El agua subterránea no es infinita
¿Cuánta agua hay en el acuífero de la Mancha Oriental?
El agua subterránea sigue siendo la gran desconocida del ciclo hidrológico. Y esto a pesar de ser ubicua y representar aproximadamente el 30 % del agua dulce en fase líquida, frente al 1 % que representa el agua superficial. A este desconocimiento general no ayuda que todavía hoy podamos ver un noticiario televisivo nacional dedicando varios minutos en horario de máxima audiencia a hablar de los zahoríes y sus habilidades extrasensoriales para detectar «los ríos» de agua subterránea, y solo unos pocos segundos a las declaraciones de una persona experta en hidrogeología cuando se le pregunta por el estado de las aguas subterráneas en España.
El agua subterránea es un componente más del ciclo del agua que se origina principalmente por la infiltración del agua de lluvia, pero también por infiltración desde ríos y lagos, o de los excedentes de riego. De igual modo que el agua que se escurre superficialmente se concentra en los lechos de los ríos buscando desaguar en el mar, el agua subterránea se infiltra y también se escurre en el subsuelo buscando descargar en manantiales, en los lechos superficiales, o directamente en el mar. La gran diferencia es que, mientras que el agua superficial puede moverse a velocidades de metros por segundo, el agua subterránea se mueve a velocidades mucho menores, de metros por día o metros por año. Esta baja velocidad es la responsable de que los ríos lleven agua en verano, cuando no llueve; el agua que discurre por los ríos en los períodos de estiaje es fundamentalmente de origen subterráneo. Toda la vegetación de margen, la fauna asociada y, en general, los ecosistemas dependientes desaparecerían si no fuera por la corriente subterránea.
Aunque tenemos conocimiento de la existencia de pozos de abastecimiento hace más de 8.000 años, durante el Neolítico, la explotación de las aguas subterráneas hasta mediados del siglo pasado no fue intensiva. El gran cambio en cuanto a la extracción de aguas subterráneas del subsuelo se produce después de la aparición de las bombas sumergibles. De repente, se podían bombear caudales inimaginables hasta entonces desde las profundidades, muy por encima de los 10 metros que permitían las bombas de aspiración. Y así, en 1962, el NO-DO recogía un reportaje sobre la captación de aguas subterráneas en los Llanos de Albacete. En la obra, declarada de interés nacional, se construyeron pozos que captaban agua a unos 120 metros de profundidad con un caudal de más de 1.000 litros por segundo para el riego de unas 2.000 hectáreas. Estamos hablando del acuífero de la Mancha Oriental, uno de los acuíferos de mayor superficie de España y que ha servido de motor económico y de fijador de población en una zona que, de no ser por este acuífero, podía haber pasado a formar parte de la llamada «España vaciada».
De la explotación intensiva al secado
La puesta en regadío con agua subterránea de aquellas 2.000 hectáreas fue el inicio de un importante desarrollo en la zona, que recibió gran repercusión en la prensa escrita con titulares como «Albacete tiene en su subsuelo un auténtico océano de agua» (Pueblo, 5 de junio de 1974), «La provincia de Albacete cuenta con unas reservas superiores a cinco mil millones de metros cúbicos» (ABC, 15 de junio de 1973), «Riqueza acuífera del subsuelo de Albacete» (Ya, 5 de agosto de 1973). Esta riqueza hídrica en el subsuelo impulsó la proliferación de pozos y la puesta en regadío de terrenos hasta entonces improductivos. Como consecuencia, el acuífero de la Mancha Oriental empezó a experimentar un paulatino descenso en los niveles de los pozos. Un análisis de la evolución temporal de la profundidad desde la que era necesario bombear el agua subterránea mostraba un progresivo aumento de la profundidad de los pozos en todos los piezómetros. Y las alarmas saltaron cuando durante la sequía de 1990-1994, por primera vez en su historia, el río Júcar, por debajo del embalse de Alarcón, se secó.
Como ya hemos comentado, los ríos llevan agua en verano, cuando no llueve, porque se la aportan los acuíferos, pero, para que esto ocurra, los niveles en los acuíferos deben estar por encima de la cota de la lámina de agua en el río. Los acuíferos no dejan de ser embalses subterráneos, que se van llenando por acumulación de agua sobre un sustrato impermeable. Cuando el agua se acumula y el nivel en el embalse subterráneo está por encima del río, el acuífero «desborda» y desagua en el río. Pero si estos niveles se quedan por debajo del cauce del río, en toda su longitud, ese desagüe no puede producirse.
