Overtaken by the plant world – A new territory in Science Fiction. Plants, present in tales of imagination since the origin of mankind, have made of Science Fiction a metaphor of the fears that have worried society in each epoch. Either coming from outer space or originating from genetic modifications they are portrayed as fairground exhibits or used to reflect on ecological problems. Their Kingdom has always made mankind uneasy.
■ Raíces en la leyenda
Si consideramos la ciencia ficción tal como la definen los estudiosos Joan Bassa y Ramon Feixas, es decir, como un género que se encuadra dentro de otro género mayor que es el fantástico, podemos comprobar que la fascinación que han ejercido las plantas en la imaginación del ser humano proviene de una larga tradición literaria, donde el reino vegetal ha sido, al mismo tiempo, observado e imaginado. En esta relación entre vegetales y literatura –y más tarde entre vegetales y cine–, vemos que las formas orgánicamente caprichosas de las plantas, y sobre todo sus curiosos efectos benignos o malignos, han inspirado multitud de narraciones mitológicas y fantásticas. A modo de ejemplo, Hermes en la Odisea ofrece la fantástica planta moly con la que Odiseo vencerá posteriormente a la hechicera Circe:
Así diciendo, me entregó el Argifonte una planta que había arrancado de la tierra y me mostró sus propiedades: de raíz era negra, pero su flor se asemejaba a la leche. Los dioses la llamaban moly, y es difícil a los hombres mortales extraerla del suelo, pero los dioses lo pueden todo. (Homero, 1995: 192)
Anecdóticamente, cabe señalar que escritores posteriores como Teofrasto identificaron la mágica planta moly con el Allium nigrum.
Los vegetales extraordinarios, presentes en cuentos y leyendas, crecen también en otro tipo de textos como son los libros de viajes o las enciclopedias medievales, que, a pesar de su pretendido espíritu científico, caen en la inventiva más febril. Allí, la planta exótica, con el espíritu teratológico de la época –aficionado también a los animales fantásticos–, es retratada para sorpresa de curiosos y precaución de aventureros. Un ejemplo de ello es el Bohun upas, árbol originario de la península malaya, que, según las noticias de los primeros viajeros a esta región, producía humos narcóticos y tóxicos que mataban plantas y animales en kilómetros a la redonda. Los cuentos sobre este árbol, popularizados a lo largo del siglo XV, advierten a quien se duerma bajo su sombra que quizá nunca despierte. Este espécimen fue más tarde identificado como Antiaris toxicaria, árbol efectivamente de los bosques de Java cuyo mortal veneno era usado por los indígenas para impregnar sus flechas.
Los vegetales han inspirado numerosas narraciones mitológicas. Annibale Carracci (1560 – 1609), representa en esta escena de la Odisea, Ulysse et Circé, cómo Hermes le agrega la maravillosa planta moly a todo lo que come Odiseo para evitar los encantamientos de la hechicera Circe.
Estos dos ejemplos de plantas fantásticas a lo largo de la historia, aunque parciales, no son aleatorios, ya que los dos remiten a un tema que se ve sobradamente tratado en la literatura de ciencia ficción posterior: el viaje. Los viajes de descubrimiento y colonización de nuevos territorios, tanto en la época medieval como al espacio exterior, darán lugar a la descripción de nuevas y generalmente peligrosas especies.
No obstante, las coincidencias no acaban aquí, ya que podríamos afirmar que entre un cuento legendario y un filme futurista existe, además, la base común del mito. El eje principal de las narraciones en la ciencia-ficción no consiste tanto en la divulgación o en el respeto a las teorías científicas como en el tratamiento mítico que recibe la ciencia misma. Es decir, a los dioses paganos y a los grifones medievales, les sustituyen las más peregrinas visiones que sobre la ciencia y los fenómenos biológicos –alimentación, reproducción y colonización– tienen los escritores y guionistas. Así pues, debemos tener en cuenta que el tratamiento que recibe el reino vegetal en la ciencia ficción no es nada académico, sino más bien espectacular y efectista.
