Carlos Pau Español (1857-1937) desplegó una ingente actividad botánica desde su Segorbe nativo, donde fue boticario (1886-1937) y donde fue reuniendo un monumental herbario (de bastante más de 80.000 pliegos) y una magnífica biblioteca. Fue un científico de gabinete y, sobre todo, un incansable botánico de campo. A lo largo de cuatro décadas encabezó el principal grupo de investigación de la flora hispánica –con atención especial a los endemismos–, dando continuidad, por una parte, a la obra de H. M. Willkomm y, por otra, a la tarea de F. Loscos y de su grupo. También valoró los paisajes naturales, desde la analítica propia del positivismo, atendiendo a la riqueza florística y a los endemismos. En pocas palabras, desde las afueras del poder, el insigne botánico regeneracionista trató de superar el atraso de la ciencia española a fin de incardinarla en Europa.
La visión romántica del paisaje natural
A medida que avanzaba la segunda mitad del siglo xix, se fue difundiendo en España la visión moderna del paisaje, integradora de explicaciones científicas y de imágenes y descripciones literarias, conciliadora de contenidos objetivos y sentimientos subjetivos. Esta mirada del paisaje –un descubrimiento del romanticismo que alcanzó la expresión más sustancial en la alta montaña– mezclaba cambios de mentalidad, sentimientos estéticos y expresiones del arte, pero también la eclosión de conocimientos naturalísticos. Los difusores más caracterizados de los nuevos valores y sentimientos de la naturaleza y del paisaje fueron la Institución Libre de Enseñanza, la Sociedad Española de Historia Natural, reconocidos naturalistas e ingenieros, promotores de las primeras sociedades excursionistas, autores literarios, pintores, etc.
«Carlos Pau valoró los paisajes naturales, desde la analítica propia del positivismo, atendiendo a la riqueza florística y a los endemismos»
A lo largo de estas décadas, muchos ingenieros y naturalistas –a menudo interconectados con los núcleos literarios, pictóricos y culturales más innovadores– procedieron a hacer el reconocimiento, la cartografía y el inventario del territorio y de sus recursos naturales. Mientras atendían su tarea, muchos de ellos también fueron haciendo una descripción realista del paisaje natural y geográfico. Más allá del estilo o de la calidad literaria o gráfica, sus libros, memorias, mapas o artículos a menudo incluían una visión del paisaje –mediante descripciones, dibujos o fotografías– que también contribuía a dar credibilidad a las salidas al campo. Hoy este material, enormemente disperso y dispar, constituye un valioso corpus cultural sobre el paisaje, crecientemente valorado y que hay que continuar rescatando, evaluando y difundiendo.
En la elaboración de este corpus paisajístico, también hay que mencionar la tarea de los botánicos hispánicos, que, mientras hacían campañas de herborización, inventariaban la flora o establecían las regiones fitogeográficas peninsulares, contribuyeron a promover la estima social por la naturaleza y el paisaje. Igualmente hay que referir la tarea de los Boissier, Lange, Willkomm, etc. Este último desarrolló tres campañas botánicas (1844-46, 1850 y 1873) por la Península Ibérica y Baleares, muy fructíferas para la redacción del Prodomus y otros trabajos florísticos. A lo largo de sus itinerarios, Willkomm también miró y admiró la diversidad, la dinámica y la memoria de los paisajes visitados. En consecuencia, Willkomm –un reconocido botánico positivista– y otros naturalistas europeos también contribuyeron decisivamente a difundir la visión moderna del paisaje, integradora de la ciencia y del sentimiento de la naturaleza.
En síntesis, en el seno de varios campos disciplinarios, se fue manufacturando un corpus de descripciones paisajísticas y se fueron difundiendo imágenes del paisaje que valoraban singularmente los parajes naturales preservados de la codicia humana, la alta montaña de fisonomía alpina y los lugares con referentes identitarios. Obviamente estas valoraciones, junto a las de artistas innovadores y a las de nuevos movimientos ciudadanos, sustentaron las primeras declaraciones de protección de la naturaleza que preservaron valiosos paisajes naturales.
