¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

¿Cuántas veces hemos hecho estas preguntas a hijos, parejas, amigos o compañeros de trabajo? Las personas detectamos inmediatamente cambios de comportamiento en los demás que relacionamos con enfermedad: pérdida del hambre, decaimiento, apatía, somnolencia, cambios en la sensibilidad a la temperatura o el dolor, aislamiento social… Estos comportamientos típicos de los enfermos (sickness behaviors) no son ni mucho menos exclusivos de los humanos, se han encontrado en prácticamente todos los animales en que se han estudiado. Durante mucho tiempo se pensaba que estaban producidos directamente por la acción de los parásitos (cualquier organismo o agente infeccioso que vive a expensas de otro), y que no tenían ninguna función, pero ahora sabemos que son parte de la respuesta del enfermo (del huésped) a la infección. Esto no quiere decir que los parásitos no puedan influir directamente sobre el comportamiento de los huéspedes. De hecho, algunos son capaces de manipular el sistema nervioso de estos y alterar el comportamiento hasta el punto de hacerles adoptar comportamientos «suicidas» (por ejemplo, haciendo que no tengan miedo a los depredadores; de esta forma el parásito incrementa las probabilidades de infectar a nuevos huéspedes y completar su ciclo vital). Un ejemplo que está de actualidad es la capacidad del SARS-CoV-2 de disminuir la percepción del dolor del huésped, lo que reduce la aparición de comportamientos de enfermedad y favorece la propagación del virus.

Separar las respuestas inducidas por el parásito de las producidas por el huésped para defenderse no es fácil, sobre todo si consideramos que el parásito puede generar cambios de comportamiento indirectamente, mediante la activación del sistema inmune del huésped. Experimentalmente, se ha intentado separar las diferentes respuestas inyectando animales con microbios muertos (como los que se utilizan en las vacunas clásicas) o sustancias proinflamatorias. Estos estudios han mostrado que los comportamientos de enfermedad compartidos por la mayoría de los vertebrados, como los que hemos listado al inicio del artículo, se desencadenan como parte de la respuesta inmunitaria innata y están regulados por el hipotálamo. Además, algunos son adaptativos, puesto que incrementan la supervivencia del enfermo. En este sentido, son muy interesantes los estudios sobre la fiebre conductual que presentan muchos animales ectotermos. La mayoría de peces y reptiles no mantienen su temperatura constante generando calor con su metabolismo (como hacen los mamíferos y las aves), sino que la regulan con su comportamiento, seleccionando activamente dónde situarse dentro de la variación térmica del hábitat o el tiempo de exposición a fuentes de calor externas (como la radiación solar). En estas especies, una infección real o simulada por los investigadores genera una fiebre conductual: los animales pasan más tiempo soleándose o en aguas más cálidas, lo que hace que suba su temperatura corporal 2-3 °C, de forma que mengua la carga viral en el caso de infección por virus y aumenta la supervivencia a la infección. El mecanismo fisiológico es parecido al que induce la fiebre fisiológica de los mamíferos y las aves: cambios en la expresión de genes y en la actividad de las neuronas hipotalámicas que constituyen el «termostato» del cuerpo, inducidos por prostaglandinas e indirectamente por citocinas.

«Los comportamientos típicos de los enfermos no son exclusivos de los humanos, se han encontrado en prácticamente todos los animales en que se han estudiado»

Recientemente, se ha planteado que algunos de los comportamientos de enfermedad, como el aislamiento social y la apatía, podrían haber evolucionado para proteger a los familiares del agente infeccioso (por selección de parentesco), pero los datos de los experimentos que se han hecho para poner a prueba esta hipótesis no son claros al respeto. Los estudios comparados tampoco abonan esta hipótesis, dado que estos comportamientos están presentes tanto en especies sociales como solitarias. Hace falta más investigación para poder averiguar las funciones adaptativas de estos comportamientos tan extendidos en el reino animal.

© Mètode 2021 - 110. Crisis climática - Volumen 3 (2021)

Profesora agregada Serra Húnter del Departamento de Medicina Experimental. Facultad de Educación, Psicología y Trabajo Social. Universidad de Lleida.