Madagascar, el octavo continente

Un recorrido por la isla roja

Charles Robert Darwin –homenajeado el año pasado por varios motivos– y Alfred Russell Wallace formularon la famosa teoría de la evolución de las especies basándose, sobre todo, en sus observaciones en el archipiélago de Indonesia y en las islas Galápagos respectivamente, pero ambos habrían llegado probablemente a las mismas conclusiones si el azar los hubiese conducido hacia la tierra que inspiró la leyenda de la mítica ave Roc: Madagascar.

Esta gran isla situada en el océano Índico, a más de 350 km de la costa africana, ha sido llamada el «octavo continente» por la gran diversidad de especies –alrededor de 200.000–, el 75% de las cuales son endémicas (únicamente viven en la isla), un índice elevadísimo en una isla de estas dimensiones. Otras grandes islas tropicales, como Borneo o Nueva Guinea, gozan también de una extraordinaria biodiversidad, pero están menos aisladas y tienen menos especies endémicas. En Borneo, por ejemplo, solo lo son un 9% de todas las aves nidificantes, mientras que en Madagascar, con 209 especies nidificantes, este porcentaje llega al 55%.

«La insularidad y el prolongado aislamiento han hecho de Madagascar un fantástico laboratorio de la evolución que no deja de sorprender a la comunidad científica»

Al elevado grado de endemicidad se añade el alto nivel de diversificación presente, muy patente en el grupo de animales más representativo de la isla: los lémures. Según el grupo especialista en primates de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), actualmente hay 93 especies –una quincena más están extinguidas–, y todas provienen de un solo ancestro común, que se calcula que llegó a las costas malgaches procedente de África hace unos 40 o 45 millones de años. Los lémures y los tenrec –el otro gran grupo de mamíferos exclusivamente malgaches– han experimentado un espectacular proceso de especiación y diversificación, comparable al experimentado por los marsupiales de Australia.

Cerca de la enorme isla principal hay muchas otras más pequeñas, como la de Nosy Tanikely, al noroeste, con un gran arrecife de coral. /© Ll. F. Sanz y A. Masó

La insularidad y el prolongado aislamiento han hecho de Madagascar un fantástico y gigantesco laboratorio de la evolución que no deja de sorprender a la comunidad científica, y no pasa un año sin que se descubran nuevas especies, la mayor parte en la pluviselva tropical, el hábitat más amenazado de la gran isla roja.

Génesis

De acuerdo con la teoría –absolutamente confirmada– de la tectónica de placas, hace unos 160 millones de años, durante el período Jurásico, lo que ahora conocemos como Madagascar y la India se separó del supercontinente Gondwana y ambos territorios iniciaron juntos una lenta deriva hacia el este. La India se escinde de Madagascar entre 40 y 60 millones de años más tarde, siguiendo el viaje en solitario, a través del antiguo mar de Tetys, hasta contactar con la gran masa continental asiática, y originando, por cierto, con su empuje el macizo más alto del planeta (el Himalaya).

En la costa oeste hay varios parajes cársticos (llamados localmente tsingy), llenos de aristas afiladas y salpicados de simas gigantes, como la que rodea el Lac Vert (sobre estas líneas), en la reserva especial de Ankarana. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Madagascar quedó separado de África por el llamado canal de Mozambique, pero investigaciones geológicas en el mencionado canal sugieren que algunas partes de éste podrían haber quedado por encima del nivel del mar durante el período Paleógeno, hace entre 45 y 25 millones de años, haciendo de puente temporal entre la gran isla y el continente, lo que habría permitido la colonización de la isla por algunos mamíferos primitivos africanos, los ancestros de los actuales tenrec y lémures, y otras especies ya desaparecidas –se han encontrado en Madagascar restos subfósiles de hipopótamos enanos y de Orycteropus (cerdo hormiguero). También lo habrían atravesado, entre otros, los ancestros de los Aepyornis, los enormes pájaros elefante que dieron lugar a la leyenda de la gigantesca ave Roc.

Otro paraje cárstico es el de la Perte de Rivière, también en la reserva especial de Ankarana. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

El hundimiento posterior del puente explica, por ejemplo, la ausencia en la isla de primates superiores –los simios–, que aparecieron posteriormente, ahora hace entre 23 y 17 millones de años. Sin estos competidores directos, los lémures se pudieron diversificar enormemente.

