Científicos a 24 fotogramas por segundo



Scientists at 24 frames a second.
The portrait of a scientist in the movies reflects the social attitudes against science, which too often focus only on its darkest side. Here, mad doctors shake hands with evil researchers that combine selfishness, obsession, and lack of humanity. In this article, we analyse how in/accurately scientists are presented in the movies, with an overview of their jargon, their labs and equipment and the formulas that they occasionally write on blackboards (which would never pass an exam!).

En el imaginario popular, se acostumbra a representar a los científicos en clave inequívocamente masculina: hombres, de mediana edad, obsesivos en la búsqueda del conocimiento, preferentemente recluidos en el laboratorio, aislados y convenientemente revestidos de inmaculadas batas blancas. Como contraste, se acostumbra a ubicarlos en medio de un laboratorio en tecnicolor, verdadera verbena policroma con tubos de ensayo que destilan líquidos verdes, azules o rojos (¡eso cuando no hay presupuesto para pociones fluorescentes!), probetas con fluidos humeantes, microscopios y toda clase de bártulos con tufo a tecnología.

¿Cómo son los científicos que nos muestra el cine? ¿Qué indumentaria llevan? ¿Qué aspecto presentan los laboratorios donde trabajan? ¿Y las ecuaciones que eventualmente escriben en las pizarras? Este texto proyecta una mirada a la ciencia y a los científicos (a los físicos, especialmente) desde el prisma del cine, y pretende trazar un paralelismo con los científicos de carne y hueso. En definitiva: ¿pasarían los científicos de ficción por científicos reales?

El laboratorio como reserva natural machista

En el filme La invasión de las arañas gigantes (The Giant Spider Invasion, Bill Rebane, 1975), –con diálogos que sacarían los colores incluso a los más profanos en la materia­­–, el científico protagonista, un investigador de la NASA que acude a un observatorio astronómico a entrevistarse con un colega, sufre el más absurdo de los ridículos por no aceptar la evidencia: la mujer vestida con bata blanca, que se encuentra manipulando un enorme telescopio, no es ni la hija, ni la esposa, ni la hermana, ¡sino la persona que ha venido a ver! La película constituye una muestra más de la obsesiva tendencia cinematográfica a relacionar, de manera unívoca, a los portadores de batas blancas con el papel de científico, ¡a pesar de la ceguera mental exhibida por el protagonista!

En el mundo real, sin embargo, la iconográfica bata blanca ha quedado prácticamente relegada a aquellas actividades de laboratorio que requieren contacto con productos químicos o que conllevan cierto riesgo de mancha. Filmes como Hulk (Ang Lee, 2003), abogan por esta nueva tendencia: en opinión de Ang Lee, director de la película, era preferible vestir a los protagonistas con ropas de colores naturales, prácticas, con el toque bohemio tan característico de la moda de San Francisco, donde transcurre la acción. En idéntica dirección se encaminan las también informales indumentarias de los arqueólogos Indiana Jones, en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981), y Alan Grant en Parque Jurásico (Jurassic Park, Steven Spielberg, 1993), en sus investigaciones respectivas de vestigios del pasado (piensen, si no, en el impacto visual que habría supuesto ver a Indiana Jones buscando tesoros ocultos por medio mundo… ¡en bata!).

En el otro extremo de la balanza, sin embargo, encontramos a la Dra. Christmas Jones, chica Bond en El mundo no es suficiente (The World Is Not Enough, Michael Apted, 1999), la «física nuclear más improbable de la historia», según numerosas críticas, con un traje tan sugerente como inadecuado: aunque no aparenta más de treinta años, la Dra. Jones es ya una prestigiosa física nuclear y toda una experta mundial en desarme. Paradigma de una regla de oro no escrita, Hollywood acostumbra a emplear, en la caracterización de los científicos, hombres de edad compatible con el presunto prestigio y experiencia del personaje y, al mismo tiempo, mujeres comparativamente mucho (demasiado) más jóvenes (¡y preferiblemente rubias!) para tareas similares. Encontramos bastantes ejemplos de ello en la serie Bond, desde Holly Goodhead, la agente de la CIA y experta en cohetes de Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), a la geóloga Stacey Sutton de Panorama para matar (A View to a Kill, John Glen, 1985), el especialista en programación de Yo, robot, la entomóloga de Mimic, la paleontóloga de Parque Jurásico o la física experta en viajes temporales de El sonido de un trueno (A Sound of Thunder, Peter Hyams, 2005). De forma abrumadora, la imagen de la mujer en el laboratorio ha sido severamente menospreciada. Bajo el paraguas de la investigación científica vista como reserva natural machista, la participación de la mujer en la actividad científica ha quedado relegada –en el cine– al simple y humillante papel de ayudante servil. Sólo de manera esporádica, el cine ha empleado a la mujer como bandera, una especie de icono legendario situado más allá del bien y del mal que, emulando a Marie Curie, será capaz de neutralizar las peores pesadillas, aunque tenga que arriesgar la vida (ver, a modo de ejemplo, la protagonista del filme Contact).

