Del brazo

La genética y la lingüística van del brazo. No nos tendría que sorprender, puesto que la genética estudia la transmisión de la información genética, y la lengua es la forma que tenemos para transmitir información entre nosotros. Los genetistas, para favorecer la comprensión de los conceptos más relevantes, tomamos prestados términos descriptivos del campo semántico lingüístico y hablamos de transcripción, traducción y código genético. Pero más allá de similitudes y comparaciones entre los dos sistemas de transmisión de información, podemos profundizar más en la relación entre las dos disciplinas, aparentemente alejadas. O quizás no tanto.

La capacidad para comunicarnos mediante un lenguaje articulado y de normas complejas es exclusiva de los humanos. La evolución y la lingüística se han encontrado en muchos foros para debatir hasta qué punto el hecho de ser humanos va unido a la capacidad de generar un lenguaje complejo. Aun así, también se cree que lo que nos ha hecho humanos es el desarrollo de la destreza manual y la capacidad de diseñar y usar herramientas como una extensión de nuestro cuerpo. Quizás para reconciliar las dos ideas, recientemente se ha publicado un artículo que, mediante estudios funcionales con imágenes de resonancia magnética, demuestra que la zona del cerebro implicada en la manipulación manual comparte neuronas con la de comprensión lingüística. Así que quizás existe una coevolución de ambas capacidades, que, además de necesitar un control neuromotor exquisito, requieren la comprensión de relaciones jerárquicas y dependientes entre diferentes elementos. En todo caso, no se discute que la capacidad de aprender lenguajes es innata en los humanos: los bebés humanos son capaces de aprender lenguas, su lengua y cualquier otra, sin dificultad. Por tanto, la capacidad de aprender una lengua –con sus normas sintácticas, regularidades, conjugaciones y declinaciones– está codificada en nuestro ADN. Como también está claro que existen adaptaciones anatómicas (cráneo, mandíbula, paladar, diferentes músculos y órganos fonadores) necesarias para poder emitir sonidos con precisión, que también están codificadas en nuestro ADN.

«Los genetistas tomamos prestados términos descriptivos del campo semántico lingüístico y hablamos de transcripción, traducción y código genético»

Pero la clave que permite unir irrefutablemente genética y lenguaje la aportó el estudio de una familia británica de más de tres generaciones, en la que quince de sus miembros presentaban dispraxia verbal, una grave discapacidad de la pronunciación y la comprensión de lenguaje oral y escrito. Los genetistas observaron que esta discapacidad se heredaba siguiendo un patrón de herencia mendeliana autosómica dominante, y aplicando aproximaciones de análisis genético identificaron que todos los miembros de la familia afectada compartían una mutación en el gen FOXP2, lo que unía por primera vez, de forma fehaciente, genética con lenguaje. La mutación cambiaba un aminoácido muy conservado de la proteína codificada y hacía que esta fuera inactiva. Como de los genes autosómicos recibimos dos copias (dos alelos), una del padre y otra de la madre, la conclusión fue que solo con la cantidad de proteína fabricada por un alelo no bastaba para hacer correctamente su función neuronal. FOXP2 codifica para un factor de transcripción, un gen «maestro» y jerárquico que regula otros muchos genes relevantes para el desarrollo neuronal en la zona del cerebro que controla el lenguaje. El gen FOXP2 presenta dos cambios únicos, que solo se encuentran en humanos y que han sido capitales para la capacidad de desarrollar un lenguaje complejo. FOXP2 no es el único gen involucrado en el lenguaje, solo ha sido el primero en ser descubierto. Otro día hablaré de la variante genética en el gen ASPM asociada a la predisposición a comprender fácilmente un lenguaje tonal (como por ejemplo el chino), muy frecuente en las poblaciones asiáticas, o de por qué los humanos aprendemos innatamente las reglas de cada lengua y regularizamos. ¿Genética y lenguaje? Del brazo.

© Mètode 2022 - 112. Zonas áridas - Volumen 1 (2022)

Profesora titular de Genética de la Universidad de Barce­lona (España), con una amplia trayectoria científica y académica en genética. Dirige un grupo que investiga las bases genéticas de dolencias hereditarias minoritarias, en particular, la ceguera. Es miembro del Instituto de Biomedicina (IBUB), adscrito al CIBERER, y de varias comisiones de bioética. Es cofundadora de la empresa DBGen, dedicada al diagnóstico genético. Ha escrito dos libros divulgativos y tiene una columna semanal de divulgación científica en www.elnacional.cat.