«Incluso narraciones tan populares como la leyenda de san Jorge, que podría parecer genuinamente catalana, tienen origen en la mitología griega»
La cuna de la cultura occidental es la Grecia clásica tanto en organización política como en filosofía, matemáticas o historia natural. Pero incluso narraciones tan populares como la leyenda de san Jorge, que podría parecer genuinamente catalana, tienen origen en la mitología griega.
El mito de Perseo y Medusa
Perseo era un héroe, hijo del dios Zeus y de la mortal Dánae, y vivía en la isla griega de Serifos. Un día el rey Polidectes le encomendó una misión prácticamente imposible: tenía que llevar la cabeza de una Gorgona como regalo con el que el rey pretendía impresionar a la mujer amada. Las Gorgonas o Parcas eran tres hermanas monstruosas, dotadas de alas y con serpientes en la cabeza en vez de cabello. De las tres, Medusa era la única mortal y tenía el poder de petrificar a cualquier ser que la mirase directamente a los ojos.
Como todos los héroes, Perseo gozaba del favor de los dioses y recibió ayuda de su propio padre, Zeus, pero también de Hermes, Atenea y de las ninfas Estigias. Existen diferentes versiones del mito sobre lo que le prestó cada uno, pero todas coinciden en que recibió el casco de Hades para ser invisible, las sandalias aladas para volar, un escudo pulido para protegerse y al mismo tiempo para mirar el reflejo de Medusa sin peligro, una espada irrompible y un zurrón mágico donde guardar la cabeza de Medusa y evitar la mirada petrificante.
Perseo voló hasta el país de los Hiperbóreos y localizó la cueva donde vivían las tres Gorgonas. Cuando entró se las encontró durmiendo entre restos de hombres y bestias petrificados. Mirando el reflejo del escudo identificó cuál de las tres era Medusa, se acercó a ella sigilosamente y le cortó la cabeza. De la herida nacieron el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor. Las otras dos Gorgonas se despertaron sobresaltadas y persiguieron a Perseo para matarlo, pero el héroe pudo huir gracias al casco de la invisibilidad.
En el camino de vuelta, Perseo se paró en el reino de Etiopía, situado en las costas de Israel o del Líbano. Aquel reino estaba gobernado por el rey Cefeo y su bella y vanidosa esposa Casiopea. Para castigar la vanidad de la reina, Poseidón había enviado una gran inundación y un monstruo marino llamado Cetus que azotaba el litoral. Un oráculo había anunciado que no habría remedio hasta que Andrómeda, la hija del rey, no fuera entregada a Cetus. Perseo encontró a la princesa encadenada a una roca de la costa justo cuando Cetus emergía del mar para devorarla. Entonces mató al monstruo clavándole la espada en la espalda o petrificándolo con la cabeza de Medusa, según las versiones.
«La historia de san Jorge es el resultado de un cúmulo de tradiciones paganas. Eso no impidió que se asimilase al cristianismo, que necesitaba personajes heroicos para facilitar el proceso evangelizador»
De vuelta a Serifos, Perseo descubrió que Polidectes le había encomendado la misión para alejarlo de su madre, y así poderse casar con ella por la fuerza. Después de vencerlo, Perseo devolvió los préstamos mágicos y entregó la cabeza de Medusa a Atenea, que desde entonces luce su imagen en el escudo. Se casó con la princesa Andrómeda y engendró siete hijos y dos hijas. El primogénito, Persas, se quedó en Etiopía y se convirtió en el antecesor de los persas.
La leyenda de san Jorge y el dragón
Precisamente de una zona del gran Imperio persa, no muy lejos de allá, era originario san Jorge. La tradición lo hace nacer alrededor del año 280 en Lydda (Diospolis para los romanos; actualmente Lod, en Israel), hijo de Geroncio, un oficial romano, y de Policromía, una joven local. Al llegar a la mayoría de edad, Georgios (en griego significa “trabajador de la tierra”, en español es Jorge) se alistó en el ejército romano, siguiendo los pasos de su padre. Cuando tenía treinta años, lo destinaron a Nicomedia como tribuno, y se incorporó a la guardia personal del emperador romano Diocleciano. En el año 303, el emperador ordenó una persecución contra los cristianos, pero el tribuno Jorge se negó a actuar y confesó que él también era cristiano. Diocleciano, que lo tenía en gran estima, intentó convencerlo por todos los medios para que abandonase el cristianismo y adoptase las divinidades romanas, pero Jorge se negó rotundamente. Entonces, el emperador no tuvo más remedio que condenarlo a ser torturado y finalmente a decapitarlo el día 23 de abril. Una vez muerto, devolvieron su cuerpo a Lydda para que fuera enterrado.