Fotomotores, tubos de ensayo y «gadgets» de uranio: diálogos y laboratorios

Tampoco los diálogos entre científicos se encuentran, a menudo, a la altura de las circunstancias. El cine acostumbra a abusar del argot científico para barnizar con una pátina de credibilidad toda situación que así lo requiera. Con todo, los guionistas acostumbran a cometer espectaculares patinazos. Otra vez, el filme de ciencia ficción Los viajeros del tiempo (The Time Travellers, Ib Melchior, 1964) nos brinda un ejemplo bastante ilustrativo: durante una breve presentación del revolucionario sistema de impulsión desarrollado por los científicos de mediados del siglo XXI, tiene lugar este, cuando menos sorprendente, diálogo:

El fotomotor —explica una doctora— controlará el viaje de la nave a las profundidades del espacio.

Uno de los científicos erigidos en viajeros del tiempo (desde un remoto año 1964), la Dra. Carol White, muestra su sorpresa ante este ingenio:

No me gusta demostrar mi ignorancia ante cerebros tan eminentes, pero exactamente ¿qué es un fotón?

Una partícula de luz. La fotopropulsión no es ni más ni menos que un rayo de luz.

¿Sólo un rayo de luz?

Pues es un rayo de fotones lanzados desde las máquinas de la nave a 130.000 km/s, que se desplaza por el espacio de acuerdo con el principio de acción y reacción…

Todo sea dicho, el traductor, deseando quizá aportar su grano de arena a esta magna antología del disparate, decidió permutar las «millas por segundo» del original por «kilómetros por segundo», ¡sin alterar la cifra numérica! Osadía que convierte los fotones de Viajeros en el tiempo en paradigma de la heterodoxa teoría de la luz cansada. Vale la pena recordar que el término fotón fue introducido por el químico G. N. Lewis en una carta dirigida al editor de la revista Nature; después de cuarenta años en circulación por el mundo de la física, resulta decepcionante constatar que la protagonista (¡que en el filme manipula dispositivos láser!) no haya oído hablar de ellos…

De los laboratorios que se muestran en Viajeros en el tiempo, mejor no hablar. Como en una amplia mayoría de filmes de bajo presupuesto, parecen improvisados a última hora y adquiridos en una rápida incursión en una de aquellas populares tiendas todo a cien o en un bazar oriental… Excepciones remarcables, en cuanto a la cuidadosa ambientación de los laboratorios y de la ciencia conocida en siglos pasados (XVIII y el XIX), son el Frankenstein, de Mary Shelley, dirigida por Kenneth Branagh, y Mary Reilly, una interesante incursión a la dualidad Jekyll/Hyde. Ambos filmes presentan al científico solitario consultando tratados de anatomía en sus extensas bibliotecas privadas. Aspecto de vital importancia en épocas sin Internet y de difícil acceso a las publicaciones especializadas, que se echa en falta en buen número de películas cuyos científicos parecen no tener necesidad de documentarse (y así acaban). Acertadamente, estos filmes logran imprimir un cierto clima de desorden, de caos controlado, tan familiar para todos aquellos que han pisado un laboratorio real alguna vez. Ambas películas, al mismo tiempo, eluden el habitual recurso a pociones humeantes (tan poco características de la química real de laboratorio), combinando adecuadamente vidrio (matraces, tubos de ensayo, recipientes, vasos de precipitado…) con otros materiales habituales en la época, como el cobre o el latón. En el filme de Branagh, destaca el uso de anguilas eléctricas, en una era de verdadera efervescencia por los fenómenos eléctricos y sus aplicaciones. Asimismo, en los varios laboratorios que muestra el filme, se observa cierta proliferación de instrumentos clásicos, pertenecientes a las más diversas disciplinas científicas, homenajeando tiempos mejores para el conocimiento multidisciplinario.