El acuífero de la Mancha Oriental tiene una superficie de 7.260 km² y es uno de los mayores acuíferos carbonatados de Europa. Su práctica totalidad está en la llanura manchega y solo lo corta el río Júcar, que atraviesa el sistema de noroeste a este. El sistema está formado por tres unidades acuíferas separadas por estratos menos permeables, con volúmenes que varían entre los 50 y los 400 metros, y transmisividades entre 1.200 y 10.000 m² por día (magnitudes que justifican los titulares de los periódicos antes mencionados). Sin embargo, la existencia de ese gran embalse subterráneo, con propiedades físicas que favorecen su explotación, no significa que esta sea descontrolada.
En este punto, es importante distinguir entre las reservas totales de un acuífero (o de un embalse en un sentido más amplio) y las reservas renovables del mismo. Las reservas totales son las que justifican el título de este artículo: representan la cantidad de agua que podría extraerse de un acuífero hasta vaciarlo por completo y no son infinitas. Las renovables, en cambio, son las que aseguran la sostenibilidad de la explotación de un acuífero, ya que representan la cantidad de agua que puede extraerse de un acuífero sin afectar al volumen total embalsado y que, como promedio, equivalen a la cantidad neta de agua que entra en el acuífero –que es la que entra por infiltración de agua de lluvia, retorno de riego, recarga desde un río u otros mecanismos–, menos la cantidad que sale por bombeos, descarga a ríos u otros. Si somos capaces de explotar un acuífero asegurando que la media interanual de extracciones iguala la media de entradas netas en el acuífero, entonces sí que podríamos decir que el agua subterránea es infinita (como creían algunos sabios de la antigüedad) en un sentido figurado, ya que el acuífero serviría como embalse regulador, aportando agua en períodos de sequía y recargándose en períodos húmedos sin que su volumen medio menguase en el largo plazo ni sus niveles descendieran de manera constante en el tiempo.
A mediados de los sesenta, los estudios hidrogeológicos iniciales evaluaron los recursos renovables del acuífero de la Mancha Oriental en 350 hm³ al año, que posteriormente se revisaron a la baja hasta los 320. Esta información, unida a la aparición de las bombas sumergibles, el bajo coste de la electricidad y el precio relativamente alto de algunos cultivos, como el maíz, indujo la construcción de numerosos pozos particulares y la transformación de grandes superficies en cultivos de regadío, sin que hubiera suficiente control por parte de la autoridad. En 1985 entró en vigor una nueva ley de aguas que declaraba las aguas subterráneas como parte del Dominio Público Hidráulico (al que ya pertenecían las aguas superficiales desde hacía tiempo), pero la falta de personal en la Confederación Hidrográfica del Júcar impidió la supervisión necesaria para asegurar la aplicación de la ley, lo cual dificultó la caracterización, regulación y control de los nuevos pozos. La explotación llegó a alcanzar los 400 hm³ al año, de los que el 98 % eran para regar 100.000 ha, una magnitud incompatible con la cifra de 320 hm³ al año de recursos renovables.
Esta explotación provocó que, durante la sequía de 1990-1994, los niveles del acuífero descendieran tanto que el río Júcar dejó de recibir esa agua que lo había mantenido como cauce de agua perenne durante toda su historia. El funcionamiento del acuífero cambió radicalmente. Si antes descargaba por el río Júcar, ahora lo hacía por los pozos de bombeo. Si antes el río Júcar era un río que recibía agua del acuífero, ahora era el agua del río la que se infiltraba en el acuífero.
Así, el declive continuado de los niveles en el acuífero, debido a la puesta en marcha de cada vez más hectáreas de regadío, y el aumento de los bombeos inducido por la sequía produjeron el secado del río y, de rebote, la reacción de regantes y de la Confederación Hidrográfica, con el objetivo de intentar revertir, o al menos paralizar, la tendencia al vaciado del acuífero de la Mancha Oriental.
