‘Neandertales’, de Rebecca Wragg Sykes

El nuevo mundo de los neandertales

Neandertales
Rebecca Wragg Sykes
Traducción de Alberto Delgado. Ediciones Planeta. Barcelona, 2021. 470 páginas.

El primer resto de un neandertal fue encontrado en 1856 en la cueva de Feldhofer, en el valle de Neander (Neander-thal, en alemán), topónimo que honraba Joachim Neander (1650-1680). El apellido original del poeta y compositor era Neumann; pero, por la moda de la época, el abuelo adoptó el de Neander. En cualquier caso, el significado de “hombre nuevo” fue premonitorio. Desde aquel momento, estos humanos –diferentes y parecidos a la vez a nosotros– despertaron un interés que todavía perdura. Los primeros dibujos les daban una apariencia próxima a una bestia; a medida que se han ido investigando, la interpretación se ha ido logrando más. La evolución icónica refleja la multiplicación del conocimiento emergente.

A la arqueóloga británica Rebecca Wragg Sykes la vocación le afloró al visitar un yacimiento romano a los catorce años. Poco después, un vídeo del Museo de las Cuevas de Altamira reorientó su pasión hacia el pleistoceno. Averiguar cómo podían vivir los humanos entonces comportaba sumergirse en un tiempo sin registros escritos, todo un reto para la creatividad científica. Dedicó quince años a estudiar los adelantos arqueológicos y paleoantropológicos, y los concentró en un libro de mirada amplia; The New York Times lo ha descrito como «una nueva y completa historia sobre los neandertales, que sintetiza miles de estudios académicos en un único relato accesible». Y lo incluyó entre los cien destacables de 2020.

La diferenciación de los neandertales como grupo tuvo lugar hace entorno a 450.000 años y los últimos especímenes vivieron hace unos 40.000 años. Se han encontrado fósiles desde Inglaterra hasta Gibraltar; desde Portugal, hasta el Próximo Oriente y Deníso­va, en Siberia. En este lugar se mezclaron con denisovanos, otro grupo humano con quien compartían un origen común; se diferenciaron y finalmente se reencontraron. En la amplísima área que ocuparon, se adaptaron a climas y hábitats diversos. El mundo que veían era diferente del nuestro. El cielo por la noche era un poco distinto. En épocas glaciales, el agua secuestrada en las inmensas placas de hielo ampliaba la tierra firme; en periodos interglaciares, encontraban animales tropicales en Europa. Este es uno de los mitos que rompe Wragg: no fueron solo «los hombres de la glaciación».

Otro de los mitos que hace caer es el de los neandertales como rudimentarios cavernícolas que picaban piedras. Estudiar con detalle las herramientas elaboradas ha hecho patente que aprovechaban todos los fragmentos, también los más pequeños. El yacimiento de Levallois, en París, ha permitido reconstruir los procesos mentales a la hora de elegir los bloques de piedra. Conseguir los núcleos apropiados les hacía desplazarse centenares de kilómetros. Ahora bien, ¿cada cuánto los iban a buscar? ¿Se desplazaba un individuo solo o el grupo? ¿Hacían tal vez intercambios entre grupos? Respuestas que quedan pendientes y generan otras cuestiones: ¿eran más robustos que nosotros quizás porque se desplazaban más?

¿Cómo serían los grupos de aprendizaje a la hora de hacer los enseres? Para los jóvenes quizás bastaba la observación y la imitación; a buen seguro que les ayudaría a ver el ángulo de golpe y reconocer el sonido con el que se desprendía una herramienta óptima. Pero la diversidad de herramientas líticas pide una comunicación con cierta complejidad. Ahora bien, ¿podrían evocar el pasado o el futuro? Últimamente han aparecido aspectos simbólicos de la vida neandertal, pero no está claro todavía lo complejo que era su lenguaje.

En la vida de cazadores y recolectores obtenían recursos persiguiendo presas, pescando; recolectaban almejas, vegetales, miel de colmenas. En algunos yacimientos se ha encontrado que hacían vestidos con pieles, que preparaban camas, que les interesaba el arte, que tenían una cultura. Los hallazgos del Abric Romaní, en Capellades (Cataluña) han permitido reconstruir el estilo de vida de las comunidades locales y su relación con el entorno; cómo estructuraban el hábitat, cómo organizaban las tareas cotidianas, cómo usaban el fuego para procesar huesos y cómo controlaban su flujo. Se han encontrado cuerdas y la colección más grande de objetos de madera, que podrían ser para quemar, pero también sin duda restos de estructuras.

La vida neandertal debía de ser dura; algunos fósiles revelan heridas de arma. El deterioro de esqueletos localizados en Shanidar (en el Kurdistán iraquí) o Le Moustier (Francia) indican indudablemente que los grupos cuidaban a los débiles. Y se han descubierto entierros intencionados, como el de La Chapelle-aux-Saints (Francia).

«Últimamente han aparecido aspectos simbólicos de la vida neandertal, pero no está claro todavía lo complejo que era su lenguaje»

Cuando los primeros humanos modernos salieron de África, coincidieron con neandertales y tuvieron descendencia mixta. Entorno del 2 % del genoma de los europeos es de origen neandertal. A su legado genético se atribuyen enfermedades como la diabetes tipo 2 o el lupus, un sistema inmunitario más eficiente, si bien también podría estar detrás de algunos casos graves de coronavirus.

¿Cómo se extinguieron? Los neandertales vivían en grupos pequeños con poca cooperación, lo que hacía decrecer la posibilidad de establecer redes para transmitir la innovación. Por el contrario, la organización social de Homo sapiens también en grupos pequeños pero muy conectados generaba amplias redes de apoyo –no siempre emparentadas– que les permitieron sobrevivir. ¿O tal vez se extinguieron por una crisis climática o por una pandemia? Según Wragg, parece que lo queramos explicar de una manera que no nos haga quedar mal.

© Mètode 2022 - 112. Zonas áridas - Volumen 1 (2022)
Doctora en Biologíaa, redactora freelance (Barcelona).