La naturaleza como cuestión política

Alexander von Humboldt y las redes del poder

doi: 10.7203/metode.8.10438

La vida y la obra del geógrafo y naturalista prusiano Alexander von Humboldt continúa ejerciendo hoy en día una gran fascinación. En parte porque su figura concentra y sintetiza los movimientos, las ideas e, incluso, las grandes contradicciones de una época de cambios profundos como es la Europa del siglo XIX. Una de estas grandes contradicciones es la relación entre ciencia y poder. Ciertamente, mientras que por una parte la ciencia reclamaba con más fuerza que nunca su autonomía, su valor universal, su «pureza» y objetividad, por otra quedaba enredada a menudo en cuestiones de poder político y económico. En una era en la que los países europeos intensificaban la carrera por el control del mundo, la información y el conocimiento de la naturaleza significaban un posicionamiento de vanguardia a la hora de afrontar este control. Y es también en este contexto donde podemos situar la innovadora obra geográfica de Alexander von Humboldt.

Palabras clave: geografía, Alexander von Humboldt, naturaleza, redes del poder, paisaje.

humboldt

La importancia de la literatura para Humboldt queda patente también en la portada de su «Ensayo sobre la geografía de las plantas», publicado en 1807 y que inauguraba los Viajes a las regiones equinocciales. La ilustración, dedicada a su amigo Goethe, representa la figura del dios de la poesía, Apolo, alzando el velo de una estatua que representa la naturaleza. / Mètode

Geografía, ciencia y cultura literaria

En los años cuarenta de la pasada centuria, René de Clozier afirmaba que Alexander von Humboldt y su compatriota Karl Ritter habían sido los «fundadores» de la geografía moderna. Del primero destacaba su Cosmos, obra publicada en cuatro volúmenes entre los años 1845 y 1858. Aunque en ciertos aspectos «anticuada», decía De Clozier, no por eso dejaba de ser interesante. Entre otras cosas porque, en lugar «de estudiar los fenómenos climatológicos, botánicos y geológicos por sí mismos y aisladamente, Humboldt los [examinaba] en sus recíprocas relaciones, en su distribución, es decir, según el principio de coordinación que es la base de las indagaciones geográficas». Por tanto, lo que el resto de disciplinas «disocian por el análisis de la experimentación, la geografía lo examina en el orden concreto de las cosas, en su exuberante diversidad y mudable realidad, ya que la naturaleza no es una máquina muerta», como declaraba el propio Ritter (De Clozier, 1956). Ahora bien, a pesar del interés evidente por la geografía, la influencia de Humboldt trasciende los límites disciplinarios y académicos para alcanzar parte de la cultura literaria y libresca europea.

«Humboldt reivindicó más de una vez el papel de la literatura en la construcción del saber geográfico»

Cualquier persona que tenga interés por la historia del libro y la edición, ciertamente, debería pasar por este gran hito que representa la obra global de Humboldt. Los treinta y cuatro volúmenes de su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente son un monumento a la imprenta. Fue tan grande y ambicioso el proyecto editorial del geógrafo prusiano, que uno se ve tentado de preguntarse lo mismo que George Steiner (2008) ante la también monumental Science and civilization in China, del historiador Joseph Needham. ¿Y si «estos miles de páginas de erudición histórica y analítica, estas bibliografías con sus dimensiones monográficas, estos cientos de tablas estadísticas, gráficos, cartas, mapas, diagramas e ilustraciones [constituyesen] de alguna manera una ficción?» De hecho, la pregunta no es insensata si tenemos en cuenta no tan solo el hecho de que la «frontera entre realidad y ficción es de una fluidez sutil», como indica Steiner (2008), sino sencillamente porque el propio Hum­boldt reivindicó más de una vez el papel de la literatura en la construcción del saber geográfico. Andrea Wulf (2016), en una biografía reciente, ha sugerido incluso que la compleja relación que Napoleón mantuvo con el geógrafo durante los años en que este vivió en París, entre 1808 y 1827, aparte de los recelos políticos fruto de la rivalidad entre países, podría ser el resultado de la competencia editorial entre la obra de este y la Description de l’Égypte, una obra impulsada por el propio Napoleón Bonaparte tras la campaña militar en el país del Nilo.