 Paisajes insólitos

La propia isla ofrece una gran diversidad de ambientes y climas diferentes que han favorecido los procesos de radiación evolutiva. Con una extensión semejante a la de la Península Ibérica, en Madagascar encontramos desde manglares costeros hasta montañas de 3.000 metros, y un régimen de lluvias que oscila entre 500 y más de 4.000 mm al año y que determina la existencia de exuberantes bosques tropicales en la costa este, con lluvias muy constantes a lo largo del año, así como de bosques secos de tipo monzónico en la costa oeste, e incluso del llamado desierto espinoso al sudeste de la isla.

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La flora, además de endémica, puede ser simplemente espectacular. Sobre estas líneas, un desierto espinoso cerca de Ampanihy. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

No es la fauna lo único que sorprende de Madagascar. La flora, con más de 8.000 especies endémicas, conforma algunos paisajes realmente extraordinarios, como el mencionado desierto espinoso, donde predominan los denominados árboles pulpo (Didierea madagascariensis), pertenecientes a la familia endémica Didiereaceae, grandes plantas espinosas que recuerdan a los cactus de los desiertos americanos.

La flora de Madagascar presenta muchas similitudes con la de la vecina África, hecho patente en la diversidad y abundancia de plantas suculentas, como euforbias y áloes, casi todas endémicas, y en los espectaculares baobabs (Adansonia sp.), de los cuales hay siete especies en la isla (en todo el continente africano solo crece una). Pero también hay una clara relación con la flora asiática. Por ejemplo, en Madagascar crecen 175 especies de palmeras (familia Palmae o Aracaceae) –en toda África hay menos de 60–, la inmensa mayoría de ellas (el 98%) son, también, endémicas y curiosamente tienen más afinidad con las especies asiáticas. Algo parecido sucede con las orquídeas, con más de mil especies presentes en la gran isla, de nuevo más que en todo el continente africano.

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En la imagen, ejemplares de la curiosa especie Pachypodium rosulatum variedad gracilius (P. N. de Isalo). / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Quizá la especie más conocida de la flora de Madagascar es el árbol del viajero (Ravenala madagascariensis), que recuerda a una palmera, con grandes hojas desplegadas en forma de abanico, y es preciada como planta ornamental casi en todas las regiones tropicales del planeta. El nombre hace alusión a que, en el punto de inserción de las hojas con el tronco, la planta recoge agua que es bien aprovechada por el viajero sediento.

Lepilemur leucopus, en la reserva privada de Berenty. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Lemuria

Los lémures son los grandes embajadores de la naturaleza malgache. Son exclusivos de Madagascar (salvo una sola especie que también vive en el vecino archipiélago de las Comores) y están presentes en casi todos los tipos de bosque; son animales atractivos y se dejan ver muy fácilmente en el caso de los grupos habituados al hombre. Por eso no es extraño que la isla reciba también el nombre de Lemuria.

Los lémures, los animales más emblemáticos de la isla, son un punto y aparte. Arriba, el lémur de cola anillada (Lemur catta), uno de los más comunes. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Los lémures pertenecen al suborden Strepsirhini de los primates. Junto a los potos y gálagos africanos y los loris y tarseros asiáticos, forman el grupo de los llamados prosimios, considerados menos evolucionados que los simios o primates superiores porque conservan características supuestamente primitivas ausentes en los segundos: un carácter ancestral es el tapetum, que consiste en una membrana reflectante, situada en la retina, que mejora la visión nocturna; otro son las glándulas odoríferas, que les sirven para marcar el territorio. Tanto si su ancestro llegó por tierra (si la teoría del puente es acertada) como si lo hizo en algún tronco a la deriva (teoría de la balsa), lo indudable es que dio lugar, con el tiempo, a una extraordinaria diversidad de tamaños y formas, desde el acrobático indri, la especie más grande, hasta el Microcebus berthae, el primate más pequeño del mundo, con solo 30 gramos de peso. Muchas de estas especies, casi el 40%, se consideran actualmente amenazadas de extinción, razón por la que Madagascar es el país prioritario a escala mundial en lo que respecta a conservación de primates.

Arriba, un macho de lémur coronado (Eulemur coronatus), en la reserva especial de Ankarana. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

El lémur de collar (Varecia variegata), que, con sus 4 ó 5 kg de peso, es uno de los lemúridos más grandes, tras el gigante indri, que puede alcanzar los 10 kg. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

En los últimos diez años, los estudios de genética molecular han revelado la existencia de bastantes más especies de las que se suponía, lo que demuestra la complejidad ecológica de la isla. Por ejemplo, los lémures ratón (género Microcebus) han pasado de 8 a 15 especies en solo seis años de estudios.