El máximo nivel de sensacionalismo quizá se logra con la distorsión de la propia condición vegetal, que tiende a convertirse en antropomorfa. En estas narraciones, los vegetales presentan una gran ambigüedad taxonómica: poseen una gran inteligencia, capacidad de desplazamiento y son carnívoros, en lugar de autótrofos. También conservan características propias de su reino, como la organización interna y las estrategias de reproducción. Este tipo de plantas, especialmente comunes en la ciencia ficción de la primera mitad del siglo XX, actúan como especies invasoras: amenazan a la humanidad con estrategias de colonización eficaz y con una gran capacidad de adaptación al nuevo medio.
Por otro lado, esta antropomorfización que permite mantener las características más inquietantes del mundo vegetal, como por ejemplo su irreductibilidad, empareja los vegetales con dos temáticas esenciales del género: la monstruosidad y el bestialismo. En la ciencia ficción, como de alguna manera ocurría en la teratología medieval, los monstruos no son sino un reflejo de los aspectos oscuros del ser humano: sus pasiones abyectas y su necesidad de destrucción. Esta característica la podríamos trasladar sin dificultad a los vegetales, que han sido empleados como metáforas de los más acuciantes problemas y de los temores más variados que han marcado cada época, en un claro ejemplo de una ciencia ficción que no solamente imagina el futuro, sino que mira y hace comprensible el presente.
■ La semilla que vino de más allá de las estrellas
Dentro de las obras de ciencia ficción que dedican atención al reino vegetal podemos encontrar una diferenciación clara entre aquel llegado del espacio exterior, y por lo tanto, presentado como una sofisticada forma de invasión alienígena, y el vegetal terrestre modificado genéticamente que acaba desencadenando una catástrofe ecológica. Ambos casos dan como resultado el enfrentamiento de los seres humanos con sus antagónicos vegetales, y quizá ha sido este carácter de comunidades enfrentadas lo que ha dado lugar a las más variadas lecturas políticas.
El escritor Leinster Murray utiliza el tema de la invasión extraterrestre y el recurso a las plantas fantásticas en Próxima Centauri, un entrañable relato publicado en 1935 en Astounding Stories donde se narra que una expedición humana arrojada al espacio se encuentra con una horrible civilización vegetal formada por plantas carnívoras e inteligentes. La capacidad de habla y de desplazamiento de los centurianos les permite colonizar otros territorios una vez agotados los recursos naturales de su lugar de origen. Citemos la descripción que hace Murray Leinster, que consideramos paradigmática del género:
No se asemeja nada a nuestra noción de vida inteligente. No tenemos ninguna palabra para definirlos. Por lo visto, en cierto sentido son vegetales. Sus cuerpos parecen compuestos de fibras de celulosa, como los nuestros lo están de fibras musculares. Pero son inteligentes, aviesamente inteligentes. Lo más semejante a ellos que existe en la Tierra son ciertas plantas carnívoras como las droseras. Pero son muy superiores a ellas, igual que el hombre es superior a una anémona de mar, aunque ésta sea un animal como el hombre. Supongo que no son plantas ni animales, señor. Sus cuerpos están formatos como las plantas terrestres, pero están dotados de autonomía como los animales. Nos han sorprendido, pero quizá nosotros también a ellos. Es posible que la forma animal típica de su planeta no sea semoviente, como no lo son los vegetales corrientes en el nuestro. (Murray, 1976)
En esta obra podemos establecer un paralelismo entre la codicia humana y la avidez que muestran las plantas antropófagas. Así, podíamos considerar que los terribles centurianos no son sino un reflejo de la destrucción del medio ambiente y el utilitarismo en el uso de los recursos naturales que ya anunciaban las industrias de antes de la II Guerra Mundial.
