‘Oppenheimer’: una mirada cautelosa desde las ciencias sociales

Imatge promocional d'Oppenheimer, de Cristopher Nolan.

El film Oppenheimer, del director estadounidense Christopher Nolan, ha sido sin duda unos de los éxitos cinematográficos de este año, gracias, entre otras cosas, a una amplia campaña de promoción. Casi todos los semanarios cinematográficos, así como medios generalistas, se han hecho eco de la película después de su estreno. Aun así, Oppenheimer no es tan solo un biopic, o simplemente una película histórica más. Por el contrario, narra un momento determinante de la Segunda Guerra Mundial y del inicio de la Guerra Fría: el desarrollo de la primera bomba atómica. Al tratarse de un tema tan desconocido y tan escasamente presente en el séptimo arte, su tematización en una superproducción como el film de Nolan comporta inevitablemente que pase a formar parte del imaginario colectivo.

Así, lejos de constituir un producto de entretenimiento pasajero, una película que detalla por primera vez al gran público el desarrollo del «proyecto Manhattan» está abocada a conformar nuestro conocimiento básico sobre la aparición del armamento atómico. Casi nadie habrá leído algo acerca del origen de la era nuclear antes de ver el film; casi nadie lo hará después. Se convierte, de una manera involuntaria, en nuestro abecedario sobre la bomba nuclear, estableciendo ideas y creencias fundamentales en cuanto a su origen y rol histórico. Por consiguiente, es pertinente plantear preguntas sobre el film y la trama que van más allá de su valor artístico o comercial. En particular, merecen atención, primeramente, la precisión histórica de la narración, y en segundo lugar, el tratamiento de la figura del físico Robert Oppenheimer y del desarrollo del arma nuclear.

En primer lugar, la precisión histórica del film presenta imperfecciones. Aunque resulta casi imposible transformar en ficción comercial una historia real sin desviarse de la verdad, nuestro ejemplo lo hace en un punto significativo. En el film, después del lanzamiento de la bomba a Hiroshima, da la impresión que Oppenheimer tiene remordimientos a causa de su invención. Esta impresión se corresponde con la imagen atormentada que ofrece ya de joven, mostrada al inicio del film. Lo que resulta interesante es que esta idea no se verbaliza en el film, sino que se expresa mediante una escena en la cual Oppenheimer sufre una visión. Cuando el personal del proyecto se congrega para celebrar el éxito de la detonación en Japón, cree ver los efectos de la bomba sobre los cuerpos de sus colaboradores, que lo aplauden entusiasmados. La imagen expresa gráficamente cómo la magnitud de la destrucción provocada por su invención ensombrece la gloria del científico. En realidad, a lo largo de su vida, Oppenheimer mantuvo que el desarrollo de la bomba había sido una decisión adecuada en el momento adecuado. Estrictamente, la escena del aplauso no falta a la verdad, puesto que no pone palabras falsas en la boca del protagonista. Sin embargo, la película usa un recurso estético para hacer parecer al personaje más dividido y confundido de lo que estaba en el momento del lanzamiento de las bombas. Conviene resaltar que, después, abogará por el control del armamento nuclear, pero nunca de su abolición.

 

En la imagen, Robert Oppenheimer y Leslie Groves, militar estadounidense que supervisó el proyecto Manhattan, examinando los restos de la infraestructura construida para el ensayo de la bomba nuclear que tuvo lugar en Nuevo Méjico el 16 de julio de 1945, bajo el nombre en clave de «Trinity». / Digital Photo Archive, Department of Energy (DOE), courtesy of AIP Emilio Segrè Visual Archives

Así, Oppenheimer sí que propugnó, después de las detonaciones de 1945, el sometimiento del armamento nuclear a la autoridad de una agencia internacional. Esta iniciativa está sobradamente documentada por los escritos contemporáneos del propio científico. Desgraciadamente, no fructificó, y lo agencia internacional más parecida a lo que él proponía es la Agencia Internacional de la Energía Atómica, que se encarga de verificar, mediante inspecciones, que el material nuclear de programas civiles no sea desviado para fines militares y que las armas atómicas permanecen en manos de los estados poseedores. La lección es evidente: la ciencia puede entregar a los gobernantes una invención que multiplique su poder e influencia –en este caso, la magnitud de su capacidad destructiva– pero esto no comporta que los mismos gobernantes puedan hacer caso omiso de las recomendaciones de los científicos creadores sobre la utilización del producto final. Esto aparece escenificado en el encuentro entre Oppenheimer y el presidente estadounidense Truman, quien, en una escena del film verídica, rechaza al físico y a continuación pide a su secretario de evitarle citas con él en lo sucesivo.

