Relojes de sol: sombras del pasado

Rellotges de sol

Dicen los diccionarios que el tiempo es la duración y sucesión de las cosas sujetas a mudanza, y que se mide por fenómenos sucesivos ocurridos a intervalos regulares, como el ciclo solar, el lunar, etc. Y, efectivamente, desde la más remota antigüedad, el transcurso del tiempo se ha asociado al movimiento regular de los astros sobre el firmamento. Así, contrariamente a lo que ha sucedido con las unidades espaciales –que han evolucionado de antropométricas a arbitrarias, y, por tanto, de particulares a universales–, las unidades de medida temporales en la actualidad son básicamente las mismas que ya usaban las primitivas civilizaciones: el siglo, el año, el mes, la semana, el día, la hora, el minuto, etc. no son otra cosa que unidades, múltiples y submúltiples de los intervalos regulares que el ser humano ha tenido más a su alcance en cualquier lugar y en cualquier época: los ciclos astronómicos.

La conciencia del tiempo es una característica exclusivamente humana: «La verdadera medida del tiempo, no es el reloj de sol. Es en el alma donde medimos el tiempo…», decía Aranguren. Y efectivamente, aunque resulta imposible definirlo, el paso del tiempo se representa en todo momento en nuestra conciencia a través de una clara distinción entre lo que ha sido: el pasado, y lo que es: el presente.

Séquia del Port

La acequia de El Port por Atzeneta. El agua que conduce esta acequia se reparte por el sistema del reloj de pies. / Foto: Joan Olivares

A pesar de admitir la capacidad exclusiva de la consciencia humana para representar el transcurso del tiempo, es a través de los relojes donde esta experiencia toma forma física y se convierte en un instrumento práctico con un peso definitivo en la evolución social y cultural, psicológica y científica. Por eso, no me parece desacertado afirmar que el reloj es uno de los símbolos más representativos de la humanidad.

Atendiendo a su dimensión práctica, los primeros intentos de los humanos de parcelar y medir el tiempo les debieron venir, seguramente, de alguna necesidad vital. Posiblemente, en sus largas salidas de caza necesitarían situar el momento aproximado del mediodía para volver antes de la llegada de la noche y evitar así los terribles peligros de la oscuridad prehistórica. De aquellos primitivos intentos de fraccionar el tiempo son testimonios directos diferentes pinturas y grabados prehistóricos y algunos monumentos megalíticos.

En las sociedades rurales se han mantenido vivas hasta hace muy pocos años antiguas e ingeniosas técnicas de medir el tiempo. Entre éstas, la que nos parece más sugerente es la que utilizan, o utilizaban hasta hace bien poco, los usuarios de la acequia de El Port (brazo de agua subterránea que aflora cerca del Convento de Santa Ana, en el puerto de Albaida, y que riega algunas huertas de Albaida, Atzeneta, y el Palomar), para determinar el momento del cambio de las tandas de riego. Con esta finalidad, un medidor (el amidador, hombre de más de quince años, según la costumbre) mide, empleando su pie como unidad, la longitud de la sombra que produce su cuerpo.

El sistema se basa en la evolución de la longitud de la sombra de un objeto vertical según la altura del sol sobre el horizonte. El funcionamiento completo es un poco complicado, por eso nos limitaremos a explicar una parte:

Un domingo de cada dos, los regantes de las huertas de El Rafalet adquieren el derecho de riego en el momento de la tarde en que la sombra del medidor llega a una longitud de siete pies propios. En ese instante desviarán el caudal del agua de la fuente, que hasta ese momento regaba otras huertas, hacia su acequia. Más tarde, se presentarán en el repartidor de aguas los regantes de Atzeneta, y cuando la sombra de su medidor llegue a la longitud de trece pies, tomarán posesión de su derecho y desviarán las filas de agua hacia sus huertas.

«El reloj solar, tal como lo conocemos en la actualidad, comienza a generalizarse a partir del siglo XV»

Los motivos por los que usaban este sistema de medida frente a otras posibilidades –como el reloj de arena o la clepsidra, también usados en El Port– son difíciles de averiguar. Hay que decir que en la actualidad todavía se usa el método de los pies en algunos oasis del Magreb.