Aunque podemos ver el temor a los extraterrestres en cuentos como Próxima Centauri, o en otros anteriores como la famosa novela de H. G. Wells La guerra de los mundos (1898), el momento más significativo de la temática de la invasión alienígena llegará con el final de la II Guerra Mundial y la tensa calma de la Guerra Fría. El enigma de otro mundo (The thing from another world, Christian Nybi, 1951), es un buen ejemplo de esto. En este filme, un amenazador vegetal extraterrestre ve frustrado su plan de dispersar las semillas gracias a la participación del ejército. Entre tanto, un grupo de científicos intenta estudiarlo e impide que sea aniquilado, lo que pone en peligro a toda la humanidad. Este ataque a los estudios científicos es una referencia clara a uno de los lugares comunes de la época: la necesidad de poseer una ciencia controlada por el gobierno, e impedir que tenga resultados tan temerarios como la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima en 1945 –seis años antes del film. Es una película que, en definitiva, da una visión muy parcial de la cuestión, en la que se pone de manifiesto la necesidad de vigilar la ciencia, pero no quién la gestiona: el gobierno y el ejército. Dentro de este discurso militarista muy del gusto de la época, la estrella es el enigmático extraterrestre que posee una fisonomía humana pero una estructura y reproducción vegetal: savia y multiplicación por esporas. Un ser que proviene de un planeta donde, en palabras del director científico de la expedición, la vida vegetal evolucionó de la misma manera que aquí la animal.
A pesar de la presencia de estos caracteres vegetales, predomina claramente la apariencia antropomorfa, hasta el punto que el papel de planta es interpretado por un actor, James Arness, en una actuación que nos recuerda el Frankenstein de James Whale.
Junto a esta planta bípeda, tenemos otro tipo de invasores que también combinan los caracteres vegetales con los humanos. Nos referimos al libro La invasión de los ladrones de cuerpos, de Jack Finney (Invasion of the body snatchers, 1956), uno de los títulos canónicos de la ciencia ficción, donde se clonan dobles humanos con vainas vegetales, y donde el marcado carácter de fábula política deja poco espacio al análisis botánico. Esta obra, adaptada sucesivamente al cine por Don Siegel (Invasion of the body snatchers, 1956), Philip Kaufman (Invasion of the body snatchers, 1978) y Abel Ferrara (Body Snatchers, 1994), ha sido considerada como una alegoría del enemigo interno que representaron los comunistas en la paranoica sociedad americana de la década de los cincuenta y, al mismo tiempo, como una metáfora sobre la individualidad durante la persecución que ejerció el senador McCarthy y su Comité de Actividades Antiamericanas.
Al margen de estas interpretaciones, no se ha dado ninguna importancia a los elementos paracientíficos que articulan el relato. Quizá el más significativo es la procedencia de las vainas, ya que, aunque las diferentes versiones cinematográficas coinciden en el carácter panspérmico, hay diferentes matices según las épocas. Si en la versión de 1956 –La invasión de los ladrones de cuerpos, Don Siegel– se alude a formas de vida cósmicas, pero también al poder de las radiaciones atómicas, un temor muy justificado en aquel momento, en la versión que hizo Philip Kaufman en 1978 con el título La invasión de los ultracuerpos, no solamente se mantiene el opresivo estado de vigilia del filme de Don Siegel, sino que se subraya el carácter de invasión exterior a través de unos significativos títulos de crédito en los que vemos la dispersión de semillas desde un planeta lejano. Imágenes que recuerdan a las que enviaron las dos sondas Viking sobre Marte en 1976. Se deja claro, pues, cuál es el origen de la invasión: la panspermia. Esta discutida teoría, que hunde sus raíces en los textos de Anaxágoras, vivió una revitalización en la literatura de ciencia ficción a través de las conjeturas sobre la intervención de extraterrestres en la azarosa evolución de la vida en la Tierra. Si en el libro 2001: una odisea del espacio, de Arthur C. Clarke, inspirado en el guión de la famosa película de Kubrick y escrito dos años después del filme, se sugiere la posibilidad de que fuesen extraterrestres los que hicieron descender a los homínidos de los árboles, en la novela La invasión de los ladrones de cuerposse habla de un nuevo tipo de evolución forzada por unos vegetales extraterrestres que clonan humanos a gran escala.
Una variante sobre la relación entre invasión extraterrestre y la evolución vegetal la encontramos en la novela corta de Brian Aldiss The Saliva Tree (1965). Un encantador cuento ambientado a finales del siglo XIX donde su protagonista, un joven atolondrado adscrito a las filas del socialismo utópico, tiene que luchar contra una invasión alienígena de la granja de su novia. Allí los invasores se comportan con la Tierra como cualquier metrópoli con sus colonias: «Quizá el único futuro de la Tierra es el de convertirse en un lugar de turismo para millones de seres como los aurigas» (Aldiss, 1976).
