¿Por qué tienen rayas las cebras?

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Cuenta la leyenda que, en un tiempo remoto, cuando el sol refulgía más intensamente que nunca, África se secó casi por completo. Un día, una joven cebra de blanco pelaje se acercó sedienta a una de las pocas charcas que sobrevivían al asfixiante calor. Esta estaba regida por un ávaro babuino que la guardaba celosamente día y noche, al calor de una enorme hoguera. Acuciada por la sed, la joven cebra desafió al babuino y ambos se trabaron en furioso combate. Finalmente, la cebra propinó una fuerte coz al babuino, que salió despedido y aterrizó sobre su trasero, derrotado. La cebra, exhausta y aturdida, pisoteó sin querer la hoguera y se chamuscó. Así, según narran los san del Kalahari, quedaron para siempre peladas las nalgas del babuino, y tiznado el pelaje de la cebra.

La historia real de cómo y por qué tiene rayas la cebra es, de hecho, un enigma evolutivo que ha desafiado a etólogos y biólogos evolutivos en general desde hace más de cien años. Al menos desde que Alfred Wallace y Charles Darwin disertaban sobre la posible función de las rayas de las cebras, únicas entre los mamíferos. Desde entonces, se han propuesto al menos dieciocho hipótesis distintas al respecto.

En primer lugar, conviene aclarar que las rayas de las cebras son blancas. Es la falta del habitual depósito de melanina durante el desarrollo lo que confiere a la cebra sus rayas, por lo que se trata de un équido negro con rayas blancas, y no a la inversa. En cuanto a su función, las hipótesis disponibles se pueden resumir en torno a cinco ideas. La primera y más antigua, sobre la que discutieron Wallace y Darwin, es que se trata de un camuflaje, pero esta idea ha sido desechada con rotundidad. Si cabe, las rayas de las cebras son más fáciles de detectar por sus depredadores habituales. La segunda es que los intricados patrones a rayas facilitan la cohesión social y permiten el reconocimiento individual, como una suerte de huella dactilar. Pero esto no cuadra con el hecho de que otros muchos équidos sean capaces de reconocer a sus congéneres sin esta ayuda, o con que cebras mutantes sin patrones rayados sean tratadas como cebras normales. La tercera es que se trata de un patrón que confunde a los depredadores, que dificulta calcular el número, tamaño o la dirección de las cebras de una manada. Aunque es cierto que hay efectos ópticos que funcionan de forma similar, lo que sabemos sobre el sistema visual y el comportamiento de leones y hienas no apoya esta idea. La cuarta, quizá más sofisticada, es que las rayas constituyen un mecanismo de termorre­gulación que funcionaría al generar corrientes locales de convección alimentadas por la diferencia de temperatura entre las franjas negras y blancas. Se trata de una idea atractiva, pero diversos experimentos la ponen en duda.

En realidad, la única hipótesis que ha recibido apoyo empírico firme es que las rayas de las cebras funcionan como protección frente a tabánidos, glosínidos (mosca tse-tse) y otras especies de parásitos que son especialmente peligrosas tanto por las heridas que producen como por ser vectores de enfermedades que pueden resultar fatales, como la anemia equina infecciosa. Aunque no entendemos exactamente por qué, cuando un tabánido se acerca a una cebra a corta distancia, algo en el patrón rayado hace que no logre coordinar el aterrizaje y dificulta que se pose para alimentarse. Esto sucede también, como demuestran varios experimentos, con caballos, vacas u otros mamíferos de tamaño similar «disfrazados» con una manta que imita el pelaje de una cebra. Además, los patrones rayados de las cebras son más marcados en aquellas poblaciones de cebra en las que son más comunes este tipo de parásitos, lo que sugiere que han evolucionado en respuesta a su presencia.

Como diría Serrat, esas moscas voraces, pertinaces, golosas y revoltosas, no labrarán como abejas ni brillarán cual mariposas, pero podrían ser responsables de las rayas de las cebras, de entre todas las cosas. 

© Mètode 2024 - 120. Ciencia a diestro y siniestro - Volumen 1 (2024)

Profesor de Zoología de la Universitat de València e investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universitat de València (España). Doctor en Etología, ha trabajado fundamentalmente en el estudio de la evolución del comportamiento animal. Actualmente, sus investigaciones se centran en estudiar la evolución del envejecimiento y la comunicación animal, y en entender el papel que juega la ecología en la evolución de la selección y el conflicto sexual.