Reacciones y propuestas desde la Administración y los regantes
La Junta de Regantes de la Mancha Oriental y la Confederación Hidrográfica del Júcar se dieron cuenta de que era necesario tomar medidas, consensuadas entre los usuarios y la Administración, para intentar revertir la situación. Entre ellas, cabe destacar el compromiso por parte de los regantes de declarar un plan anual de gestión en el que se establecen las superficies de cultivo y sus dotaciones, y cumplirlo, con las consiguientes multas en caso de no hacerlo; la mejora de la eficiencia de los sistemas de riego; el reemplazo con agua superficial de ciertas extracciones subterráneas; la sustitución del abastecimiento de la ciudad de Albacete por agua superficial procedente del embalse de Alarcón aprovechando el canal del trasvase Tajo-Segura, y la compra, por primera vez en España, de derechos de riego en épocas de sequía para reducir las extracciones. Estas acciones han tenido el efecto deseado que, aunque no se ha reflejado en una recuperación de los niveles en el acuífero, sí puede verificarse en una estabilización de los mismos. Durante la última década, el volumen medio extraído en el acuífero de la Mancha Oriental ha sido de unos 300 hm³ al año, más acorde con los recursos renovables estimados. Cabe mencionar que si la sustitución de la extracción de agua subterránea por aportaciones de agua superficial continúa como está previsto y el objetivo marcado por la Confederación Hidrográfica del Júcar de extraer alrededor de 275 hm³ al año se cumple, podríamos asistir a un cambio definitivo en la tendencia de los niveles y su progresiva recuperación.
Merecen ser destacadas otras dos acciones orientadas a la consecución de una explotación sostenible del acuífero de la Mancha Oriental, ambas iniciadas en 2006 y en continua actualización. Ese año, la Confederación Hidrográfica del Júcar entró en contacto con los grupos de hidrogeología de las universidades Politècnica de València y de Castilla-La Mancha para elaborar un modelo numérico del sistema acuífero con el objetivo de estudiar la evolución histórica del acuífero en régimen natural, entender mejor el balance del sistema, predecir la evolución de este –tanto de sus niveles piezométricos como de las descargas en el Júcar– y llevar a cabo un análisis de escenarios ante diferentes situaciones como puedan ser el impacto cambio climático, el reemplazo de pozos con aportaciones superficiales o la compra de derechos de agua. El modelo ha cumplido sus objetivos y se calibra y actualiza anualmente. Ese mismo 2006, también se puso en contacto con el Grupo de Teledetección de la Universidad de Castilla-La Mancha para desarrollar una técnica de evaluación indirecta de las extracciones del acuífero por análisis de imágenes satelitales y el cálculo del índice de vegetación. Esta técnica permite conocer las necesidades hídricas de los cultivos y sirve para extrapolar la cantidad de agua de riego aplicada para conseguir el desarrollo vegetativo deducido por teledetección. Las estimaciones realizadas sirven para cotejar los planes de explotación declarados por los regantes y asegurar que estos se cumplen.
Renovable no significa infinito
Las aguas subterráneas son un recurso renovable, como los bosques o los bancos de peces, pero que sean renovables no significa que sean infinitos. Todo recurso tiene una tasa de renovación, y si esta se sobrepasa de forma sostenida en el tiempo, pasando del uso del recurso a la minería de este, el recurso puede agotarse y finalmente desaparecer. Los acuíferos son sistemas dinámicos: tienen una cierta capacidad de almacenamiento, unas entradas y unas salidas. Si las salidas aumentan por una explotación descontrolada y superan las entradas durante un período prolongado de tiempo, la diferencia entre salidas y entradas solo puede provenir del almacenamiento del acuífero. Un desequilibrio continuado comportaría el agotamiento del agua almacenada y el acuífero dejaría de funcionar como elemento regulador que aporta agua en tiempo de sequía y almacenamiento en los períodos húmedos.
El acuífero de la Mancha Oriental es un ejemplo de un acuífero en el que durante demasiado tiempo las extracciones superaron las entradas, lo cual ha provocado un descenso continuado de sus niveles. El reconocimiento por parte de regantes y Administración de que la situación era insostenible ha dado pie a una colaboración entre todas las partes y la aceptación de una serie de medidas orientadas a frenar el deterioro del acuífero y, esperablemente, su recuperación. Y aunque no hemos contestado a la pregunta sobre cuánta agua hay en el acuífero de la Mancha Oriental, pensamos que hemos dejado claro que sus recursos no son infinitos.