Entrevista a Isabel Fariñas

«El cerebro es una gran incógnita y al mismo tiempo todo un reto»

Directora de la Unidad de Neurobiología Molecular de la Universitat de València

Isabel Fariñas

A Isabel Fariñas, la vocación por la biología le viene de lejos. Con tan solo 13 años tenía claro que su futuro se encontraba dentro de un laboratorio, lugar de trabajo que no ha abandonado desde el momento en que pisó uno por primera vez. Tiempo después y titulada por la Universidad Autónoma de Barcelona, la profesora Fariñas enfocó su trayectoria profesional hacia la neurobiología, la que es ahora su pasión. Una disciplina que le llevó primero hacia el madrileño Instituto Ramón y Cajal y, que más adelante, le abrió las puertas de la Universidad de California, en San Francisco (EUA). Ahora, de nuevo en España desde el año 1998, dirige la Unidad de Neurobiología Molecular de la Universitat de València liderando además una investigación sobre el potencial regenerador del cerebro. Un estudio prometedor protagonizado por unos personajes inesperados: los astrocitos cerebrales.

¿Por qué decidió volver a España en lugar de continuar su carrera en San Francisco?

Vengo de una generación que vivió cómo se construía la ciencia en nuestro país y sabemos que el contribuyente español siempre nos ha ayudado, así que decidí que era hora de construir aquí. En los Estados Unidos la ciencia se hace muy bien, realmente allí no somos necesarios, así que mi marido –también científico– y yo pensamos que nuestra contribución aquí sería más interesante. Es algo que creo que hoy en día socialmente no se termina de comprender bien, pero hemos de poner de nuestra parte para echar avanzar y devolver al país lo que nos dio en su momento.

«Pensamientos, sentimientos, recuerdos, personalidad… todo está en nuestro cerebro. Es la esencia de lo que somos»

¿De dónde viene su interés por la neurociencia? ¿Qué tiene de especial el cerebro?

La materia me ha llamado la atención desde siempre. Creo que el nervioso es un sistema muy interesante del que todavía quedan muchas cuestiones por resolver. Es un gran problema para la ciencia de la biología, el cómo funciona el cerebro, cómo se puede reparar… Por su parte, el cerebro es una gran incógnita y al mismo tiempo todo un reto. Es la esencia de lo que somos. Pensamientos, sentimientos, recuerdos, personalidad… todo está en nuestro cerebro, sin él no somos nosotros. A la vez, es tremendamente complejo y por tanto muy interesante desde el punto de vista biológico, aunque siempre está en el aire eso que dicen: «¿es posible que un cerebro se comprenda a sí mismo?»

¿Qué línea de investigación están siguiendo en estos momentos en el laboratorio?

Trabajamos con células madre neurales, unas células de nuestro cerebro capaces de producir nuevas neuronas a lo largo de nuestra vida, cosa que durante mucho tiempo se había considerado antidogmática. Antes se pensaba que el cerebro nacía con todas las neuronas colocadas, y que los cambios que experimentaba para adaptarse al entorno afectaban tan solo a la manera en que las neuronas se conectaban unas con otras. Era lo que llamábamos plasticidad neural, que se creía restringida a etapas muy primerizas del desarrollo. Ahora sabemos que esta plasticidad se produce a lo largo de toda nuestra vida y que, además de estos cambios en las conexiones, el cerebro adulto también es capaz de producir neuronas nuevas gracias a estas células madre neurales. Pero a diferencia de los vertebrados no mamíferos, el resto tenemos esta neurogénesis restringida a tan solo dos partes del cerebro.

Isabel Fariñas

Foto: Nuria Server

¿Cuáles son estas dos regiones y de qué se encargan?