Es decir, manteniendo una relación basada en la explotación de recursos, no solamente turísticos sino también naturales. En este viaje de veraneo de los aurigas, los enigmáticos visitantes utilizan todo su conocimiento científico para acelerar el crecimiento de la vida en la granja y poder disponer así de una buena alimentación durante sus vacaciones. The Saliva Tree se convierte así en una denuncia de la manipulación de los alimentos: «Era como si la agricultura se hubiese convertido en industria y los impulsos de la naturaleza hubiesen sido transformados por el nuevo dios de la ciencia.» (Aldiss, 1976).
Las verduras cultivadas se convierten en el telón de fondo de esta aventura, donde se habla de los peligrosos avances de la ciencia en el terreno de la alimentación, y donde el elemento más inquietante es la saludable artificiosidad de los frutos. Frutos con un sabor horrible, pero de colores vivos y aspecto carnoso, como los magníficos ejemplares que vemos en nuestros supermercados. ¿No será que también están adaptados al paladar extraterrestre?
■ Jugando con guisantes: vegetales mutantes
Es con el tema de la mejora de la producción vegetal como las plantas entran en de la ciencia ficción moderna, enlazando con otro tipo de contenidos contemporáneos como son la manipulación genética, el peligro de las nuevas enfermedades, o el cuerpo humano como elemento de terror –Cronemberg–. Temas que acaban sustituyendo la amenaza exterior de la ciencia ficción de los años cincuenta y asentándose en el imaginario actual. Un primer ejemplo de este interés por el poder de las manipulaciones genéticas es el libro de Ward Moore Más verde de lo que creéis (Greener than you think) de 1947, época en la que la era atómica y la carrera espacial eran los argumentos estrella, pero en la que Moore se atreve con una fábula ecologista donde un fertilizante para césped hace crecer desproporcionadamente una mala hierba que acaba conquistando el mundo. Y también la famosa El día de los trífidos (The Day of the triffids, John Wyndham, 1955) donde el biólogo protagonista de la novela atribuye la aparición de los fantásticos vegetales trífidos a una serie de avances biotecnológicos dirigidos por científicos de la URSS, aludiendo al escenario contemporáneo de los peores años de la Guerra Fría. El argumento presenta un mundo repleto de crueles armas biológicas donde la alteración de los ecosistemas es un punto clave para el desastre. Los trífidos son vegetales transgénicos que colonizan el mundo siguiendo el esquema de vegetal invasor: alta capacidad reproductiva, motriz, y de ataque organizado.
Una catástrofe ecológica es también el punto de inicio de la novela Invernáculo (Hothouse,Brian Aldiss, 1962), una especulación biológica en la que una menguada humanidad sobrevive en una Tierra dominada por vegetales. Con un sol parado y a punto de convertirse en una supernova, las plantas mutan y generan nuevas especies unidas por un ejemplar madre. En este complejo mundo verde los seres humanos son la única especie vertebrada que sobrevive al desastre, luchando contra nuevas especies vegetales que aportan las notas más coloristas de la novela: plantas malignas con lenguas y látigos, o que queman a sus adversarios con las semillas. Así, el mundo vegetal se convierte en un poderoso peligro.
Esta descripción de nuevas especies, que enlaza directamente con la imaginería medieval de libros de viajes, plantea el descubrimiento de nuevos mundos como una investigación de campo que explora sus secretos. Tal como sucede en la novela Legado (Eternity, Greg Bear, 1996), en la que se presenta una compleja especulación sobre la evolución y nos describe un planeta donde se heredan los rasgos adquiridos, haciendo realidad la teoría evolutiva de Lamarck. Lamarckia es un planeta dominado por los «ecos», organismos que contienen las diversas partes de un ecosistema y que engloban todas las especies, aparentemente individuales, pero que ni se reproducen por ellas mismas, ni actúan de manera autónoma. Los «ecos» observan y copian las especies de otros «ecos», incorporándolas y modificandolas. Así, y ved aquí la presencia de la teoría lamarckiana, los rasgos observados y copiados pasan a las generaciones siguientes y los hacen evolucionar. Por otro lado, la novela nos muestra una naturaleza extraterrestre totalmente mecanizada, en la que hay seres con ruedas o ventosas, y cada parte del conjunto tiene una función específica. Así, los «ecos» generan especies y se organizan como una fábrica, con métodos tradicionalmente capitalistas como la estandarización de procedimientos, el taylorismo.
