«Entusiasman a los niños» es el poco original comentario al que tanto se han acostumbrado quienes se dedican a la investigación sobre dinosaurios. El aprecio popular por estos animales arranca casi desde el mismo momento de su descubrimiento científico a mediados del siglo XIX y, durante gran parte del tiempo transcurrido desde entonces, los dinosaurios han sido considerados popularmente como elementos de entretenimiento. Pero, en los últimos decenios, se ha ido implantando un mayor conocimiento entre la sociedad acerca de aspectos más geológicos y biológicos que lúdicos. ¿Por qué hay tantos yacimientos en ciertas zonas y ninguno en otras cercanas?, ¿cuáles fueron los más grandes y por qué alcanzaron tallas tan gigantescas? o ¿cómo se puede saber el color que tenían? son preguntas cotidianas en auditorios que se llenan para conocer los enigmas que descifra la paleontología.
Las grandes producciones audiovisuales y los numerosos museos que han introducido dinosaurios en sus exposiciones –o incluso los protagonizan por completo (Figura 1)– han alimentado la curiosidad de muchos tipos de públicos; ello ha servido, además de para incrementar la cultura científica de la ciudadanía, para multiplicar el número de personas expertas en dinosauriología, fomentar nuevos hallazgos y promover sorprendentes estudios de estas apasionantes criaturas.
Durante mucho tiempo, las investigaciones sobre dinosaurios se limitaron a la descripción de nuevos hallazgos y a su incorporación a un incipiente –y cada vez más completo– sistema de clasificación. No hay que olvidar que a principios del siglo XIX no se sabía nada acerca de estos «lagartos terribles» y tampoco nadie había pronunciado todavía la palabra dinosaurio. En la actualidad se describen continuamente nuevas especies y, si bien esta labor de documentación de la dinodiversidad es tan útil como imprescindible, el ámbito de los estudios se ha ampliado extraordinariamente hasta convertir a la dinosauriología en un verdadero compendio de disciplinas.
En efecto, a partir de los propios fósiles se llevan a cabo inferencias acerca de biomecánica, historia de la vida, reproducción, alimentación, dimensiones, comportamientos (caza/carroñeo, gregarismo, cuidado parental…), etc., mientras que a partir de la información obtenida se contribuye al progreso en el conocimiento de medios sedimentarios, tafonomía, paleobiogeografía, paleoecología, paleoclimatología o aspectos evolutivos, entre otros. Y, como ya se ha dicho, suponen un reclamo fundamental para aumentar la cultura científica de la sociedad a través de su papel estelar en el mundo del ocio en sus diversas facetas, pues se encuentran numerosos productos dirigidos a todo tipo de públicos. Y aún más importante que esto último, la fascinación que provocan en jóvenes los convierte en una atractiva vía de acceso al método científico, como lo demuestra que muchas personas legas en paleontología o biología sean capaces de utilizar correctamente la nomenclatura binomial del tiranosaurio. Este factor puede desembocar en una futura carrera profesional enfocada a la investigación o, simplemente, despertar el aprecio por la ciencia en sentido amplio, con los beneficios que ello conlleva para la mejora de la calidad de vida en una sociedad correctamente informada.
Entre fósiles de dinosaurios
En este número monográfico se resume la variedad de aportaciones anteriormente señalada, incluyendo contribuciones sobre documentación de la dinodiversidad, cálculos de dimensiones de los individuos que han proporcionado los mayores huesos conservados, aplicación de tecnologías específicas para descifrar rasgos anatómicos anteriormente inaccesibles y utilización de los dinosaurios en beneficio de la divulgación científica y del desarrollo socioeconómico de las comunidades locales en el entorno de los hallazgos. Son solo algunos ejemplos de la diversificación actual de los estudios sobre dinosaurios, que no deja de aportar primicias de interés científico y que está permitiendo reconstruir de modo integral los avatares de su linaje, así como de los ecosistemas que habitaron.
La producción científica sobre dinosaurios es abrumadora, por no hablar de otro tipo de publicaciones de divulgación y productos en línea, tanto de profesionales como de aficionados. El ritmo de descubrimientos es incesante, en buena medida gracias tal vez al detonante de la saga de películas Parque Jurásico (Figura 2) que llenó las universidades de entusiastas de la paleontología, facilitó la creación de museos y grupos de investigación sobre dinosaurios y condujo a la receptividad de patrocinadores –públicos y privados– para destinar financiación a campañas paleontológicas. Ya hace tiempo que se superó el ritmo de descripción de un nuevo taxón de dinosaurios cada semana y, menos conocido pero no menos evidente, se ha afianzado el progreso en diversas facetas de las investigaciones, desde temas muy genéricos –como el tamaño (Figuras 3 y 4)– hasta debates específicos acerca de aspectos muy concretos de algunos de ellos, como es el caso vigente del alcance de los posibles hábitos acuáticos de Spinosaurus o la exploración de temas frontera como el color o la constitución encefálica (Figura 5), completamente inabordables no hace tanto tiempo.