«La representación del dragón como un reptil es muy reciente. A lo largo de los siglos ha cambiando sensiblemente. Se ha pintado como una serpiente, un demonio o con rasgos de mamífero»
Esta historia parece más legendaria que cierta y es el resultado de un cúmulo de tradiciones paganas. De todas formas, eso no impidió que se asimilase al cristianismo, una religión entonces emergente, que necesitaba personajes heroicos para facilitar el proceso evangelizador. El culto y la devoción a san Jorge se inició pronto entre las comunidades cristianas primitivas del Imperio romano oriental, con la construcción de decenas de iglesias y templos y la peregrinación a su tumba. Al empezar el siglo V su popularidad llegó a la parte occidental del imperio y el año 494 fue canonizado por el papa Gelasio I. En el siglo VI ya se veneraba en el reino Franco, pero no fue hasta la Alta Edad Media, con las cruzadas, que se extendió el culto por el resto de Europa.
En el siglo XI aparece la historia de san Jorge a caballo como vencedor de un dragón. Los detalles del relato varían según las diferentes tradiciones de Europa, Asia Menor e incluso del Japón. La leyenda occidental medieval relata que un dragón feroz construyó su nido en la fuente que abastecía de agua la ciudad de Silene, en Libia. Los ciudadanos tenían que apartar diariamente al dragón de la fuente para conseguir agua. Así pues, diariamente le ofrecían una oveja en sacrificio. Pero cuando se acabaron las ovejas empezaron a ofrecerle chicas vírgenes elegidas por sorteo entre la población. Un día resultó seleccionada la princesa Cleodolinda (o Trebisonda), hija del rey. Cuando estaba a punto de ser devorada por el dragón, apareció san Jorge cabalgando encima de un hermoso caballo blanco, le clavó la lanza y lo mató. La versión catalana de la leyenda añade que de la sangre que brotaba nació un rosal lleno de rosas y que san Jorge regaló a la princesa. A partir de aquel momento los agradecidos ciudadanos abandonaron el paganismo y abrazaron la religión cristiana.
Como soldado de Cristo, san Jorge se convirtió en patrón de los caballeros y soldados, y en protector de algunas órdenes religiosas militares, como los teutónicos o los templarios. Al final de la Edad Media pasó a ser también patrón de ciudades, burgos y casas nobles por toda Europa. El rey Pedro I de Aragón lo nombró no solo patrón de la caballería, sino también de la nobleza del reino de Aragón por haber favorecido la victoria en 1096 en la batalla del Alcoraz (Huesca) contra los musulmanes. Este patronato se extendió más tarde a la Corona de Aragón y en 1456 las Cortes catalanas oficializaron también el patronazgo de san Jorge al declarar el 23 de abril como día festivo.
La historia de un retablo de san Jorge
Poco antes de esta fecha, entre 1430 y 1437, la Diputación encargó un retablo de san Jorge al prestigioso pintor de la época Bernat Martorell para decorar la capilla de la Casa de la Diputación (hoy palacio de la Generalitat). El pintor se superó y pintó la que se considera su obra maestra. El retablo parece que originariamente constaba de seis piezas: cuatro piezas laterales con escenas del martirio de san Jorge, una pieza central con la famosa escena del santo matando al dragón y una pieza superior dedicada a la Virgen. Pero esta historia resuelta y explicada en unas pocas líneas es en realidad mucho más compleja y se ha visto sometida a toda clase de vicisitudes que afectan tanto a la identificación del pintor como a las piezas que componen el retablo. De entrada sabemos por un inventario que en 1499 la obra todavía estaba en la capilla, pero en alguna guerra o inestabilidad política posterior abandonó la Generalitat y desapareció durante más de 350 años. En 1867 reaparece como parte de la colección de Francesc de Rocabruna, barón de L’Albi. En 1887 el anticuario Dupont adquirió las cuatro piezas laterales y tres años más tarde las vendió a Théophile Beline, que a su vez las vendió a la Societé des Amis du Louvre y finalmente fueron donadas al museo parisino en 1905. La pieza central pasó a formar parte de la colección de Ferran-Vidal Soler en 1906, antes de ser adquirida por Deering y cedida posteriormente al Museo de Chicago en 1917. Y la pieza superior se incorporó a la colección de John G. Johnson y en 1917 se cedió al Museo de Arte de Filadelfia. Así pues, a principios del siglo XX el retablo se desmembró y acabó repartido por los museos del Louvre, Chicago y Filadelfia.
