Un botánico de pueblo

Carlos Pau Español (1857-1937) y su legado

Carlos Pau Español con sus alumnos. / Fotografía: Josep Cuatrecasas (1935).

Una foto

El anciano ocupa un lateral de la imagen. Con una boina en la cabeza y ropa basta y oscura, es el arquetipo de la ruralidad española. Lo rodean una veintena de rostros jóvenes. Hay, al menos, un par de mujeres. Todos se esfuerzan por salir en la fotografía (Cuatrecasas, 1935). Es otoño de 1935, el último otoño de una pax republicana cada vez más amenazada. Difícilmente, aquellos jóvenes están pensando que la gran tragedia de la guerra civil se acerca. El viejo, además, tendrá presente otra preocupación: el fin de su propia vida. El promotor de aquel encuentro, un catedrático catalán, pero afincado en Madrid, quizás comparte esa sensación de fin de ciclo. No en balde, aquel hombre mayor es su maestro, su referente científico; y su empeño en viajar desde la capital con sus alumnos hasta una ciudad, tan pequeña que es más bien un pueblo, del interior castellonense, solo se explica por la necesidad de ver, una vez más, a una persona tan querida. El profesor novel está homenajeando, al fin y al cabo, a quien considera, y con creces, el mejor botánico ibérico de su tiempo. Pero el tiempo se acaba, se les acaba, y es necesario ponerle un broche humilde, al tiempo que solemne, a su relación mutua.

Una época

El tiempo de la botánica española desde finales del siglo XIX había sido definido por la ingente labor de Carlos Pau Español (1857-1937). Farmacéutico en Segorbe, su localidad natal, era un hombre de orígenes sencillos, sin antecedentes familiares conocidos en el gremio que, en todo caso, consiguió una buena posición económica mediante su ejercicio profesional. Su pasión, sin embargo, era la ciencia de las plantas, cuya vocación se le despertó durante sus estudios de farmacia en Barcelona de la mano de Frederic Trèmols, y que consolidó definitivamente con una breve, pero intensa, relación epistolar con Francisco Loscos, un farmacéutico rural aragonés cuyos pasos siguió en cierta forma (Mateo Sanz, 1995). Autor de tres centenares de artículos y opúsculos de investigación, y practicante actualizado de aquella tradición del menosprecio de corte y alabanza de aldea que tanta gloria literaria dio al cántabro Antonio de Guevara, Pau fue un excursionista incansable que convirtió su rebotica en la ciudad del Palancia en el nodo fundamental de una red por la que transitaban pliegos de herbario y plantas vivas, libros pesados y artículos breves, y cartas, muchas cartas, llenas de preguntas, respuestas, dudas, consejos y chismes, alrededor de la botánica, la farmacia y la historia natural en general.

Uno de sus corresponsales más asiduos fue Josep Cuatrecasas Arumí (1903-1996), justamente aquel profesor entusiasta que había conducido a sus alumnos desde Madrid a Segorbe, vía Albarracín y por otras contradas de Aragón. Cuatrecasas fue uno de aquellos discípulos que consiguieron aquello que Pau nunca logró después de un único y frustrante intento juvenil: ocupar una plaza de profesor en la universidad. La reacción de despecho del segorbino, la decisión de no volver a intentar nunca más acceder a una ocupación científica y docente formal, y su actitud intensamente crítica hacia la obra de los botánicos «oficiales», especialmente de aquellos que ejercían en las instituciones madrileñas, le otorgaron fama de arisco, intratable, resentido e hiriente. Aun así, su apariencia en la foto con los alumnos de Cuatrecasas es más bien amable, casi tierna. Quizás alguien diría que era, simplemente, una fiera domesticada por la senectud. Lo que sucede, en realidad, es que la personalidad de Pau es mucho más compleja que la que ha sido reconstruida con condescendencia por algunas miradas dirigidas hacia a aquel botánico pueblerino desde la urbanidad académica. Pau podía ser despiadado a la hora de denunciar lo que consideraba los errores científicos y las arbitrariedades institucionales de sus colegas mejor posicionados. Pero simultáneamente solía mostrarse paciente, comprensivo y generoso con aquellos practicantes de la botánica que acudían a consultarle, en persona o epistolarmente, cuando hallaba en ellos una vocación genuina y un aprecio sincero por la ciencia de las plantas. Fue incapaz de producir una obra sintética, pero sin su concurso no se entiende la publicación de las floras de Cataluña y Galicia a cargo de Joan Cadevall y Baltasar Merino, respectivamente; como tampoco las exsiccata –colecciones de pliegos de herbario preparadas cuidadosamente para su distribución entre los botánicos como herramienta de estudio florístico y taxonómico– del hermano Sennen hubieran sobresalido tanto sin la revisión de las determinaciones específicas que Pau asumió. De todas formas, donde mejor se aprecia su talante colaborador es en la tarea de guiar y dirigir a un grupo de jóvenes botánicos en sus primeros pasos en la disciplina, sin ningunear la continuidad de la confianza mutua cuando estos ya habían alcanzado capacidades científicas superiores. Pau benefició con su magisterio, a menudo en la distancia y siempre de forma extraoficial, las carreras de futuros catedráticos y funcionarios científicos. Cuatrecasas es un buen ejemplo de ello, como también Francisco Beltran, Modesto Laza, Carlos Vicioso, Fernando Cámara y, parcialmente, Arturo Caballero y Pius Font Quer, entre otros.

