Para muchos científicos, la ciencia es una actividad cultural más dentro de las relaciones sociales. “Cultura menos ciencia igual a humanidades”, titulaba Jorge Wagensberg uno de sus artículos el año pasado. “La ciencia también es cultura”, es el título de una conferencia que Manuel Toharia ha pronunciado en varios lugares recientemente. La ciencia permite así un intercambio de ideas desde diferentes campos del pensamiento que se produce entre elementos del sector culto de la sociedad. La divulgación científica, desde este punto de vista, es una transmisión de los resultados científicos más interesantes que los expertos traducen convenientemente para los no expertos. Un ejemplo de esta divulgación podría ser el largo poema De rerum natura, donde Lucrecio resume las ideas de los atomistas. Pero hasta el siglo XVI en los países europeos los conocimientos, científicos o no, se transmitían en latín, y por lo tanto estaban reservados a los sectores cultos de la sociedad. La llegada de la imprenta cambió esta situación: los descubrimientos del Nuevo Mundo, la astrología, los “secretos” de la naturaleza, las artes y las técnicas, etc. se pusieron en lengua vulgar, al alcance de un sector más amplio de la sociedad, iniciando así la divulgación sensu stricto de los conocimientos. De estos orígenes de la divulgación al fin del Renacimiento nos habla en su contribución el historiador William Eamon, quien nos muestra que al mismo tiempo apareció una nueva profesión: la del científico divulgador.
«Las encuestas indican que entre los ciudadanos coexisten un gran interés general y un gran desconocimiento por los temas científicos y tecnológicos»
Más recientemente, en las décadas de los 1960 y 1970, ha aparecido un nuevo elemento en la relación entre ciencia y sociedad que va más allá de una mera traducción o transmisión, y que tiene poco que ver con un intercambio aséptico de ideas. Las bases de esta nueva relación se deben buscar en las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, cuando se planteó la cuestión de la responsabilidad de los científicos. En los años 1960 se hicieron públicos algunos accidentes de cierta importancia en centrales nucleares y desde entonces las consecuencias negativas de las aplicaciones tecnológicas son tema recurrente en los medios de comunicación. Actualmente, la lista de aplicaciones tecnológicas que preocupan al ciudadano en general se ha ampliado a muchos temas más: la contaminación, el agujero del ozono, los transgénicos, la radiación de antenas telefónicas, los experimentos con células madre, etc. Desde varios foros se reclama el establecimiento de un control de la ciencia y la tecnología basado en valores morales, sociales o políticos explícitos, aunque a veces puedan entrar en conflicto estas aspiraciones con la siempre necesaria reivindicación de la autonomía de la creación científica. ¿Ha estado siempre sometida la población a la tutela de los expertos? En algunos países se han celebrado encuentros entre expertos y ciudadanos para debatir temas emergentes aún no reglamentados. Parece evidente que la participación del público será más eficaz –y seguramente más justa– en la medida en que pueda formar su opinión a partir de la adquisición de una cultura científica y tecnológica básica. Las encuestas indican que entre los ciudadanos coexisten un gran interés general y un gran desconocimiento por los temas científicos y tecnológicos, de donde la necesidad de un esfuerzo para hacer más divulgación. Sin embargo, como hemos indicado, esta divulgación no acaba en ella misma, sino que implica también una discusión sobre las consecuencias que se derivan del conocimiento científico y tecnológico. Eso puede plantear, y de hecho plantea, una confrontación entre “afirmaciones científicas” y “opinión pública”, tal como discute la experta en comunicación Bernadette Bensaude-Vincent en su artículo.