     También los responsables del filme Creadores de sombra (Fat Man and Little Boy, Roland Joffe, 1989) hicieron una apuesta firme por rehuir los estereotipos: los científicos de la película, lejos de la imagen del sabio loco y otros paradigmas del pasado, actúan como verdaderos investigadores, y tanto las discusiones colectivas como las escenas de laboratorio resultan bastante creíbles. A tal efecto, el reparto incluyó a varios científicos en la vida real: por ejemplo, el catedrático de CalTech David Politzer encarna en la película al físico Robert Serber, uno de los jóvenes protegidos de Oppenheimer, jefe del proyecto Manhattan y piedra angular del filme. La recreación del laboratorio de Los Álamos es más que aceptable, con su recinto completamente rodeado de cercado y alambre, la presencia masiva del ejército, los edificios de madera… En particular, los experimentos realizados para la determinación de la masa crítica de uranio-235, necesaria para construir las bombas, están relativamente bien descritos en el filme, en un laboratorio bien ambientado: pizarras, andamios para ensayo con piezas móviles (el llamado método de la guillotina), bloques de plomo para aislamiento, semiesferas de uranio, contadores de radiación, pies de rey, consolas con pantallas analógicas…



Creadores de sombra
escapa del estereotipo. Tanto la recreación de los espacios de trabajo como la elección y dirección de actores resultan acertados. De hecho, el reparto incluye a científicos reales que actúan como personajes secundarios para crear un ambiente verosímil

La evolución del científico: análisis de algunas tipologías

El cine, como otros soportes narrativos, se articula alrededor de arquetipos. También la figura del científico obedece a estos esquematismos: del sabio loco (Dr. Strangelove, Lex Luthor) al aprendiz de brujo (Dr. Frankenstein, Dr. Jekyll), pasando por el aventurero heroico y mártir (como los protagonistas de los filmes La mosca o Naves silenciosas).

Las últimas décadas, sin embargo, han visto cómo el científico mutaba de su casi exclusiva condición de lobo solitario, un verdadero francotirador dispuesto a ir por libre y librar su guerra particular, a la de integrante de un equipo de investigación. En la isla Nublar, cerca de Costa Rica, un selecto equipo de científicos se dedica a la ímproba tarea de clonar dinosaurios con ADN fósil, rellenando los agujeros de las cadenas con ADN de rana (sic). El laboratorio en el que transcurre la acción del filme Parque Jurásico constituye un verdadero canto a la modernidad: ordenadores de última generación, monitores de realidad virtual, mobiliario de diseño aerodinámico, incubadoras, microscopios, cámaras frigoríficas para embriones… El complejo dispone sin embargo de una especie de sala blanca desde la que se controla el crecimiento de los huevos de dinosaurio. Sala a la que el paleontólogo Dr. Grant y otros invitados al tour inaugural acceden con chirucas sin mayores preocupaciones.

Similar organigrama, basado en el trabajo en equipo, aparece también en El hombre sin sombra (Hollow Man, Peter Verhoeven, 2000), filme en el que se muestra un importante despliegue tecnológico. Vestidos con batas de color azul y con gafas para visión infrarroja, los científicos intentan hacer visible un monumental gorila, infortunado guest star de sus temerarios experimentos. Múltiples ordenadores contrastan con simples tubos de ensayo y un montón de ampollas con productos químicos, y dispositivos diversos, como un centrifugador, microscopios, equipos de desfibrilación, o una inmensa cámara frigorífica. A pesar de eso, el laboratorio transmite una sensación fría e irreal: demasiado limpio, demasiado vacío. El equipo, integrado por tres mujeres (una de color) y cuatro hombres, en inusual proporción de géneros, lo constituyen «algunos de los mejores expertos del país» (comentario que, en americano, significa «del mundo»). Curiosamente, todos aparentan alrededor de treinta o treinta y cinco años, edad más apropiada para un científico de perfil prometedor que para alguien calificable ya de autoridad en su campo.

