Entrevista a Edward O. Wilson

«La sensibilización aumenta por todo el mundo. Despacio, pero en la dirección correcta»

Autor de obras fundamentales como "Sociobiología" o "Sobre la naturaleza humana"

Edward O. Wilson

A Edward O. Wilson la naturaleza y los seres vivos lo han cautivado desde que era un niño. No puede imaginarse nada más divertido y apasionante que estudiar la inacabable complejidad de cualquiera de los ecosistemas que habitan la Tierra. Hace unos años, cuando aún daba clase en la Universidad de Harvard, recomendaba a sus alumnos salir a pasear por el campus y mirar de vez en cuando el suelo. «Como si fuerais dioses del Olimpo –les decía en tono burlón–, lo cual no puede ser demasiado difícil para los estudiantes de esta universidad.» Les pedía que no se fueran sin ser testigos, por ejemplo, de una batalla entre dos colonias de hormigas. «Un puñado de tierra de cualquiera de los caminos o jardines del campus –decía exultante– incluye más de un millar de especies diferentes».

Hoy, Wilson es profesor emérito en Harvard y conservador honorario en entomología en el Museo de Zoología Comparativa de esta universidad. Y está contento de no tener que dar clases porque necesita tiempo para escribir –ahora más que nunca es esencial que los ciudadanos del mundo entendamos hasta qué punto el destino de los arrecifes de coral y de los bosques tropicales es el destino de todos nosotros– y para impulsar la formidable tarea de defensa de la biodiversidad de dos de las organizaciones que encabeza, Conservation International y Nature Conservancy.

Su libro Sociobiology marcó un hito indiscutible en el pensamiento evolucionista. A pesar de que en muchos aspectos es un libro técnico, es al mismo tiempo una obra de bastante fácil lectura. Igual que el Origen de las especies de Charles Darwin, es un libro accesible a un amplio espectro de lectores…
Me gusta que lo vea así. [Y sonríe satisfecho.]

«Se dijo que cualquier idea que hiciera alusión a una biología de la naturaleza humana fomentaría ideas racistas o sexistas. Pero esto, sencillamente, no sucedió»

Usted compagina, desde sus inicios, la ciencia con la divulgación…
Eso es verdad solamente en parte. De hecho, me dediqué casi exclusivamente a la investigación hasta que escribí Sociobiology, y por entonces ya tenía 46 años. Mientras escribía Sociobiology me percaté de que lo debía hacer interesante y comprensible para científicos de campos muy diversos, incluso para científicos sociales y especialistas en humanidades. Por eso me concentré en lo que se podría llamar una exposición divulgativa de los hechos, lenguaje y ejemplos con ilustraciones, es decir, fotos, dibujos y otras cosas por el estilo, que se pudieran entender como una especie de lingua franca.
Fue después, cuando escribía On human nature, que decidí hacer un libro para un amplio espectro de lectores. Lo consideré necesario por la polémica que Sociobiology levantaba entonces. Se discutía a menudo en los medios de comunicación, y con tanta confusión de ideas y puntos de vista que pensé que debía dirigirme a un público muy amplio para tratar los aspectos humanos de la sociobiología. Porque debo añadir que la sección de Sociobiology que hablaba de los animales, o sea, el noventa por ciento del libro, nunca levantó ninguna polémica. A la comunidad científica le encantó. Fue cuando hablé de los seres humanos que me vi envuelto en un lío político y teórico. On Human nature ganó el premio Pullitzer, y eso me animó a escribir más libros para un público variado. Sin embargo, en general, debo decir que no lo hago a menudo. La mayoría de lo que escribo, tanto libros como artículos, va dirigido a científicos.

Durante un tiempo esta obra fue prohibida en los estados socialistas, especialmente en la URSS.
Sí, lo sé, y puedo entender por qué.