«Lo que marcó definitivamente la vida de Humboldt fue su gran viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente»

Que Alexander von Humboldt reivindicó la literatura no solo nos lo indica su prosa, sino el dibujo que colocó en la portada de su «Ensayo sobre la geografía de las plantas», volumen publicado en 1807 y que inau­guraba los Viajes a las regiones equinocciales. Dedicado a su gran amigo Goethe, el grabado muestra la figura de Apolo, dios de la poesía, alzando el velo de una estatua que representa la Naturaleza. Como si el geógrafo fuera consciente de que para «descubrir» las certezas últimas de la naturaleza, sus secretos más insondables, el significado humano de sus múltiples manifestaciones, fuera necesaria la inspiración poética. El filósofo Pierre Hadot ha escrito no hace mucho un libro examinando esta alegoría humboldtiana (Hadot, 2015). Reivindicación de la literatura, por cierto, que también incluía el folclore popular; por eso Hum­boldt pidió asesoramiento, a la hora de redactar la parte de Cosmos dedicada al «Reflejo del mundo exterior en la imaginación del hombre», a sus «nobles amigos» Jakob y Wilhelm Grimm (Humboldt, 2011, p. 211).

Alexander von Humboldt «inventó» la naturaleza, especialmente en lo referente a su representación visual. En este contexto, la naturaleza deja de ser un espectáculo para contemplar y aparece una voluntad de mostrarse en el lugar de los hechos. El científico recoge muestras, observa, registra, etc. En la imagen, retrato de Humboldt por Friedrich Georg Weitsch (1806). / Galería Nacional, Berlín

Sin duda, este interés por el arte y la literatura provenía del propio ambiente social. Nacido en una familia culta, próxima a la corte del rey de Prusia, Humboldt y su hermano Wilhelm recibieron una educación clásica y rigurosa. Pronto frecuentaron los entornos más liberales de la época, como por ejemplo los «salones berlineses», espacios vinculados al movimiento ilustrado, núcleos destacados de la incipiente «república de las letras» y que surgieron durante el período comprendido entre la Revolución Francesa y la guerra franco-prusiana de 1806 (Arendt, 2004). Es aquí donde el geógrafo se familiarizó con ciertos debates científicos y filosóficos del momento. Aparte de su paso por la Universidad de Gotinga y la Academia de Minería de Freiberg, también hay que destacar su amistad con Georg Forster, naturalista y escritor reconocido con quien viajará, siguiendo en parte el curso del Rin, a Francia e Inglaterra. Los Cuadros de la naturaleza de Alexander von Humboldt, su libro preferido, una «combinación de información científica y descripciones poéticas», por decirlo como Andrea Wulf, y publicado en 1808, estaba directamente inspirado en los Cuadros del Bajo Rin de Forster, editados a lo largo de la década de 1790 (Humboldt, 2003; Raffestin, 2016, pp. 40-41). También durante esta década Humboldt conocerá dos figuras capitales: Goethe, con el que mantenía un vínculo que ya hemos destacado y, sobre todo, Friedrich Schiller. Junto a su hermano Wilhelm, el cuarteto será conocido como el Círculo de Jena y será uno de los centros de difusión del idealismo alemán. Si bien Humboldt difería en algunos aspectos sustanciales respecto a la Naturphilosophie de Schiller, en otros estaba de acuerdo. Lo que de una manera u otra todas estas figuras compartían era cierta idea de unidad, de armonía o de «coordinación», si lo queremos expresar con las mismas palabras de De Clozier citadas más arriba. Esta unidad no solo había que observarla en el mundo físico, sino que venía a restituir una partición que la cultura moderna había introducido desde un tiempo atrás: entre el sujeto de conocimiento y la realidad exterior, objetiva. Lo que es común a toda la poesía romántica, a ambas orillas del Atlántico, desde Coleridge a Emerson, es de hecho el esfuerzo por superar esta dicotomía y recuperar la supuesta correspondencia perdida con el mundo.

