
Más de treinta microorganismos distintos entre bacterias, virus y protistas se transmiten a través del contacto sexual o íntimo, incluyendo el sexo vaginal, anal u oral. Algunas infecciones de transmisión sexual (ITS) también pueden transmitirse de madre a hijo durante el embarazo, el parto y la lactancia, o a través de la sangre contaminada. Más de un millón de infecciones de ITS (también llamadas venéreas) pasan de una persona a otra cada día. Según la OMS, en 2020 se produjeron 374 millones de nuevas infecciones de ITS: 129 millones por clamidia (Chlamydia trachomatis biovar DK), 82 millones por gonorrea (Neisseria gonorrhoeae), 7,1 millones por sífilis (Treponema pallidum) y 156 millones por tricomoniasis (Trichomonas vaginalis).
En 2016 se estimó que aproximadamente 300 millones de mujeres tienen infección por el virus del papiloma humano (VPH), la principal causa de cáncer de cuello uterino. Globalmente, se estima que 296 millones de personas viven con hepatitis B crónica. La hepatitis B causó unas 820.000 muertes en 2019, mayoritariamente por cirrosis o carcinoma hepatocelular. Las ITS como la gonorrea y la clamidiasis son causas importantes de enfermedad inflamatoria pélvica e infertilidad en las mujeres. Además, están surgiendo brotes de nuevas infecciones que se pueden adquirir por contacto sexual, como la viruela del mono, Shigella sonnei, los virus del Ébola y del Zika, y también están reapareciendo ITS casi olvidadas, tales como el linfogranuloma venéreo (Chlamydia trachomatis biovar L). Esto implica que existen retos crecientes en la provisión de servicios adecuados para la prevención y el control de las ITS.
Ya en tablillas de arcilla mesopotámicas y en papiros egipcios, que datan del 3000 a. C., y en pinturas eróticas posteriores, se sugiere que algunas formas de infecciones uretrales y vaginales afectaban a las personas en esa época. Los escritos de los médicos griegos como Hipócrates (460-370 a. C.), Celso (25 a. C.-50 d. C.) y Galeno (129-216 d. C.), así como de los poetas satíricos romanos como Marcial (43-104 d. C.) y Juvenal (60-140 d. C.), describían diversas enfermedades de los genitales. A los genitales, Celso se refería como «las partes obscenas», y fue Galeno quien acuñó el término gonorrea, es decir, ‘flujo del semen’. Médicos chinos e indios de la antigüedad como Sushruta (siglo iii o iv d. C.) también documentan enfermedades venéreas en sus libros, y las esculturas de los templos jemeres (800-1400 d. C.) muestran su vida sexual. Durante la Edad Media, la sífilis y la gonorrea eran enfermedades poco comprendidas y rodeadas de creencias erróneas. Se pensaba que eran castigos o maldiciones divinas por llevar una vida pecaminosa o inmoral.
La historia real de la sífilis es incluso hoy en día objeto de discusión. Durante siglos, se ha admitido el hecho, no científicamente probado, de que la enfermedad apareció en Europa importada de América por los descubridores castellanos. Pero investigaciones posteriores basadas en observaciones paleopatológicas apuntan a que la presencia de la sífilis en Europa era muy anterior. Independientemente de su origen, lo que parece históricamente probado es que se manifestó en Europa bruscamente a finales del siglo XV, con tres características diferenciales: la producción de epidemias de difusión rápida, la transmisión por vía sexual y una sintomatología visible bastante aparente y grave. Las implicaciones sociales de la enfermedad condujeron a ocultar su diagnóstico y atribuyeron a otras causas los síntomas neurológicos propios de las etapas avanzadas de la afección. Los tratamientos solían ser brutales e ineficaces, como cauterizar úlceras con hierros al rojo vivo o exponer los genitales a vapores tóxicos de mercurio. La sífilis en particular generaba pánico y se asoció a judíos, gitanos, prostitutas y extranjeros, a quienes se culpaba de propagarla.
La razón de que las ITS tengan este carácter «íntimo» es que casi todos los microorganismos responsables son muy sensibles a las variaciones ambientales, como la temperatura y el grado de humedad. Son microbios «delicados», que no soportan condiciones externas distintas de las constantes del cuerpo humano. Las ITS se transmiten con mucha menor eficiencia y rapidez que las infecciones respiratorias o las intestinales. La gripe, el covid o la tuberculosis, por poner algunos ejemplos, se pueden transmitir por el aire a muchas personas a la vez. Sin embargo, las ITS pueden transmitirse solo por contacto íntimo individual; aunque, obviamente, la promiscuidad aumenta mucho la probabilidad del contagio.
Pese a los avances médicos y sociales, las enfermedades de transmisión sexual siguen siendo un tema tabú en el siglo XXI. Varios factores explican tanto el estigma persistente como el aumento en la incidencia de ITS. Para empezar, la sexualidad y las ITS a menudo se asocian con juicios morales y vergüenza. Esto hace que muchas personas se sientan incómodas o temerosas de hablar sobre sexo seguro y hacerse pruebas regulares. A esto se suma el hecho de que las enfermedades de transmisión sexual no siempre presentan síntomas. Es posible contraer ITS de personas que parecen estar perfectamente sanas y que ni siquiera saben que tienen una infección. Asimismo, la disminución del uso de preservativos, el aumento de aplicaciones informáticas para encuentros sexuales y la mejora en tratamientos que hacen que las ITS parezcan menos amenazadoras han creado una falsa sensación de seguridad. Muchos jóvenes no conocen bien el riesgo de infecciones crónicas como el VPH o la hepatitis B. El VPH es especialmente preocupante, ya que es muy común entre adolescentes y adultos jóvenes, y puede causar no solo cáncer de cuello uterino, como ya hemos comentado, sino también de pene, ano y garganta.
Las ITS son enfermedades de declaración obligatoria. Cuando a una persona se le diagnostica una ITS, ya sea por diagnóstico clínico o por cribado, es muy importante investigar entre sus contactos sexuales si hay otras personas que también están infectadas, con el fin de poder tratarlas adecuadamente y promover la utilización de medidas para evitar la transmisión de la infección a otros miembros de la comunidad, así como una futura reinfección del paciente a partir de sus contactos. El estudio de contactos constituye una de las principales actividades de la vigilancia epidemiológica en salud pública. También posee un componente ético, ya que permite que los individuos expuestos puedan ejercer el derecho a conocer su situación de riesgo. Sin embargo, hay personas infectadas que no tienen este compromiso hacia la sociedad y no solo no comunican que están enfermas, sino que siguen manteniendo relaciones.
Es necesario poner en marcha campañas de concienciación generales y de educación sexual integral en las escuelas, así como facilitar el acceso a pruebas de detección y desestigmatizar estas enfermedades. La detección precoz y el tratamiento adecuado son claves para prevenir complicaciones graves. Si se conoce su riesgo y cómo se transmiten, se intentará poner todos los medios disponibles para evitar su dispersión y asegurar su curación, para mantener la salud individual y la de la población. Siempre debemos tener en cuenta que «es mejor prevenir que curar». Nosotros, como miembros de la comunidad humana, tenemos la responsabilidad social de cuidar no solo nuestra salud y nuestro cuerpo, sino la salud y el cuerpo de los demás miembros de la comunidad