«Tengo la esperanza de que ganaremos la carrera que se ha establecido, por una parte, entre la destrucción irreflexiva de hábitats del mundo y, por otra, la sensibilización y voluntad crecientes de hacer alguna cosa»

Quizá las ideas que divulgaba eran demasiado claras, y preconizaban una visión del hombre y de la naturaleza en exceso egoísta…
En absoluto. Creo que muchos teóricos de los estados socialistas se manifestaron en contra de mi libro porque contradecía la idea marxista, o mejor dicho, neomarxista, que dominaba especialmente en la Unión Soviética, pero también en otros países socialistas, que decía que el cerebro humano es una página en blanco, que es completamente maleable y que no hay tal naturaleza humana. Durante décadas, la creencia central del socialismo ha sido que existe una organización política y social mejor –la adoptada por el estado socialista, claro–, y que era necesario que las personas se adaptaran a ella. La perspectiva de la sociobiología apunta a una idea completamente diferente. Antes que nada, la naturaleza humana es una cosa que sí que existe, cuyos orígenes se remontan a la historia genética humana profunda, y que las sociedades deben adaptarse a la naturaleza humana y no la naturaleza humana a las sociedades. En aquellos momentos se dijo que cualquier idea que hiciera alusión a una biología de la naturaleza humana fomentaría ideas racistas o sexistas. Comentarios así se escucharon a menudo aquí, y también en Europa. Pero eso, sencillamente, no sucedió. Aunque Sociobiology se convirtió en un libro bastante famoso, casi nunca fue utilizado para apoyar actitudes racistas o sexistas.

El otro gran divulgador de Estados Unidos ha sido Stephen Jay Gould (que desgraciadamente murió el año pasado). Y es muy curioso que además ha sido un teórico de la evolución en muchos aspectos enfrentado con usted. ¿Qué es lo que los une y qué los separa?
Gould tiene ideas que se alejan de las de casi todos los que trabajamos en el campo de la biología evolutiva. Y yo estoy de acuerdo con un genético británico que dijo que el problema de Gould es que simplemente estaba confundido. Su trabajo, diría yo, tiene valor tan sólo desde el punto de vista divulgativo. Como científico nunca ha hecho ninguna contribución verdaderamente original y sustentada con pruebas. Esto es un juicio muy duro, lo sé, pero creo que lo compartimos muchos científicos.

La sociobiología tiene muchos adeptos, pero también tiene desaforados contrarios, como el genético R. Lewontin.
Sí, él y Gould han sido los dos grandes oponentes. Pero tenga en cuenta que los dos eran marxistas. También era gente muy abierta, muy honesta, y su oposición –ellos lo reconocieron– era política, fundamentalmente de carácter político.

¿Cree que quizá algunos planteamientos de algunos de sus discípulos han sido demasiado sensacionalistas? Pienso en la obra de Richard Dawkins (The Blind Watchmaker, The selfish gene…)
Supongo que algunos de los libros sobre sociobiología de carácter divulgativo han sido sensacionalistas. Algunos de los autores se han dedicado sólo a especular, a especular con la intención de provocar. Pero la mayor parte de lo que se ha hecho, y sobre todo en el caso de Dawkins, es de calidad… Creo que Dawkins ha sido una figura polémica por su defensa del ateísmo, por escribir estos últimos años en contra de la religión… Pero sus trabajos sobre sociobiología son muy buenos.

¿Qué otros divulgadores le resultan de interés?
Me gustan mucho los filósofos americanos Ruse y Dennett. Los dos son famosos por sus escritos sobre la relación entre biología y la mente humana, la religión y otras cuestiones filosóficas, y sus libros están dirigidos a un abanico amplio de lectores. También me gusta el autor de Blank Slate, Steven Pinker, que ha escrito libros divulgativos que defienden correctamente el enfoque de la sociobiología, y que están muy bien escritos y son muy coherentes.

© T. Poschmam

Usted es entomólogo, especialista taxónomo en hormigas. En su biografía El naturalista, explica que al principio le gustaban los pájaros, pero que pescando tuvo un accidente…
Sí, cuando era un chaval y me quedé ciego de este ojo.