Concretamente en la comunidad d’el-A’nâd, en Túnez, se mantiene, como aquí, una duplicidad en la distribución de las tandas. Se utiliza un método arcaico –mezcla de la medida de pies y de los momentos de oración– los viernes. En El Port se usaba el método de los pies sábado y domingo. Todo ello hace pensar en la existencia de algún elemento religioso que se nos mantiene oculto. Sea como fuere, el reloj de pies consigue lo que parece imposible: medir los ciclos astronómicos en unidades antropométricas. Y esto hace pensar en una reafirmación del hombre en su papel trascendente de medida de todas las cosas, y, todavía más, en su función de engranaje entre la divinidad y la tierra.

códice los libros del saber

Reloj de «La piedra de la sombra», ilustración del códice de los Libros del Saber de Astronomía, de Alfonso X. Se trata de un reloj horizontal que marca doce horas diurnas (horas temporarias) a lo largo de todo el año. / Foto: J. Olivares

En el Libro de las maravillas del mundo, Marco Polo se refiere a unos adivinadores hindúes que conocían la hora del día midiendo la sombra de un hombre de pie. No disponemos de otra referencia histórica sobre los relojes de pies, sin embargo, el hecho de que este tipo de reloj sea bastante preciso y muy fácil de transportar, hace pensar que lo hayan podido usar diferentes civilizaciones y en diferentes épocas. El hecho de que nos haya llegado a través de los árabes sugiere que quizá se usaba para determinados momentos de oración allí donde faltaran otras referencias horarias. Y ¿qué lugar más sugerente que el mismo desierto?

El reloj solar, tal como lo conocemos en la actualidad, comienza a generalizarse a partir del siglo xv. Antes era muy común que los relojes marcaran horas desiguales. Las horas canónicas eran las que determinaban los rezos de los monjes en los conventos. Las horas temporarias constituían una división de la parte diurna del día en doce partes iguales, independientemente de que fuera verano o invierno. El tratado valenciano sobre gnomónica (ciencia de los relojes de sol) más antiguo y más popular es el de Pedro Roiz, editado en Valencia el año 1575 con el título Libro de los relojes solares. Otro valenciano, el científico y filósofo Tomás Vicente Tosca (1651-1723), está considerado como una de las máximas autoridades mundiales en gnomónica de su tiempo. La época dorada de los relojes de sol se extiende desde el siglo xv hasta finales del xviii, cuando los relojes mecánicos alcanzan una gran perfección técnica y comienzan a substituir a los solares en los edificios públicos.

El reloj de la Piedra de la Sombra de Alfonso X era un reloj de horas temporarias, es decir, dividía el día (sólo la parte en la que el sol está fuera) en doce partes iguales, tanto si era verano como invierno. De esta forma, una hora de verano, en nuestra latitud, duraba unos 74 minutos y una hora de invierno, unos 46 minutos. En una sociedad rural, este sistema horario es perfectamente válido, pero, evidentemente no resulta imaginable esta parcelación del tiempo en una sociedad industrial, y mucho menos todavía en nuestra tecnológica aldea global. No se sabe exactamente en qué momento se plantea la necesidad, o el capricho, de dar a las horas una duración constante, lo cierto es que la solución del problema ya se encontraba en algunos de los antiguos instrumentos de medida griegos, los llamados scaphe. Estos ingeniosos relojes, como otros modelos anteriores, eran hemisféricos y se construían sobre piezas de mármol vaciadas. Pero tenían una característica que los distinguía: la inclinación del gnomon (estilo o saeta que produce la sombra) dependía de la latitud del lugar.

Reloj ecuatorial

Reloj ecuatorial de Otos. El reloj ecuatorial es el más simple de todos los relojes solares. Forma una especie de esfera armilar reducida a los dos elementos principales: el ecuador y el eje de rotación de la Tierra. / Foto: J. Olivares

El gran secreto de la gnomónica moderna es, pues, la orientación del gnomon paralelo al eje de rotación de la tierra y, por tanto, su disposición sobre el papel dependerá de la orientación de la misma pared y de la latitud del lugar. A partir de este principio, el cálculo de las líneas horarias de un reloj solar pasa a ser un problema menor, al alcance de cualquiera que tenga conocimientos mínimos de trigonometría o de geometría; y, con el uso de un manual, de cualquiera que ponga un poco de interés.

