En contaminación atmosférica hay tres grandes problemas que están evolucionando de manera muy diferente; a saber: el cambio climático, la calidad del aire en los interiores y la calidad del aire urbano.
En cuanto al primero, vamos hacia un calentamiento de, como mínimo, 2,7 °C en 2100, cuando el Acuerdo de París pedía no superar los 1,5 °C (anticipaba que, si no se podía, se recomendaba no sobrepasar los 2 °C). Además, la política energética se ha visto afectada por la invasión de Ucrania y puede llegar a empeorar el problema. En este escenario hay un sector, incluso científico, que considera mejor invertir en adaptación. ¿Pero adaptarse a qué? No es adaptarse a los cambios climáticos actuales sino a unos que tienen que venir y serán a buen seguro mucho peores. En este campo, pues, no nos queda otra que concentrarnos en la transición a las renovables a marchas forzadas, y convencer a Asia para que lo haga también.
En el segundo, la evolución ha sido positiva durante muchos años, pero cambios asociados a la mejora de eficiencia energética de los edificios y transporte público han derivado en ambientes herméticamente cerrados y, en muchos casos, en recirculación masiva de aires interiores. La COVID-19 nos ha hecho ver que es necesario ventilar (que no quiere decir mover aire, sino cambiar el aire interior por aire exterior fresco) para reducir el riesgo de transmisión de enfermedades respiratorias. Esta ventilación permite también reducir los niveles de contaminantes en espacios interiores. Ahí estamos mejorando, y los retos son compatibilizar la ventilación con la eficiencia térmica y ventilar zonas muy transitadas o con altos niveles de ozono sin empeorar el aire interior con contaminantes exteriores.
En el tercer ámbito, la calidad del aire exterior, hemos mejorado muy marcadamente. En 1990, en la Unión Europea la contaminación por partículas en suspensión causaba un millón de muertes prematuras al año, mientras que el último informe de diciembre de 2021 de la Agencia Europea de Medio Ambiente atribuye 0,3 millones en 2019. Aun así, son muchas muertes y, además, no están homogéneamente repartidas por la geografía europea.
Los contaminantes críticos en aire ambiente exterior (que se presentan en concentraciones muy por encima de los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud) son las partículas en suspensión finas y gruesas (PM1 y PM10), el dióxido de nitrógeno (NO2), el ozono troposférico (O3) y el benzo[a]pireno (BaP). Como en otros aspectos medioambientales, en España vamos con retraso respecto a muchos estados europeos en cuanto a implementar medidas de mejora de calidad del aire. Muchas de estas medidas son de ámbito local y autonómico, aunque otras son estatales. En el contexto urbano, las medidas de más coste-efectividad afectan sobre todo el tráfico rodado. Este es responsable de aproximadamente el 35 % de las PM2,5 (partículas en suspensión finas iguales o menores a 2,5 micras), así como de un 65 % del dióxido de nitrógeno que respira un ciudadano español de las grandes capitales. Además, también afecta al ozono troposférico urbano, periurbano y rural.
En el caso del dióxido de nitrógeno, las medidas más efectivas se han centrado en reducir el número de vehículos metropolitanos circulantes mediante: un transporte público muy desarrollado, rápido, económico y confortable; la implementación de peajes urbanos y restricción del parking exterior en la ciudad; creación de zonas de bajas emisiones que no permiten la circulación a los vehículos antiguos más contaminantes y favorecen los más ecoeficientes; desarrollo de una logística eficiente de distribución urbana de mercancías y taxis con medidas tecnológicas y no tecnológicas; y el rediseño urbano a favor de zonas verdes y de peatones, y que separe el tráfico de hospitales, colegios, centros de atención primaria, geriátricos, zonas de juego, y favorezca el transporte activo (andar y bici), entre otros.
Para las PM2,5 estas medidas pueden ser parcialmente efectivas, pero además se tienen que aplicar otras sobre emisiones industriales, puertos, aeropuertos, construcción-demolición, emisiones domésticas y residenciales, y también agrícolas.
Para el ozono troposférico, la situación es más compleja, y las medidas para reducir sus precursores (a partir de los cuales se genera) se tienen que tomar no solo en el ámbito urbano sino regional, nacional y europeo. Pero el hecho de la bajada marcada de sus niveles en toda la franja mediterránea española durante el verano de 2021 (probablemente relacionada con la reducción de las emisiones del tráfico del 20 %) da esperanzas de que el problema sea resoluble.