Y fue entonces cuando se decidió por las hormigas y dejó de lado los pájaros…
Sí, porque puedo escuchar perfectamente a los pájaros. Y en conjunto tengo una visión excelente, pero no calculo bien las distancias. Así que no soy bueno a la hora de observar los pájaros. Lo descubrí de muy joven y entonces me decidí por las hormigas.

¿Cree usted que para divulgar bien algún campo de la ciencia hay que ser primero un buen especialista?
Sí que lo creo. Está claro que tenemos autores excelentes que escriben sobre temas científicos y que son fundamentalmente periodistas. Lo sé por mi experiencia como escritor de artículos de carácter divulgativo. Pero si uno quiere ser original y ejercer un dominio completo de la materia de que trata, entonces hay que tener una carrera científica detrás o al menos cierta formación científica.

Su libro The diversity of life es una espeluznante llamada en favor de la protección de la biodiversidad. También lo es su último libro The future of life. ¿Cree que la gente es aún inconsciente (le falta información) sobre la situación de la biodiversidad? ¿Que el problema es la falta de divulgación?
Creo que sí. Pienso que buena parte del problema es que la pérdida de biodiversidad es algo difícil de entender, en comparación con otros problemas ambientales importantes. La gente comprende rápidamente qué es la contaminación, entiende en seguida qué es el calentamiento global y el agujero de la capa de ozono en la estratosfera, pero no capta fácilmente lo que significa para ellos la extinción de especies y ecosistemas. El americano medio, y sospecho que muchos europeos y gente educada, en general, han leído sobre la continua extinción de un gran número de especies, sobre todo en los bosques tropicales y en los arrecifes de coral, pero no llegan a ver la conexión entre eso y sus vidas.

«Podemos avanzar mucho en el campo de la protección de la biodiversidad con los recursos que ya tenemos y con un cambio suficiente en cuanto a voluntad y prioridades»

Entonces es un problema de ignorancia…
Sí, de ignorancia y de relacionar el problema con nuestra vida diaria. Sin embargo, en general, la preocupación por lo que la gente llama, en el ámbito de la religión, la creación, es decir, el conjunto de la vida sobre la Tierra, comienza a aumentar. La sensibilización aumenta por todo el mundo. Despacio, pero en la dirección correcta. La gente se muestra cada día más interesada en la biodiversidad y la protección de la naturaleza, no menos interesada. Pero no sé por qué exactamente, es tan difícil explicarlo y hacer que la gente se preocupe. Aunque pienso que tarde o temprano conseguiremos lo que se llama un punto de inflexión, entonces los esfuerzos por conservar la biodiversidad por todo el mundo aumentarán rápidamente. En estos momentos hay algunos signos positivos. Por ejemplo, los éxitos de las organizaciones más importantes de conservación de la naturaleza y de algunos gobiernos de países en vías de desarrollo de África, Sudamérica y Asia a la hora de establecer nuevos espacios protegidos basandose en el interés de la población por la protección de especies y ecosistemas. Así, pues, tengo la esperanza de que ganaremos la carrera. Esta carrera es, por una parte, entre la destrucción irreflexiva de hábitats del mundo –en este momento muchos bosques del sudeste asiático están siendo destruidos– y, por otra, una sensibilización y voluntad crecientes de hacer alguna cosa. Y aquí llegamos a un área donde divulgar es muy importante, y ésta ha sido la principal motivación para escribir The diversity of life y The future of life, que son libros sobre la importancia de la biodiversidad y la protección de la naturaleza dirigidos a un público lo más amplio posible.