Dentro de esta singular arca de Noé que es Madagascar, encontramos muchos otros ejemplos de grupos que han experimentado procesos de especiación muy notables. Los tenrec, por ejemplo, con dos subfamilias y una treintena de especies –todas endémicas–, provienen muy probablemente de un par de insectívoros primitivos. Entre las aves destacan los Vangidae, mientras que los lagartos o geckos y los camaleones lo hacen entre los reptiles.

Los Vangidae –aves forestales endémicas de la región, con quince especies en Madagascar y una en las vecinas Comores– constituyen los equivalentes malgaches de los drepánidos de Hawai o de los Geospiza (pinzones) de las Galápagos, ejemplos más conocidos de especiación, que inspiraron a Darwin en la elaboración de su teoría de la evolución. Los Vangidae son a las aves lo que los lémures a los mamíferos. Desde el amenazado vanga de Van Dam (Xenopirostris damii), propio de los bosques secos del norte, hasta el espectacular vanga de casco (Euryceros prevostii), habitante de la pluviselva, estas aves se han diversificado y especializado ocupando la práctica totalidad de los hábitats forestales que la isla les ofrecía.

Por lo que respecta a los reptiles, solo Mesoamérica y el Caribe tienen más diversidad de especies endémicas que Madagascar. Los geckos malgaches, por ejemplo, presentan una variedad sorprendente de formas, tamaños y colores; desde los espectacularmente vistosos geckos del género Phelsuma, hasta prodigios del camuflaje como los nueve miembros conocidos del género Uroplatus, todos ellos endémicos, que imitan a la perfección la corteza de los árboles y las hojas secas.

Lemuria es otro nombre que ha recibido esta isla-continente, debido a la preponderancia de numerosas especies de este grupo de primates que no vive en ningún otro lugar. En la imagen, el curioso lémur de Milne-Edward (Lepilemur edwardsi), captado en Ampijoroa (reserva especial de Ankarana), observa al fotógrafo desde su refugio en el árbol. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Más de la mitad de todos los camaleones conocidos se encuentran en Madagascar. Los tres géneros presentes en la isla: Calumna, Brookesia y Furcifer suman unas setenta especies, entre ellas el camaleón más pequeño del mundo, el críptico Brookesia mínima, de solo 3 cm, y algunos de los más grandes y coloreados, como el espectacular Calumna parsonii.

Entre las muchas peculiaridades faunísticas del llamado octavo continente, destaca la presencia de unas cuantas especies de boas y de iguánidos, cuyos parientes más próximos se encuentran en las islas Fiyi, en pleno Pacífico, y en la América tropical. Se trata de un caso claro de distribución extremadamente disyunta. En cambio, no hay agámidos, lagartos muy comunes en la cercana África; ni tampoco ninguna serpiente venenosa. Sorprende igualmente la ausencia de felinos y de cánidos salvajes; la fosa (Cryptoprocta ferox), que a mucha gente le parece un felino, es en realidad un vivérrido del tamaño de un gato grande, y es el mayor depredador de la isla, a parte del amenazado cocodrilo del Nilo, presente también en Madagascar. No hay tampoco ningún ungulado nativo; tres especies de hipopótamos que lo eran se extinguieron probablemente a causa de la caza. Actualmente hay jabalís de río salvajes (Potamochoerus larvatus), pero provienen de animales introducidos. Entre los anfibios, están ausentes los sapos, las salamandras y los tritones, hecho compensado por las cerca de 300 especies de ranas, con un extraordinario 99% de endemicidad.

Por decir algo de los invertebrados, citaremos las espectaculares mariposas. En efecto, allí vive la que tiene las colas más largas (el satúrnido Argema mittrei), así como la que está considerada entre las más estéticas del mundo: el uránido Chrysiridia madagascariensis. Las colas del macho de la primera, con sus 20 cm (medidos desde la inserción alar al tórax), hacen que la longitud total pueda acercarse a los 30 cm. ¡No está mal para un insecto! Si lo queremos ver volar nos tendremos que internar de noche en la selva de esta isla, ya que, como no podía ser de otra forma, es una especie endémica.

