Tener un huerto es bastante sencillo, con un trozo de tierra y unos conocimientos básicos podemos practicar una agricultura tranquila y de calidad, como la que hacían nuestros abuelos. No hay un tamaño óptimo para el huerto, pero con muy pocos metros cuadrados se puede alimentar a la familia, e incluso intercambiar algunas cosechas con los amigos. La mínima expresión para aquellos que no tengan tierra (y sí mucho interés) es la horticultura de terraza y balcón, donde en tiestos más o menos grandes se pueden cultivar algunas matas de verdura. Por el contrario, un huerto muy grande nos puede superar, porque, como dice la sabiduría popular, «Tierra, la justa: ni poca ni mucha.»
El huerto personal nos permite recuperar un derecho casi abandonado: el derecho a producir nuestros alimentos y a ponerlos en la mesa de casa como la comida propia de la familia. Recuperar, aunque sea en parte, el control sobre nuestros alimentos es una decisión de gran importancia. La agricultura convencional actual es una actividad industrializada, que no se parece demasiado al antiguo cultivo de los campos. Tampoco los mercados, hasta el punto que en estos momentos parece normal que los ciudadanos, como consumidores, desconozcamos casi siempre de dónde provienen nuestros alimentos, quién los ha producido y en qué condiciones.
«El huerto personal nos permite recuperar un derecho casi abandonado: el derecho a producir nuestros alimentos y a ponerlos en la mesa de casa como la comida propia de la familia»
El cultivo del huerto resulta una actividad aún más agradable cuando se hace sin la necesidad de vivir de la venta de las cosechas. Sin esta urgencia se valoran más otros aspectos del trabajo en el campo, ya que se convive con los ciclos naturales, se retoma el interés por las estaciones climáticas y se realiza una actividad física necesaria y adecuada para personas de todas las edades. También nos ligamos más a los ciclos biológicos de las plantas y a los seres vivos que visitan el huerto, que hemos de conocer. Nos implicamos necesariamente en el reciclaje de los residuos, y en el incremento de la diversidad de nuestro pedazo de tierra. También, si lo hacemos bien, poco a poco recuperaremos el intercambio solidario entre los vecinos de semillas, frutos, labores, etc.
El huerto nos exige nuevas atenciones que dan más valor a los frutos finales. Hay que planificar la parcela, poner orden a los cultivos, tomar decisiones, realizar labores en los momentos importantes. Son responsabilidades que asumimos como directores de este proyecto personal. La recompensa es el alimento producido por uno mismo, sano y de buena calidad, cultivado de manera responsable y lo más sostenible posible.
También el huerto nos abre las puertas a posibilidades insospechadas. Puede ser nuestro jardín de descanso, aunque la gente del campo recuerda, con irónica sabiduría, que «más vale huerto que jardín, y pollo que gorrión». Sea como sea, se pueden desarrollar aficiones personales, cada uno puede imprimir su impronta personal (¡no hay dos huertos iguales!), incluso los psicólogos hablan de su virtud relajante y tonificadora, que nos aparta de los problemas cotidianos. Los huertos tienen un componente educador y formativo, especialmente en un entorno familiar y para las jóvenes generaciones. De ahí el interés especial que tienen los huertos escolares.
El modelo de manejo más adecuado para el huerto personal es el de la agronomía tradicional, que además nos permite recuperar nuestra cultura agraria mediterránea. Somos herederos de una rica tradición que va desde los romanos y los árabes hasta huertas emblemáticas, como la de Valencia. Tenemos una cultura agraria única y experta en la gestión de un territorio de recursos escasos, somos diestros en el uso de las herramientas, somos ricos en palabras agrarias, en variedades tradicionales, en platos típicos… Con el huerto personal nos convertimos en intermediarios entre nuestros abuelos y las nuevas generaciones, a las que conviene recordar de dónde venimos, por lo menos en temas alimentarios.
Puede parecer que el trabajo que nos espera es arduo, pero tampoco nos tenemos que agobiar demasiado. Cada uno elegirá hasta dónde quiere llegar, y, en todo caso, como decía Cicerón: «La agricultura es la actividad más adecuada para el hombre libre, para el sabio y para el simple.» La práctica, la observación y la rectificación, junto a charlas con labradores mayores, nos darán muchas soluciones para gozar, cada vez más, de nuestro huerto. Y en esta sección, os iremos guiando, número a número, para que podáis obtener los mejores frutos.
LOS MEJORES FRUTOS: Para romper mano |
Para romper mano empezaremos por cultivos que nos gusten, conocidos y poco complicados, así ganaremos experiencia. Lo más sencillo son los rábanos, con la tierra trabajada y un sobrecito de semilla, sembramos por encima, removemos la tierra y regamos. Solo tenemos que quitar las hierbas que vayan saliendo y mantener la tierra fresca, y en 40 o 50 días comeremos la primera cosecha. Las lechugas siempre van bien para la mesa. Su ciclo es de unos tres meses y son fáciles de cultivar. Cuidaremos que sean variedades adecuadas a la estación. Una vez plantadas el riego será frecuente, pero sin encharcar, así evitaremos la subida a flor, el problema más importante cuando hace calor. Si queremos comer lechugas durante mucho tiempo, las plantaremos escalonadas, cada quince días, evitando el centro del verano. También podemos sembrar judías, de todos los tipos, de vaina plana o redonda, o de grano para guardar, mejor de mata baja. La semilla se siembra cuando ha pasado el frío, después de regar, y no se vuelve a regar hasta que nacen las plantas. Las judías no exigen una fertilización especial, pero sí mantener la tierra fresca. Unas pocas matas de calabacín y pepinos son suficientes, ya que dan muchos frutos. Cosecharemos cada dos o tres días los frutos jóvenes, demasiado granados no son tan sabrosos. Por último hay que cosechar escalonadamente, eligiendo las mejores piezas en el mejor momento para la mesa, así gozaremos de todas sus propiedades y sabores, y se cumplirá el refrán: «Planta, siembra y cría, y vivirás con alegría.» |