Entonces, una vez la gente entienda cuál es la situación real, se producirá automáticamente una reacción constructiva entre los ciudadanos.
Pienso que sí. En las sociedades democráticas, cuando un porcentaje suficiente de población se preocupa bastante, entonces el efecto de su preocupación e interés se filtra hacia arriba, hacia los niveles de diseño de políticas, planificación y decisión. Hace tres años, un grupo de biólogos y economistas patrocinados por Conservation International estimaron cuánto costaría salvar la mayoría de las formas de vida del planeta, y concluyeron que si nos concentramos en los 25 lugares del mundo con el mayor número de especies en peligro de extinción –estos lugares tienen una extensión de 1,4% de la superficie de la tierra, sin contar las masas de agua–, si nos concentramos en estos puntos, y protegemos estas áreas naturales, y no dejamos de lado las áreas salvajes centrales de la Amazonia, Congo y Nueva Guinea –que son las últimas localizaciones de los bosques tropicales más importantes–, salvar todo esto, que contiene más de la mitad de todas las especies conocidas de plantas y animales del mundo, requeriría una inversión de 28.000 millones de dólares. Eso es todo.
¡Y eso lo podemos hacer! El Congreso de los Estados Unidos aprobó hace nada 89.000 millones solamente para la reconstrucción de Irak. Eso es más del doble de lo que se necesitaría para salvar la mayor parte de los organismos vivos que habitan el suelo del mundo entero. Yo creo que podemos apañárnoslas para hacer esto. Por eso pienso que no es preciso ninguna gran revolución en el pensamiento humano, o una transformación total de nuestros valores morales. Muchos filósofos y ecologistas creen que debemos cambiar nuestros sistemas éticos, que debemos cambiar la manera de mirar el mundo. Bien, sí, necesitamos hacer algunos cambios, pero no es preciso un cambio revolucionario. Podemos avanzar mucho en el campo de la protección de la biodiversidad con los recursos que ya tenemos y con un cambio suficiente en cuanto a voluntad y prioridades.

¿Entonces, cree de veras que, como dice en The future of life, las personas lograremos salvar la biodiversidad?
Sí, creo que sí. Soy muy optimista… Pero escuche, cada vez que comienzo a sentirme algo más optimista, entonces un país u otro, incluido el mío, hace una cosa tan estúpida que la fe que tengo en la posibilidad de una solución racional a problemas como los que nos plantea la protección de la naturaleza tiembla.

© T. Poschmam

La editora de la sección científica del New York Times comentó hace poco que uno de los obstáculos para llevar a cabo una buena divulgación científica es que a los científicos les gusta especular y fijarse en las áreas que aún no están claras de su investigación, mientras que a los lectores les gustan los hechos. ¿Qué otros obstáculos hacen difícil la comunicación entre los científicos y el público?
Antes que nada, yo creo que el público quiere las dos cosas. El público quiere hechos, tan pronto como nosotros los averigüemos –nuevos descubrimientos de los cuales estemos razonablemente seguros–, pero también quiere aventura. Los científicos viven de la aventura [y sonríe abiertamente]. Los buenos científicos son exploradores y aventureros, y la plata y el oro de la ciencia son los nuevos descubrimientos. Uno se convierte en un científico de éxito cuando hace un descubrimiento original. Y la búsqueda de nuevos fenómenos es lo que mantiene a los mejores científicos en la frontera del conocimiento. Y por eso los mejores científicos especulan. Pero no es una especulación vana. Al menos no lo es si de verdad estimula nuevas maneras de pensar, nuevos experimentos y otras formas de exploración para determinar qué es cierto y qué no lo es. Entiendo que entonces el público piense que los científicos nos pasamos la vida haciendo suposiciones.
¡Pero hay tanta faena científica detrás de esto! Hay todo un cuerpo inmenso de conocimiento, robusto, probado, verificado. El conocimiento científico se ha duplicado cada cincuenta años desde mediados del siglo XVII. Por eso contamos hoy en día con un cuerpo científico y técnico tan impresionante. Y esto es un triunfo, fundamentalmente, de la civilización occidental. Hay mucho detrás. A los científicos no nos gusta gastar mucho tiempo hablando de lo que ya se sabe, porque esto no forma parte del ámbito de los nuevos descubrimientos. Pero al público yo creo que le interesa todo, lo que ya se sabe y compartir con nosotros estos viajes de exploración.

