Educar en el decrecimiento

El cambio urgente

Escola - Montse Sorribes

Recientemente han sido aprobadas dos leyes que, a pesar de pertenecer a ámbitos diferentes, tienen un denominador común que encontramos en el preámbulo de las dos: los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Estas normativas son, por un lado, la conocida como LOMLOE o Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, de Modificación de la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (2020), y, por otro, la Ley 7/2021, de 20 de mayo, de Cambio Climático y Transición Energética (2021). Mientras que la primera se presenta como una modificación de una ley anterior con el fin de adaptarla, entre otros aspectos, al nuevo contexto de emergencia climática, la segunda tiene como objetivo establecer y regular las medidas necesarias para lograr los objetivos marcados por la Agenda 2030 de la ONU.

«Hablar a nuestro alumnado de la carencia de recursos energéticos y materiales, de relocalizar o de reducir el consumo parece que tenga que ser un tabú»

Por otro lado, en 2022 se conmemoran los cincuenta años de la publicación del informe The limits to the growth –también conocido como «Informe Meadows» (por el nombre de la autora principal del documento, la científica ambiental Donella Meadows)–, encargado por el Club de Roma, organismo que reúne destacados representantes del mundo de la ciencia, de la empresa y de la política. Este documento, de carácter científico, alertaba sobre la imposibilidad de un crecimiento infinito de la economía y, por lo tanto, de las sociedades, en un mundo de recursos finitos. Sorprende, pues, que medio siglo después los Estados estén desarrollando normativas que no solo ignoran estos estudios, sino que, además, van en el sentido contrario.

Hay que explicar la verdad

Ante este panorama, las personas que nos dedicamos a la docencia no podemos ser cómplices de este tipo de engaño masivo a que se está sometiendo a la población. La transición energética que se nos vende desde ciertas instancias es sencillamente imposible de lograr sin admitir que tiene que ir acompañada de una reducción drástica de la producción y consumo de energía. No podemos sustituir el parque móvil basado en combustibles fósiles por otro electrificado, por ejemplo. Actualmente, no hay bastante litio para hacerlo (Pulido-Sánchez et al., 2021). No podemos crear todas las celdas fotovoltaicas que nos gustaría porque nos falta plata, cobalto y níquel, ni tampoco podemos construir todos los aerogeneradores que nos prometen porque no hay bastante neodimio, por citar otro ejemplo. Eso, sin tener en cuenta la gran cantidad de combustibles fósiles necesarios para extraer estos recursos minerales, procesarlos, fabricar los diferentes componentes y finalmente instalarlos en las centrales. Por no hablar del cobre necesario para electrificar todos esos procesos que hoy en día dependen de los combustibles fósiles. En definitiva, es materialmente imposible hacer una transición energética tal como se está proyectando, de forma que no podemos engañar al alumnado, a pesar de que hay quien apuesta decididamente por todo lo contrario (Fresco, 2020). Por respeto, por decencia y, sobre todo, porque es su generación la que tendrá que hacer frente de forma inminente a esta situación de carencia de recursos energéticos y minerales (Valero et al., 2021).

Foto: Jordi Marín Monfort

Foto: Jordi Marín Monfort

Es desde esta posición de respeto hacia la ciudadanía más joven de nuestra sociedad que tenemos que hacer un esfuerzo para explicarles la gravedad de la situación en que nos encontramos. Desgraciadamente, las políticas educativas no van en este sentido. A pesar de que apuestan por promover la conciencia climática, lo hacen desde la óptica del desarrollo sostenible y con pautas marcadas por el mercado. Es desesperante ver cómo la educación está sufriendo un proceso de mercantilización que, si bien hace unos años se disimulaba, a estas alturas es totalmente desacomplejado. Ver cómo entidades financieras y grandes multinacionales ponen el foco sobre la comunidad educativa es preocupante. Detrás de la pose inocente de quien quiere trabajar por la educación, se esconde el interés de aquellos que buscan modelar la futura mano de obra en sus necesidades. Si el siglo XVIII comportó la división del trabajo, el siglo XXI va por el camino de instaurar la división del aprendizaje (Zuboff, 2020).

Que las diferentes administraciones educativas estén poniendo el sistema formativo al servicio de estos intereses con el argumento de una pretendida innovación educativa –a menudo sin base científica que la sustente– o de la emergencia climática y energética desde la óptica de los ODS, es para ponerse a temblar. Se está fiando todo a un futuro altamente digitalizado y en el que la globalización seguirá siendo la norma de las relaciones comerciales en el ámbito mundial cuando los hechos, día tras día y en un goteo de realidad implacable, muestran nuevas evidencias que nos recuerdan continuamente que esto no será así. Por el contrario, hablar a nuestro alumnado de la carencia de recursos energéticos y materiales, de relocalizar o de reducir el consumo parece que tenga que ser un tabú. Sin embargo, la realidad es muy tozuda y hablarlo se está convirtiendo en una obligación urgente.

