En 1901, con solo diecinueve años, Andreas Madsen abandonó su Dinamarca natal, rumbo a Argentina. En Buenos Aires, se enroló en la Comisión de Límites de Francisco Pascasio Moreno (el famoso Perito Moreno) y se encontró, él que era marinero, poniendo hitos en la frontera entre Chile y Argentina, en los Andes patagónicos. Se quedó. Fue uno de los primeros colonizadores de la zona, junto a una escasa y abigarrada cuadrilla de otros europeos y americanos hiperbóreos que aprendieron a convivir con los igualmente escasísimos indios tehuelches del área. La vida de aquella gente fue una epopeya, a solas en aquellas gélidas inmensidades. En el Canadá o en los Estados Unidos ya se habían vivido historias parecidas, como las de Daniel Boone o David Crockett. Fueron intrépidos y verdaderos pioneros.
Antiguamente, los franceses denominaban pionniers a los soldados de infantería que marchaban delante de los ejércitos. El dendrólogo y escritor inglés John Evelyn, en Sylva or a discourse of forest-trees (1664), ya utilizó el término pioneer en el moderno sentido de persona líder. La colonización de los far west norte y sudamericanos fue obra de pioneros, tarea reflejada más tarde en innumerables películas más o menos pasables. Su dimensión épica fue convenientemente exaltada, pero no siempre se hizo notar lo bastante la remarcable inscripción ambiental de aquella gente, sin duda forzada por la necesidad, pero también consecuencia del imaginario de raíz calvinista que arrastraban de sus países de origen. Los abusos y las matanzas de bisontes o de ciervos andinos vinieron después.
«El pionero conquista, pero no destruye», dejó escrito Andreas Madsen, lamentándose de las aniquilaciones faunísticas y de las talas abusivas. En efecto, tras los pioneros, llegaron los aprovechados. Siglos antes, había pasado lo mismo en el Viejo Mundo. La abundancia relaja las costumbres y empuja a los marginados a emigrar para rejuvenecer el sistema en tierras todavía vírgenes. Pero en la Tierra se han acabado los exteriores colonizables. Quizás por eso hemos puesto la mirada fuera del planeta y, ya desde los años sesenta, empezamos a enviar al espacio las sondas justamente llamadas Pioneer. De ellas es heredero el astromóvil Perseverance, que, desde febrero de 2021, campa por los desiertos de Marte. Algunas voces son partidarias de colonizar el planeta rojo, tarea para nada sencilla y no sé si muy sensata: ¿después de los pioneros, enviaremos a los aprovechados de costumbre para reproducir nuestra brillante trayectoria de espoliadores alocados e ineficientes…?
En todo caso, estas hipotéticas nuevas fronteras no nos ahorran el aseo doméstico. En el 2007, Thomas L. Friedman argumentó en las páginas de The New York Times la conveniencia de plantearse un Green New Deal, es decir un “nuevo reto verde” o “nuevo reto ambiental”. Era una idea oportuna, acertada paráfrasis del New Deal socioeconómico propugnado en 1933 por el presidente Franklin D. Roosevelt para hacer frente a las consecuencias de la Gran Depresión provocada por el crac de 1929. Sí, a la vista del cambio climático galopante, necesitamos hacer algo.
«En la Tierra se han acabado los exteriores colonizables. Quizás por eso hemos puesto la mirada fuera del planeta»
La Comisión Europea ha lanzado la European Green Deal. Se propone conseguir la neutralidad climática europea en 2050. Quizás no es un objetivo tan ambicioso como colonizar Marte, pero sin duda es más inmediatamente conveniente. Mientras empiezan a prepararse unos todavía oníricos pioneros de los desiertos marcianos, los terrícolas de toda la vida tendríamos que restaurar las condiciones climáticas para llegar sin excesivos sobresaltos al siglo XXII. Nos tendríamos que convertir en los pioneros de este nuevo statu quo climático, de consecución no fácil, pero posible y en todo caso muy deseable. Tendría su épica y una gran utilidad.
En la valla de su estancia Fitz Roy, el pionero Andreas Madsen colocó un cartel que decía: «Pensar alto, sentir hondo, hablar claro». Me apunto.