¿Y no cree usted que a los científicos les gusta hablar de una manera algo críptica?
No. Bien, déjeme decírselo de esta manera: a los científicos malos los gusta hablar con lenguaje críptico. Los buenos científicos prefieren hablar con términos llanos y hacerse entender. Creo que fue Lord Rutherford, un gran físico de hace cien años, quien dijo que todo lo que no puedas explicarle a tu barman en diez minutos probablemente no merece ser explicado. Así mismo, los científicos cuando hablan entre ellos necesitan ser precisos. Y el inglés común, el catalán común, o cualquier otra lengua, no incluye suficiente vocabulario para expresarse de una manera precisa. Es como cuando usted va a la farmacia o cuando el médico le escribe una receta, entonces hay que ser exacto.
Así mismo, un buen artículo científico ha de tener elementos de las dos clases: una parte técnica, que aparece, digamos, cuando uno explica la metodología y los resultados, en medio del artículo; pero también está la introducción y la discusión. Y ahí es donde se puede hacer divulgación, si podemos decirlo así. No para todos, pero sí para un público no muy estricto.

Entonces, para ser un buen comunicador, hay que ser primero un buen científico.
Desde luego. Pero para ser un buen comunicador, uno también ha de tener cierta habilidad con el lenguaje. Y muchos científicos, lo admito, no son muy buenos a la hora de escribir y expresarse.

¿Cree que un científico tiene la obligación de divulgar su investigación?
No en todas las áreas, pero sí en muchas.

¿Por ejemplo?
Pues, aquellas que son más importantes para las personas. Por ejemplo, si un científico se dedica al estudio de la química de la sangre de los reptiles de Sudamérica, quizá no se sienta obligado a explicar, ni crea que se espere de él eso, sus resultados al gran público. Sus conclusiones pueden perfectamente ser muy importantes para entender la evolución de la fisiología de los reptiles, pero para esta persona no es ni mucho menos tan importante comunicar sus hallazgos como para alguien que trabaja en biomedicina, digamos, en la genética de las enfermedades humanas, o en las causas moleculares básicas del cáncer, o en la estabilidad de los ecosistemas.
Aunque también es importante para los astrónomos y los físicos explicar qué hay fuera, qué es el cosmos, porque la gente está fascinada con el universo y las estrellas. Y tenemos excelentes científicos y escritores, como Hawkins, que hacen esto muy bien.

Cada día nos enfrentamos más a problemas ecológicos que tienen un carácter global. ¿Cómo reacciona el movimiento de defensa de la biodiversidad ante este cambio?
Durante los últimos veinte años, el movimiento ecologista ha pasado de ser fundamentalmente local a tener un carácter global. Esto es extraordinariamente importante, especialmente porque significa que hay un reconocimiento general que buena parte del daño que hacemos al resto de las formas vivas de la Tierra deriva de actividades que tienen efectos globales: contaminación global, calentamiento global, cambios globales de los mercados con consecuencias profundas en la tala de bosques y la destrucción de hábitats… Sin embargo, además, es necesario que sea global porque la mayor parte de plantas y animales que conocemos se encuentran en países tropicales en vías de desarrollo, y la defensa de la protección de la naturaleza debe tener en cuenta la economía y las políticas sociales de estos países donde vive el 80 por ciento de la población mundial y donde se produce la mayor parte del crecimiento demográfico. Un ecologista en el estado de Nueva York, o en Bélgica, que hasta ahora se había dedicado a proteger las áreas naturales de su entorno inmediato, ahora está obligado a pensar de manera global y a fijarse en la política de los países industrializados que afecta a los países en desarrollo, sobre todo cuando éstas conllevan una amenaza para las áreas naturales de estos países.

