con el intestino» está empezando a adquirir un significado radicalmente nuevo.

La historia de esta relación solo tiene sentido a la luz de la evolución. Llevamos cientos de millones de años coexistiendo con nuestro microbioma, adaptándonos los unos a los otros y, juntos, al ambiente en el que vivimos. Estudios recientes con los hadza de Tanzania, tribus de cazadores-recolectores que habitan el valle del Rift desde hace milenios, indican que su microbiota es mucho más diversa que la nuestra. Esta, además, es capaz de digerir un amplio abanico de alimentos y de soportar la presencia casi perpetua de distintos parásitos y patógenos intestinales, lo que nos proporciona una idea de la adaptabilidad e importancia de nuestro microbioma. La evolución ha ligado nuestros destinos a los de «nuestros» microbios más estrechamente de lo que jamás habríamos podido imaginar. Su existencia depende de esta relación íntima con nuestros cuerpos. También nuestro bienestar, nuestra salud, e incluso puede que nuestra cordura. Entramos en una nueva y excitante era biológica, la de la exploración de nuestro «yo» microbiano.

© Mètode 2016 - 88. Comunicar la salud - Invierno 2015/16

Profesor de Zoología de la Universitat de València e investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universitat de València (España). Doctor en Etología, ha trabajado fundamentalmente en el estudio de la evolución del comportamiento animal. Actualmente, sus investigaciones se centran en estudiar la evolución del envejecimiento y la comunicación animal, y en entender el papel que juega la ecología en la evolución de la selección y el conflicto sexual.