La primeraes la zona subventricular. En ratones es la región más activa, y da lugar diariamente a miles de neuronas que acaban formando parte del bulbo olfativo, la primera estructura del sistema nervioso que procesa la información olfactiva. En un ratón, el sentido del olfato es esencial para su supervivencia, su comportamiento, su éxito reproductivo… así que existe una presión evolutiva muy fuerta. En los humanos, en cambio, estas nuevas neuronas pasa a conformar el bulbo estriado, la zona que coordina el movimiento, una región comunmente afectada de manera significativa por dolencias neurodegenerativas como el Parkinson o el Huntington. Lo que todavía no sabemos es la relación que puede existir entre la nerugénesis adulta, las alteraciones de las células madre neurales y las patologías neurodegenerativas.

¿Y la segunda zona donde se produce la neurogénesis?

Se trata de la región subgranular del hipocampo, capital en muchos procesos de aprendizaje y memoria. Se piensa que estas nuevas neuronas podrían servir para discriminar recuerdos pasados de experiencias nuevas, pero su valor adaptativo todavía no está claro. Sabemos que el abuso de alcohol y drogas y el envejecimiento disminuyen esta neurogénesis, mientras que el ejercicio físico y mental la aumentan. También la potencia el consumo de antidepresivos, lo cual podría explicar parte de sus efectos. De todas maneras todavía no sabemos si esta neurogénesis nos hace mejores, más listos… pero las cosas que la afavorecen suelen ser positivas, y las que la debilitan, negativas.

¿Podría utilizarse la terapia celular para implantar estas nuevas neuronas en zonas del cerebro donde no se pueden generar?

La idea sería buscar una fuente celular interesante para poder generar neuronas en una placa de cultivo y trasplantarlas allá donde se hayan perdido por enfermedad. Esto se ha hecho ya en el Parkinson, un ejemplo que ilustra muy bien cómo funciona la terapia celular en el sistema nervioso y qué significa tener una fuente celular adecuada. En sus primeras etapas, el Parkinson tan solo afecta a las neuronas dopaminérgicas –las encargadas de generar dopamina–. En los años ochenta se consiguieron implantas estas neuronas provinientes de fetos obtenidos de clínicas abortivas con éxito y de manera segura, pero la técnica era inviable: se necesitaban entre cuatro y seis fetos por paciente, y se mezclaban neuronas de diferentes individuos; la fuente celular no era la adecuada. El problema se resolvió con el Levodopa, una pastilla capaz de potenciar la segregación de dopamina de las neuronas que todavía funcionan. Pero el Parkinson evoluciona, la muerte de neuronas no se detiene, y si pensamos en el Alzheimer, las neuronas se mueren en múltiples zonas cerebrales.

Es aquí donde entran en juego los astrocitos…

Exacto.

Isabel Fariñas

Foto: Nuria Server

¿Qué son exactamente?

Los astrocitos son células que llamamos de acompañamiento y soporte. Mientras las neuronas se encargan de «pensar», los astrocitos se ocupan del mantenimiento del sistema nervioso: reciclar neurotrasmisores, reponer iones, recubrir los vasos sanguíneos… Tienen forma estrellada y unas ramificaciones que lo rodean prácticamente todo. Hay muchísimos, y por todo el cerebro, donde se encuentran en una proporción de diez a una por cada una de nuestras neuronas.

¿Qué particularidades los vuelven tan interesantes en materia de medicina neurorregenerativa?

