Después del fuego

Atzukak

Es probable que muchos de los lectores de la revista Mètode, a pesar de que es una revista científica y editada por la Universitat de València, no conozcan las sierras de L’Ombria de Agullent-Onteniente-Bocairente, que sucumbieron en septiembre de 2010 a las llamas y al fuego. Alrededor de unas mil quinientas hectáreas de montañas, llanadas, altos, barrancos y riscos. Unas sierras preámbulo de la tan querida sierra de Mariola, auténtico jardín botánico de nuestro país y que, afortunadamente, quedó como triste acompañante, mientras su sierra hermana ardía durante la noche, el día y la noche.

«De golpe, todo el mundo ha perdido algo, algún recuerdo, algún rincón donde perderse o donde sentarse, donde respirar y vivir, donde amar o huir»

Se me ha preguntado por qué razón escribí el poema Després del foc, que ha sido versionado en canción por siete grupos ontiñentinos. Había pensado, tal y como el nombre de la publicación pide, describir el método del proceso de escritura, pero en realidad es trivial, elemental y sencillo. Cuando un pueblo pierde parte de su pueblo, no hay manera objetiva y racional de parar un sentimiento de vacío, de impotencia y desolación. De golpe, todo el mundo ha perdido algo, algún recuerdo, algún rincón donde perderse o donde sentarse, donde respirar y vivir, donde amar o huir, o simplemente donde estar en soledad o en compañía.

Atzukak

Foto: D. Gironés

Nuestras pequeñas sierras, suaves y resecas en apariencia, ya habían sufrido el fuego en el año 1994, y ahora, pasado el tiempo, volvían a mostrar tesoros y rincones que hacían que la naturaleza abrazara con su básica esencia al ciego de espíritu que no era capaz de ver lo que tenía alrededor.

La Serreta de Agullent, que abarca la ermita de San Vicente, la fuente Maciana y la Peña Alta, guardaba un pinar viejo, fornido, claro y frondoso. Bajo las copas, paseabas entre lentiscos y enebros, buscando setas, con un único horizonte: los viejos troncos del último pinar antiguo que nos quedaba.

El río del barranco de los Naranjos o del Infierno o del Clariano, que une Onteniente y Bocairente, discurría entre un bosque de ribera en crecimiento, donde fresnos, almeces, chopos, álamos y arces, además de higueras, nogales, carrascas y pinos, hacían del río, de las lomas, los riscos y peñascos, uno de los barrancos más especiales de estas tierras. A partir de octubre podías escuchar el reclamo del búho al atardecer; en febrero, observar el vuelo acrobático del águila perdicera; en abril, el eco del ruiseñor. Todo eso y más, acompañado de alguna de las tres fuentes que llevan el agua directamente de los llanos montañosos, que ahora son ceniza.

«Los incendios son lo único que en un instante nos arrebata la naturaleza de golpe, lo único que de la mano del hombre, como es el caso, nos quema por fuera y por dentro»

No sé si habéis tenido ocasión de deleitaros con el aroma de la pebrella y la ajedrea que nace en estas soleadas lomas, al abrigo del pedregal. Ahora, cuando vuelvan a nacer y ser las primeras plantas, id allí; haced de ellas vuestras compañeras de camino. Solo así, respirando su aroma trabajado, entenderéis, al menos un poco, por qué estos pueblos han perdido tanto.

Acercaos también a Bocairente, emprended la subida al calvario del Santo Cristo y, justo en la ermita, mirad el paisaje intacto de la Vall d’Albaida, la Mariola y lo que hemos perdido de la sierra donde estáis ahora. No tendréis palabras, no tendréis perdón, para maldecir para siempre a aquellos que nos han quemado lo que era nuestro, lo que era de todos, lo que daba esperanza a los ojos.

Los incendios son lo único que en un instante nos arrebata la naturaleza de golpe, lo único que de la mano del hombre, como es el caso, nos quema por fuera y por dentro. Cualquier pueblo, cualquier persona que ame la tierra, tiene esta sensación de vacío. Ahora bien, la única esperanza que nos queda es el tiempo. Un tiempo que nuestras montañas entienden de otra manera y que nosotros, el pueblo, solo podemos acompañar. Como la naturaleza, no miremos hacia atrás, miremos solamente hacia delante. Y ahora, mientras escribo estas líneas, llueve sobre nuestras sierras; paradójicamente, la sombra de nuestros hijos empieza a crecer.

Després del foc

(Lletra de David Gironés / Música d’Atzukak)

Després del foc, la cendra encara crema,
i al seu pas, no ha quedat viu ningú.
Han mort de nou les serres d’Agullent
la font Maciana i l’ermita de Sant Vicent,
la Penya Alta i l’Alt del Torrater,
el Bancal Redó, el pla de les Vinyes i Viverets.
El barranc de Bocairent, el dels Tarongers i Massarra,
el pla de Llobregat, el del Quincaller i la Penya Roja,
el barranc de l’Àguila,
el barranc de Palacios,
l’alt dels Carlistes, la Soterranya,
Galindo, l’Escalerola, el corral de l’Aracila,
Riello, Ponce.
Tants puntals,
llomes, alts,
plans i barrancs, han quedat orfes,
que els ulls,
quan passes pels trasquilons que ara són les sendes i camins,
no saben on mirar per no cegar-se de tanta pena.

Hem perdut molt, hem perdut tant,
que el nom del nostre poble,
en part, s’ha cremat.
Maleïts per sempre, allà on vagen,
allà on parlen, allà on visquen,
aquells que ens han cremat.
Ara són cendra,
i sobre la cendra creixerà tot nou.
Reeixirà l’espígol, la pebrella i el timó,
el cepell, el romer i l’argilaga,
la coscolla i el fenoll,
després creixerà la carrasca i el pi,
el roure i l’auró,
el fleix i el llidoner,
l’om i el garrofer.
No penseu que ens han vençut,
un poble, que és poble i es sent poble,
mai es deixa véncer.
Perquè des del barranc Aspre fins a Pospelat,
passant per la Vall Seca, el pla de Simes i Gamellons,
els cabeços del Navarro i Tirirant,
el barranc Gran, el de Morera, Gorgorròbio i Bencenill,
l’alt de Figueroles i Sant Esteve,
el barranc de la Puríssima i el Cabeço Gran,
som poble,
i tenim com a sang l’aigua del Pou Clar,
que es transforma en artèria quan rega tota la Vall.

Hem nascut de l’horta i el secà,
vivim sobre aquesta terra
i els camps i els bancals ens han donat la seua vida.
No mirem cap endarrere, només mirem cap endavant,
però si volem seguir sent poble,
no podem deixar enrere les nostres muntanyes, barrancs i plans,
ni tots els tresors que amaguen ni els que mostren a cada pas,
Si aquesta terra tot ens ho ha donat,
si és la que ens ha vist nàixer,
tenim un deute com societat amb ella.
Ara toca unir forces, treballar tots junts,
les muntanyes que ara són òrfenes,
demà seran l’ombra dels nostres fills,
l’herència dels que som ací.

© Mètode 2011 - 70. Cuando se quema el bosque - Número 70. Verano 2011

Autor del poema Després del foc. Licenciado en Filología catalana y española. Profesor de secundaria en el Colegio Concertado La Milagrosa (Onteniente, Valencia).