No hemos de caer en la ingenuidad de pensar que Pau era una persona desinteresada en sus relaciones científicas. Cuando asesoraba a Cadevall o Sennen, quería afirmarse como autoridad botánica, y que eso se supiera lo complacía. Y su maestría sobre los jóvenes que aspiraban a las cátedras tenía la muy clara intención de combatir a las élites académicas donde más daño podía hacerles: garantizándose una influencia profunda en aquel sistema de poder al que no se le permitió acceder en su día. Sin embargo, tampoco hemos de ser cínicos y pensar que Pau era un calculador de venganzas diferidas cuando deseaba que Cuatrecasas obtuviera una cátedra en la Facultad de Farmacia de Madrid, allí donde él no había sido capaz. E, igualmente, no hemos de exagerar su poder oculto; aquellos discípulos recibieron un asesoramiento excelente de Pau, pero eran personas bien relacionadas y que sabían usar los resortes necesarios. El mismo Pau, por otro lado, también recibió, ya en su madurez, los halagos de la oficialidad naturalista. El Museo de Ciencias Naturales de Barcelona le concedió financiación para sus exploraciones botánicas por Andalucía oriental, y el concurso, en varias ocasiones, del recolector de plantilla Enric Gros, aunque Pau asumiera gran parte de los gastos. Alguien dirá que, en Barcelona y con Font Quer tomando las decisiones, Pau jugaba con ventaja, y es cierto. Ahora bien, Pau también viajó a Marruecos, en esa ocasión comisionado por la Real Sociedad Española de Historia Natural (RSEHN), con la que se había reconciliado después de un largo distanciamiento. Detrás de este patrocinio estaba el entomólogo Ignacio Bolívar, director del Museo Nacional de Ciencias Naturales –la entidad que realmente puso el dinero– y gran patriarca de la historia natural patria; dicho de otra forma, el representante más destacado de la oficialidad madrileña (Catalá-Gorgues, 1999). Si la caricatura de un Pau energúmeno es ofensiva y malintencionada, la imagen de un Pau marginado es ridícula y victimista. Cabe decir que, a pesar de algunas buenas aproximaciones biográficas (De Jaime Lorén, 1987; Mateo Sanz, 1995), los lugares comunes y los prejuicios simplificadores continúan rodeando la imagen de nuestro personaje que todavía mantienen no pocos botánicos e historiadores.

Pau decidió preservar su correspondencia, consciente de la importancia que tendría para entender la práctica botánica de su época en España. «Quizás puedan servir de algo esta colección de cartas y por eso las colecciono», dejó anotado. / Fuente: Institut Botànic de Barcelona (AIBB/CPE. Ll_1_002_Proleg).

Un epistolario

La producción impresa de Pau no solo nos habla de plantas. Hay muchas referencias a los naturalistas que se relacionaban con él. A pesar de su laconismo habitual, Pau no dejaba de mencionar a sus colaboradores, especialmente si le habían enviado ejemplares críticos para sus estudios taxonómicos o si habían sido compañeros de excursión por contradas ibéricas y marroquíes. Correspondientemente, las menciones de agradecimiento y autoridad son frecuentes en los escritos de los autores que le consultaban o que intercambiaban ejemplares con él. Solo con este grupo de publicaciones botánicas, ya sería posible aproximarse a la red de relaciones científicas y personales generadas a su alrededor. En todo caso, hay un corpus documental mucho más potente para reseguir los vínculos que abastecían esta red: las cartas que recibió a lo largo de cerca de seis décadas de actividad científica y profesional. Pau fue muy consciente de que aquella correspondencia podría ser clave para entender la historia de la botánica de su época en el futuro. Así pues, la conservó cuidadosamente y dispuso, finalmente, que fuera custodiada en una institución adecuada (inicialmente, la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, y finalmente el Instituto Botánico de Barcelona, IBB), lo que convertía a su estimado Font Quer en albacea de su legado epistolar.

