La Revolución francesa dejó dos grandes aportaciones a la humanidad: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y el sistema métrico decimal. Los autores del libro que nos ocupa, todos ellos docentes, destacan esta idea expresada por el autor del prólogo, Antonio Ten, historiador de la ciencia y referente imprescindible en metrología histórica.
Antes de un sistema unificado de pesos y medidas, la situación era, como se titula el primer capítulo, «un monstruo de mil cabezas». Las unidades de medida no solo eran diversas sino que, incluso con el mismo nombre, podían presentar valores diferentes (aquí pasaba, por ejemplo, con la vara o el pie de Valencia y de Alicante). Esta disparidad dificultaba el comercio y propiciaba errores y engaños en las transacciones.
En 1791, la Academia de Ciencias de París, por encargo de la Asamblea Nacional Francesa, decidió el diseño de un nuevo patrón único que tenía que basarse en la naturaleza. El metro se definiría a partir de la diezmillonésima parte del meridiano de París comprendido entre Dunkerque y Barcelona y se adoptaría la numeración decimal.
Esta misión se encargó a dos de los astrónomos más destacados del momento, Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre François André Méchain: el primero mediría la parte norte del arco y el segundo la parte sur. Las medidas, sin embargo, fueron dificultosas y el contexto de guerra complicó las tareas previstas. Finalmente, en 1799 se presentarían los nuevos patrones. El entonces primer cónsul de la República, Napoleón Bonaparte, anunció que esta sería una gesta que permanecería para siempre, para todos los pueblos y para todos los tiempos.
Para validar los resultados obtenidos, se puso en marcha una segunda misión en la que se mediría la prolongación del meridiano por el sur hasta las islas Baleares. Así, en 1802, se encargó la nueva expedición a Méchain, quien, después de pensar en varias opciones, estableció que las medidas llegaran hasta el triángulo formado por el Desert de les Palmes, Cullera –o el Montgó, si surgían dificultades de visibilidad (como así fue)– e Ibiza. Desgraciadamente, Méchain enfermó y murió en Castelló en 1804 sin poder acabar el trabajo encargado. El trabajo se retomó dos años después con Josep Chaix, Jean-Baptiste Biot, Francesc Aragó y José Rodríguez. Esta última expedición, que se alargó hasta 1808, no estuvo tampoco exenta de dificultades, como bien se narra en este libro, que ilustra con útiles dibujos, mapas y fotografías esta aventura por nuestras tierras. Precisamente esta perspectiva nos permite enmarcar el territorio más próximo con una gran empresa científica como esta.
El libro mantiene a lo largo de los nueve capítulos y el epílogo su carácter divulgativo y didáctico, lo que también se ve en la inclusión de un glosario, una breve semblanza de los protagonistas y tres anexos finales: uno con una cronología, el otro con ejercicios que muestran la dificultad que suponía el reto de medir el meridiano escogido, y un tercero con la equivalencia de las medidas tradicionales valencianas con el sistema métrico decimal. Unos valores con aspiración a universales, que sirvieran para todos y para todos los tiempos.