Microplásticos

Ilustración: Anna Sanchis

El oxígeno es un gas tóxico. Para los organismos anaerobios, quiero decir. Las arqueas y bacterias del Arqueano lo excretaban como residuo metabólico. Lo enviaban lo más lejos que podían, sobre todo a la atmósfera reductora del momento. Mantenían así su entorno inmediato en unas saludables condiciones anaeróbicas, con azufre, metano y otros compuestos sanos. El oxígeno era un gas espantoso que, entonces, habría merecido que lo pusiera verde cualquier procarionte anaeróbico ambientalmente concienciado.

Las cosas han cambiado. Actualmente, los anaerobios ocupan nichos marginales y los aerobios predominamos en la biosfera, seamos eubacterias o eucariontes. Y eso es porque unas bacterias oportunistas fueron capaces de sacar partido metabólico de aquel oxígeno contaminante y tan abundante. Aprendieron a vivir aeróbicamente. Fueron dando lugar, seguramente por simbiogénesis, a protistas nucleados que han acabado convirtiéndose en metazoos como usted mismo. Por eso a los humanos nos gusta respirar aire rico en aquel, en otro tiempo, oprobioso oxígeno residual, aire libre de óxidos de azufre y de nitrógeno. Aire puro, decimos. Me parece que ha sido un proceso evolutivo fascinante.

En todo caso, estos metazoos aeróbicos que somos no paramos de ensuciarlo todo. De contaminar el aire, el agua, la tierra y los mares. No mucho cuando éramos pocos y preindustriales. Demasiado desde que somos muchos, que quemamos combustibles fósiles y que echamos productos sintéticos de momento indigeribles. Los océanos se han convertido en un almacén de plásticos y desechos duraderos que se acumulan como el oxígeno atmosférico del Arqueano. En el centro del océano Pacífico, se ha detectado un par de descomunales bancos de residuos sobrenadantes, y también en suspensión hasta 200 m de profundidad, que se extienden por muchos miles de kilómetros cuadrados. Las corrientes de Kuroshio y de California han ido concentrando estos bancos en el centro del Pacífico septentrional, entre las latitudes 35-42°N y las longitudes 135-155°W. El oceanógrafo estadounidense Curtis Ebbesmeyer las denomina EGP (Eastern garbage patch, “islas de basura del este”). Lo peor es que muchos de estos desechos plásticos se van fracturando hasta convertirse en micro o nanopartículas ingeribles por los organismos marinos. Ya constituyen una sopa oceánica que, en algunos sitios, presenta concentraciones equivalentes a las del zooplancton local. El ecotoxicólogo neerlandés Andre Dick Vethaak ya ha detectado trazas hasta en el cuerpo de humanos.

Varios investigadores acaban de constatar en Nature Communications (2021) que estos desechos sobrenadantes están siendo colonizados por un montón de organismos pelágicos, muchos de ellos hasta ahora solo costeros. Conforman comunidades neopelágicas que viven de forma permanente en alta mar, encima de los EGP: percebes (Lepas anatifera), cangrejos (Planes major), briozoos (Jellyella tuberculata), hidrozoos (Aglaophenia pluma), anémonas (Anthopleura sp.), anfípodos (Stenothoe gallensis)… De momento, los bancos sobrenadantes son solo un apoyo físico, pero nos podemos preguntar si algún arqueo o procarionte ingenioso no acabará también explorando vías metabólicas capaces de sacar partido de la sopa oceánica de microplásticos, en la actualidad tan molesta como aquel detestable oxígeno arqueano (y de peor digestión, claro, sintético como es).

La vida es una caja de herramientas que sierran, liman, cortan, enroscan y remachan lo que convenga. Dispone de un gran abanico de organismos atentos a explotar cualquier oportunidad. Obviamente, no podemos confiar a estas capacidades la solución de todos nuestros despropósitos e incrementar nuestra ya bastante excesiva despreocupación, pero sí que podemos esperar alguna adaptación sorprendente. No lo sería mucho más que ver aparecer seres aeróbicos en un mundo anaeróbico. Mientras tanto, en todo caso, más vale actuar con más sensatez que la exhibida hasta ahora. Quién sabe si los microplásticos serán materia alimenticia en el futuro, pero de momento no pasan de contaminador estorbo inquietante. La escala temporal, además, juega en nuestra contra.

© Mètode 2022 - 114. Un mundo, una salud - Volumen 3 (2022)
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.