En los últimos años hemos aprendido que las neuronas que se transplantan directamente al cerebro no se integran en sus circuitos. En cambio, sabemos que las neuronas que se producen por neurogénesis sí saben incorporarse a la red neuronal. La mala noticia es que las células madre que las generan tan solo se encuentran en dos lugares del cerebro. ¿Qué es lo que passa? Todas las células de nuestro cuerpo están relacionadas unas con otras, se podrían establecer una especie de genealogía celular a partir del zigoto. Siguiendo estas relaciones de parentesco, sabemos que las células madre neurales están emparentadas con los astrocitos cerebrales: un astrocitos, antes de serlo, ha sido célula madre neural durante el desarrollo fetal. En esta línea y gracias a las aportaciones iniciadas por Shinya Yamanaka [Japón, 1962. Profesor de la Universidad de Kyoto galardonado con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología del año 2012 por descubrir la reprogramación de células adultas], también sabemos que podemos «reprogramar» células in vivo y llevarlas a etapas previas de su linaje. Entonces, si tenemos astrocitos por todo el cerebro, podemos pensar en determinar las zonas afectadas por una enfermedad degenerativa, reprogramar parcialmente los astrocitos que se encuentran ahí para conseguir que vuelvan a ser células madre neurales y generar así neuronas funcionales capaces, ahora sí, de integrarse en los circuitos neuronales.

«No diseñamos ningún experimento pensando en conseguir el gran descubrimiento del siglo. Hay cosas que son a largo plazo»

¿Cómo afectaría esta reprogramación de astrocitos al medio neuronal? Porque se estaría eliminando los cuerpos encargados de su mantenimiento…

Es una buena pregunta, porque quizás podríamos agotar lo que al mismo tiempo también necesitamos. Lo que ocurre es que hay muchos más astrocitos que neuronas, que no sabemos exactamente si los necesitamos a todos, y que, aunque podemos convertirlos directamente en neurona, lo que nos interesa es devolverlos a su etapa de célula madre neuronal porque así son capaces de proliferar y, a la vez, producir nuevas neuronas. Hoy en día, esto se está provando en animales de experimentación, pero todavía queda mucho por comprendre. Sobre el papel, la idea parece factible. Quizás funcione, o quizás no.

Pongámonos en el peor de los casos, que los astrocitos no sean útiles, tal y como plantea su grupo de trabajo, para tratar las enfermedades neurodegenerativas. ¿Dónde iría a parar todo su esfuerzo?

Si esto no funciona, no habríamos perdido nada, por supuesto. No diseñamos ningún experimento pensando en conseguir el gran descubrimiento del siglo. Ni siquiera Shinya Yamanaka esperaba obtener el Premio Nobel con sus estudios sobre células madre. Nosotros podemos mirar muy lejos porque nos apoyamos sobre los hombros de aquellos que nos precedieron, como si levantásemos la vista a hombros de gigantes, pero no hay nada que pase de un día para otro. Hay cosas que son a largo plazo, que necesitan tiempo, porque hacer ciencia no es fácil. La investigación oncológica es un buen ejemplo: está a la orden del día, ha avanzado muchísimo y cuenta con una demanda social importantísima, pero no se puede conseguir la cura del cáncer invirtiendo en ell durante un solo año. Son problemas tremendamente complejos que necesitan, además de recursos, tiempo.

¿De dónde proviene entonces esta presión temporal?

Las inversiones a corto plazo interesan a los políticos porque están acostumbrados a funcionar en períodos de cuatro años. Más allá de eso, no les conviene, pero hay cosas que se han de construir poco a poco. Yo siempre lo comparo con la educación: los resultados del estudio no son palpables de la noche a la mañana, pero el esfuerzo y la inversión, la constancia, es lo que después te asegura el futuro. La cuestión es, ¿qué quieres dejar a las generaciones venideras? En este sentido creo que se está engañando a la gente. Estamos poniendo el énfasis en cosas muy inmediatas sin darnos cuenta de cómo esta visión menoscaba nuestras posibilidades reales de futuro, las de futuro a largo plazo, las importantes, todo lo que dejaremos a nuestro hijos. Pero claro, esta manera de trabajar va en contra del tempo político, que prefiere un rendimiento que luzca, imágenes inmediatas que puedan conseguir votos. Desde mi punto de vista es una irresponsabilidad.

¿Podrían sus compañeros de equipo y usted concluir esta investigación en los tiempos que propone la política?

No, en absoluto. Esta visión es absolutamente irresponsable y dolorosa.

© Mètode 2017
Periodista, revista Mètode.