A quien escribe esto le interesa más bien poco el espiritismo, la güija, los médiums, el horóscopo o la brujería: los sentimientos que me provocan van desde el aburrimiento o la indiferencia hasta la vergüenza ajena. El gran reto del libro de Luis Alfonso Gámez era conseguir interesarme, y ha alcanzado el objetivo con creces. En estas líneas trataré de explicar cómo lo ha hecho.
El peligro de creer no llega de la nada. El autor es un conocido periodista que ya ha publicado libros sobre el tema (La cara oculta del misterio, 2010; Crónicas de Magonia, 2012), ha presentado un programa de televisión (Escépticos, en la ETB) y ha colaborado en otro (Órbita Laika, en La 2 de TVE). Pero más allá de estas credenciales, Gámez es un escéptico militante: socio de Círculo Escéptico, mantiene un blog personal (magonia.com) donde analiza la actualidad de las seudociencias y creencias más inverosímiles. Es todo un experto en el campo paranormal y no solo un observador crítico, con una biblioteca personal gigantesca sobre todo tipo de temas, con cierta predilección por los ovnis, al parecer. El resultado de toda esta experiencia vital es El peligro de creer, un volumen excelentemente editado por Léeme.
El libro atrapa desde la primera página, donde el autor narra su periplo por una representación de una médium (Anne Germain) y cómo le estremece todo lo que ve y escucha, después de pagar unos nada etéreos 80 euros. Aunque tengamos unas ideas generales y preconcebidas sobre el espiritismo y otras prácticas acientíficas, y pensemos que ya no necesitamos saber más, es necesario leer este libro. Las páginas, gracias a la exhaustiva documentación y la profusión de fuentes consultadas, pasan por la trituradora todas las seudociencias que se dan cita en ellas. La estructura, además, ayuda: los capítulos empiezan con una historia que va complicándose, donde la fachada se agrieta casi inmediatamente, y donde antes de concluirla hay otras narraciones sobre temas similares. Las ramificaciones –quizá este es el descubrimiento y el éxito más sobresaliente del libro– no provocan ningún lío, más bien ayudan a tejer un relato minucioso y bien trabado, con una serie de subtramas que refuerzan y oxigenan la trama principal.
Otro soplo de aire fresco al manuscrito es la primera persona a la que Gámez vuelve con asiduidad. Eso nos hace copartícipes de sus aventuras y también tiñe de realidad unas páginas que, por otro lado, podrían quedar –no es el caso– como un tratado impersonal sobre la credulidad humana. Se habla de cosas tangibles, de noticias de periódico que podemos buscar en Google, de casos que nos pueden resultar familiares. Seguro que todos tenemos bien cerca a alguien que lee el horóscopo, ha tomado homeopatía o cree en alguna forma de más allá. Gámez, que es un tipo vehemente y locuaz, admite desde el principio que él ha creído en inteligencias extraterrestres. Nadie nace sabiéndolo todo. Pero creer puede hacer daño, y este es el verdadero hilo que liga y cose desde la primera palabra hasta la última.
«Creer que nuestro destino lo determinan las estrellas, que las vacunas son malas o que podemos comunicarnos con los muertos no es inocuo, ni gratis, ni saludable»
Creer que nuestro destino lo determinan las estrellas, que el agua con azúcar cura el cáncer, que las vacunas son malas o que podemos comunicarnos con los muertos no es inocuo, ni gratis, ni saludable. El autor presenta implacable caso tras caso en que, como mínimo, hay personas que son estafadas por desaprensivos que les dejan las cuentas corrientes peladas y en que, en los peores, ponen en grave riesgo su salud –física y mental– o la de sus familiares. Desde el engaño más o menos inocente (pero económicamente muy rentable) de Kate y Maggie Fox en el siglo xix, hacemos un recorrido ciertamente preocupante por algunas historias que resultan casi imposibles de creer. Otras, en cambio, son historias lejanamente plausibles que, finalmente, acaban por desmontarse como un castillo de cartas, como la comunicación facilitada: a veces ponemos tantas ganas en que suceda algo que lo acabamos viendo, independientemente de la realidad. Y la realidad, como bien dice la cita del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick que encabeza el libro, es aquello que cuando dejas de creer no desaparece.
La realidad también, como dice José A. Pérez Ledo en el prólogo, es más maravillosa que la más increíble de las fabulaciones. No hace falta inventarse propiedades mágicas de las estrellas para admirarlas, ni inventarse medicinas acientíficas con los auténticos milagros científicos y técnicos de hoy en día, ni recurrir a médiums que no sabían ni el nombre de nuestros padres para recordar con estima y recrear (gracias a la bioquímica del cerebro o la tecnología de una cámara fotográfica) aquellos momentos que ya no volverán, pero que ningún extraño conoce ni respeta como nosotros.
«Por norma, si algo no funciona cuando dejas de creer en ello es que no funciona», dice Gámez en el epílogo del libro, donde se aboga por el pensamiento crítico, por la duda, por el cuestionamiento constante. Quizá es más cansado o incómodo que aceptar todo lo que nos dicen sin contrastarlo, pero es sin duda más gratificante y, sobre todo, nos prepara mucho mejor para enfrentarnos al mundo. Y Gámez entiende también que su deber es denunciar aquellas prácticas que hacen del mundo un lugar peor. Porque «cuando alguien suspende el espíritu crítico frente a banalidades como la güija y la telequinesia, es más fácil que también lo haga ante afirmaciones peligrosas, como que el VIH no causa el sida y que las vacunas provocan autismo». La gente como Gámez, en cambio, hace con su lucha que el mundo sea un poco mejor. Pero no me crean porque sí: compruébenlo ustedes leyendo el libro.