Enclavado entre las calles de Quart, la Gran Vía, el paseo de la Pechina y Turia se levanta el Jardín Botánico de Valencia, un espacio de referencia obligada de la ciudad, olvidado por el consistorio y mimado por su propietaria, la Universitat de València. Pero este refugio natural que mira el cielo le debe la vida, sobre todo, a cuatro personajes silenciosos que han sabido escuchar y dar respuesta en momentos fundamentales a los gritos de auxilio de este oasis ubicado en un desierto de asfalto y de ladrillos. El último de estos hombres, Manuel Costa, ha sido decisivo para convertir el Jardín Botánico, varias veces centenario, en un moderno centro de investigación, gracias a la construcción de un instituto adjunto dedicado a la biología de la diversidad. Se trata de un proyecto que ha visto culminado recientemente después de trece años como director del Jardín y por lo cual, junto a otros méritos, ha sido distinguido con la Medalla de la Universitat de València.
En el acto de entrega, el 18 de mayo del 2000 en el Paraninfo de la Universitat, se recordaron, en palabras del catedrático de Historia de la Medicina José María López Piñero, los tres anteriores «fundadores» del Jardín Botánico y con ellos la historia de este pequeño paraíso. El primero de ellos, Joan Plaza, se hizo cargo en 1567 de la cátedra de hierbas y sobre el recaía el cuidado del «huerto», el primer «jardín de simples» universitario fundado fuera de Italia. No era un jardín botánico propiamente dicho, concepto que no aparecería hasta la Ilustración, sino un lugar destinado al cultivo de plantas medicinales. El segundo de los fundadores, según Piñero, fue el catedrático de «hierbas» Gaudenci Senac, quien, después de recibir plenos poderes de los «Señores Jurados» en 1684 para «renovar el huerto de las hierbas medicinales», rompería abiertamente con la medicina y la ciencia tradicionales e introduciría los métodos, saberes y técnicas resultantes de la revolución científica. El tercer catedrático que según Piñero merece el calificativo de fundador fue Vicent Alfonso Lorente, quien, apoyado por el rector Blasco y su maestro Tomás de Villanova, trasladó en 1802 el jardín a la huerta de Tramoiers, el mismo lugar que ocupa en la actualidad.
En el acto del paraninfo, el rector Pedro Ruiz Torres valoró tanto la persona como la obra del que se considera el cuarto fundador, Manuel Costa. Procedente de una familia de larga tradición médica, originaria de Sollana y afincada en Carcaixent, Costa se fue muy joven a estudiar farmacia a Madrid, donde posteriormente colaboraría con el CSIC y se haría cargo de la secretaría del Real Jardín Botánico de Madrid. Las expediciones por todo el mundo acompañado muchas veces por su maestro Salvador Rivas-Martínez, le facilitarían la publicación de numerosos estudios sobre la flora mediterránea, de la península Ibérica y de otros lugares del planeta. En 1981 volvió a Valencia como catedrático de la Universidad y seis años más tarde fue nombrado director del Jardín Botánico. Con la inauguración, el mismo 18 de mayo, del centro de investigación del Jardín Botánico, una intención ya recogida en los estatutos de la Universitat, Ruiz Torres agradecía a Manuel Costa, «haber sido capaz de transformarlo con la mirada puesta en el futuro y de salvaguardar al mismo tiempo la herencia del pasado».
Por su parte, Costa reconocía que con la inauguración del edificio la etapa de recuperación del Jardín Botánico estaba concluida, pero añadía que ahora empezaba otra, «si cabe, más difícil»: ponerlo en marcha. «Quien tome las riendas del jardín en esta nueva andadura lo llevará a cotas que permitan que dentro de unos años sea un centro de referencia y excelencia para que la botánica continúe siendo una ciencia, no sólo amable, como diría Linneo, sino importante para el mejor conocimiento de nuestro patrimonio, para la conservación de la biodiversidad y por tanto para la vida», explicaba Costa.
El nuevo edificio, de forma circular y que envuelve un sexagenario almez, contiene las instalaciones necesarias para llevar a cabo una investigación puntera en el área de la biología molecular, anatomía e histología, biosistemática, fitosociología, geobotánica y bioclimatología. El espacio más valorado es el que alberga un histórico herbario –300.000 pliegos centenarios de claves para la investigación de las especies vegetales del Mediterráneo occidental– y que hasta el momento estaba repartido entre la Facultad de Farmacia, la de Ciencias Biológicas y el propio Botánico. El edificio contiene también un banco de germoplasma en el que se guardan deshidratadas y congeladas semillas y esporas a –25 °C para garantizar su conservación a largo plazo. Una biblioteca, que dispone de una amplia donación de fondos antiguos procedentes, en su mayoría, de la colección de José Pizcueta, una sala de consulta de libre acceso y una sala de actos, son otras de las dependencias más destacadas de este edificio que el profesor de la Universidad de Reading, Vernon Heywood, especialista en jardines botánicos, y el director del jardín botánico de Kew, en Londres, Peter Crane, calificaron de ejemplar. «Es uno de los mejores que hemos visto nunca», coincidieron los dos después de visitarlo unos días después de su inauguración. Para Vernon Heywood «el trabajo de investigación y educación que se puede emprender desde aquí es fundamental», porque, según este profesor, «estamos perdiendo hábitats a una velocidad de vértigo y no hay ningún país que sea referencia en la conservación, todos cometen errores». Heywood concluía diciendo que si bien los jardines botánicos «no pueden conservar ecosistemas sí que pueden y deben ayudar en la conservación de especies protegidas».