Todo descabellado, a la vez y en todas partes

Escena de Todo a la vez en todas partes, de Daniel Kwan y Daniel Scheinert.

Cualquier premio que no se base en datos objetivos, sino en la valoración de un jurado abre la puerta a cometer injusticias. Es fácil saber quién gana la medalla de oro de 100 metros (el que completa la distancia en menos tiempo) o quién gana un partido de fútbol (el equipo que hace más goles), pero ¿cómo elegimos la mejor película del año? Aquí vienen los problemas.

La mecánica para elegir los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, los populares Óscar, es algo compleja. Se basa en la votación de los miembros de la Academia, unas 9.500 personas en la actualidad. Cada uno vota en su categoría (directores a directores, actrices a actrices…) y, además, en la de mejor filme. Las películas más votadas se convierten en las nominadas y entonces se realiza una segunda votación en la que los miembros de la Academia deben ordenar a todas las candidatas de mayor a menor preferencia. Si un filme se sitúa como opción preferida en más del 50 % en la primera ronda, gana el premio. Pero esto no suele ocurrir. Entonces, el filme que ha obtenido menos votos como primera elección cae de la votación y los votos que había recibido se contabilizan para la segunda opción expresada en esas papeletas. La mecánica de eliminar la menos votada e ir sumando las siguientes preferencias se repite hasta que, en alguna ronda, un filme consigue más del 50 % de los votos. De esta forma, el consenso sobre cuál es la mejor película del año será lo más grande posible. Algunos años, sin embargo, es complicado entender los méritos de la ganadora, o al menos esa es la sensación que tuve al ver Todo a la vez en todas partes.

El filme que los académicos consideraron como la mejor obra cinematográfica del año 2022 es un desbarajuste que se mueve entre el surrealismo, el humor absurdo y el cine de artes marciales. Plantea una situación en la que, gracias a una aplicación en el teléfono móvil, se pueden conectar las diferentes vidas que las personas habríamos vivido si hubiéramos tomado diferentes elecciones. Los protagonistas deben navegar por estas realidades paralelas para luchar contra un peligro que amenaza al universo. Por supuesto, entre universo alternativo y universo alternativo, peleas de artes marciales.

Podría decirse que el filme ha conquistado a la Academia por su originalidad, pero no estoy de acuerdo. El argumento de diferentes multiversos y un peligro universal parece sacado de cualquier guion reciente de Marvel. Hablar de realidades alternativas en función de distintas elecciones o circunstancias era el argumento de La vida en un hilo, genial obra de Edgar Neville con la inconmensurable Conchita Montes, estrenada en España en 1945. Y mezclar artes marciales y humor surrealista ya lo han hecho filmes mucho más divertidos como Shaolin Soccer o Kung Fu Sion. Pero también admito que vi Todo a la vez en todas partes con demasiadas expectativas y quizá por eso terminé sin entender cómo había recibido el galardón.

Es complicado quitarle el entramado científico a un filme como este, pero sí hay un aspecto que merece la pena comentar. Una de las realidades paralelas transcurre en un planeta Tierra donde no existe la vida y los protagonistas se convierten en dos piedras… como parte de un paisaje idílico bajo un precioso cielo azul. Gran error. Cuando la vida descubrió la fotosíntesis, la concentración de gases de la atmósfera cambió y esto provocó una extinción masiva de especies para las que el oxígeno era un veneno (la mayoría). Las descendientes de las que sobrevivieron son los organismos anaerobios. Este cambio en la composición de la atmósfera tuvo otro impacto global: el color azul del cielo se debe a la dispersión de la luz blanca del Sol, y a la interacción con las moléculas de oxígeno. Por eso el único cielo azul del sistema solar es el de la Tierra. Puede ocurrir todo a la vez en todas partes, pero si no hay vida, el cielo no es azul.

© Mètode 2023 - 119. #Storytelling - Volumen 4 (2023)
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Catedrático de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia e investigador en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (CSIC-UPV).