También los responsables de Hulk (Ang Lee, 2003) apostaron por dotar el filme de una base científica, más o menos real: los actores recibieron asesoramiento científico (para saber cómo emplear instrumental de laboratorio, por ejemplo) y pudieron observar a los científicos reales en su actividad diaria. Algunas secuencias de Hulk se filmaron en el Lawrence Berkeley National Laboratory y sus alrededores. Durante su visita a este centro, el equipo de producción puso especial interés en uno de los instrumentos: la denominada gamaesfera, el microscopio de rayo gama más perfeccionado del mundo. El dispositivo, con un coste aproximado de 20 millones de euros, es un preciado instrumento itinerante (compartido, entre otros, por los laboratorios nacionales de Berkeley y Argonne) concebido para estudiar el comportamiento y la estructura de los núcleos atómicos así como procesos nucleares exóticos1. Dicho y hecho, el equipo de producción se puso a construir una réplica exacta del dispositivo, con una particularidad: «La mayor diferencia entre ambos es que la gamaesfera del filme emite rayos gama, mientras que la real los detecta.» A pesar de eso, el filme destila unos diálogos y una ambientación creíbles, así como un equipamiento científico adecuado. Ante tanto perfeccionismo, uno se pregunta por qué entonces se optó por construir una réplica de un instrumento real –la gamaesfera cuyo funcionamiento no responde al del dispositivo real. En tono de sátira, el director del Departamento de Ciencia Nuclear de Baja Energía en Berkeley, afirmaba: «[Con la gamaesfera] estudiamos núcleos deformados, no deformamos a la gente.»

Pizarras para la eternidad

Otro de los elementos íntimamente vinculados al universo del científico es, sin duda, la pizarra, quizá su vehículo natural de expresión. Uno recuerda nombres ilustres inmortalizados en plena disertación, tiza en mano, ante pizarras repletas de complejas expresiones matemáticas. Paradójicamente, el cine ha visto con recelo al científico que escribe ecuaciones en una pizarra, por lo que no es frecuente verlo en ejercicio de esta faceta particular. Sin embargo, el uso específico de una pizarra con fórmulas ha dado lugar a multitud de lecturas cinematográficas alternativas: como simple elemento decorativo –lo que llamaríamos pizarra-florero– (En busca del arca perdida, Terror del año 5000, El monstruo magnético), cuadrilátero de verdaderas trifulcas intelectuales a golpe de tiza (Cortina rasgada), depositario de un mensaje matemático –a menudo de origen alienígena– para impresionar al científico local (Ultimátum a la Tierra, Galáctica: la conquista de la Tierra), elemento constitutivo de una clase magistral (El núcleo, Creadores de sombra), o muestra inequívoca de una intensa actividad intelectual (Perros de paja, Un sabio en las nubes, La mosca, La máquina del tiempo).

Resulta de lo más entretenido, y un reto al intelecto, pasar una rato analizando el contenido de las pizarras que nos muestra el cine (ejercicio que recomendamos al lector con inquietudes matemáticas): la mayoría presenta cierta base real, aunque el número de errores y/o incongruencias es tan abrumador como alarmante. Así, en Terror del año 5000 (Terror from the Year 5000, Robert J. Gurney Jr., 1958), encontramos una pizarra repleta de ecuaciones integrales de la teoría electromagnética, al lado de una humillante F=ma, segunda ley de Newton que alguien se vio en la triste necesidad de recordar a los obtusos guionistas… Algo similar se presenta en el clásico Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide, Rudolph Maté, 1951): el discurso del Dr. Hendron, el científico protagonista, ante un selecto equipo de ingenieros que acometerán la construcción de una portentosa nave espacial, transcurre con una pizarra de fondo que exhibe conceptos tan elementales como ¡velocidad, aceleración o posición! ¿Seguro que pretenden construir un cohete espacial y no un recipiente para rotuladores?