Las cartas recibidas por Pau, por tanto, se conservan en el IBB, que recientemente ha completado el trabajo de digitalizarlas con la máxima calidad, además de ponerlas al alcance de los investigadores y del público a través de internet (Institut Botànic de Barcelona, 2024). Suman más de 3.400 documentos, entre cartas ordinarias y postales, a las que habría que añadir cerca de 300 más firmadas por Pius Font Quer que pasaron, en una discutible decisión, al fondo archivístico de la Junta de Ciencias Naturales. Las más antiguas son de 1878, y las últimas fechan de 1936, meses antes de su muerte. No es nada habitual que se preserve un fondo epistolar tan rico por nuestros lares. A diferencia de otras tierras, en la nuestra la conservación del patrimonio científico, tanto en sus manifestaciones escritas como por lo que respecta a los bienes materiales, continúa siendo poco valorada socialmente en comparación con la del patrimonio artístico y bibliográfico. Por otra parte, las vicisitudes administrativas que salpican la historia de nuestras instituciones científicas tampoco son un buen marco para la gestión segura de su patrimonio. Hay que celebrar, pues, que la voluntad de Pau se haya podido cumplir y que las cartas que acumuló sean ahora de dominio público y acceso sencillo.

El propio Pau dejó clara constancia de la importancia que otorgaba a su epistolario. Durante muchos años, hasta 1914, ligaba las cartas más o menos cronológicamente, hasta conformar doce volúmenes. Desde aquella fecha, optó por no encuadernarlas, aunque continuó conservándolas con cuidado, a pesar de algunas pérdidas evidentes si tenemos en cuenta que a menudo la continuidad de ciertas series está truncada o presenta lagunas. El primero de los volúmenes contiene, al inicio, una nota del propio Pau, datada en 1902, en la que declara que preservaba las cartas porque «quizás puedan servir de algo». Quizás ya pensaba en sus biógrafos, pero parece más plausible imaginar que entendía aquella colección de misivas como un testimonio del quehacer botánico y naturalista de aquellos tiempos. Pau, por otro lado, querría también ofrecer una imagen de sus colegas y de sí mismo. Además de las pérdidas accidentales como las que ya hemos comentado, no podemos descartar una acción selectiva sobre algunos documentos que quizás no quiso legar a la posteridad (Gavioli e Ibáñez, 2024).

Aunque dominan las procedentes del territorio español, la proyección internacional de Pau se hace patente por la presencia de un buen número de cartas provenientes de Francia, Marruecos, Portugal, Alemania, Suiza y Reino Unido, además de otras naciones menos representadas. Botánicos eminentes como Charles C. Lacaita, Gonçalo Sampaio, Émile Jahandiez, Heinrich Reese y Napoleon M. Kheil, entre muchos otros, fueron corresponsales suyos. La falta de inserción en un centro de investigación no impidió, pues, que Pau obtuviera un reconocimiento por parte de la comunidad europea de especialistas. Tampoco fue un obstáculo para ello su residencia en Segorbe, apartado geográficamente de Madrid y Barcelona, y tan solo relativamente cerca de una Valencia que, en aquellas primeras décadas del siglo XX, se afanaba por consolidar algunos intentos de institucionalización de la historia natural, aunque siempre a mucha distancia de las dos grandes ciudades del estado. Pau, eso sí, procuró ejercer de valenciano y no dudo en cultivar la amistad y la colaboración científica con sus paisanos naturalistas, además de apoyar las iniciativas en pro de la ciencia local, como las actividades de la sección de Valencia de la RSEHN, o el enriquecimiento de las colecciones del Instituto General y Técnico de la ciudad (Catalá-Gorgues, 1999).

Última carta de Pius Font Quer a Pau, con fecha de 26 de diciembre de 1936, donde le comunica que ha recibido sus cartas y le relata el estado de algunos de sus trabajos botánicos, que intentaba continuar a pesar de la guerra. / Fuente: Institut Botànic de Barcelona (AIBB/CPE. PFQ_28).