Pau: análisis florístico y contemplación del paisaje
Carlos Pau –un botánico de trayectoria positivista– no explicitó su concepto de paisaje, pero éste puede ir deduciéndose de sus artículos, que a menudo estructuraba en dos apartados. En el primero, más corto, narraba el itinerario e incidencias de las salidas de campo y después, en el segundo, aportaba la lista de plantas y refería los resultados florísticos y taxonómicos. Con los contenidos de la primera parte –una práctica entonces común en Europa, pero menos usual en España– Carlos Pau pretendía difundir la pasión por la naturaleza en una sociedad «donde apenas se pone atención en la utilidad de los seres vegetales», mezclando detalles de las excursiones, descripciones y notas paisajísticas, referencias culturales, etc. Sin duda, Pau fue un digno representante de la corriente del naturalismo que hizo del viaje a la naturaleza una expresión de la cultura científica contemporánea. Además, fue un viajero impenitente en una época de difícil acceso a los parajes alejados del ferrocarril.
Las campañas de herborización eran valiosas oportunidades para vivir la naturaleza. Pero el objetivo de Pau no era «el de pintar [el paisaje], sino el de cosechar ejemplares botánicos», y así incrementar el herbario y poder intercambiar plantas con colegas y corresponsales. En consecuencia, en sus «correrías» priorizaba la flora, conciliando ciencia y sentimiento.
Para interpretar la estructura y dinámica del paisaje vegetal, Pau aplicaba sus conocimientos botánicos y geológicos, la experiencia de campo y los métodos del positivismo. Ved aquí dos ejemplos.
El terreno triásico que pisábamos [a l’eixida de Villahermosa] nos hizo creer en una riqueza [florística] que por desgracia no existía; y continuamos ascendiendo por unas laderas cubiertas de cuatro vulgaridades, hasta el jurásico, sin una rareza que consignar, ni una preciosidad que recoger. De pronto, cambia la fisonomía del terreno: las rocas calizas se presentan blanquecinas al descubierto en el camino del barranco de San Juan; toda la vertiente es un cascajar; alguna que otra gramínea, un pequeño galium, el vulgar heléboro hediondo y el Erinus hispanus, de pequeñas corolas de un rosado vivo, acompañan al viajero en aquellas soledades…
… apuntaré algunas observaciones sobre la vegetación en el rodeno y en el calar ó terreno calizo. Indicaré solamente que el rodeno és más abrigado; puede calcularse en quince días el adelanto de las plantas […] También ese mismo calor consume en pocos días toda la vegetación herbácea y anual, sin dejar rastro de la vestidura que lo cubría; por esta razón, a mi entender los alcornocales de Monte Mayor aparecen raquíticos, enfermizos, amarillentos, por haber arrancado las malezas, bien diversos de los hermosos alcornocales de la Jabonera, en donde las malezas impiden el paso del cazador. Es posible que en el terreno calizo la práctica de los de Serra sea útil; en el rodeno lo creo perjudicial.
Simultáneamente Pau conciliaba las interpretaciones de la estructura y dinámica de la flora con una profunda pasión por la naturaleza. Así, el paisaje de Olba, villa aragonesa de la cabecera del río Mijares y de la que fue boticario entre 1884 y 1885, componía un cuadro extraordinario, grandioso, sublime y al mismo tiempo horrible. El novel boticario evocó el desfiladero fluvial con el cambio de luz y colores desde el amanecer hasta el anochecer, el rumor del río, los resaltes de los riscos o la singularidad de la flora («hasta sus plantas son raras»), ante los cuales «hay sentimientos que se sienten, pero no se expresan». Por ello, concluía: «Yo adoro este país [Olba] que multitud de veces hollé en busca de una planta; yo adoro este país por sus abismos y peligros; yo adoro este país.»
«Pau fue un digno representante de la corriente del naturalismo que hizo del viaje a la naturaleza una expresión de la cultura científica contemporánea»
En una ocasión (1889), Pau iba buscando un endemismo descrito por Cavanilles cerca del monasterio de Benifassà. Al llegar al lugar, y probablemente para descansar del ascenso, escribe: «Me ladeé hacia la parte oriental, buscando vistas agradables; pero me aparté descorazonado: aquello era horrible. No conozco terreno más africano; montes pelados, rocas destrozadas y caídas; riscos desprovistos de vegetación arbórea y allá en el fondo, un peñasco agujereado.» Esta descripción minuciosa era también una forma de otorgar credibilidad a su campaña.