Una vez dominada la técnica, se nos ofrecen una gran variedad de posibilidades geométricas y artísticas. Aceptando que el gnomon siempre debe representar el eje de rotación de la tierra, las formas y dimensiones de nuestro cuadrante pueden ser infinitas. Hemos de considerar que cualquier objeto que produzca una sombra es en potencia un reloj solar, su única limitación se encuentra en nuestra impericia para interpretar en términos horarios la completa información que, en forma de sombra, se nos ofrece.

Dentro de esta gran variedad de modelos, hay algunos tipos estándar, que se pueden encontrar en cualquier manual de gnomónica (recomendamos el libro de Rafael Soler Gayà: Diseño y construcción de los relojes de sol. Editado por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos –Demarcación de las Baleares–, en el año 1997). El más simple de todos es el reloj ecuatorial, que representa en sí mismo un esquema simplificado y geocéntrico de nuestro sistema Tierra-Sol, con dos únicos elementos; el ecuador celeste, donde se ubican las marcas horarias, y el eje de rotación de la Tierra, que hace de gnomon.

Reloj horizontal clásico

Reloj horizontal clásico de la sacristía de Sta. María de Ontinyent. / Foto: J. Olivares

Pero el cuadrante solar por excelencia es el vertical, que suele ubicarse en las paredes de los edificios. Si está orientado al sur, presenta una estructura simétrica respecto a su hora central (las 12 del mediodía), y sus horas extremas serán las 6 de la mañana y de la tarde. Marcará, por tanto, un máximo de 12 horas. Si el plano de reloj no está orientado al sur, el diseño se debe adecuar a esta orientación, y por tanto resultarán líneas horarias asimétricas. Si la declinación está hacia el este, el reloj presentará más horas por la mañana y menos por la tarde, y si está hacia el oeste, más por la tarde que por la mañana. Estudiando los cuadrantes de las casas de labranza de la Vall d’Albaida, he observado una gran diferencia a favor de los que declinan ligeramente hacia levante, lo que confirma la tendencia a construir las casas con la fachada principal orientada en esta dirección.

En verano, ningún reloj vertical puede señalar todas las horas del día. Por esta razón, en algunas construcciones se combinan dos o más relojes con diferentes orientaciones, que completan el ciclo diurno del sol. Es particularmente interesante el caso de la casa de Alcúdia, de Fontanars, que llegó a tener cinco relojes de sol.

Otro tipo de reloj clásico es el horizontal. El diseño es muy parecido al del vertical, pero no está sometido a la declinación de la pared que le sirve de soporte. De esta manera, el reloj horizontal es siempre simétrico respecto a la línea del mediodía y marca todas las horas. A pesar de su simplicidad, este tipo de reloj es muy poco corriente. En La Vall d’Albaida solamente he localizado dos. Uno de ellos, de 1663, es el más antiguo de la comarca, y se encuentra en el alféizar de la ventana de la sacristía de Santa María de Ontinyent. Servía para indicar a los capellanes las horas de los oficios religiosos y de los toques de campana. El otro se encuentra actualmente en una casa de labranza de Ontinyent, pero proviene de un caserío antiguo de la ciudad.

Perdido su valor práctico, actualmente, al reloj solar se le mira como un interesante elemento decorativo en el que se complementan perfectamente la función estética y la didáctica. En algunas plazas y jardines de nuestros pueblos han aparecido los primeros cuadrantes modernos con esta nueva intención. En Morella, Picanya, el Palomar, Benissoda, Salem, Otos, etc. se encuentran algunas piezas interesantes que vale la pena visitar y detenernos un poco en su contemplación y en su comprensión. El pasado, el presente y el futuro se dan la mano y retan nuestra conciencia temporal.

© Mètode 2000 - 26. Redescubrir el litoral - Disponible solo en versión digital. Verano 2000

Profesor de matemáticas del IES “Josep Segrelles”, Albaida.

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