Niño, ¡eres clavado a tu abuelo! ¡Tienes la barbilla y la sonrisa de tu madre! Desde que nacemos, todo el mundo intenta encontrarnos parecido con nuestros padres o con familiares más lejanos. Al fin y al cabo, todos tenemos la mitad del ADN de nuestros dos progenitores biológicos, y lo compartimos con el resto de la familia. Por tanto, es lógico pensar que compartiremos con ellos rasgos físicos muy determinados genéticamente. Los humanos somos de memoria corta y solo pensamos en los familiares más cercanos, pero somos lo que somos, y nuestro ADN es un mosaico de nuestros antepasados, formado por fragmentos cuyas raíces se hunden en tiempos olvidados.
La nuestra no es una especie pura (siendo estrictos, ninguna lo es), ya que nuestros antepasados, humanos modernos, cuando migraron hacia Eurasia hace decenas de miles de años, se cruzaron con otros homininos arcaicos, como los neandertales y los denisovanos, que llevaban viviendo allí centenares de miles de años. ¿Cómo? ¿Por qué? El cómo es fácil: varias poblaciones de homininos convivieron en el mismo espacio y tiempo; por tanto, tuvieron descendientes viables en diferentes ocasiones, y de estos humanos híbridos procedemos nosotros también, en diversas proporciones, según nuestras raíces geográficas. Si consideramos las poblaciones actuales de Eurasia, contenemos un 40 % de la diversidad genética de homininos arcaicos, aunque por persona tenemos aproximadamente entre un 2 % y un 8 % de ADN de origen neandertal o denisovano. Entonces, la cuestión no es si somos descendientes de híbridos entre homininos modernos y arcaicos, sino mucho más importante: ¿por qué? ¿Por qué hoy en día, después de más de 45.000 años desde que se extinguieron, todavía encontramos algunos –que no todos– fragmentos de su ADN «sobreviviendo» en nuestro genoma? La respuesta de esta introgresión de genes arcaicos y su persistencia desde hace decenas de miles de años es la selección natural de variantes genéticas que permiten una mejor adaptación al medio o una mejor supervivencia a patógenos específicos.
Entre las regiones introgresadas de denisovanos, por ejemplo, se encuentran genes con variantes genéticas relacionadas con un incremento de la producción de hemoglobina a altitudes elevadas, cosa que permite sobrevivir mejor a la menor concentración de oxígeno y a no sufrir mal de altura (como pasa a los tibetanos, nepalíes o poblaciones nativas andinas). De los neandertales, de los cuales encontramos más fragmentos en las personas de origen genético europeo, se han detectado variantes genéticas relacionadas con ciertas enfermedades autoinmunes o de distribución de la grasa corporal y, más recientemente, con el cronotipo, es decir, la facilidad de habituarse a la vigilia de día o de noche. Todos sabemos que hay gente diurna y gente nocturna, gente que se adapta fácilmente a los cambios horarios y gente muy sensible a los cambios de luz/oscuridad, que sufre mucho de jet lag cuando viaja. La gente que no tiene fácil adaptación a estos cambios que se dan en latitudes alejadas del ecuador, puede desarrollar problemas de salud asociados a las diferentes estaciones del año, como depresión, síntomas de trastorno bipolar, o insomnio.
Las poblaciones humanas que migraron desde las zonas tropicales de África hacia Europa no estaban acostumbradas a unas diferencias circadianas de luz/oscuridad tan grandes entre verano e invierno. Pues bien, con una distribución preferente según latitud, muchos europeos actuales han heredado de sus antepasados neandertales centenares de variantes genéticas en genes que controlan la periodicidad y el ritmo circadiano, de forma que presentan una mayor adaptabilidad a los cambios de luz/oscuridad. Estas variantes están asociadas con el hecho de ser «diurno» y despertarse fácilmente por la mañana en respuesta a la luz del día. Yo, que soy «como las gallinas» y me despierto justo cuando despunta el sol, y me adapto fácilmente a los cambios de horario, probablemente tengo la suerte de tener un antepasado neandertal y haber heredado de este un fragmento de ADN que hoy me hace la vida más fácil. ¡Tengo una raíz hundida en la niebla del pasado!