Las jornadas de campo ofrecían momentos para la admiración y la contemplación del paisaje, del cual gozaba a pesar de las inclemencias o el cansancio. Pero Carlos Pau, que sabía de la dificultad de «trasladar al papel las impresiones sentidas, pintar con fidelidad los soberbios cuadros que a cada paso con deleite contemplábamos», sólo a veces expresaba sus sentimientos.
Abandonamos el Mas de Batea en busca del Molinar; en la cuesta de En Blasco nieva de nuevo. Mi primo se lamenta sin alcanzar la belleza del fenómeno. Fíjate –le digo– […]Admira y goza de tan bello cuadro y démos por bien empleadas nuestras fatigas. No mires siempre el camino; levanta tu vista hasta esas nubes grises […] y sumerge tu mirada en el fondo del abismo que tenemos a los pies y ve si la industria humana no peca de ridícula, cuando pretendiendo parodiar a la naturaleza, cierra en un telón, una calle o un paseo ese inmenso cuadro.
La tarde de mi llegada [a la Cueva del Agua d’El Toro] encontré esta planta (Saxifraga latepetiolata Willk.) en plena floración: no he visto en mi vida peñasco mejor adornado.
Así pues, las salidas al campo le permitían gozar del oficio de botánico y vivir el sentimiento de la naturaleza. Como él mismo afirmaba, el campo y la afición por las plantas «fueron mi vida y el mejor sedante de mis dolores. Bendigo, pues, una afición que me permitió gozar de una buena salud de alma y cuerpo». De noche, después de una larga caminata, «deleitaba el silencio en aquel escondido rincón y en aquellos momentos me sentía feliz», mientras repasaba «los recuerdos del viaje, embozado en una tranquila conciencia». Durante el itinerario, Pau daba por bien empleados los trabajos, «en vista de las rarísimas muestras de vegetales que colectamos», en Javalambre. Y añadía: «nada diremos de las hermosas vistas que hemos gozado. Algo diría del grandioso cuadro con que se recreaba nuestro espíritu ante la inmensidad que se observa desde estos lugares, dirigiendo la vista al Moncayo, Peñagolosa y Santa Bárbara de Pina (El Cuadrón de los aragoneses, el Monte Negro de los marineros)» pero se lo reservó.
Valoración florística del paisaje
Como otros botánicos coetáneos, Carlos Pau valoraba los paisajes naturales por la riqueza florística y por los endemismos, un criterio extraño en un país donde se valoraba muy poco el monte. «Aquí, ni el higienista pide arbolado en los pueblos, ni el labrador plantas nuevas, ni los municipios bosques en sus montes, ni en las playas… se demandan pinos. Si utilidad inmediata no vemos en lo dicho, no sé qué interés despertará el estudio de las plantas de Peñagolosa, que solamente a especies sin belleza se refiere.» Frente a ello, había que difundir los criterios de la geografía botánica.
Las campañas de herborización eran la vía para otorgar relevancia florística a un lugar. «No pude imaginarme que la Sierra alta de Albarracín manifestase una flora tan rica y variada en el mes de agosto: me llamó la atención de tal manera que tengo a dicha Sierra por la tercera de España. Sigue en importancia a la Cordillera pirenaica y Sierra Nevada.» A veces, sin embargo, aplicando el mismo criterio, rebajaba la fama de un entorno magnificado por reconocidos colegas.
D. Bernardo Zapater, en su flora albaraciense, cita varias formas curiosas en el Caimodorro (el gigante de la Sierra, según expresa). En junio de 1907 fuí a Orihuela y no me dieron razón alguna; al año siguiente (julio), subí a Bronchales y de allí pasé a Caimodorro […] El monte está cubierto de pinos y no contiene plantas interesantes, o no las ví: le tengo por de mucha menor importancia que San Ginés, la Centella, Sierra alta.