Durante la década de 1790, Humboldt conoció dos figuras capitales: Goethe y Friedrich Schiller. Junto a su hermano Wilhelm, el cuarteto será conocido como el Círculo de Jena y será uno de los centros de difusión del idealismo alemán. En la imagen, grabado de 1797 que representa a los cuatro amigos: de izquierda a derecha, Schiller, Wilhelm y Alexander von Humboldt y Goethe. / Mètode

Ciencia y viajes, o las redes del poder

Con todo, lo que marcó definitivamente la vida de Humboldt fue su gran viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, como se llamaban en aquellos tiempos los trópicos. Aunque el topónimo «América» ya se había hecho popular, no será hasta unos años más tarde y en plena disputa por la hegemonía europea del continente, cuando se extenderá la idea de una «América Latina» (Mignolo, 2007). Con el permiso del monarca español, entonces Carlos IV, Humboldt y Aimé Bonpland, botánico con quien había trabado amistad en París, partieron de La Coruña un 5 de junio de 1799. Uno de los objetivos científicos del viaje era poder confirmar la existencia de un canal natural entre las dos grandes cuencas fluviales del continente sudamericano, la del río Orinoco y el Amazonas. Pero también es cierto que la administración colonial esperaba información detallada de los recursos naturales del imperio, especialmente mineros. Primer eslabón, por tanto, de esta cadena del poder que ligaba ciencia y política, naturaleza y dominio económico del mundo. De este viaje deberíamos destacar, por su significado en la biografía del geógrafo, el ascenso al Chimborazo, un volcán inactivo situado en el actual Ecuador y considerado en su momento la montaña más alta de la Tierra, por una parte. Por otra, la visita que Humboldt hará hacia el final de su viaje al presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson.

Ciertamente, con el material que reunió durante el ascenso al volcán, el geógrafo formuló por primera vez y mediante la observación empírica, las múltiples relaciones existentes entre fenómenos físicos aparentemente heterogéneos. Su volumen titulado «Ensayo sobre la geografía de las plantas», que hemos citado al inicio, fue el resultado del conjunto de informaciones recopiladas durante la estancia en el Chimborazo. Es en este trabajo donde el «principio de coordinación» propio de la geografía se hizo explícito por primera vez, en la medida en que Humboldt relacionaba la botánica, el clima y la geología para dar cuenta de la distribución de las plantas. La expresión gráfica de este principio de coordinación fue igualmente destacable, ya que, lejos de las tablas taxonómicas precedentes, Humboldt situó en un mismo plano de representación variables relacionadas. El resultado fue un «cuadro» de naturaleza o naturgemälde, donde esta funcionaba como un «todo» relacionado. Pero también algo dinámico, lo que nos lleva a su amistad con Jefferson.

«El abolicionismo de Humboldt no solo respondía a los ideales de la Revolución Francesa, sino que se apoyaba igualmente en las ciencias de la naturaleza»

