«Homo Deus», de Yuval Noah Harari
El fascinante futuro de la humanidad
Cuando Carlos Linneo denominó Homo sapiens a nuestra especie y la situó en el Systema naturae entre los Antropomorpha, junto a gorilas y simios, se levantó un gran revuelo. Para las mentalidades de la época, el hecho de colocar al hombre entre los primates parecía una procacidad, porque la Biblia señalaba que este había sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Para Linneo, lo que nos separaba de los primates era la inteligencia, además de la nobleza. En la descripción de la especie, tan solo consignó: «Nosce te ipsum», en un elegante y hábil ejercicio de contención. Si quieres saber de ti, estúdiate.
Linneo puso nombre a nuestra especie, y esta sabiduría ha sido cuestionada por unos y otros, como si no fuera del todo el rasgo que más nos distingue. El filósofo Henri Bergson acuñó el término Homo faber, pues a su juicio lo que nos caracteriza es el deseo de fabricar utensilios, y años más tarde el historiador Johan Huizinga habló de Homo ludens, pues, según él, lo que es consustancial a nuestra especie es el juego. En definitiva, el hombre quizá es una mezcla de estos tres impulsos: una inteligencia preclara, una disposición natural a inventar y un anhelo incontenible por combatir con juegos y pasatiempos el tedio de la existencia.
Ahora el historiador Yuval Noah Harari ha acuñado el término Homo deus para referirse al hombre del futuro. Su libro Homo Deus. Breve historia del mañana se ha convertido en un auténtico best-seller, y con motivo: se trata de una crónica, tan deslumbrante como interesante, de cómo será el futuro de la humanidad. Y así Harari nos avanza: «El tecnohumanismo acepta que el Homo sapiens tal como lo conocemos ha concluido su curso histórico y ya no es relevante en el futuro.» El autor explica que, poco a poco, la robotización (los algoritmos informáticos), impulsada por las grandes compañías informáticas y por el neoliberalismo económico, irá desplazando a la humanidad, y que la mano de obra no cualificada será sustituida en su mayor parte por máquinas preparadas. Harari advierte de que la única manera de poder resistir el embate de las máquinas inteligentes será «utilizando la tecnología para crear el Homo deus: un modelo humano muy superior, que conserva características humanas esenciales, pero también goza de capacidades físicas y mentales mejoradas».
Harari nos explica, con ejemplos muy convincentes, que las máquinas serán mucho más eficientes y seguras que las personas, y cómo el hombre se transformará en un tecnoser. Y escribe: «Hace siete mil años la revolución cognitiva transformó la mente del sapiens y convirtió a un simio africano insignificante en el dirigente del mundo. […] Por lo que sabemos ahora, esta revolución colosal se produjo a partir de unos cambios muy pequeños en el ADN sapiens [ ]. Si es así, dice el tecnohumanismo, quizá algunos cambios más en nuestro genoma […] basten para emprender una segunda revolución cognitiva.» Este escenario puede parecer de ciencia-ficción, además de resultarle a muchos lectores absolutamente pavoroso. Y, sin embargo, Harari calcula que en unos 25 años será una realidad.
Ni que decir tiene que este libro ha sentado mal a los lectores más conservadores y religiosos, que lo han encontrado de un materialismo mezquino y deshumanizado. Que el futuro de la humanidad sea poder conciliar la máquina con la mente humana (en la mente de todos tenemos el cyborg de Terminator) resulta escandaloso. Estos críticos cargan contra Silicon Valley, y contra lo que ellos consideran una nueva religión, el «dataísmo». Sea como sea, seguro que todos estos detractores llevan su smartphone encima y, como demuestra Harari, este sabe ya más sobre sus gustos que los propios interesados. El cambio, pues, parece inevitable, salvo que decidamos prescindir por completo de la tecnología. Y como profetiza Harari: «Los humanos son simples herramientas para crear el internet de todas las cosas, que un día puede salir más allá del planeta Tierra para alcanzar toda la galaxia e incluso el universo.» Una historia verdaderamente fascinante.