Es posible que gran parte de los naturalistas, científicos y en general apasionados de la naturaleza que estén leyendo este artículo, al echar la vista atrás y vislumbrar su niñez en el campo, tengan recuerdos de cómo observaban e interaccionaban con las hormigas. Interminables filas formadas por hormigas que, aun pareciendo diferentes, se metían todas en un mismo agujero, incansables trabajadoras que transportaban palos, semillas y restos de comida que fácilmente les triplicaban en tamaño… Aquello era un laberinto de emociones que atrapaba nuestro tiempo mientras echaba a volar nuestra imaginación.
Años más tarde, la información corroboró lo que nuestra intuición ya había proclamado: estos pequeños seres son tan comunes como especiales. Con casi 14.000 especies descritas, es posible encontrar hormigas en todos los continentes menos la Antártida. Se estima que podrían ser el 20 % de la biomasa animal terrestre, más incluso que la de los vertebrados. Su morfología es variopinta, con diseños que pueden variar de acuerdo a su dieta, generalista o especialista, o al lugar en el que viven, ya sea en términos de orografía o clima. Pero seguramente lo más llamativo de este grupo de insectos es su capacidad para organizarse. Son animales eusociales, término que define el mayor rango de organización social en el reino animal. Y en dicho comportamiento, el intercambio de feromonas es fundamental.
Estas feromonas son su seña de identidad, siendo clave para reconocerse entre ellas y diferenciarse de intrusos no deseados, por ejemplo, de colonias vecinas. Cuando estas señales químicas no son familiares, el ataque es implacable. Esta es una de las principales causas que median el conflicto entre las hormigas que observamos en la naturaleza en plena batalla campal. Sin embargo, no es la única. Factores climáticos como el viento o las precipitaciones pueden «robar» a las hormigas su seña química de identidad y desatar una guerra despiadada entre los individuos de una misma colonia.
Fotografiar un combate entre hormigas es fascinante, al menos durante un rato. La épica de la batalla se disipa cuando más de cuarenta minutos después, las hormigas, exhaustas, apenas se mueven de su posición –eso sí, sin dejar escapar nunca al «enemigo»–. Por lo tanto, lo más importante para poder retratar este momento no será la rapidez, sino tener una buena lente de aproximación –un objetivo macro– y hacer un correcto uso del flash externo, para evitar fuertes contrastes que nos impidan ilustrar los detalles de la batalla. Sin duda, la dificultad se incrementará a medida que disminuye el tamaño de las hormigas.