Siguiendo este criterio de riqueza florística, en 1909 publicó un listado de posibles excursiones botánicas fáciles y provechosas, considerando Valencia centro de operaciones. Entre otros, Pau señaló la Dehesa del Saler, «localidad riquísima en vegetales y quizás la mejor del Reino»; Porta-Coeli; el desierto de la Murta, que «contiene especies interesantes»; Játiva, «el monte del castillo puede competir con el rincón más rico en plantas que pueda indicarse en la Península»; Mondúver; Mariola, «fama grande, pero inmerecida»; las Marinas hasta Aitana, que «hacen de esta región una de las más interesantes del Reino»; la sierra de Chiva; Ayora, «viaje muy interesante y muy necesario para el botánico valenciano»; la sierra de Espadán, «donde abundan las especies curiosas y existen algunas propias de aquí»; Pina; el Toro, «para el botánico regional y valenciano, es el país más necesario de su visita, dada la cantidad de especies aragonesas que se encuentran»; Peñagolosa, «la vegetación es totalmente aragonesa»; el Desierto de las Palmas; Morella y Benifassà, «aquí se encuentra la rareza mayor de los herbarios».
La memoria del paisaje
Los paisajes naturales contienen herencias del pasado mezcladas con componentes propios de la dinámica actual. Así interpretaba la presencia de determinadas especies.
De Camarena salí para Arcos… al principio, o sea, la Tajuela, se encuentra alguno que otro tejo: yo conté hasta ocho individuos, robustos los más, de tronco grueso, desmochados. En toda la sierra de Javalambre no se ven otros… En Sacañet también se encuentra otra selva venerable.
Da tristeza verles. Restos de una época geológica anterior viven miserablemente esperando, como el oriental, su destino. Puede contarse su número con los dedos.
Para fijar la memoria más reciente, Pau anotaba vivencias rurales referidas a sucesos extremos o ciclos climáticos seculares:
El terreno (de Mosquerola) es muy frío; pero se me dijo que no nieva como en tiempos pasados. Una noche en Valdelinares nevó tan copiosamente que el pueblo fue sepultado completamente por la nieve; los vecinos tuvieron que abrir túneles bajo la nieve para comunicarse de vivienda en vivienda.
La mayoría de los parajes naturales estaban muy deforestados por una secular presión antrópica, por la baja estima colectiva y, finalmente, por el impacto destructivo de la desamortización. Todo parecía «un país africano». Una vez más lo constataba en 1903 cuando se hacía eco del inicio de las políticas hidrológico-forestales emprendidas por el regeneracionismo. Por otro lado, el medio natural había sufrido una gran pérdida de diversidad faunística.
Cinco años hace que pisé por primera vez estas montañas, y los pinares se encontraban relativamente bien poblados; hoy no tendría inconveniente cazar de vuelo en cualquier bosque de Javalambre. Desde que tenemos ingenieros de montes, no tenemos montes que guardar. Los tablones son moneda en Camarena: con una tabla acuden las mujeres a las tiendas y las cambian por huevos, arroz, vino, aceite, etc. ¿Qué será del pueblo el día que desaparezca el último pino?
No puedo ver sin lástima la desaparición de nuestros bosques y, con indiferencia la ignorancia supina que demuestran nuestros procuradores centrales. Cuando veo los troncos descortezados de los pinos destacándose acá y acullá en el fondo verde-oscuro de las malezas, aparto la vista con repugnancia, como si se tratara de cadáveres humanos abandonados en el campo después de una batalla… Y quando las regiones autónomas o independientes pretendan defenderse de las inundaciones, repoblando las cuencas de los ríos, tendrán necesidad de gastar sendas millonadas por unos terrenos que el Gobierno Central cedió por cuatro cuartos. ¡Qué manera de comprometer el porvenir de esta loca nación! Ni tierra laborable quedará con el tiempo.
En el estepar del Rasinero (El Toro) se descubrió la última cria de lobar que existieron en este país. Las cabras montesas desparecieron mucho antes; por cierto que el último representante fue muerto de manera bastante cruel. Se descubrió el cabritillo recien nacido, y cuando la madre volvió al ignoro, se la fusiló desde la barraca.
