Los últimos veranos hemos visto incendios en zonas donde no se habían producido en mucho tiempo: Canadá, Siberia, islas Hawái… También dentro de los Países Catalanes, en La Jonquera, por ejemplo. Una pregunta evidente: ¿tiene esto relación con el calentamiento global?
Mirar el pasado es ilustrativo de cómo va el presente. Un método de la paleoclimatología se basa en el análisis del polen en sedimentos marinos o lacustres. El polen es específico de las plantas que lo generan y la vegetación está en equilibrio con la temperatura y humedad de la que vive. Conocer la vegetación que había en un sitio en un momento determinado nos da claves sobre las condiciones climáticas. Esta metodología ha sido útil, entre otras cosas, para obtener información sobre cambios abruptos en intervalos de cientos o pocos miles de años. La aplicación de esta regla en los tiempos actuales supone que, si cambian la temperatura y la humedad, necesariamente debe cambiar la vegetación. Son habas contadas. Entonces, es necesario plantearse cómo se hacen estos cambios.
La vegetación no cambia de un día para otro; existe la dinámica biológica de las especies vegetales. Unas especies mueren y otras, más adaptadas a las nuevas condiciones climáticas, arraigan. Así ha ido siempre y así seguirá siendo. En la medida en que los árboles están menos adaptados a las condiciones climáticas, son más vulnerables a plagas, sequías, incendios… Probablemente, los incendios han sido un medio por el que se han acelerado los cambios. En el pasado, cuando no había humanos o había pocos, cuando ardía el bosque, no había nadie que apagara el incendio. Quemaba todo lo que debía quemar. Esto dio lugar a la adaptación de diversas especies de árboles a sobrevivir a los incendios, especialmente en las zonas mediterráneas.
Un aspecto fundamental es la capacidad de regeneración del bosque, sea en las especies que existían antes de los incendios o en las nuevas. Y esto depende de la preservación del suelo. Un ejemplo de ello son las montañas de Mallorca. En el siglo XIX, después de la desamortización de los bienes de la Iglesia, hubo varias zonas boscosas que pasaron a manos privadas. A los propietarios nuevos no se les ocurrió otra forma de hacer negocio que talar los bosques y vender la madera. Esto creó una erosión enorme y ahora solo hay roca pelada, sin árboles, en las zonas altas de montaña. En otros lugares de la península, por ejemplo, en los Monegros o en zonas almerienses, la tala de árboles también ha generado amplias zonas desérticas. La deforestación indiscriminada parece a menudo mucho más perjudicial para la continuación de los bosques que los incendios.
Otro aspecto a considerar es el de la acción humana, concretamente los servicios de bomberos. En el País Valenciano, en Cataluña, las Baleares, y en otros lugares de la península se dispone de servicios de bomberos eficaces con estrategias de actuación rápida cuando hay fuego. Esto ha permitido evitar grandes incendios. Sin embargo, estos servicios no pueden hacer milagros, y a veces la situación se descontrola. Si lo comparamos con otras zonas del mundo donde existen incendios que afectan a extensiones enormes, probablemente se puede identificar una falta importante de equipos humanos para enfrentarse al fuego. Por ejemplo, en EE. UU., donde a menudo incluso el servicio de recogida de basura está organizado por grupos de casas de forma autónoma, es poco probable que haya servicios estatales con la dimensión adecuada al problema actual. Cuando en una de las islas de Hawái ardió una ciudad entera, cabe pensar si los equipos que debían enfrentarse al fuego eran suficientes. Lo mismo podría decirse de muchos países en los que de vez en cuando aparecen incendios que queman extensiones enormes de bosques, incluida Europa. Por otra parte, las medidas preventivas, como las campañas de sensibilización o prohibición de ir al bosque en situaciones de alto riesgo de incendio, también son muy eficaces y necesarias.
Los bosques juegan un papel muy importante como reservorios de CO2. Además, son un medio de subsistencia para muchas comunidades y el hogar de más del 80 % de la biodiversidad terrestre. Su preservación es fundamental. Hay que protegerlos del fuego, por supuesto. Sin embargo, conviene que las políticas forestales tengan presentes los cambios que se están produciendo en el clima y que se favorezca la implementación de especies de árboles más adaptadas a las nuevas condiciones. En cualquier caso, debemos ser conscientes de que el problema de los bosques debido a los cambios del clima proviene de la actividad de los humanos. Nosotros somos, por tanto, responsables de su preservación.