Una ciudad donde no hay nada. Donde la ausencia de personas, actividad y vida son las protagonistas. El recuerdo y las runas de lo que fue una civilización son prácticamente lo único que queda de Chernóbil. Las calles completamente desiertas, los parce donde ya no juega nadie y las casas vacías recuerdan el accidente que ocurrió el 26 de abril de 1986. Lo que es ahora, treinta años después, un lugar fantasmagórico.
Pasado
El accidente significó una verdadera catástrofe ecológica y también humana. Además de las víctimas directas de la catástrofe, los casos de malformaciones y el aumento considerable de la incidencia de algunos cánceres como el de tiroides, los efectos de Chernóbil aún se hacen notar. Se habla de 350.000 persones desplazadas de sus hogares como consecuencia de un error técnico en la central nuclear, y hasta 150.000 km2 afectados por la contaminación. Esto es 5,6 veces la superficie del País Valenciano. Tal y como afirmaba en una entrevista en Mètode Vicent Martínez Sancho, profesor de física de la Universitat de València y autor de L’ús de l’energia nuclear (Homo Sapiens?), «si ahora estallara Cofrentes, ya lo sabemos, tendríamos que emigrar»
La radiación de Chernóbil fue 500 veces superior a la emitida por la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945. Las causas del accidente: el error humano, una central nuclear mal diseñada y una prueba de seguridad fallida. El reactor número 4 estaba cerrado por tareas de mantenimiento y los técnicos decidieron probar cuánto tiempo podrían proveer las turbinas el sistema de refrigeración con el aparato apagado. La potencia del reactor semultiplicó al reducir el paso del agua y la temperatura se elevó desorbitadamente, produciendo una explosión. El incendio duró nueve días; la radiación, décadas.
«La radiación de Chernóbil fue 500 veces superior a la emitida por la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945»
El accidente contaminó un terreno muy extenso en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, y también afectó amplias zonas de Europa y Asia. Un informe de 2006 de Greenpeace aseguraba que en estos tres países el accidente causó alrededor de 200.000 muertos solo entre 1990 y 2005. Otro, de abril de 2011, mostraba que los alimentos cultivados en determinadas zonas ucranianas seguían contaminados 25 años después del accidente.
No obstante, no hay un acuerdo sobre las cifras exactas de defunciones y personas afectadas por el accidente. La conclusión de un grupo de expertos patrocinado por la ONU y la OMS es muy distinta, como se observa en el informe que se publicó en 2005, El legado de Chernóbil: impactos sanitarios, ambientales y socioeconómicos. Además, según este texto, «es imposible evaluar de forma fiable, con precisión, el número de cánceres mortales causados por exposición a la radiación debida al accidente de Chernóbil, o incluso el impacto del estrés y la ansiedad producidos por el accidente y la respuesta a este.»
Presente
En el Estado español, desde principios de los años ochenta hasta 1997 se suspendieron los programas de energía nuclear, lo que se conoce como «moratoria nuclear», en principio gracias a la presión social, de un sector de la comunidad científica y de movimientos ecologistas. Actualmente funcionan seis plantas, dos de ellas con dos reactores (la de Almaraz y la de Ascó), indica la Secretaría de Estado de Energía. Y, en todo el mundo, en la actualidad hay cerca de 440 reactores nucleares funcionando, según datos de la IAEA, la Agencia Internacional de la Energía Atómica.
Hoy en día, los países que más energía nuclear producen son los EEUU (con 104 centrales) y Francia (58 centrales). Alemania, por el contrario, lidera el proceso de abandono de la energía nuclear, iniciado justo tras el accidente de Fukushima. El apagón nuclear fue aprobado en 2011 por la canciller Angela Merkel y ratificado en el quinto aniversario de la catástrofe. «En 2020 la energía nuclear comercial será historia», declaró el vicecanciller y ministro de Economía y Energía, Sigmar Gabriel.
«Los accidentes ocurridos en la central nuclear de Fukushima mostraron el coste humano, medioambiental y económico de estos desastres»
La catástrofe que tuvo lugar en Japón el 11 de marzo de 2011, así como la de Chernóbil, han estado clasificadas con un 7 en la escala INES, que mide la gravedad de los accidentes nucleares y radiológicos. Esta cifra es la más alta posible –en 1957 hubo un accidente clasificado con el nivel 6–. Los accidentes ocurridos en la central nuclear de Fukushima a causa del terremoto y el tsunami mostraron el coste humano, medioambiental y económico de estos desastres y tuvieron un gran impacto en la industria a nivel internacional. Por lo que respecta a Chernóbil, en la actualidad aún se están intentando contener las radiaciones. En mayo de 1986, un mes después de la catástrofe, se comenzó a construir un sarcófago para cubrir las toneladas de residuos radiactivos, pero sus efectos no durarían más de 25 a causa del desgaste. Así, en 2012 comenzaron las obras de un nuevo sarcófago, diseñado para durar como mínimo 100 años, con la intención de evitar la dispersión de la radiación que se sigue emitiendo.
Futuro
La energía nuclear tiene el riesgo de accidente grave, la cuestión de los residuos de vida larga y el riesgo de proliferación. Según contaba Yves Marignac, experto en energía nuclear, en una entrevista en Mètode «el sistema energético actual no es sostenible». El experto afirmaba que en ningún momento sería posible alcanzar la producción actual conservando el medio ambiente: ni con las renovables, ni con la energía nuclear. Por eso, aseguraba que «hay que reflexionar sobre la transición hacia otro modelo basado en el control del consumo, que implica un uso más inteligente y eficaz de la energía, cómo y porqué la utilizamos». En este sentido, él apuesta por las energías renovables como la opción más sostenible, a pesar de que no están exentas de problemas.
«La energía nuclear tiene el riesgo de accidente grave, la cuestión de los residuos de vida larga y el riesgo de proliferación»
Por su parte, Jesús Navarro y José L. Taín, investigadores del Instituto de Física Corpuscular (CSIC-Universitat de València) publicaban en 2009 en Mètode el artículo «Nuclear: ¿qué miedo?», donde enumeraban algunos motivos a favor de mantener o aumentar el número de centrales nucleares: el incremento de la demanda mundial de energía, la necesidad de controlar y reducir la emisión de gases de efecto invernadero –en particular de CO2–, el agotamiento de las fuentes fósiles o el bajo precio de la energía nuclear comparada con otras fuentes. Por lo que hace a los residuos, el punto débil de las centrales, en el artículo destacaban que tienen la ventaja de estar localizados, a diferencia de lo que ocurre con los residuos de los combustibles fósiles, que se emiten libremente a la atmósfera y acaban distribuidos por todo el planeta.
No obstante, en palabras del ya citado Vicent Martínez Sancho: «los residuos radiactivos no tienen soluciones, por muchos almacenes que se construyan, que aseguran la vida allá durante cincuenta o sesenta años. Eso es de risa. Después de estos años, el material radiactivo continuará allá, después de millares y de millones de años. Lo que no dicen los estados y la industria nuclear es que eso es trasladar el problema: después de sesenta años el problema continuará porque el almacén se habrá deteriorado.»