En la imagen, hembra de lémur negro (Eulemur macaco), en la isla de Nosy Komba. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Por lo que respecta al uránido, destaca por su comportamiento, pues vuela de día aunque pertenece a una familia de actividad nocturna. Sus llamativos colores iridiscentes se explican, en parte, porque, lejos de intentar pasar desapercibido como hacen la mayoría de presas, esta mariposa quiere hacerse muy patente para anunciar claramente su toxicidad. Viendo la oruga ya se puede tener una premonición: peluda y alternando el amarillo con el negro, avisa a los depredadores de su peligrosidad. Y es que se alimenta de una planta venenosa (Omphalea, una euforbiácea, o sea, del grupo de las lechetreznas, esas plantas que, al desgajarse, desprenden un jugo blanco y lechoso) y acumula la toxina en cavidades aisladas de su cuerpo. Después las conservará en fase adulta.

 Conservación en la isla roja

Los primeros pobladores de Madagascar, llegados a la isla hace solo 2.000 años, se encontraron con animales que hoy dejarían boquiabiertos a viajeros y naturalistas por igual, como lémures gigantes (Megaladapis sp.), de la estatura de un hombre adulto, o el Aepyornis maximus, el ave más grande que nunca haya existido, con tres metros de altura y media tonelada de peso. Estos animales desaparecieron como consecuencia directa de la caza y el aprovechamiento de los huevos –un solo huevo de Aepyornis equivalía a siete de avestruz.

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Arriba, sabana de palmeras resistentes al fuego (Bismarckia y Hyhaene spp.), en el parque nacional de Isalo. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

Otras especies han seguido los pasos de los Megaladapis y del pájaro elefante, y los bosques que antiguamente cubrían buena parte de la isla han quedado reducidos a fragmentos; se calcula que se han destruido más del 80%, y cada año se pierde aproximadamente un 1% de lo que queda. Entre las graves consecuencias de este proceso queremos destacar una muy evidente: la falta de cobertura vegetal es la responsable de un fenómeno cada vez más frecuente en el paisaje malgache, el lavaka, grandes cicatrices abiertas en la tierra por efecto de la erosión, que en forma de agua de lluvia se lleva el suelo fértil hacia los ríos, cargándolos de sedimentos y convirtiéndolos en arterias rojizas por donde parece que la isla realmente se esté desangrando… quizá es lo que está pasando.

«Los bosques que antiguamente cubrían buena parte de la isla han quedado reducidos a fragmentos»

Las causas de la deforestación son múltiples: al tradicional método del tavy –o agricultura de subsistencia–, que consiste en quemar y talar pequeñas extensiones de selva para plantar productos de primera necesidad, se añaden las talas más extensas por la madera y para hacer plantaciones de café, la minería, la explotación ganadera, la producción de carbón vegetal (que afecta sobre todo al bosque espinoso), etc.

En Madagascar hay una gran variedad de ambientes y vegetaciones, desde los más secos a los más exuberantes. En la imagen, Ravellana madagascariensis, el conocido «árbol del viajero», que recibe este nombre porque conserva bastante agua entre las hojas. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

La enorme importancia de este fascinante país, uno de los más pobres del planeta, donde el grueso de la población vive con menos de un dólar al día, pero también uno de los más ricos por lo que respecta a la diversidad biológica y a la excepcional cantidad de especies únicas –es uno de los siete países que ha recibido la calificación de área de megadiversidad–, no pasa desapercibida al mundo científico y conservacionista, siendo un foco prioritario de programas de conservación ambiental y desarrollo sostenible. Pero es sobre todo en el ámbito político en el que se deben tomar medidas para garantizar la protección de lo que queda. En este sentido, el gobierno de Madagascar ha anunciado recientemente su intención de triplicar la extensión de las zonas protegidas hasta llegar a los seis millones de hectáreas.

Otra medida interesante es la de los llamados «créditos de carbono», que podrían contribuir de manera decisiva a la conservación de la riqueza biológica malgache. Estos créditos consisten en la transferencia de fondos desde los países industrializados a cambio de la protección de los valiosos bosques tropicales de la isla, compensando de esta manera el valor del carbono almacenado en los bosques, que en otro caso sería liberado a la atmósfera por efecto de la deforestación. Un buen ejemplo de ello es el acuerdo firmado recientemente entre el gobierno de Madagascar y Makira Carbon Company, creada por la Wildlife Conservation Society, mediante el que se protegerá el bosque de Makira, una zona forestal de 400.000 ha que proporciona agua a más de 300.000 personas. Es una forma de conservar un recurso que, bien gestionado, puede ser fuente inagotable de riqueza.