Poco antes del retorno a Europa, Humboldt viajó a Washington, la nueva capital del país. El interés por conocer al presidente de los Estados Unidos venía de algunas afinidades compartidas, como por ejemplo la pasión por el estudio de la naturaleza. Asimismo, la idea de construir una república independiente basada en la pequeña y mediana explotación agraria y familiar, que era el modelo social y territorial de la política jeffersoniana, comulgaba con ciertas ideas revolucionarias de Humboldt. Por su parte, el presidente norteamericano estaba muy interesado en la información que aquel pudiese tener sobre México, en un momento en el que los dos países se disputaban la frontera territorial. Ahora bien, no es menos cierto que Humboldt y Jefferson divergían en un punto trascendental: el estatuto de los indios, los negros afroamericanos y, en general, la esclavitud. Eso es coherente con dos formas diferentes de entender la naturaleza. Si Jefferson defendía la esclavitud es porque creía en la inferioridad de los indios y los negros africanos. Ahora bien, tan solo es posible establecer una jerarquía así si se tiene una «concepción genérica» de la naturaleza, es decir, basada en géneros y clases. Por el contrario, podríamos afirmar que Humboldt concibe la naturaleza de forma «genética o morfológica», por decirlo como Ernst Cassirer; es decir, para él, las múltiples manifestaciones «raciales» tenían un origen «genético» común; los diferentes grupos humanos partían de un único «tronco» o familia, de la misma forma que para Goethe todas las plantas remitían a la Urform, a una protoforma arquetípica (Cassirer, 2007). El abolicionismo de Humboldt, la firme creencia en la igualdad de los hombres independientemente de su apariencia externa, por tanto, no solo respondía al convencimiento de los ideales de la Revolución Francesa, que tanto le habían influido a raíz del viaje a París con Georg Forster, sino que se apoyaban igualmente en las ciencias de la naturaleza. He aquí una dimensión más de las redes del poder, de las conexiones entre la idea de naturaleza y el orden social.

Una vez en Europa, Humboldt se establecerá alternadamente entre París y Berlín. Sabe que la ciudad de la luz es el entorno idóneo para ampliar sus estudios y difundir sus ideas. Existen instituciones científicas pioneras, una industria editorial consolidada y un ambiente intelectual estimulante. Con todo, vivirá durante largas temporadas en Berlín; especialmente a partir de 1827 y hasta su muerte, el 6 de mayo de 1859. A pesar de sus ideas liberales y republicanas, Humboldt será nombrado camarlengo del rey de Prusia y eso le encadenará a la corte. Ni que decir tiene, sin embargo, que, gracias a esta influencia, podrá financiar parte de su actividad científica e impulsar proyectos de otros. Y es una vez más gracias a su prestigio científico y a las redes del poder que podrá atravesar todo el territorio ruso hasta sus confines orientales, más allá de los Urales, en el límite del macizo de Altái. Fue el propio zar Nicolás I de Rusia quien pagó el último viaje del geógrafo prusiano. Su interés principal era explorar las regiones mineras rusas para observar qué minerales eran los más aptos para la fabricación de monedas. Una última trama de ciencia y poder.

Acompañado del botánico Aimé Bonpland, Humboldt partió hacia los trópicos con el objetivo de confirmar la existencia de un canal natural entre las cuencas del río Orinoco y el Amazonas. En la imagen, Alexander von Humboldt (de pie, mostrando un sextante a un guía indígena) y Aimé Bonpland (trabajando sentado) a los pies del volcán Chimborazo, en una pintura de Friedrich Georg Weitsch de 1810. La ascensión al volcán tuvo una gran importancia en la obra de Humboldt. / Mètode

A partir de su ascensión al volcán Chimborazo, en el actual Ecuador, Humboldt relacionó la botánica, el clima y la geología para dar cuenta de la distribución de las plantas. Como resultado, publicó en su «Ensayo sobre la geografía de las plantas» un cuadro de naturaleza (en la imagen) donde esta funcionaba como un «todo» relacionado. / Biblioteca Central de Zúrich