Y hoy en día, ¿qué temas son los que más le interesan? ¿A qué se dedica últimamente?
Ahora mismo escribo un libro, dirigido a un público científico de todo tipo, que trata del origen de la vida social de los insectos. Está basado fundamentalmente en la idea del superorganismo, y es una reevaluación de la teoría del origen del comportamiento social y un examen de lo que hemos aprendido sobre los insectos sociales –las hormigas, las abejas, las termitas…– en los últimos quince años, desde que Hölldobler y yo escribimos una extensa monografía sobre las hormigas. Resume la mayor parte de este conocimiento.
Y también estoy envuelto en un proyecto que me tiene robado el corazón, que trata de la biodiversidad de las hormigas en las Antillas. Hace poco completé un estudio pormenorizado sobre las especies de hormigas del género PheidolePheidole in the New World–, y ahora estudio las hormigas de las Antillas, haciendo trabajo de campo, explorando las islas… Hacer ciencia es muy divertido [y ríe de buena gana].

«Un ecologista en el estado de Nueva York, o en Bélgica, que hasta ahora se había dedicado a proteger las áreas naturales de su entorno inmediato, ahora está obligado a pensar de manera global y a fijarse en la política de los países industrializados que afecta a los países en desarrollo»

O sea, que se dedica a la ciencia también en su tiempo libre.
¡Yo no necesito tiempo libre! A parte de para la familia, lo que hago en el mundo de la ciencia es tan divertido… que es esparcimiento. Ahora acabo de venir de Panamá, de una conferencia, y he aprovechado para visitar la selva tropical de Panamá. Esto es esparcimiento. Es ciencia, pero es también esparcimiento, y del bueno. No puedo imaginarme nada más apetecible.

Me han dicho que la gente le pregunta continuamente qué podemos aprender los humanos de las hormigas, y que usted contesta sistemáticamente que «nada de nada». ¿Cómo es eso? La hormiga no era aquel insecto que trabajaba tanto durante todo el año y el invierno no le sorprendía…
Desde un punto de vista moral, o social, mejor no aprender nada de las hormigas [y vuelve a reír]. Las hormigas son, mayoritariamente, muy armoniosas dentro de la colonia. Pero las colonias están siempre en guerra las unas con las otras. Las hormigas, a escala de colonia, colonia contra colonia, son las criaturas más agresivas de todos los seres vivos que pueblan la Tierra, incluido el ser humano. Si las hormigas tuvieran armas de destrucción masiva, el mundo se habría acabado en una semana.

Antes de irnos nos muestra las hormigas que guarda en el laboratorio de Zoología Comparativa. Son cajones y cajones de bandejas, cubiertas por una superficie de vidrio, que muestran hormigas diminutas –o partes de su cuerpo– clavadas con una aguja en un fondo blanco inmaculado. Una etiqueta al lado de la hormiga indica el nombre científico. Poner nombre a las especies que ha descubierto ha sido uno de los placeres más grandes de su vida. De las 624 especies que recoge su libro sobre el género Pheidole, 337 son nuevas para la ciencia. Es su contribución a la cruzada de Carolus Linnaeus, el botánico sueco que estableció en el siglo XVIII la nomenclatura para la clasificación sistemática de los organismos vivos. Wilson pone nombres que supone que los antiguos habrían escogido. Nombres coherentes, explicativos y que permanecerán para la posteridad.

Le señalo encima del cristal la hormiga que lleva una etiqueta con el nombre Pheidole terribilis. «Le he puesto terribilis –me explica– porque es extremadamente agresiva. Es una soldado despiadada, tiene unos pinzas muy fuertes y un cráneo poderoso, con facilidad espantosa puede reducir al adversario a una pila de miembros mutilados», y se queda mirándola con curiosidad.

© Mètode 2004 - 41. Disponible solo en versión digital. Ciencia animada - Primavera 2004

Departamento de Ciencias de la Tierra, Atmosféricas y planetarias, Instituto Tecnológico de Massachusetts, MIT (Boston).