«¿Quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí?» de David Reich
Los ancestros que nos habitan
De unos años acá, el relato de quiénes somos, de cómo hemos llegado a ser de este modo, ha empezado a enredarse. Los análisis del ADN antiguo han cambiado en muy poco tiempo la concepción tradicional de la historia de nuestra especie. A cualquiera de nosotros se nos hace difícil imaginar un mundo poblado por varios subgrupos humanos, pero este escenario fue el habitual hasta no hace (relativamente) tanto. El libro de David Reich, catedrático de Genética de Harvard, explica cómo, con las nuevas técnicas de análisis, el ADN antiguo nos está ayudando a reconstruir el puzle del pasado de la humanidad.
El análisis de los primeros genomas antiguos, a partir de 2010, y otros que han venido a continuación, ha aportado evidencias de migraciones y mestizajes que han cambiado la forma de entender la historia humana. Ha permitido conocer ciertos cruces entre neandertales, los humanos modernos que vivían fuera de África y otros grupos arcaicos como los denisovanos en un pasado de mezcla genética, que parece característica de la condición humana. En este contexto, la metáfora del árbol, a pesar de que es una analogía útil para ilustrar las relaciones entre especies, resulta arriesgada –señala el autor– para las poblaciones humanas, puesto que el genoma ha mostrado que se han producido hibridaciones de poblaciones muy divergentes: «En vez de un árbol, tal vez sería mejor emplear como metáfora una enredadera que se ramifica y se vuelve a mezclar en el pasado remoto.»
El propio laboratorio de ADN antiguo que dirige David Reich ha contribuido a muchos de los análisis que narra en el libro. Por lo tanto, se trata de un documento en primera persona de uno de los investigadores más destacados en este campo. Reich se formó con Svante Pääbo, director del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, con quién trabajó en los proyectos del genoma neandertal y denisovano. En 2013 puso en marcha su propio laboratorio en los Estados Unidos y solo cuatro años después, en 2017, había generado los datos de genomas completos de más de 3.000 muestras antiguas. Por si alguien duda de la velocidad a la que avanzan las técnicas de recolección y análisis del ADN humano antiguo.
Pero llegar a esta capacidad de lectura del código humano antiguo no ha sido fácil. David Reich aporta una gran profusión de detalles sobre técnicas, dificultades con los permisos para la obtención de ciertas muestras, la necesidad de diseñar algoritmos para tal cantidad de datos… La historia de la humanidad es bastante más compleja de lo que pensábamos y el autor plantea una narración divulgativa pero sin renunciar a los matices y la documentación (incluye un apartado de referencias por capítulos, otro con notas sobre las ilustraciones y mapas del libro y un índice analítico final).
Después de una detallada introducción, David Reich reconstruye, de manera igualmente minuciosa, lo que se conoce de las poblaciones y de los flujos migratorios que se fueron extendiendo por todos los continentes. La gente que habita en un lugar casi nunca desciende exclusivamente de la gente que vivió en un pasado remoto. Las poblaciones siempre han estado en movimiento y el genoma muestra no solo los mestizajes sino el tiempo en el que ocurrieron, de forma que se pueden seguir las vías migratorias de los diversos grupos. Así, se ha encontrado que las poblaciones europeas actuales provienen de grupos ancestrales de cazadores-recolectores, de los primeros agricultores que llegaron desde Oriente y de los yamnaya, grupos de pastores llegados desde la estepa. Lo mismo ocurre en la India, resultado de mestizajes entre dos poblaciones ancestrales, producto a su vez de mezclas anteriores. Los diversos capítulos de esta parte recorren la genealogía humana en todo el mundo y dejan patente la escasez de datos disponibles para estudiar los últimos 50.000 años en África (en comparación con la riqueza de fuentes que se tienen, por ejemplo, de Eurasia).
En este sentido, en el libro hay una reiteración de la necesidad de entendimiento y de trabajo conjunto entre genetistas, paleontólogos, arqueólogos, historiadores y lingüistas. El objeto de estudio es amplio y complejo, mientras que el conocimiento tiende a ser cada vez más especializado. Los expertos en un campo necesitan cada vez más los expertos locales y otras disciplinas para encontrar las explicaciones más oportunas.
La tercera parte del libro es, seguramente, aquella en la cual el autor adopta un tono de reflexión más personal. Los datos genéticos muestran desigualdades a lo largo de varias épocas y lugares (sociedades estratificadas en grupos altamente endogámicos, relaciones de poder entre hombres de un grupo y mujeres de otro…) y también confirman singularidades genéticas en poblaciones humanas (por ejemplo, el predominio de la anemia falciforme en grupos de ascendencia de África occidental). Sin duda, el análisis del ADN antiguo ha servido para dar respuesta a controversias científicas sobre nuestro pasado. Pero, tal como le preocupa al autor, el hecho de que se hayan presentado diferencias genéticas entre grupos de poblaciones ha sido empleado para reavivar, en ciertos sectores conservadores, el debate sobre las razas y las diferencias biológicas entre estas. A pesar de que Reich deja claro que el concepto de raza no es útil –por ser poco preciso y por la carga que arrastra– y aboga por cambiarlo por el de ascendencia, es consciente de que los datos pueden ser malinterpretados («misused», afirma en su web) y que, como ya ha pasado otras veces, pueden ser esgrimidas por personas y grupos con ideas supremacistas. En un contexto de polarización ideológica, es comprensible que Reich haya querido explicitar su posición personal. De hecho, no duda en desautorizar los argumentos racistas de personas de gran eco mediático, como el escritor y antiguo periodista de The New York Times Nicholas Wade, o del propio James Watson, codescubridor de la estructura del ADN.
David Reich insiste en destacar que no existe ningún grupo «puro», sino que todos estamos conectados a través de una gran cantidad de relaciones que ni podíamos imaginar hace unos pocos años. Todos somos una mezcla resultado de muchas más mezclas anteriores. Quizás sí que estamos hechos, como decía Próspero en La tempestad, de la misma materia que los sueños. Estos, aunque se desvanezcan, siempre se pueden evocar. El material genético que somos mantiene la huella de un pasado, la memoria de un recuerdo más complejo de lo que pensábamos y que todavía no ha acabado de explicar su relato.