Un legado

En 1936, Pau todavía mantiene su actividad botánica y epistolar. A pesar de su avanzada edad, tiene ganas y fuerzas para salir adelante. Cuatrecasas mantiene una comunicación con su maestro bastante constante, al igual que Font Quer, Caballero, Laza y muchos otros. El golpe militar de julio afecta la normalidad, pero aun así la red de relaciones no se corta. Pero a finales de año, Pau entrega sus cartas a Font Quer. Barcelona alberga desde entonces este tesoro documental.

El 9 de mayo de 1937, justamente un día antes de cumplir ochenta años, muere en su casa Carlos Pau Español. Rápidamente, Cuatrecasas, que durante la guerra está ejerciendo de director del Jardín Botánico de Madrid, inicia la confiscación del herbario de su maestro. Se desplaza a Segorbe el geólogo castellonense José Royo Gómez, alto cargo republicano y amigo de Cuatrecasas, y se hace cargo del herbario. Los pliegos quedan custodiados en Valencia. Cabe decir que el herbario había sido adquirido por la Universitat de València unos años antes. Pero la voluntad de las autoridades científicas republicanas, con la aquiescencia de Cuatrecasas, es muy distinta: se ha decidido transferir el herbario a Madrid. Esto se da al final de la contienda, cuando Cuatrecasas, como Royo, Bolívar y tantos otros, ya han partido hacia el exilio; primero en Colombia, después en los Estados Unidos, se consolidará como uno de los especialistas más destacados en la flora neotropical. Otro discípulo, que en su caso permanece en España, Arturo Caballero, ejecutará la intercalación de pliegos de Pau (quizás más de 80.000) en el herbario general de la institución madrileña (Fernández Gómez y González Bueno, 2024).

Font Quer, que se queda en Cataluña y sufre las represalias de las nuevas autoridades, intenta mantener viva la memoria de su maestro, con no pocas dificultades. La manera de concebir la botánica por parte de quienes cortan el bacalao de la botánica patria tiende a menospreciar la obra de aquel farmacéutico de pueblo. Afortunadamente, el legado de Pau se reaviva a finales del siglo XX. Ahora nos toca a nosotros mantenerlo vigente. 

Referencias

Catalá-Gorgues, J. I. (1999). La botánica valenciana en el primer tercio del siglo xx. Algunos aspectos de la organización de la práctica naturalista. Cronos, 2(2), 309–372.

Cuatrecasas, J. (1935). Homenaje a Carlos Pau. La Farmacia Moderna, 46, 308–309.

De Jaime Lorén, J. M. (1987). Carlos Pau Español. Ocios y trabajos de un naturalista. Caja de Ahorros y M. P. de Segorbe.

Fernández-Gómez, F., & González Bueno, A. (2024). «Mi estimado maestro…»: Notas sobre el epistolario entre José Cuatrecasas (1903-1996) y Carlos Pau (1857-1937) conservado en el Institut Botànic de Barcelona. En J. I. Catalá-Gorgues, L. Gavioli, & N. Ibáñez Cortina (Coords.), Cartas a un botánico. Historia natural, farmacia y sociabilidad científica en la correspondencia de Carlos Pau (pp. 133–157). Fundación Uriach.

Gavioli, L., & Ibáñez, N. (2024). El fondo Carlos Pau Español del Institut Botànic de Barcelona. La digitalización como herramienta de estudio y de conocimiento. En J. I. Catalá-Gorgues, L. Gavioli, & N. Ibáñez Cortina (Coords.), Cartas a un botánico. Historia natural, farmacia y sociabilidad científica en la correspondencia de Carlos Pau (pp. 19–47). Fundación Uriach.

Institut Botànic de Barcelona. (2024). Fondo Carlos Pau Español [recurso web]. https://www.ibb.csic.es/es/colecciones/archivo/fondos-personales/carlos-pau-espanol/

Mateo Sanz, G. (1995). Carlos Pau Español (Sogorb, Alt Palància, 1857-1937). La botànica extraacadèmica. En J. M. Camarasa, & A. Roca Rosell (Dirs.), Ciència i tècnica als Països Catalans: una aproximació biográfica (pp. 731-760). Fundació Catalana per a la Recerca.

© Mètode 2024 - 123. Ciencia, raza y nazismo - Volumen 4
Profesor titular de Historia de la Ciencia. Univer­sidad Cardenal Herrera-CEU (Valencia), CEU Universities.
Documentalista de colecciones botánicas. Instituto Botánico de Barcelona (IBB, CSIC-CMCNB).

Conservadora de herbarios. Instituto Botánico de Barcelona (IBB, CSIC-CMCNB).

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