La identificación del autor también fue bastante rocambolesca. Cuando la obra reapareció se desconocía el autor y se le llamaba el Maestro de san Jorge. Los especialistas se interesaron por él cuando ya estaba desmembrada y empezaron estudiando las cuatro piezas del Louvre. Inicialmente situaron la obra en la escuela francesa o de Aviñón, y más tarde la atribuyeron a un pintor catalán con influencia francoflamenca. En 1938 nuevas evidencias documentales y estilísticas permitieron relacionar las piezas del Louvre con la pieza central y atribuirlas a Bernat Martorell. La última pieza del rompecabezas llegó en el 2007 con la identificación del cuadro La Virgen María rodeada de virtudes cardinales como la sexta pieza que coronaba el retablo. Su iconografía, con personificaciones de las cuatro virtudes cardinales (templanza, fortaleza, justicia y prudencia), debió ser una temática muy adecuada para adornar la sede del gobierno de la Generalitat. Las medidas de la pieza y el estilo pictórico encajan muy bien con el resto de piezas del retablo. También coincide el roble de Flandes de las tablas. Tan solo faltan los análisis de los pigmentos para acabar de confirmar esta hipótesis.
Pero en realidad Martorell ya dejó algunas pistas en la obra que identifican claramente su nacionalidad. Una de estas pistas la descubrieron los técnicos del Museo de Arte de Filadelfia cuando restauraban la pieza central de San Jorge matando al dragón. Bajo las alas del dragón hay pintados unos pequeños fragmentos de papel de diario escritos en catalán. Y aún hay una segunda pista que hasta hoy ha pasado inadvertida: a los pies de la princesa y de la oveja, Martorell representó tres dragons, muy probablemente haciendo el juego visual y de palabras entre drac (“dragón”) y dragó (“salamanquesa”). Esta duplicidad de términos de raíz común, y a menudo utilizados indistintamente para designar tanto la bestia feroz como los bichos inofensivos, no se encuentra en ninguna otra lengua aparte del catalán y seguro que estaba vigente en la época en que se pintó el cuadro porque Ramon Llull ya la utilizaba 150 años antes. No está claro, sin embargo, por qué tres dragons y no cualquier otro número. ¿La Santísima Trinidad? ¿Tres tentaciones? ¿Tres territorios gobernados por la Generalitat? ¿Tres amigos del pintor?
En consecuencia, además de las fuentes documentales, el estilo pictórico, la iconografía, la medida de las piezas, el tipo de madera y de pigmentos, existen también ciertos detalles de lingüística y de zoología que aportan datos útiles para reconstruir la fascinante historia de este retablo gótico.
La zoología de los dragones
No hace falta ser un experto en zoología para saber cómo es un dragón. Incluso los niños más pequeños saben dibujar uno con todo detalle. Se trata de un animal verde, cubierto de escamas, con un par de alas membranosas, una cresta que le recorre la parte alta de la cabeza, la espalda y la cola, una boca llena de dientes de cocodrilo, lengua bífida, patas cortas con grandes garras, ojos de felino… Y obviamente con la capacidad para exhalar fuego cuando se enfada. Si tuviésemos que clasificarlo no dudaríamos en considerarlo un reptil. Pero esta representación es muy reciente. A lo largo de los siglos el dragón de san Jorge ha cambiado sensiblemente. Se ha pintado como una serpiente, un demonio o con rasgos de mamífero. Su origen en la mitología griega se ha desdibujado, pero los términos mitológicos se conservan: medusas, gorgonias y cetáceos designan hoy diferentes animales marinos. Y seguramente el animal que más se acerca al ser legendario que mató san Jorge no es para nada un reptil sino un pequeño pez emparentado con los caballitos de mar, y originario de las costas tropicales de Australia: el dragón marino. Es un animalito tan draconiano que si nuestra cuna cultural no hubiese sido Grecia, sino las Antípodas, posiblemente san Jorge en vez de caballero habría sido pescador.
Agradecimientos: Quiero mostrar mi agradecimiento a Rafael Cornudella, Cari Pardo, Guillem Pascual y Andy Thirlwell.
BIBLIOGRAFÍA
Alcolea, S., 1985. El pintor Bernat Martorell (...1427-1452). Ajuntament de Sant Celoni. Sant Celoni.
Alcolea, S., 2007. «El retaule de sant Jordi de Bernat Martorell, a París, Xicago i Filadèlfia». En Bracons J. y J. Mestre. Art català al món. Edicions 62. Barcelona.
Cirlot, V., 1987. El Drac en la cultura medieval. Fundació Caixa de Pensions. Barcelona.
Hartfield, R.; Eskridge, R. W. y M. F. Farr, 1998. Bernat Martorell. Saint George Killing the Dragon, 1434/35. The Art Institute of Chicago. Chicago.
Kientz, G., 2012. «Bernat Martorell. Quatre compartiments del Retaule de sant Jordi». En Cornudella, R. (ed.). Catalunya 1400. El Gòtic Internacional. Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona.
Ribas, A., 2012. «L’última peça del trencaclosques del ‘Retaule de sant Jordi’». Ara, 10 de abril.
Ruiz, F., 2002. Bernat Martorell, el Mestre de sant Jordi. Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona.