Consenso y oposición al cambio climático

El caso de los EEUU como ejemplo

Frente a una situación general de consenso sobre los puntos clave del cambio climático, un grupo heterogéneo formado por lo que se conoce como «escépticos», «opositores» o «negacionistas» (en inglés skeptics, contrarians y deniers respectivamente) ha marcado el debate en la opinión pública en torno al cambio climático y a las medidas políticas necesarias para abordarlo. Este texto se centra en el contexto estadounidense y explora algunos de los aspectos sociales, políticos y económicos implicados, así como los rasgos culturales y psicológicos que han influido en la opinión pública, las intenciones, creencias, puntos de vista y comportamientos en relación con la ciencia del cambio climático y cómo se debe gestionar a largo plazo. Este artículo defiende que el ejemplo de los EE UU puede aportar información sobre la evolución del debate en otros lugares; por definición, es importante considerar estos elementos contextuales para valorar con mayor corrección la influencia de los «escépticos», «opositores» y «negacionistas» en el debate actual sobre el cambio climático. 

Palabras clave: consenso, escepticismo, negacionismo, cambio climático, opinión pública.

En septiembre de 2014, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pronunció un discurso en la Cumbre sobre el Clima de las Naciones Unidas sobre la gravedad del cambio climático y la necesidad de abordarlo. Afirmó: «Hay un tema que definirá este siglo más que ningún otro. Hablo de la amenaza inmediata y creciente del cambio climático… Nadie se va a librar, [y] nosotros haremos nuestra parte…» (Mauldin y Sparshott, 2014).

Al acabar su intervención, muchos se lamentaron, como es habitual, por el abismo que separa el consenso científico sobre la contribución humana al cambio climático y la falta de medidas políticas de actuación. Una brecha ampliada por las posturas obstruccionistas de aquellos a quienes solemos llamar «escépticos», «opositores» o «negacionistas». Estos puntos de vista a contra corriente se han explicado de diversas formas: que los sustentan cómplices de las industrias de los combustibles fósiles, políticos (por ejemplo los congresistas republicanos de los EE UU), académicos renegados o aficionados sin formación (Dunlap, 2013; Victor, 2014).

«El escepticismo y los ataques al consenso sobre el cambio climático en EE UU pueden ayudar a reflexionar sobre estas mismas posturas en contextos políticos y culturales diferentes»

Por ejemplo, la directora de la Agencia Estadounidense para la Protección del Medio Ambiente (EPA), Gina McCarthy, argumentó que había que actuar no «a pesar de la economía», sino «precisamente por ella», y añadió enérgicamente que es «triste» que los que niegan el cambio climático «se escondan tras la palabra economía para proteger sus intereses particulares» (Barron-Lopez, 2014). Otro ejemplo es el del senador Bernie Sanders, quien comentó: «Esto es una crisis, y tenemos que abordarla. La mala noticia es que los republicanos del Congreso, muchos de los cuales ni siquiera creen en el consenso científico sobre el calentamiento global y la amenaza cada vez mayor que representa para nuestro planeta, siguen bloqueando las iniciativas legislativas para hacer frente a la crisis planetaria» (Cox, 2014).

A primera vista, uno podría incluso considerar esta disonancia como ruido en el sistema y desestimarla. Mantenerse firme ante posiciones indefendibles que consisten en «no hacer nada» puede parecer estúpido, dada la apabullante evidencia de que los humanos contribuimos al cambio climático, y que nuestro impacto es tremendo (Field, Barros, Mach y Mastransrea, 2014). Sin embargo, tomar en mayor consideración estos puntos de vista discordantes revela la cantidad de elementos culturales, políticos, económicos y psicológicos diferentes que intervienen en estas posturas. Por eso rebatirlas representa un reto bastante más complejo que simplemente «señalar, avergonzar y acusar» a los culpables individuales o colectivos por las posiciones que defienden (no digamos ya intentar que cambien de postura). Este artículo se centra en el caso de Estados Unidos, donde el «escepticismo», la «oposición» y el «negacionismo» se han hecho particularmente evidentes, desde las instituciones del gobierno federal (como el Congreso) hasta la vida diaria de los ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, es un error pensar en estas cuestiones como anomalías meramente estadounidenses: los mismos elementos culturales políticos, económicos, psicológicos y sociales impregnan las percepciones y la toma de decisiones sobre este tema en otros países. Por lo tanto, este artículo defiende que el escepticismo y los cuestionamientos contra el consenso sobre el cambio climático en los EE UU pueden ayudar a reflexionar sobre estas mismas posturas en contextos políticos y culturales diferentes (por ejemplo en España, Francia, el Reino Unido, Australia, India, China o Japón).

Escepticismo, oposición y negacionismo

Los escépticos, opositores o negacionistas han tratado de oponerse a los esfuerzos para actuar contra el cambio climático de las formas más pintorescas. Con el tiempo, los investigadores han intentado desarrollar definiciones más rigurosas de estos grupos para describir con más detalle las motivaciones que les mueven y las implicaciones de su capacidad de influencia en lo referente al cambio climático.

Se dice que el escepticismo es una actitud intrínseca y necesaria en la investigación científica. Sin embargo, aplicarlo para defender puntos de vista marginales sobre el cambio climático no ha sido tan positivo. Muchas veces es un escepticismo que proviene de una ideología en boga en lugar de provenir de datos científicos. El término escéptico se ha invocado normalmente para describir a quien descarta las pruebas científicas que señalan que el cambio climático es un problema y que los humanos, en parte, contribuimos a ese problema. En cuanto a los opositores, Aaron McCright (2007) los define como aquellas personas que desafían ruidosamente lo que entienden que es un falso consenso científico mediante ataques críticos a la ciencia climática y a sus científicos más importantes, a menudo con el apoyo financiero de organizaciones relacionadas con la industria de los combustibles fósiles y de laboratorios de ideas o think tanks conservadores. Saffron O’Neill y yo desarrollamos algo más la definición de «oposición climática» desglosando los argumentos para incluir los motivos ideológicos que hay tras las críticas a la ciencia del clima y excluir a los individuos a los que por el momento no convence la ciencia o a los individuos a los que no convencen las soluciones propuestas, puesto que estos dos últimos elementos se pueden abordar mejor mediante una terminología diferente (O’Neill y Boykoff, 2010). Por su parte, Kari Marie Norgaard (2006) se ha centrado en el negacionismo, y ha desarrollado tres dimensiones relacionadas con los problemas medioambientales: literal (simple rechazo a aceptar pruebas), interpretativa (negación basada en la interpretación de las pruebas) e implicatoria (rechazo basado en el cambio o respuesta que sería necesario si se aceptaran las pruebas). El uso del término negacionista ha sido criticado por conectar implícitamente, de forma innecesaria e inapropiada, con otros movimientos negacionistas; sin embargo, el término ha arraigado en el debate público.

«El escepticismo ante las afirmaciones científicas que alertan del deterioro medioambiental ha arraigado profundamente desde hace siglos»

En su conjunto, estos trabajos han tratado de aportar una mayor textura a las motivaciones que se encuentran tras el escepticismo, la oposición y el negacionismo con respecto al cambio climático, así como las consecuencias de sus manifestaciones. En el lenguaje corriente, el uso de estos términos se ha solapado. Y aunque escepticismo y negacionismo han sido normalmente los términos preferidos en el debate para describir la disputa ideológica –más que científica–, oposición parece la expresión más precisa y menos provocadora.

Podemos ver los intereses políticos y económicos como motivadores frecuentes de las afirmaciones de escépticos, opositores o negacionistas acerca del cambio climático y, por lo tanto, no se deben pasar por alto (Oreskes y Conway, 2010). Por ejemplo, cuando Charles y David Koch cuestionan los fundamentos de si el clima está cambiando o de si los humanos cumplimos un papel en el cambio climático –utilizando argumentos marginales– también se puede ver que se alinean con laboratorios de ideas como Americans for Prosperity para proteger sus más de 40.000 millones de dólares en crudo y gas, así como intereses que se podrían ver amenazados por regulaciones relacionadas con el clima (Mayer, 2010).

Sin embargo, estas motivaciones políticas y económicas se entrelazan además con importantes particularidades culturales y factores psicológicos, e influyen conjuntamente en las actitudes subyacentes, intenciones, creencias, perspectivas y comportamientos referidos a la ciencia del cambio climático y la forma de abordarlo políticamente. Por ejemplo, en 2009 la Asociación Estadounidense de Psicología emprendió la tarea interdisciplinaria de examinar y articular estas conexiones en el informe Psychology and global climate change (“psicología y cambio climático global”). su punto de partida es que el cambio climático es una cuestión «que no se detecta fácilmente por experiencia personal, pero invita a la observación y evaluación personal» (Swim et al., 2009, p. 1). Dan Kahan ha seguido examinando estas dimensiones desde el punto de vista de la cognición cultural, que entiende que las percepciones de la gente se forman en gran medida a partir de sus valores y modelos de comportamiento (Kahan, Jenkins-Smith y Braman, 2010).

Las raíces del escepticismo ambiental

Desde hace siglos existe un escepticismo profundamente arraigado en cuanto a las afirmaciones científicas sobre el deterioro medioambiental, como prueba la documentación británica de las colonias. En la primera mitad del siglo xix, muchos miembros de la comunidad científica –principalmente botánicos y médicos– advirtieron a los gobiernos del Reino Unido y su periferia colonial de los peligros de dañar los recursos del ecosistema en el proceso de «domesticación» de la naturaleza y de emigración a aquellos nuevos espacios del planeta. Aunque los gobernantes británicos fueron responsables de grandes crisis de efectos inmediatos –como hambrunas o sequías–, no consideraron en absoluto prioritaria la degradación ambiental paulatina (Rajan, 2006). Frecuentemente, ante una crisis inmediata, los administradores exponían objeciones escépticas a las afirmaciones de deterioro medioambiental de los científicos. Por ejemplo, Robert Baden-Powell –teniente general del ejército británico y defensor colonial de la silvicultura– observó: «En la mente de los funcionarios, hasta en los más altos, encontramos diferentes grados de aversión a asumir convicciones sólidas. Igual que encontramos que las convicciones de la gente se ven frenadas por los intereses personales, lo mismo ocurre con los gobernantes. Consideraciones de interés como evitar las quejas y que la región sea acogedora y tranquila, de justificar unos buenos ingresos generando productos forestales… les impiden tomar partido por la economía forestal» (Rajan, 2006, p. 235). Este escepticismo derivaba, por lo tanto, no solamente del escepticismo frente a las pruebas científicas de deterioro de los recursos del ecosistema, sino también de las implicaciones que dicho deterioro tenía para la exagerada expansión colonial que se estaba desarrollando y para la explotación capitalista de los recursos para obtener beneficios.

Movimientos como la rebelión Sagebrush o el Wise Use intentaron reformar la gestión de suelo público para otorgar derechos al sector privado, generalmente bajo la dirección de líderes carismáticos. En la imagen, portada de la revista Time del 23 de octubre de 1995 con el granjero Dick Carver en primer plano, considerado como uno de los impulsores de la conocida como segunda revolución Sagebrush./Fuente: Ken Jarecke/Time

«A mediados y finales de los ochenta, la oposición al cambio climático se posicionó radicalmente en contra de la regulación y el medio ambiente, y los movimientos medioambientales neoliberales emergieron en la opinión pública»

Tanto estos brotes de escepticismo relacionados con las pruebas científicas como los que tienen un origen ideológico enlazan con muchas cuestiones ambientales actuales (como el cambio climático). Por ejemplo, las variantes estadounidenses de la discrepancia –descritas mediante el escepticismo, la oposición y el negacionismo climáticos– han impregnado, y a menudo polarizado, la política, la cultura y la sociedad (Oreskes y Conway, 2010). Las cepas estadounidenses de movimientos de oposición al cambio climático, que reconocen sus raíces en la colonización británica, se desarrollaron a partir de un contexto histórico de conservadurismo más amplio, que enlaza con las posturas hostiles al medio ambiente que prosperaron a finales de los años sesenta y setenta del siglo xx, cuando se produjo una ola de legislación medioambiental progresista en los Estados Unidos. Algunos de estos movimientos de resistencia fueron la rebelión Sagebrush y el movimiento Wise Use (“uso racional”). Bajo la dirección de líderes carismáticos y con muchos contactos, estos movimientos intentaron reformar la gestión de suelo público para conceder derechos y libertad para tomar decisiones al sector privado (Dunlap y ­McCright, 2011). Pero a mediados y finales de los años ochenta, en el contexto de la economía de Reagan y de las medidas que tomó para reducir el poder de regulación de la EPA, así como del Departamento de Interior, la oposición al cambio climático se posicionó radicalmente en contra de la regulación y el medio ambiente, y los movimientos medioambientales neoliberales emergieron en la esfera pública. Estas interacciones culturales e históricas engendraron un término cargado de cinismo: «“wise” contrarians» (opositores razonables o expertos), para describir a aquellos que han poblado la opinión pública y han recogido influencias históricas de los movimientos Wise Use (Boykoff y Olson, 2013). Estas perspectivas amplificadas se han entendido como un reflejo de los puntos de vista conservadores en medio de la compleja maraña de la cultura política contemporánea. Por consiguiente, el programa de 2012 del Partido Republicano expresó su rechazo a la Agenda 21 –que se desarrolló en 1992 en la cumbre de Naciones Unidas en Río de Janeiro y se consideró el marco para el desarrollo sostenible en el siglo entrante– argumentando que temía que fuese un nuevo intento de establecer un gobierno global. El objetivo era avivar la antigua repulsión a cualquier intervención reguladora (Boykoff y Olson, 2013). Además, como las ideologías neoliberales y utilitaristas se asociaron con los intereses de la industria de los combustibles fósiles, también se adhirieron a los republicanos de EE UU, al escepticismo, a la oposición y al negacionismo. Algunos ven en esto una mezcla tóxica que contamina los intentos de cooperación medioambiental internacional. Y todas estas resistencias han apoyado con bastante éxito –«éxito» para los que se oponen a la intervención del gobierno estadounidense– los esfuerzos que tratan de entorpecer la toma de decisiones sobre el cambio climático.

La investigación de Riley Dunlap y Aaron McCright (2011) se ha centrado en estos movimientos de oposición en los Estados Unidos, y ha examinado cómo operaron ciertos individuos –que a veces gozaron de la atención de los medios de comunicación– para desarrollar discursos alternativos que restaban autoridad a la ciencia del clima durante la «revolución republicana» liderada por Newt Gringrich en 1994, con el objetivo de ganarse la opinión pública nacional e internacional sobre las causas del cambio climático. Tales esfuerzos han seguido recibiendo el apoyo de la Cámara de Comercio de los EE UU, que ha contratado a grupos de presión y gastado millones de dólares para publicitar puntos de vista críticos sobre la ciencia y política del clima. En las últimas décadas, esta Cámara de Comercio ha recibido aportaciones de numerosos grupos relacionados con la industria de los combustibles fósiles para ayudar a combatir la legislación sobre el clima y para cuestionar el conocimiento científico sobre estos problemas. Robert Brulle (2014) ha buscado el origen de la financiación que ha prestado la industria de los combustibles fósiles, a través de una compleja red de grupos como el Donors Trust, para identificar cómo se amplifican las voces de algunos escépticos, opositores y negacionistas en la opinión pública.

«Como las ideologías neoliberales y utilitaristas se asociaron con los intereses de la industria de los combustibles fósiles, también se adhirieron a los republicanos de EE UU, al escepticismo, a la oposición y al negacionismo»

Además, muchas iniciativas de opositores en los EE UU han estado ligadas a fuentes de financiación relacionadas con la industria de los combustibles fósiles. Pongamos, por ejemplo, la campaña publicitaria «CO2 is Green» (“el CO2 es ecológico”) del verano de 2010. Se publicó en The Washington Post, y era parte de una campaña más amplia impulsada por un grupo del mismo nombre. En sus propias palabras: «Nuestra misión es proporcionar apoyo científico y económico sólido a las instituciones públicas en temas medioambientales. En la actualidad, nos preocupan especialmente las propuestas federales que pueden interferir con la dependencia de la naturaleza del dióxido de carbono (CO2) […] CO2 is Green trabaja para asegurarse de que toda regulación o ley federal se base en la ciencia y no en mitos científicos o en política» (CO2 is Green, 2010). El grupo intentaba refutar la idea de que el dióxido de carbono (CO2) es una sustancia contaminante y, por consiguiente, protestaban contra las iniciativas legislativas que tratan de mitigar las emisiones de CO2. Estas demandas concretas se vehicularon con el respaldo financiero de la industria del carbón y, en particular, de H. Leighton Steward (Mulkern, 2010). A una acreditada carrera en la industria de los combustibles fósiles se suman los cargos de presidente de la Asociación por el Gas y el Petróleo de los Estados Unidos y de la Asociación de Suministro de Gas Natural, así como el de director honorífico del Instituto Americano del Petróleo (Mulkern, 2010). Aunque no explique todos los casos, la campaña CO2 is Green se puede considerar representativa de la lucha escéptica/opositora/negacionista, en la que poderosos grupos creados artificalmente despotrican en desigual combate contra el «establishment climático» y en la que se busca proteger intereses privados con campañas muy sofisticadas que se adaptan rápidamente a las circunstancias.

El cambio climático en el espacio público

En contraste con un trasfondo de consenso sobre los aspectos clave de la ciencia del clima, hoy en día ciertos grupos de carácter informal y heterogéneos –«escépticos», «opositores» o «negacionistas»– se han hecho realmente populares cuando la gente habla sobre clima, política o el gobierno en el siglo xxi (Boykoff y Olson, 2013). Aunque pueda parecer tentador tachar dichos esfuerzos de aislados, marginales, anómalos o localistas, en realidad representan uno de los muchos espacios en disputa en el gran campo de batalla donde están en juego las decisiones políticas mundiales en economía y producción energética, así como el compromiso público con el cambio climático.

Además, cuando comparamos estas opiniones con la noción de consenso, y cuando las calificamos de «marginales», puede ser tentador elaborar una taxonomía de la oposición, el escepticismo o el negacionismo. Sin embargo, esta aproximación presenta múltiples riesgos. Entre ellos el riesgo de pasar por alto el contexto por culpa de poner demasiado énfasis en el individuo como punto de acción. Puede ser un error centrarse en quienes pronuncian tales declaraciones y no considerar críticamente las declaraciones en sí mismas. Generalizar sobre el escepticismo, el negacionismo o la oposición a diferentes cuestiones científicas y políticas puede llevarnos a rechazar críticas que quizá sean válidas y útiles al descalificar al individuo en lugar de los argumentos que defiende. Etiquetar a los individuos (frecuentemente con términos despectivos) puede servir para etiquetarlos como «marginales», pero no centra la atención en los argumentos que sostienen sus discrepancias.

Fuente: CO2 is Green

A dalt, campanya publicitària de «CO2 is Green» publicada en The Washington Post en 2010. Aquest grup es mostra contrari a les propostes de limitar l’emissió de CO2, ja que consideren que el diòxid de carboni no és una substància contaminant. A sota, vídeo publicitari en el seu canal de Youtube./Fuente: CO2 is Green

También puede ser un error centrarse excesivamente en las personalidades individuales en detrimento de la atención que merecen las fuerzas económico-políticas, sociales y psicológicas en juego. Dicho de otra forma, el problema de procedimento surge cuando la atención por los individuos discrepantes subsume cuestiones estructurales o institucionales más profundas. Jo Littler (2009) comentó que las dimensiones sociales y politicoeconómicas se pueden perder a veces si se centra la atención en alternativas atomizadas de acción. Esto también se ha considerado como un desplazamiento del debate hacia la «responsabilización», en la que el cambio climático se convierte en la responsabilidad del individuo en lugar de serlo de los gobiernos y organismos reguladores, que sí que tienen capacidad para cambiar significativamente las políticas de producción y distribución (Littler, 2009). En el caso del cambio climático, una mirada muy individualizada conlleva formas de acción muy individualizadas (por ejemplo, cambiar bombillas, apagar luces, reciclar, etc.). Otros expertos han planteado que este desplazamiento hacia la acción individual se inscribe en movimientos más amplios en favor de un «nuevo orden ecológico» que en realidad pretende, mediante la comercialización de propuestas individualistas, disuadir a los ciudadanos de representar un papel en los cambios institucionales colectivos necesarios para abandonar los combustibles fósiles. Juntas, estas tendencias y focos de atención pueden distraer a los ciudadanos de la importancia de los retos asociados con el cambio climático contemporáneo, y de análisis institucionales con más dimensiones y matices sobre cómo interactúan la ciencia del clima y la política, así como la réplica que ello merece.

«Muchas iniciativas de opositores norteamericanos han estado ligadas a fuentes de financiación relacionadas con la industria de los combustible fósiles. Pongamos, por ejemplo, la campaña publicitaria “CO2 is Green”»

Otro riesgo clave es que, en el proceso de nombrar, avergonzar y culpar al «otro», se tiende a pasar por alto las responsabilidades comunes asociadas con el cambio climático antropogénico. A medida que, como colectividad, hemos ido adentrándonos en el nuevo milenio, una cuestión tan compleja y multifacética como la del cambio climático ha ido penetrando en lo más profundo de nuestra relación con el entorno. Choca con los cimientos de nuestra forma de vivir, de trabajar, de actuar y de relajarnos en la vida moderna, y por lo tanto determina nuestra vida diaria, nuestros estilos de vida y modos de subsistencia. Hasta el punto de que señalar, avergonzar y culpar nos distrae de las responsabilidades comunes. De hecho, frecuentemente sirve a los intereses de aquellos a los que se señala, avergüenza y culpa.

«En EE UU, el “escepticismo”, la “oposición” y el “negacionismo” se han hecho particularmente evidentes desde las instituciones del gobierno federal hasta la vida diaria»

Así pues, cuando hablamos de los contrastes entre consenso y escepticismo sobre el cambio climático, es fundamental seguir teniendo en cuenta la importancia del contexto, así como los peligros de centrarse en exceso en aquellos a quienes llamamos «escépticos», «opositores» o «negacionistas». Además, lo que ocurre con respecto a los debates y discusiones sobre el consenso y el escepticismo en los Estados Unidos no se queda exclusivamente en los Estados Unidos; en realidad, afecta a los discursos de otros contextos culturales y políticos. En resumen, que si prestar demasiada atención a unas discrepancias infundadas limita en lugar de ampliar el espectro de posibles consideraciones de diagnóstico y prognosis, debemos corregir el rumbo.

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© Mètode 2015 - 85. Vivir con el cambio climático - Primavera 2015
Profesor asociado de Estudios Medioambientales de la Universidad de Colorado-Boulder (EE UU) y miembro del comité científico de Mètode. Es el director del Centro de Investigación en Política Científica y Tecnológica, que forma parte del Instituto Cooperativo de Investigación en Ciencias Medioambientales de la Universidad de Colorado-Boulder. También es el director del Observatorio de Medios y Cambio Climático y codirector del proyecto «Inside the Greenhouse». Ha publicado un gran número de artículos científicos, capítulos y libros sobre la política cultural y la gobernanza ambiental, la comunicación científica y medioambiental, las interacciones entre ciencia y política o la adaptación climática. Entre ellos destaca el libro Who speaks for climate? Making sense of media reporting on climate change (Cambridge University Press, 2011). Su último libro publicado es Creative (Climate) Communications: Productive pathways for science, policy and society (Cambridge University Press, 2019).