Es más, la película narra cómo las aspiraciones políticas del protagonista se ven truncadas a causa de sus antiguos vínculos con miembros del partido comunista presentes en el medio universitario, motivo suficiente, durante el periodo conocido como la «caza de brujas», para justificar que se le retirase el security clearance, una autorización especial gracias a la que el físico disfrutaba acceso a círculos gubernamentales. De hecho, es esta la circunstancia que resalta American Prometeus, el libro en el que está basado el film, cuyo título equipara la figura de Oppenheimer con el titán griego que entregó el fuego a los hombres y provocó así la ira de los dioses. Las representaciones gráficas del castigo al que es condenado por el Olimpo, consistente en ver sus entrañas devoradas por los cuervos en perpetuidad, todavía provoca náusea en los mejores museos del mundo.

Esto nos lleva a la siguiente cuestión. ¿Cuál es la influencia que ejerce la selección de este episodio de la vida de Oppenheimer sobre nuestra percepción de la creación del armamento nuclear? No es menor. Por lo pronto, la representación de un científico reprobado por sus contactos con comunistas que nunca comportaron ningún peligro para los secretos militares estadounidenses convierte al protagonista en una víctima, puesto que nos parece que es tratado injustamente. En realidad, la retirada de la autorización de seguridad es una penalización de carácter menor, dado que solo frustra las aspiraciones políticas del físico, y no su carrera científica. Muy pocos civiles disfrutan de una, y es innecesario resaltar que numerosas víctimas de la caza de brujas sufrieron consecuencias mucho más graves que la retirada de un permiso. Pero es sobre todo la comparación que subyace a la historia lo que resulta menos adecuado, pues sugiere que el genial científico es penalizado –siempre injustamente– después de haber regalado a los hombres el arma atómica, en vez de recibir el reconocimiento de la nación a la cual la ha entregado. Así, la analogía con Prometeo, junto con la articulación de la trama alrededor de la investigación de su caso por las autoridades estadounidenses, presentan al protagonista como víctima de una sociedad injusta y desagradecida.

¿De qué manera afecta la narración a nuestra visión sobre las armas nucleares? A causa del énfasis en la injusticia que sufre el protagonista y la omisión de una confrontación con las consecuencias de su proyecto en el mundo de la guerra fría, permanece obviada la cuestión más central vinculada a la historia de Oppenheimer: la responsabilidad del científico sobre sus hallazgos e invenciones. El físico culmina su proyecto después de la rendición de Alemania, la victoria sobre la cual había motivado el desarrollo del arma nuclear. En otras palabras, lo concluye cuando ya era superfluo: el uso contra Japón se convierte en la única alternativa viable de lanzamiento sobre el terreno. Mientras tanto, consideraciones éticas sobre la magnitud de la devastación durable susceptible de ser causada –y de hecho ocasionada– por la bomba atómica no parecen haber sido un obstáculo para su desarrollo. Más tarde, Oppenheimer sí que mostrará preocupación por la proliferación del armamento nuclear, así como por la construcción de la bomba de hidrógeno, muchas veces más destructiva que las bombas de la Segunda Guerra Mundial y que existe desde los años sesenta.

La lección central de la experiencia de Oppenheimer está probablemente menos ligada a la dicotomía entre castigo o premio articulada por Nolan que con el hecho que, una vez se ha abierto la caja de Pandora, no hay vuelta atrás. Anticiparlo antes de actuar forma parte de la responsabilidad del científico hacia la sociedad. Al final, si no hemos vivido ningún ataque nuclear sobre población civil desde 1945, ha sido gracias a un invento llamado control de armamentos, y en no menor grado, a la suerte. Y la historia de la carrera armamentista atómica, aunque revertida en los años noventa, no está todavía concluida. Quizás está solo pausada, en vista del desmantelamiento gradual del entramado que la regula. Desde el punto de vista de las ciencias sociales –y sobre todo, de aquellos docentes adeptos a mostrar films en la aula–, la cinta de Nolan tiene que tratarse con cuidado: se puede utilizar como material didáctico, pero siempre acompañada de un debate con los estudiantes sobre los peligros de la ficcionalización de los hechos históricos y de la responsabilidad de los científicos sobre sus actos, especialmente cuando esta queda contrapuesta al servicio a la nación o a la ambición personal.

© Mètode 2023
Profesora del Departamento de Derecho Constitucional, Ciencia Política y de la Administración de la Facultat de Derecho en la Universitat de València.