«Cuestión de sexos», de Cordelia Fine

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Cuestión de sexos
Ni las mujeres son de Venus ni los hombres de Marte: cómo nuestras mentes, la sociedad y el neuroseximo crean la diferencia
Cordelia Fine
Traducción de Juan Castilla Plaza.
Roca. Barcelona, 2011. 400 páginas.

El debate sobre si las diferencias de género son sociales o biológicas no es nuevo. Pero los argumentos han ido evolucionando al mismo tiempo que la ciencia y la sociedad. Si en el pasado la inferioridad intelectual de la mujer se justificaba por el ángulo del rostro, y más tarde por la medida del cerebro, ahora son los niveles de testosterona en los circuitos neurálgicos fetales o las diferencias en determinadas estructuras cerebrales las que justifican las supuestas diferentes capacidades (ya no se habla de nivel de inteligencia) entre hombres y mujeres.

La respuesta a por qué las niñas prefieren las muñecas y los niños los camiones puede estar en nuestro cerebro. Y también el hecho de que las mujeres sean más comunicativas, empáticas e intuitivas, y los hombres ambiciosos, dotados para las ciencias e incapaces de comprender los sentimientos ajenos. Como consecuencia, las mujeres quizá tienen menos tendencia a dedicarse a disciplinas científicas, mientras que eligen profesiones donde desarrollar sus aptitudes, determinadas por su cerebro femenino: enfermeras, maestras o trabajadoras sociales.

En resumen, los viejos estereotipos, pero con nuevos argumentos. Y eso es lo que la psicóloga Cordelia Fine llama «neurosexismo» en su libro Cuestión de sexos. Una nueva corriente que parece haber desplazado las teorías sobre los condicionantes sociales y educativos por lo que respecta a las diferencias de género, y que ha puesto la estructura de nuestro cerebro en el centro del debate.

Algunos de los autores que han contribuido a la difusión del neurosexismo, con gran eco mediático, son Louann Brizendine, autora de El cerebro femenino, o Simon Baron Cohen, con su libro La gran diferencia. En Cuestión de sexos, la autora analiza los trabajos de estos autores y otros divulgadores, así como estudios científicos que profundizan en estas tesis, presentando investigaciones que demuestran justo lo contrario, explicando las carencias de la neurociencia todavía en determinados aspectos o exponiendo los errores de método que tienen algunos de estos estudios.

Es interesante ver que el hecho de tener que identificarnos como mujeres o hombres en la casilla de cualquier cuestionario ya nos condiciona. El libro incide en investigaciones de este tipo, que muestran como el hecho de resaltar los estereotipos femeninos antes de unas pruebas puede condicionar los resultados y hacer que tanto hombres como mujeres reaccionen de la manera que se espera según su sexo. Sin estos condicionantes previos, diversos estudios no encontraron diferencias significativas entre hombres y mujeres, relativas a matemáticas, videojuegos, capacidad espacial, comunicativa o empática.

Un libro que, a pesar de contener algunos pasajes un tanto repetitivos al incidir en la misma idea a lo largo de diferentes capítulos, resulta interesante y recomendable, y por lo menos nos hará analizar con más atención a nuestro interlocutor la próxima vez que oigamos decir que nuestros cerebros marcan la diferencia.

© Mètode 2011 - 71. La cara del dolor - Número 71. Otoño 2011