Las formas con ruedas desafían toda explicación práctica desde el punto de vista de la biología de la Tierra. No obstante, no debemos olvidar que es muy probable que los brotes [las especies] no se generen a partir de semillas que contienen sus propias instrucciones genéticas, sino que se ensamblen en fábricas biológicas. Es posible que las ruedas y las criaturas que las utilizan no se fabriquen juntos y al mismo tiempo, sino en diferentes momentos y ocasiones. (Greg Bear, 1996: 119)
Se trata, al fin, de un perfecto engranaje con sus propias reglas, donde una vegetación no clorofílica sino de tonos rojizos se ve afectada por un desastre ecológico muy común: el intento del ser humano de manipular la naturaleza por sus propios objetivos.
Es especialmente a partir de los años sesenta, y a consecuencia de los cambios sociales y los problemas medioambientales, cuando aparece una nueva variable temática que, dentro del ecologismo, presentaba una concepción conservacionista de los vegetales. En uno de sus mejores ejemplos, Naves silenciosas (Silent running, Douglas Trumbull, 1971), un científico norteamericano es el encargado de vigilar unos invernaderos espaciales que, a modo de Arca de Noé, contienen lo que queda de la biodiversidad de la Tierra. Una vez se cancela el proyecto y recibe la orden de destruirlo todo, el científico trata de salvar lo que queda de naturaleza asesinando a sus compañeros y condenándose a vagar solo por el espacio exterior. Las tribulaciones de la nave son un reflejo futurista del estado de los jardines botánicos actuales, con sus propósitos conservacionistas y, en ocasiones, escaso apoyo político y social.
■ Vegetales: trama y fondo de la cienciaficción
De esta manera podríamos afirmar que el papel de los vegetales en la ciencia ficción se mueve entre dos parámetros. Aquellas novelas o películas concebidas como simple entretenimiento donde se presenta el reino vegetal como un fenómeno de feria, con toda la parafernalia de las plantas invasoras y asesinas, como se puede ver en el filme Elenigma de otro mundo, y otro tipo de obras como El día de los trífidos o La invasión de los ladrones de cuerpos, donde el elemento vegetal se utiliza de una manera más seria y se recapacita sobre las nuevas problemáticas ecológicas y sociales.
La otra cara de la moneda se presenta cuando los vegetales no son protagonistas, sino un simple escenario de la historia. Y es que, aunque las plantas pueden llegar a ser personajes de ciencia ficción más inquietantes que el mundo animal, su tratamiento dramático dentro de una historia es mucho más complicado. ¿Cómo podríamos justificar el comportamiento psicológico de un tomate por muy extraterrestre que sea? A la espera de una etología de las verduras que resuelva la duda, en numerosas ocasiones las plantas han sido relegadas a ser la llamativa tramoya natural donde discurren las aventuras, incluso han llegado a desaparecer en muchos argumentos. Eso pasa, bien porque, acertadamente, se imagina un mundo futuro desforestado y desértico –recordemos, por ejemplo, los desiertos que aparecen en la trilogía Mad Max, dirigida por George Miller: Salvajes de autopista (Mad Max, 1979), El guerrero de la carretera (Mad Max II, 1981) y Más allá de la cúpula del trueno (Mad Max Beyond the Thunderdome, 1985)–, o bien porque a la hora de concebir un nuevo mundo siempre es más atractivo conjeturar sobre cómo serán los edificios, las costumbres o los animales que cómo serán las plantas que lo habitan. Lo cual no deja de ser sorprendente, porque imaginar un mundo sin clorofila es imaginar un mundo en el que los seres humanos no respiran, y un mundo sin humanos respirando, limita, y esta vez mucho, las posibilidades dramáticas del relato. Bibliografía Aldiss, B. (1976): El árbol de la saliva, in Aldiss et al.: Ciencia-ficción 16, ed. Bruguera, Barcelona. —— (2003): Invernáculo. ed. Minotaure, Barcelona. Bear, G. (1996): Legado, Ediciones B, Barcelona. Finney, J. (2002): La invasión de los ladrones de cuerpos, ed. Artifex, Bibliópolis Fantástica, Madrid. Homer, (1995): L’ Odissea, ed. Magrana 43, Barcelona. Murray, L. (1976): Próxima Centauri, in Asimov, I.: La edad de oro de la ciencia ficción II, ed. Martínez Roca, Madrid. Wyndham, J. (1987): El dia dels trífids, Ed. Magrana.
