Lemniscata
Relato ganador de Inspiraciencia 2018 en la categoría juvenil castellano
Finalmente, tras años de cálculos y lágrimas, Lourdes lo consiguió. No podía creer que pilotase la primera crononave de la Historia. Estaba sentada en el único asiento, rodeada por pantallas y botones. Era una esfera blanca, rodeada por dos gruesos anillos concéntricos. Estaba nerviosa, acariciaba la “S” de su mano. Esa cicatriz era lo único, junto a su nombre, que le quedaba de su madre. Era huérfana desde los 3 años.
Desde el interior, Lourdes inició el viaje. Los anillos empezaron a girar. Presión y potencia se dispararon. Entre fogonazos deslumbrantes y chisporroteos eléctricos, la nave desapareció.
Al llegar, una increíble sensación de paz la llenó. Estaba en medio de una densa arboleda. Cuando y donde deseaba. Ahora hablaría con control de misión. Habían diseñado un ingenioso sistema: Lourdes daría el mensaje a Correos, siendo entregado en cuarenta años, antes del viaje. Los científicos lo recibirían y darían la respuesta a Lourdes. Para evitar paradojas, Lourdes no podría leerlo hasta escribir dicho mensaje y nadie podría desvelarle nada. Solo podría hacerlo tres veces, dado el precio de guardar un paquete durante tanto tiempo.
Lourdes escondió la nave y avanzó hasta una oficina postal. Escribió:
“Estoy bien, aunque se consumió un 27% más de lo calculado.”
Guardó todo y pagó para que se entregara en 40 años. Sacó la respuesta en un lugar apartado:
“Energía insuficiente. Ejecute Protocolo Jericó.”
Esas palabras cayeron como plomo. Lourdes debería asentarse allí, pues viajar de nuevo sería peligroso. Había sido preparada para ese escenario, pero siempre confió en no aplicarlo. Aunque le quedaba un consuelo. Aquella época no fue elegida aleatoriamente. Pensando en que podría quedarse atrapada, los científicos le dieron un consuelo: Era justo antes de su nacimiento, cuando su madre vivía. Tenía su dirección, así que podría conocerla.
Alquiló un piso en frente de su madre. Luego, volvió a la crononave y la destruyó. Tras varias semanas, reunió las fuerzas para tocar a la puerta de al lado. Tocó una vez, sin respuesta. Lo repitió con todo el rellano, pero todos eran veinteañeros. Con la sangre hirviendo, fue a Correos:
“La información está mal. Mi madre no vive aquí.”
Tenía el corazón a mil.
“Imposible. El único margen de error es el número de la puerta.”
Lourdes no se lo creía. Con demasiadas cosas en la cabeza, marchó a un bar. Fue una noche convulsa. Borracha, conoció a un chico. Al día siguiente supo qué había ocurrido, pero no cómo ni con quién. Durante semanas estuvo deprimida, hasta que algo cambió. Se dio un baño. Sumergió la cabeza y por unos instantes halló la paz, pero la necesidad de vomitar rompió la armonía. Tuvo una corazonada que un test de embarazo confirmó. Rompió a llorar. No conocería a su madre y ahora estaba embarazada de un bebé de padre desconocido. Tras una hora sollozando, decidió empezar desde cero y no dejar que nada la hundiese. Además, un bebé podría mejorar las cosas. Tendría que buscar trabajo. Buscaría algo distinto, cambiaría de aires.
Encontró trabajo en una tienda. Ocho meses después dio a luz. Era una niña preciosa. No tuvo que pensar mucho el nombre: Lourdes. No tenía preferencias, y si su madre la llamó así fue porque le parecía el mejor.
Los siguientes tres años se los pasó trabajando duro, cuidando a su hija. Lourdes hizo amigos con los que dejar el bebé. Consiguió recuperarse del mazazo que supuso quedarse en el pasado gracias a su bebé y sus amigos.
Una noche un grito la despertó. Era Lourdes. No se dormía, empezó a andar por la casa, tropezó y cayó, apoyándose en una figurita metálica. Resultado: La noche en urgencias con una serpiente clavada en la mano de la niña. Fue fácil de curar. Lourdes fue a ver cómo le había quedado la mano a su hija, pero quedó en shock.
La mano de su hija tenía una cicatriz con forma de “S”.
Lo comparó con su mano. Solo las diferenciaba el tiempo.
Lourdes estaba cerca del colapso. Cogió un taxi para usar su última pregunta. No sabía qué decir, pero necesitaba preguntarle algo a alguien.
Su hija tenía la misma cicatriz que ella. Sumado a la coincidencia de fechas, concluyó:
Su hija era ella misma.
Sin previo aviso, una luz la deslumbró.
Un camión arrolló al taxi, matando a los dos tripulantes.
Los médicos tuvieron que informar a la pequeña Lourdes del fallecimiento de su madre.
Lourdes lloró por ella. Una familia la acogió, ofreciéndole todo su amor. Con el tiempo no pudo evitar olvidar el nombre o la cara de su madre, pero jamás olvidó a aquella mujer. De mayor, se unió al proyecto más ambicioso de la Historia: conseguir viajar en el tiempo. Por aquella mujer que luchó tanto.
Finalmente, tras años de cálculos y lágrimas, Lourdes lo consiguió.