La naturaleza, entre revolución y representación

Tiene razón Andrea Wulf cuando dice que Humboldt «inventó» la naturaleza. Desde el Chimborazo, el naturalista y viajero «empezó a ver el mundo de otra manera. Concibió la tierra como un gran organismo vivo en el que todo estaba relacionado y engendró una nueva visión de la naturaleza que aún hoy día influye en nuestra forma de comprender el mundo natural» (Wulf, 2016, p. 24). Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el ambiente cultural de Humboldt era ya propicio a esta manera de entender la naturaleza. Algunos autores, de hecho, han identificado este ambiente con el nombre de «neovitalismo», que, aparte de criticar la fragmentación del saber, se oponía a cierta «imagen mecanicista del mundo», a la visión de la naturaleza como un «agregado muerto»; a la idea de un mundo constituido por fragmentos o partes cuyas propiedades son independientes del entorno, del sistema o de la red que los en­globa (Heinz, 1999). Quizá la imagen espacial de esta concepción –antes también hemos dicho «concepción genérica»– sea la de los famosos gabinetes de curiosidades, relativamente conocidos por la aristocracia y la burguesía de la época; salas que mostraban de forma descontextualizada piezas y objetos del mundo natural a menudo sin ninguna coherencia interna. De hecho, el propio Humboldt, en una visita a uno de estos gabinetes de curiosidades, se había disgustado profundamente ante la «degradación de la ciencia a chatarra de museo» (Blumenberg, 2000, p. 287). En cambio, la idea de una comprensión del mundo y la naturaleza como un todo viviente, relacionado y dinámico, era algo mucho más fascinante. Ahora bien, el viajero prusiano no solo «inventó» la naturaleza en este sentido. Si podemos decir que fue original en algún aspecto, sin duda diremos que renovó del todo su representación visual. Empezando por todos estos cuadros, pinturas con dibujos en los que, y en medio de una naturaleza desbordante, podemos ver al propio Humboldt con sus instrumentos de medida haciendo trabajo de campo. Existe una voluntad de mostrarse en el lugar de los hechos. Ya no es una actitud meramente contemplativa; la naturaleza no se presenta como un espectáculo. Las ideas que describen el mundo no se reducen a la facultad especulativa. El científico recoge muestras, observa en directo las especies vegetales, registra las temperaturas, relaciona efectos y causas sobre el terreno. Forma parte de la realidad que observa. La certeza de las cosas no se reduce a la autoridad de los textos sagrados o a los escritos de los clásicos: se tiene que «descubrir» mediante la experiencia.

«Humboldt subraya las imbricaciones que existen entre naturaleza, ciencia y poder»

Sin embargo, la biografía de Humboldt nos descubre algo más complejo. De acuerdo, «inventa» una nueva manera de observar y representar la naturaleza; pero sobre todo subraya las imbricaciones que a partir de este momento existen entre naturaleza, ciencia y poder, como ya hemos tenido ocasión de avanzar. Sus viajes tienen finalidades científicas y, al mismo tiempo, políticas o económicas. De la misma forma que el objetivo del Beagle, el barco con el que viajará Darwin en 1831, más allá del pretexto científico, era calcular la posición exacta de los principales puertos del mundo, en un momento en el que el imperio marítimo británico estaba construyendo su dominio. Pero las relaciones entre naturaleza y política podían llegar a ser incluso más sutiles. Fijémonos, por ejemplo, en el debate que tenía lugar en los círculos universitarios de Berlín alrededor de ciertas formaciones geológicas. Por una parte, los partidarios del «neptunismo», que aseguraban que aquellas eran el resultado de una sedimentación lenta y gradual pero efectiva, en el interior de un mar originario. Al otro extremo, los que proponían que la génesis de las rocas, especialmente basálticas, era el resultado de un cataclismo súbito, de la fuerza eruptiva de los volcanes. No es extraño, en este sentido, que Humboldt estuviese tan interesado en los volcanes. Sea como sea, sin embargo, el debate trascendía la ciencia, ya que, aparte de cuestiones de carácter religioso –el neptunismo era congruente con la idea de un gran diluvio universal–, algunos autores han sugerido que estaban en juego diferentes formas de entender el cambio social del poder, en un momento en el que la burguesía hostigaba al Antiguo Régimen. A diferencia de los reformistas, los revolucionarios creían que la única forma de ocupar el poder era mediante la transformación radical y súbita, violenta. Por eso cuando Simón Bolívar, con quien Humboldt coincidió en París y en Roma, asume el liderazgo de la lucha contra el poder colonial, utilizará en más de una ocasión el volcán como símbolo de la revolución (Wulf, 2016). Un capítulo a parte es el caso del concepto y el uso humboldtiano del paisaje, que en su obra y por primera vez, pasó de ser una mera categoría estética a tener una función política, además de científica (Farinelli, 1991; Lladó, 2013; Minca, 2007).