El grado de conocimiento de los dinosaurios, comenzando en la segunda mitad del siglo XIX con las reconstrucciones de sus esqueletos (ensayadas a partir de los primeros fósiles encontrados y no siempre correctas al tratarse de animales anteriormente desconocidos), se amplió a lo largo del tiempo mediante los avances en la interpretación anatómica de los animales en vida, de los ecosistemas en los que convivían con otros seres vivos e incluso de sus comportamientos. Durante la primera parte del siglo XX se consideraron a menudo animales ridículos, como se reflejaba hace exactamente 70 años en el artículo del diario español Lucha titulado «Cómo desaparecieron los mónstruos de la prehistoria. Los diplodocus, que eran animales estúpidos, murieron de hambre». Pero a partir de la década de los años sesenta del siglo pasado se produjo un cambio radical, en lo que se conoce como Dinosaur Renaissance. Los nuevos métodos empleados, como es el caso de las investigaciones histológicas que reconsideraron su fisiología, confirmaron que fueron seres tan activos como lo son los mamíferos y las aves actuales. Los fósiles indirectos, especialmente los de icnitas y huevos, contribuyeron a perfilar rasgos de sus comportamientos sociales. Desde entonces se empezó a expandir y popularizar su imagen de animales ágiles, en posturas y acciones dinámicas, a la par que se precisaban sus relaciones filogenéticas y el grado de parentesco con otros vertebrados. Si bien ya se conocía Archaeopteryx desde hacía mucho tiempo (Figura 6), los nuevos enfoques en el estudio de los dinosaurios y el florecimiento de espectaculares hallazgos de dinosaurios con plumas –provenientes principalmente de China– desembocaron en la constatación de que las aves son, realmente, un grupo más de dinosaurios terópodos manirraptores. Por lo tanto, los dinosaurios no se extinguieron hace 66 millones de años, en el límite entre el Cretácico Tardío y el Paleoceno, ni fueron aniquilados tras la caída de un meteorito o por la concatenación de cualquier tipo de eventos súbitos. Lejos de haber sucumbido ante una devastadora catástrofe, los dinosaurios más populares de nuestra iconografía han perdurado mediante un formidable legado: las aves, con las que compartimos actualmente nuestras vidas y que colonizan el planeta con muchas más especies que el propio grupo de mamíferos al que pertenecemos.
Del yacimiento local al conocimiento universal
Las contribuciones de este volumen se han articulado siguiendo un procedimiento lógico de la investigación, cuyo inicio radica en los hallazgos locales y en la documentación e inventario de yacimientos, así como en la sistemática y taxonomía de los dinosaurios encontrados (Andrés Santos Cubedo), trabajos necesarios para postular hipótesis evolutivas o paleobiogeográficas a partir de un gran número de datos a lo largo del planeta. Tras esta imprescindible etapa, surgen las investigaciones destinadas a exprimir las posibilidades de convertir el material fósil en un verdadero «ser vivo», aquí representadas por dos ejemplos: la reconstrucción de su apariencia de modo fiable, ejemplificada en el establecimiento de las dimensiones del animal a partir de sus huesos (Jorge O. Calvo), algo que reúne ciencia y curiosidad popular, y las claves de su anatomía funcional (Daniel Vidal); y no hay que olvidar que la curiosidad siempre está en la base del planteamiento de las preguntas científicas. También se introduce el papel que todo este bagaje del conocimiento aporta al desarrollo local, impulsando nuevos hallazgos que alimentan, afortunadamente, los ciclos del círculo aquí descrito (Alberto Cobos Periáñez). Y, finalmente, concilia conocimiento científico y satisfacción del interés popular la aportación sobre la ilustración científica, tan útil para documentos científicos como para mensajes divulgativos (Óscar Sanisidro).
Si bien está ampliamente extendido el protagonismo en la bibliografía científica mundial de quienes investigan dinosaurios norteamericanos, británicos o chinos, en este monográfico se compendian ciertos progresos en los temas anteriormente descritos que han realizado investigadores de lengua materna española. Más allá de resultar anecdótico, conviene reconocer que desde sus países realizan aportaciones de primera línea internacional, no siempre adecuadamente valoradas por la industria de las revistas científicas más potentes que muestra preferencias hacia el predominio anglosajón y la expansión científica china. Precisamente, uno de los investigadores argentinos en dinosaurios con reconocimiento internacional e invitado a colaborar en este número de Metode Science Studies Journal, Jorge Orlando Calvo, nos dejó de modo inesperado a principios de este mismo año 2023. Jorge era profesor de la Universidad Nacional del Comahue/Universidad Nacional La Pampa (Neuquén), pero, sobre todo, era el entusiasta fundador e impulsor del Centro Paleontológico Lago Barreales (Proyecto Dino Park), en la Patagonia argentina, donde ejercía de explorador, investigador, docente y magnífico anfitrión de quienes por allí recalaban (Figura 7). Tras su lamentada pérdida durante el proceso de edición de su manuscrito para este monográfico, bien merece el sentido homenaje de quienes tuvimos el privilegio de disfrutar de su cordialidad y enseñanzas, ya fuera en su Argentina natal o a través de otros encuentros personales, así como el reconocimiento de quienes contribuirán al progreso de la paleontología gracias a su herencia científica.