Al otro extremo de la balanza, pocos filmes han depositado tantas esperanzas y protagonismo en una sola fórmula como la hitchcockiana Cortina rasgada (Torn Curtain, Alfred Hitchcock, 1966). El peculiar duelo final entre Armstrong y Lindt, en el despacho del último, en el que ambos esgrimen sus conocimientos de mecánica de cohetes como tarjeta de presentación, en un intento por humillar intelectualmente al rival, constituye un momento emblemático de la visión de la ciencia en el cine. Lindt, dispuesto a salvaguardar su reputación, a pesar de desvelar secretos de importancia estratégica, no va con cuentos en su exposición matemática en la pizarra, profusamente decorada con funciones trigonométricas, símbolos griegos y formas matriciales… Para acabar, no podemos obviar el gran clásico de ciencia ficción Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, Robert Wise, 1951): Klaatu, el alienígena venido de las estrellas y portador de un mensaje de paz para la humanidad, decide visitar uno de los sabios humanos más relevantes, el profesor Barnhart. Su estudio muestra una enorme pizarra, repleta de expresiones matemáticas. Ahí (¡y en tantos otros filmes!), las fórmulas intentan simplemente impresionar al espectador, en este caso mediante un cóctel arbitrario de integrales, factoriales y funciones hiperbólicas. Klaatu observa atentamente la pizarra, mientras mueve la cabeza en señal de negación: evidentemente, hay algún error flagrante, aunque, como comprobarán los lectores interesados, tampoco hay que venir de las estrellas para descubrirlo.

Bibliografía
Haynes, R. D., 1994. «From Faust to Strangelove. Representations of  the Scientist in the Western Literature», The Johns Hopkins University Press.
Frayling, C., 2005. Mad, Bad, and Dangerous? The Scientist and the Cinema, Reaktion Books.
José, J., 2002. «A l’ombra de Los Alamos: genesi de l’Era nuclear a la  literatura i el cinema», in Font-Agustí, J. (ed.): Entre la por i l’esperanca. Percepció de la tecnociència a la literatura i el cinema, Proa.
Moreno, M.L i J. José, 1999. «De King Kong a Einstein. La física en la ciencia ficcion», Eds. UPC.

Filmografía
Amiel, J., 2003. El núcleo (The Core), EUA, 110’, color.
Apted, M., 1999. El mundo no es suficiente (The World Is Not Enough), EUA, 128’, color.
Creane, B. i S. Hayers, 1980. Galáctica: la conquista de la Tierra (Galactica III: Conquest of the Earth), EUA, 96’, color. Serial televisivo.
Del Toro, G., 1997. Mimic, EUA, 106’, color.
Gilbert, L., 1979. Moonraker, Reino Unido, 126’ color.
Glen, J., 1985. Panorama para matar (A View to a Kill), Inglaterra, 131’, color.
Gurney, R. J., 1958. Terror del año 5000 (Terror from the Year 5000), EUA, 66’, b/n.
Hyams, P., 2005. El sonido de un trueno (A sound of thunder), EUA, Alemania y República Checa, 103’, color.
Hitchcock, A., 1966. Cortina rasgada (Torn Curtain), EUA, 128’, color. 
Joffe, R., 1989. Creadores de sombra (Fat Man and Little Boy), EUA, 135’, color.
Lee, A., 2003. Hulk, EUA, 138’, color.
Maté, R., 1951. Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide), EUA, 83’, b/n.
Melchior, I., 1964. Viajeros en el tiempo (The Time Travellers), EUA, 82’, color.
Neumann, K., 1958. La mosca (The Fly), EUA, 94’, color. Basada en la historia de George Langelaan.
Peckinpah, S., 197.Perros de paja (Straw Dogs), Reino Unido, 113’, color.
Proyas, A., 2004. Yo, robot (I, Robot), EUA, 115’, color. 
Rebane, B., 1975. La invasi&oacoacute;n de las arañas gigantes (The Giant Spider Invasion), EUA, 84’, color. 
Siodmak, C., 1953. El monstruo magnético (The Magnetic Monster), EUA, 76’, b/n. Serial televisivo.
Spielberg, S., 1981. En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), EUA, 115’, color. 
Spielberg, S., 1993.  Parque Jurásico (Jurassic Park), EUA, 127’, color.
Stevenson, R., 1961. Un sabio en las nubes (The Absent Minded Professor), EUA, 97’, b/n.
Verhoeven, P., 2000. El hombre sin sombra (Hollow Man), EUA, 114’, color.
Wells, S., 2002. La máquina del tiempo (The Time Machine), EUA, 92’, color.
Wise, R., 1951. Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still), EUA, 92’, b/n. Basada en la historia de Harry Bates.
Zemeckis, R., 1997. Contact, EUA, 150’, color.