 

El elevado grado de endemicidad es una característica de la isla, destacando las 300 ranas, de las que el 99% son endémicas. Arriba, Mantella aurantiaca, que entre sus diversas coloraciones presenta esta naranja, pero también la amarillenta y la roja. Por su cromatismo recuerda las venenosísimas ranas flecha sudamericanas, pero no resulta tan tóxica. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

En la imagen, Boophis viridis sobre una hoja, en el parque nacional de Andasibe (Perinet). / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Aquí vemos la espectacular Mantella aurantiaca, tan aposemática como minúscula: mide poco más de 2 cm. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Como es lógico, la mayoría de especies son invertebrados, sobre todo insectos. Muchos son endémicos y algunos tienen formas muy curiosas, como Chrysiridia madagascariensis, con llamativas tonalidades proporcionadas por escamas iridiscentes. / © Ll. F. Sanz i A. Masó 

 

En la cima de un árbol pulpo (perteneciente a las didiereáceas, una familia totalmente endémica de Madagascar), un vanga de pico curvado (Falculea palliata) otea el horizonte de Ifaty. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Un rabijunco colirrojo (Phaethon rubricauda) a punto de aterrizar en la isla de Nosy Ve. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Los sifakes son populares por su simpático aspecto humano y, a pesar de ser esencialmente arborícolas, por el hecho de desplazarse por el suelo con cómicos saltos de lado. En la foto, el sifaka de Verreaux (Propithecus verreauxi verreauxi), fotografiado en Kaleta Park (Amboasary Sur)./ © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

En la imagen, el sifaka de Verreaux (P. v. verreauxi), comiendo en la reserva privada de Berenty. Esta subespecie, como la del sifaka de Coquerel, se considera actualmente como especie. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Un sifaka de Coquerel (P. v. coquereli), también alimentándose en la reserva natural de Ankarafantsika (Ampijoroa). El sifaka de Coquerel (ahora Propithecus coquereli) ocupa un área geográfica diferente, al centro-oeste de la isla. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Un sifaka coronado (Propithecus verreauxi coronatus), también elevado a especie por los primatólogos, es uno de los más amenazados de toda la familia de los lémures. Fotografiado en Katsepy, nos observa atentamente y parece preguntarnos si su mundo tiene futuro. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

El grado de endemicidad también es muy alto entre las aves. Arriba, una especie de cuco –llamado cúa corredora (Coua cursor)– nos observa entre los arbustos de Ifaty. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

El martín pigmeo malgache –Ispidina (=Ceyx) madagascariensis– en la reserva natural de Ankarafantsika (Ampijoroa); es una de las dos únicas especies de martines de la isla. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Entre los reptiles destacan los lagartos, como este Zonosaurus quadrilineatus (arriba) que se esconde bajo la arena. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

También hay quelonios singulares, como esta tortuga radiada (Geochelone radiata) (izquierda), y serpientes, como Leioheterodon modestus (derecha), ambos reptiles fotografiados en la reserva especial de Beza-Mahafaly. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Otro reptil de la isla es el Paroedura pictus, encontrado en la reserva especial de Beza-Mahafaly, que no necesita enterrarse, ya que se camufla perfectamente entre la hojarasca. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Los camaleones destacan por su gran número. En la imagen, Furcifer rhinoceratus, captado en la reserva natural de Ankarafantsika (Ampijoroa). / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Calumna parsonii, una de les especies de camaleón más grande del mundo. © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

Otros reptiles se camuflan mejor en los árboles siguiendo la tonalidad de las ramas, las hojas o los troncos, como el verdoso Phelsuma madagascariensis, en la reserva especial de Ankarana. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

La grisácea iguana (Oplurus cuvieri), en la reserva natural de Ankarafantsika, también aprovecha la tonailidad de los troncos y las ramas para camuflarse. / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

En Madagascar no hay ni felinos ni cánidos salvajes, pero sí otros carnívoros, como la fanaloka (Fossa fossana), una especie de civeta endémica (parque natural de Ranomafana). / © Ll. F. Sanz y A. Masó

 

© Mètode 2010 - 65. Nano - Número 65. Primavera 2010

Doctor en Ecología y Evolución, escritor, profesor y fotógrafo de naturaleza (Barcelona).

Biólogo y guía naturalista, Barcelona

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