Por otro lado, Pau creía que los paisajes naturales conservaban la memoria de los botánicos que le habían precedido en la investigación florística. Peñagolosa le evocaba a Cavanilles; la Tossa de Penya-roja le recordaba a Loscos y Pardo. En otras ocasiones, incrementaba la memoria de un paraje dedicando plantas a los que le acompañaban.
…Al día siguiente apenas el sol quería asomar el morro, ya estaba danzando por los famosos peñascos de la Toza de Peñarroya que 50 años antes habían sido estudiados por Loscos. Vale la pena ser visitados… En todo el viaje fui preguntando a los naturales del país si recordaban la visita de los naturalistas aragoneses Loscos y Pardo; nadie los recordaba y solamente en San Miguel [d’Espinal Verd] tuve noticias de los boticarios que vinieron de muy lejos y hasta me indicaron el guía que los sacó de estos desiertos.
Invitado por los amigos D. Emilio Moróder y D. Ramón Trullenque, uno de los farmacéuticos más ilustrados que he conocido en mis viajes, a pasar unos días por las riberas del Júcar, región que me era desconocida […] Al cruzar el monte que separa los ríos Júcar y Escalona, y en la falda que mira a Tous, descubro un híbrido […] Por fortuna lo volví a ver el día 31, bajando a Carlet, y el Sr. Trullenque quedó encargado de proporcionarme ejemplares en flor; como efectivamente los recibí a su tiempo. Justo será dedicárselo como muestra de agradecimiento, y muy merecedor por su entusiasmo por las ciencias naturales.
Paisaje y toponimia
La correcta y minuciosa designación toponímica de los parajes herborizados, especialmente la de los más marginales y deshabitados, era básica para la localización del hábitat de los taxones y para posibilitar futuras herborizaciones. Para conseguir la máxima precisión, Pau, igual que otros naturalistas coetáneos, encuestaba a la población rural para fijar el topónimo. No siempre las respuestas coincidían con los nombres ya publicados.
El Rasinero corresponde a la Sierra de Sacañet del señor Reverchon, citada con frecuencia por Willkomm […] El práctico que llevé yo el año 1895 al pasar de Sacañet a Torrijas, antes de confesar su ignorancia, me mintió frescamente al vender por «El Prado» todo el terreno que se extiende desde el peñasco hasta la fuente y camino. Los vecinos de Torás, Bejís, Abejuela y El Toro le conocen por el «Rasinero»; y así llaman, la Fuente del Rasinero, el Corral del Rasinero, el Estepar del Rasinero, etc.
En Benifassà, Pau puntualizó topónimos citados por Loscos cincuenta años antes, como la Bichanga, probablemente una mala transcripción de la Vinyassa. Igualmente corrigió el Cabezo de la Tolocha por el de Muela de Coratxar. Años más tarde, se ocupó de la etiología toponímica de la Peña de Francia.
De esta forma, Pau fue reuniendo, además del herbario, una larga lista de topónimos que habría que estudiar. No en vano, en un territorio mediterráneo de larga ocupación humana, la diversidad de los nombres de lugar designa el potencial de nichos ecológicos, el predominio de un determinado componente de la naturaleza, las arquitecturas del relieve o las anomalías hídricas positivas, y éstos van mezclándose con denominaciones sobre las formas de habitar y vivir una contornada, las prácticas productivas, las estructuras de propiedad, formas de los parcelarios e, incluso, símbolos del paisaje.
Una visión del paisaje natural en tiempo de Carlos Pau atendía tanto a «las razones y leyes de la Naturaleza que han presidido su formación», como a «el aspecto estético, que producen en el espíritu». Este concepto mixto de paisaje –compartido por destacados geólogos y geógrafos– procedía de una concepción romántica de la alta montaña que resultaría enormemente fructífera a la hora de declarar los primeros parques nacionales en España. Por su parte, el método analítico seguido por Pau lo decantó hacia una mirada del paisaje natural fundada en la riqueza florística y los endemismos. Esta visión pauana –que combinaba criterios positivistas con la pasión por la naturaleza– continúa vigente en las actuales figuras de protección de los espacios naturales.
BIBLIOGRAFÍA
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