«Si podemos decir que Humboldt fue original en algún aspecto, sin duda diremos que renovó la representación visual de la naturaleza»

Seguramente ha sido por haber introducido el paisaje en el campo de las ciencias naturales y sociales que hoy día el trabajo de Humboldt se ha recuperado tras unos años de silencio relativo. Coincide, de hecho, con eso que algunos autores han identificado como el «retorno al paisaje» (Nogué, 2010). Un retorno que se expresa más allá del debate académico; es un ejemplo la Ley 8/2005, de 8 de junio, de protección, gestión y ordenación del paisaje, adaptación catalana a los principios del Convenio Europeo del Paisaje, del año 2000. El principio de «coordinación» entre disciplinas o la perspectiva global y compleja de los fenómenos físicos, característico del trabajo humboldtiano, hacen que sus ideas continúen igualmente vigentes. Pero lo que nos enseña la geografía de Humboldt es, sobre todo, que hoy en día la naturaleza se ha convertido en una cuestión política. Que la ciencia forma parte de las redes del poder. Y que cualquier persona que quiera estudiar todas las variantes de esta «cuestión política», hoy más candente que nunca, puede hacerlo conociendo la vida y la obra del geógrafo prusiano: intereses económicos, influencias en la corte, metáforas natural-políticas o representaciones aparentemente objetivas del mundo, por citar solo algunos ejemplos.

REFERENCIAS

Arendt, H. (2004). Un salón berlinés. Revista de Occidente, 282, 105–116.

Blumenberg, H. (2000). La legibilidad del mundo. Barcelona: Paidós.

Cassirer, E. (2007). Rousseau, Kant, Goethe. Filosofía y cultura en la Europa del siglo de las luces. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

De Clozier, R. (1956). Las etapas de la geografía. Barcelona: Salvat.

Farinelli, F. (1991). L’arguzia del paesaggio. Casabella, 575–576, 10–12.

Hadot, P. (2015). El velo de Isis. Ensayo sobre la historia de la idea de Naturaleza. Barcelona: Alpha Decay.

Heinz, M. (1999). La obra Cosmos, de Alexander von Humboldt. Estudios de Filosofía, 19–20.

Humboldt, A. (2003). Cuadros de la Naturaleza. Madrid: Los libros de la Catarata.

Humboldt, A. (2011). Cosmos. Ensayo de una descripción física del cosmos. Madrid: Los Libros de la Catarata.

Lladó, B. (2013). Un Geranium humboldtii al jardí geogràfic. Opinió pública, burgesia i paisatge als inicis de la geografia moderna. Documents d’Anàlisi Geogràfica, 59(2), 363–374.

Mignolo, W. (2007). La idea de América Latina. Barcelona: Gedisa.

Minca, C. (2007). Humboldt’s compromise, or the forgotten geographies of landscape. Progress in Human Geography, 31, 179–193. doi: 10.1177/0309132507075368

Nogué, J. (2010). El retorn al paisatge. Enrahonar. An international Journal of Theoretical and Practical Reason, 45, 121–136. doi: 10.5565/rev/enrahonar.224

Raffestin, C. (2016). Géographie buissonnière. Ginebra: Héros-Limite.

Steiner, G. (2008). Els llibres que no he escrit. Barcelona: Arcàdia.

Wulf, A. (2016). La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Madrid: Taurus.

© Mètode 2017 - 94. Sapiens - Verano 2017

Profesor de Geografía de Euroaula, Escuela Universita­ria de Turismo de Barcelona (España). Interesado en el campo de la historia de la geografía y de la cultura territorial europea. Es autor de diversos artículos, y autor y traductor del libro Franco Farinelli. Del mapa al laberinto (Icària, 2013). Ha participado en los proyectos de arte geográfico «Urbanoporosi. Sabadell i els silencis urbans» (Alliance Française, Sabadell, 2012) y «Geogrpesències. De la distància gràfica a les micropolítiques» (Sala d’Art Roca Umbert, Granollers, 2016).