A pesar de las inevitables vacilaciones que caracterizan el regiment de la cosa pública en lo tocante a la ciencia, hay que reconocer que algunos pasos importantes ya se han hecho. El Consejo Europeo, en su reunión de Lisboa de marzo de 2000, manifestó la ambición de lograr para el 2010 “la economía del conocimiento más competitiva y más dinámica del mundo, capaz de un crecimiento económico sostenible acompañado de la mejora cuantitativa y cualitativa del trabajo y de una mayor cohesión social”. El crecimiento económico pasa por el desarrollo de la tecnología de la información, las comunicaciones, los nuevos materiales, la biología, etc., que a corto plazo se traducirá en mejoras sustanciales del nivel y la calidad de vida para todos, o al menos eso opinan los autores de los acuerdos de Lisboa. Nuestras instituciones políticas quieren favorecer la divulgación científica para promover entre los ciudadanos los conocimientos científicos y tecnológicos que se suponen necesarios para poder competir en la actualidad, y han lanzado múltiples iniciativas, un buen ejemplo de las cuales es la “Semana europea de la ciencia y la tecnología”. Cuando autoridades políticas, instituciones académicas o agencias de financiación de la actividad científica están detrás de estas iniciativas, parece que tomen la forma de un nuevo mandamiento dirigido a los científicos: “Divulgarás la ciencia al prójimo.” Pero no basta que los ciudadanos tengan una cultura científica para conseguir los científicos y técnicos necesarios para el año 2010. Además los jóvenes actuales no parecen muy atraídos por seguir estudios científicos y tecnológicos. El número de estudiantes matriculados en facultades de ciencias básicas disminuye regularmente en todos los países llamados desarrollados, lo cual puede comprometer el desarrollo tecnológico de los países europeos. En Bélgica, el país del mundo con más dibujantes de cómics por kilómetro cuadrado, ha habido iniciativas de divulgación no convencional. Tal como nos explica Martine Jaminon, directora de un pequeño museo de ciencias, se han utilizado cómics para favorecer la comunicación con el público adaptando el lenguaje a una forma más asequible.
«Un nuevo mandamiento dirigido a los científicos: “Divulgarás la ciencia a tu prójimo”»
Hay que advertir que el uso consciente de formas no académicas para difundir la ciencia entre el público no es cosa de ahora. Pensemos por ejemplo en la vertiente divulgativa de muchas de las novelas de Julio Verne, donde se resumen los conocimientos de la época sobre la geografía, la astronomía, la química, la mineralogía, etc. La contribución de Philippe Chomaz, físico y activista de la divulgación científica, en este monográfico recurre también a la forma narrativa para suscitar en el lector una reflexión sobre los problemas de la comunicación en general. El cuento se acompaña de unas claves de lectura. Chomaz ha experimentado también otras formas de comunicación científica poco usuales, como los bares de la ciencia.
«Compromiso con la ciencia: éste es el horizonte de la divulgación»
Este monográfico incluye entrevistas a cuatro personas que, desde diferentes perspectivas, se interesan por la comunicación de la ciencia (Umberto Eco, Edward O. Wilson y Javier Sampedro). Umberto Eco, a pesar de haber sido encasillado abusivamente en el bando de la otra cultura por su condición de semiólogo, siempre se ha sentido atraído por las ciencias de la naturaleza y ha hecho mucho para derribar el muro entre ciencias y humanidades, inspirándose en personajes como Descartes y Pascal. Al fin y al cabo, los problemas que ha de afrontar una divulgación científica seria radican en buena parte, como ya se ha comentado, en la barrera de lenguaje que establece la ciencia y que hace que le resulte tan difícil acceder al profano. Un problema, cuanto menos, semiótico. Parece evidente que con una voluntad firme de los científicos por derribar muros de incomunicación, una parte importante del camino de la divulgación científica sería más llevadera. Así parece haberlo entendido Edward O. Wilson, el veterano entomólogo norteamericano, bien conocido por sus provocadoras propuestas de la sociobiología y por la importante tarea divulgadora que emprendió a fin de difundirlas entre el público al mismo tiempo que las defendía ante la comunidad científica. Wilson, entregado con ardor a la defensa de la biodiversidad, continúa en estos momentos en uso de sus virtudes como comunicador en pro de un cambio de las conciencias de las personas que permita afrontar con garantías el reto urgente de la preservación de la vida sobre la tierra.
Compromiso con la ciencia: éste es el horizonte de la divulgación. El mismo horizonte que ha guiado Mètode, en este sugerente monográfico y que abre nuevas formas de comunicar la ciencia.