Filmografía Nyby, C. (1951): L’enigma d’un altre món (The thing from another world), EUA, 87’, b/n. Siegel, D. (1956): La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers), EUA, 80’, b/n. Basada en el fulletó de Jack Finney. Kaufman, P. (1978): La invasió dels ultracossos (Invasion of the body snatchers), EUA, 115’, color. Basada en el fulletó de Jack Finney. Ferrara, A. (1993): La invasión de los ladrones de cuerpos (Body Snatchers), EUA, 87’, color. Basada en el fulletó de Jack Finney. Trumbull, D. (1972): Naus silencioses (Silent running), EUA, 89’, color.
La fascinación que han ejercido las plantas en la imaginación del ser humano proviene de una larga tradición literaria, desde la Odisea hasta la literatura pulp de los años cincuenta, con reclamos tan sugerentes como esta portada de Fantastic adventures de mayo de 1950.
«La fascinación que han ejercido las plantas en la imaginación del ser humano proviene de una larga tradición literaria»
Los viajes a nuevos territorios, tanto en la época medieval como al espacio exterior, darán lugar a la descripción de nuevas especies. El Bohun upas (arriba) era representado en los libros de viajes medievales como un árbol de Malasia que producía humos narcóticos. Más tarde, se identificó este árbol como Antiaris toxicaria (abajo), que producía un veneno utilizado por los indígenas para impregnar sus flechas.
«Las formas orgánicamente caprichosas de las plantas y sobre todo sus curiosos efectos benignos o malignos han inspirado multitud de narraciones mitológicas y fantásticas»
Invasion of the Body Snatchers (Don Siegel, 1956). En este filme el enemigo toma la forma de un vegetal y trata de imponerse a los seres humanos clonándolos y creando una sociedad homogénea y vacía de sentimientos. Toda una alegoría de lo que representaban los comunistas para la paranoica sociedad americana de los años cincuenta.
«En los años cincuenta, las plantas actúan como especies invasoras: amenazan a la humanidad con eficaces estrategias de colonización y poseen una gran capacidad de adaptación al nuevo medio»
La fantástica novela El día de los trífidos(The Day of the triffids, John Wyndham, 1955) –arriba–, fue adaptada al cine por Steve Sekely el año 1962 (abajo). Ken Hannam dirigió una versión bastante decepcionante para la televisión el año 1981.
«La condición vegetal tiende a convertirse en antropomorfa: las plantas poseen inteligencia, capacidad de desplazamiento y son carnívoras, en lugar de autótrofas»
En la novela Legado (Eternity, Greg Bear, 1996) se nos describe un planeta, Lamarckia, donde se heredan los rasgos adquiridos, lo que hace realidad la teoría evolutiva de Lamarck.
«La amenaza exterior de la ciencia ficción de los cincuenta aplicada a las plantas, es sustituida años después por la manipulación genética, el peligro por las nuevas enfermedades, o el cuerpo humano como elemento de terror»
Naves silenciosas (Silent running, Douglas Trumbull, 1971) es una fábula conservacionista donde unos invernaderos espaciales contienen lo que queda de la biodiversidad de la Tierra, a modo de Arca de Noé. Las tribulaciones de la nave son un reflejo futurista del estado de los jardines botánicos actuales, con sus propósitos conservacionistas y, en ocasiones, escaso apoyo político y social.