Aprender

aprender ilustración Anna Sanchis

Ilustración: Anna Sanchis

Muchos animales aprenden. Los mamíferos, casi todos. Genéticamente, reciben muchas pautas de conducta instintiva, pero un determinante número de destrezas necesarias para sobrevivir provienen del aprendizaje. Los humanos no somos una excepción. Bien al contrario, venimos al mundo sabiendo hacer una ínfima parte de lo que nos hace falta y por eso nos pasamos toda la niñez aprendiendo. Toda la vida, de hecho.

De un tiempo acá hemos estandarizado la transmisión de destrezas y conocimientos en estudios reglados. Tanto, que muchos han llegado a creer que todo, y solo, se aprende en la escuela y en las universidades. En realidad, la generalización de los estudios reglados es una práctica reciente, algo de pocos siglos. Y ni eso, porque hasta hace cuatro días solo unos cuantos privilegiados iban a la escuela hasta la adolescencia. Para muestra, recordemos la figura del aprendiz, el chaval (las mujeres se quedaban en casa…) que empezaba barriendo el obrador e iba adquiriendo destrezas en el oficio. «Haciendo y deshaciendo se va aprendiendo», sentencia el dicho. Escuelas de formación profesional no había ninguna. Y lo que no eran oficios, eran especulaciones académicas, trívios y cuadrívios para ricos o eclesiásticos.

Los conocimientos para vivir y sobrevivir se adquirían respirando. Quiero decir que provenían del entorno y se absorbían osmóticamente. Mirándolo bien, no ha dejado nunca de ser así. Por ejemplo, no es en la escuela donde aprendemos a hablar. Desde que abre los ojos y empieza a escuchar, el niño escanea constantemente el entorno, incorpora información y construye imaginario. Es decir, aprende. El ambiente es el principal proveedor de elementos educativos, fuera y dentro de la escuela. De hecho, la propia escuela es un componente del ambiente, porque responde a las condiciones y usos sociales de donde ha surgido. Podría decirse, en este sentido, que la educación es un metafenómeno ecológico, una derivada ambiental.

La educación reglada activa, teórica o práctica, coexiste con esta educación pasiva transmitida por observación o por empirismo. A menudo no somos lo bastante conscientes y nos sorprende el fracaso escolar, sin darnos cuenta de las catastróficas consecuencias educativas que tienen los entornos desestructurados o culturalmente nulos. La cuestión va más allá del ambiente familiar. Concierne al barrio, al pueblo o ciudad, al paisaje en general. El celebrado urbanismo holandés no se ha enseñado nunca en ninguna escuela, se ha difundido visualmente en toda la población. Los holandeses han ordenado admirablemente su espacio porque siempre han visto espacio admirablemente ordenado a su alrededor, tal como los campesinos europeos labran recto porque nunca han visto surcos torcidos en su entorno agrario. Visiten los trópicos, más allá de las plantaciones de origen europeo, y verán qué desbarajuste de roturaciones y planteles.

En 1990 se celebró en Barcelona el I Congreso Internacional de Ciudades Educadoras. El concepto de ciudad educadora parte de la evidencia de que el espacio no es neutro, sino que genera, difunde y refuerza imágenes y valores de manera explícita e implícita. Este carácter comunicativo es más intenso cuanto más complejo, diverso y rico es el espacio de referencia. Esto quiere decir que un país ordenado predispone al orden mental. La Francia republicana introdujo ideas de progreso en la enseñanza reglada (que hizo obligatoria) y construyó un espacio rural y urbano también progresista que era, claro, igualmente educador. Un siglo y medio después, comparen los pueblecitos transpirenaicos con los cispirenaicos. De estos contextos tan diferentes surgen ciudadanías tan distintas…

El ambiente educa, y tanto. En caso de contradicción, el aprendizaje osmótico suele prevalecer sobre el reglado. De ello tenemos ejemplos cotidianos, personas que han aprendido en la escuela cosas que no hacen en su casa porque en su casa no se han hecho nunca esas cosas. Por eso es tan importante construir unos estándares territoriales y civiles que sean adecuados y sostenibles. Sin paisaje ordenado no hay buena cultura existencial. Ni tampoco imaginario exhibible.

© Mètode 2020 - 105. Estándares - Volumen 2 (2020)
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.