El bien encontrado

El bien encontrado

En septiembre de 2011 se celebró en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el sexto Congreso Mundial de Centros de Ciencia. Algunos participantes tuvimos el privilegio de visitar, durante cuatro días, el parque de Welgevonden (en afrikáner: «Bien encontrado»). La reserva tiene un total de 120.000 hectáreas de sabana prístina a solo 300 kilómetros de Johannesburgo. Esta época del año, a punto de empezar la primavera y justo antes de las primeras lluvias, es la mejor para observar la vida animal. Una tímida jirafa vigila al intruso pegada a la desnuda fractalidad de la fronda de un árbol. Quizá no sea consciente de que se le ven sus larguísimas patas por debajo de las ramas y que su cabeza es visible tras ellas porque aún no han brotado las hojas. Los rinocerontes pastan plácida­mente en las anchas praderas de herbáceas doradas. Los elefantes comen del suelo y de los árboles sin preocuparse demasiado por todo lo que llegan a destrozar con solo empujar. Un guepardo jadea a la sombra de una acacia junto al impala que acaba de abatir. Ni una gota de sangre. La presa parece dormir y se diría que el depredador protege su sueño. Los babuinos sestean a la sombra  como agotados después de una larga asamblea. Un majestuoso león macho patrulla para asegurarse de que ningún intruso merodea en sus dominios (para eso «le pagan»). Ahora se ha tendido entre unos arbustos sin que un grupo de nerviosos facoceros se percaten de su presencia. Los compactos jabalíes africanos comen la hierba verde y tierna que brota de las cenizas de un fuego reciente, pero el aire sopla hacia el perezoso león, que, de todos modos, ya ha decidido que ahora no toca atacar a nadie. Un grupo mixto de ñus, cebras y antílopes se pone a cabalgar. Todos huyen en la misma dirección por la misma falsa alarma.

«La emoción de descubrir la cabeza de un león entre la maleza es muy superior a descubrir la cabeza de un león colgando de una pared»

La intensa alegría que da espiar la vida salvaje quizá sea un recuerdo genético y ancestral de cuando nosotros mismos formábamos parte de ella. Sin embargo, los magníficos documentales suelen dar una visión magníficamente falsa de lo que se observa in situ. Todo lo que aparece en ellos es cierto (porque se trata de filmaciones), pero la atmósfera es falsa porque concentrar violentas escenas de depredador-presa, por ejemplo, distorsiona la globalidad de la vida salvaje. «La observación altera lo observado» no es una afirmación exclusiva de la mecánica cuántica. Pero así como un científico observa procurando alterar lo mínimo aquello que observa (principio de objetivización para así obtener la máxima universalidad posible de su conocimiento), el naturalista también disfruta sorprendiendo el comportamiento animal en su esencia más pura posible. Para eso sirve, entre otras cosas, un teleobjetivo 200-400…

En eso estábamos cuando nos llega la noticia: dos cazadores furtivos pertrechados con todo lo necesario para matar rinocerontes han sido detenidos hoy por los rangers de la reserva de Welgevonden. El tiroteo ha sido feroz y peligroso. Mientras unos procuran no molestar, otros arriesgan su vida en honor de los presuntos poderes afrodisíacos del cuerno del rinoceronte. Sin embargo, hay algo peor que el delito por ignorancia. En Welgevonden no se puede cazar nada, pero en muchas otras reservas los cazadores acuden de todo el mundo para llevarse un búfalo, un león o un antílope… Ven, ¡paga!, dispara y gana un trofeo para colgarlo en la pared. Los que pagan por el derecho a matar son éticamente más difíciles de comprender que los que matan por el derecho a cobrar.  El furtivismo se puede combatir con un poco de cultura. Se trata de convencer, por ejemplo, de que los huesos de los tigres y los cuernos de los rinocerontes no sirven como solución para la disfunción eréctil. Es muy difícil pero se puede conseguir. En cambio, los que cazan por deporte defienden su actividad como cultura y como tradición. La expresión cazador deportivo ya es en sí mismo una contradicción intrínseca. La emoción de descubrir la cabeza de un león entre la maleza es muy superior a descubrir la cabeza de un león colgando de una pared. ¿Es eso tan simple tan difícil de comprender?

© Mètode 2011 - 71. La cara del dolor - Número 71. Otoño 2011

Profesor titular del Departamento de Física Fundamental. Universitat de Barcelona.