Jordi José. Departamento de Física e Ingeniería Nuclear, Universitat Politècnica de Catalunya. Institut d’Estudis Espacials de Catalunya.
© Mètode 48, Invierno 2005/06.

 

Los responsables de Hulk (Ang Lee, 2003) apostaron por dotar el filme de una base científica, más o menos real: los actores recibieron asesoramiento científico y pudieron observar a los científicos reales en su actividad diaria. Durante su visita a este centro, el equipo de producción puso especial interés en uno de los instrumentos: la denominada gamaesfera, el microscopio de rayo gama más perfeccionado del mundo. El equipo de producción se puso a construir una réplica exacta del dispositivo (arriba), con una particularidad: «La mayor diferencia entre ambos es que la gamaesfera del filme emite rayos gama, mientras que la real los detecta.» En tono de sátira, el director del Departamento de Ciencia Nuclear de Baja Energía en Berkeley, afirmaba: «[Con la gamaesfera] estudiamos núcleos deformados, no deformamos a la gente» (a la izquierda).

 

«Las últimas décadas han visto cómo el científico mutaba de su casi exclusiva condición de lobo solitario a la de integrante de un equipo de investigación»

 

 

En esta imagen podemos observar a la Dra. Christmas Jones, «la física nuclear más improbable de la historia». El casting y la caracterización de este personaje de El mundo no es suficiente no son acertados si lo que pretende mostrar el director es una física experta en desarme nuclear

 

«Los responsables de “Hulk” apostaron por dotar al filme de una base científica, más o menos real: los actores recibieron asesoramiento científico
y pudieron observar a los verdaderos científicos en
 su actividad diaria»

 

El peculiar duelo final entre Armstrong y Lindt (Cortina rasgada, Alfred Hitchcock, 1966), en el despacho del último, cuando ambos esgrimen sus conocimientos de mecánica de cohetes como tarjeta de presentación, en un intento por humillar intelectualmente al rival, constituye un momento emblemático de la visión de la ciencia en el cine. Lindt, dispuesto a salvaguardar su reputación, por más que desvele secretos de importancia estratégica, no va con cuentos en su exposición matemática en la pizarra, profusamente decorada con funciones trigonométricas, símbolos griegos y formas matriciales…

 

«Pocos filmes han depositado tantas esperanzas y protagonismo en una sola fórmula como la hitchcockiana “Cortina rasgada”»

 

Las fórmulas matemáticas son un recurso cinematográfico muy utilizado para expresar varios juegos intelectuales que, en general, carecen de fundamento científico. Estas secuencias son un ejemplo. De arriba abajo, Ultimátum a la Tierra, Perros de paja, y La máquina del tiempo. En el clásico Ultimátum a la Tierra, la alienígena Klaatu deja un mensaje, en clave matemática, al eminente sabio terrestre, el profesor Barnhart. Ejerciendo las funciones de maestro, Klaatu comienza a evaluar con símbolos √ (o sea, bien) las expresiones que va repasando, sin hacer caso de algunos errores obvios, como una ecuación integral a la que le falta ni más ni menos que el numerador y un diferencial. En Perros de paja, las expresiones diferenciales relativas al colapso gravitatorio de una estrella, que relacionan magnitudes físicas como presión, densidad, masa o temperatura, guardan bastante semejanza con las ecuaciones empleadas en cálculos de estructura estelar. En una secuencia, su mujer, harta de toda falta de atención, cambia de signo una de las ecuaciones. ¡No es para menos! Ubicar una pizarra en el pequeño nido de amor de una joven pareja puede resultar ciertamente ofensivo y está llamado a erigirse en poderoso método anticonceptivo. Por último, en La máquina del tiempo, algunas de las expresiones que figuran en la pizarra contienen errores: en la parte superior derecha, falta presumiblemente un dx en el denominador, mientras que a la integral triple alguien se ha olvidado de añadirle el diferencial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Mètode 2014 - 48. Fotogramas de ciencia - Disponible solo en versión digital. Invierno 2005/06
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