Decrecer, el verbo prohibido

Nuestra tarea en el aula no se puede limitar a explicar la situación actual, sino que en tanto que formadores, tenemos la obligación de dar a nuestro alumnado aquellas herramientas que consideramos más útiles para el futuro que tendrán que recoger. De entrada, les tenemos que quitar el sentimiento de culpabilidad (Escrivà, 2021) y transmitirles una actitud proactiva que vaya más allá de la resiliencia. Si bien es cierto que tendrán que afrontar tiempos complicados, también es verdad que se les abrirán oportunidades y tendrán que poder estar en disposición de aprovecharlas. A menudo se asocia bienestar a aspectos materiales y en particular a la adquisición de bienes, pero eso no deja de ser una visión crecentista –capitalista, en definitiva– del bienestar. Habrá que enseñar a nuestro alumnado a encontrar la felicidad en otros lugares y en otros estilos de vida que no pasen por el consumo desmesurado. Hay que ser consciente de que es remar contra corriente tal como está organizada la sociedad ahora mismo, pero también hay que tener presente que esta forma de vivir tiene los días contados. Cuando antes tomemos conciencia de ello, mejor. Es por eso que tenemos que introducir en nuestra práctica docente el concepto de decrecimiento y no solo desde el plano teórico, sino que también tenemos que hacerlo visible en nuestra actividad académica.

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La transición energética es imposible de lograr sin admitir que tiene que ir acompañada de una reducción drástica de la producción y consumo de energía. Por ejemplo, no podemos sustituir el parque móvil basado en combustibles fósiles por otro electrificado. Actualmente, no hay bastante litio para hacerlo. / Pexels

Decrecer, sin embargo, se ha convertido en un verbo prohibido. Y no es una afirmación gratuita. En verano de 2021 se filtraba parte del contenido del sexto informe que el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) tenía que llevar a la Cumbre de Glasgow (COP26) en noviembre de aquel año y que finalmente no se hizo público hasta abril de 2022, después de pasar por la criba de los políticos. En esta filtración –forzada por los científicos que habían elaborado el informe– se hablaba abiertamente del decrecimiento como única opción seria de lograr los objetivos de París (COP21) de limitar el calentamiento del planeta por debajo de los 1,5 °C respecto a los valores preindustriales. En el resumen del informe dirigido a los políticos, el término decrecimiento había sido eliminado.

«A pesar de que decrecer no sea visto como una opción, nuestra civilización tendrá que hacerlo más pronto que tarde»

A pesar de que decrecer no se vea como una opción, nuestra civilización lo tendrá que hacer más pronto que tarde (Bordera y Turiel, 2022). Y podemos hacerlo de forma mínimamente ordenada o de forma descontrolada. Si es de esta última forma, será muy probable que las actitudes más intolerantes y autoritarias se impongan. Por tanto, y con los datos que tenemos al alcance, resulta irresponsable no empezar a preparar adecuadamente a las generaciones que más intensamente lo vivirán. Si no lo hacemos, estaremos estafando a toda una generación y algunos no querríamos ser cómplices de ello.

En el aula, ¿por dónde empezamos?

Educar en y para el decrecimiento implica, de entrada, explicar a nuestro alumnado la imposibilidad física de un crecimiento infinito. Hay que hacerles ver que cuando se habla de desarrollo sostenible lo que se hace a menudo es maquillar la palabra desarrollo. Se cambia el adjetivo económico por sostenible, pero en definitiva lo que se pretende es continuar creciendo económicamente con las conciencias tranquilas.

IPCC Climate Change

En el sexto informe que el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) tenía que llevar a la Cumbre de Glasgow se hablaba abiertamente del decrecimiento como única opción seria de lograr los objetivos de París (COP21) de limitar el calentamiento del planeta por debajo de los 1,5 °C respecto a los valores preindustriales. Aun así, en el resumen del informe dirigido a los políticos, el término decrecimiento había sido eliminado. / IPCC

¿Cómo podemos trabajar esto en el aula? Por ejemplo, con una hoja de cálculo sencilla se puede simular el comportamiento de una variable X que aumente un determinado porcentaje cada cierto tiempo. El alumnado verá que esta representación tiende, si no se pone un límite superior, irremediablemente hacia el infinito. El paso siguiente sería la aplicación de la función a un caso concreto: un hipotético aumento anual del 2,5 % para el producto interior bruto (PIB). Este crecimiento sostenido supone duplicar el PIB cada treinta años, cuadriplicarlo, poco más o menos, cada sesenta y multiplicarlo por doce cada siglo aproximadamente.

Es importante hacer notar a nuestro alumnado que el PIB y, en consecuencia, la economía de una sociedad, depende de los recursos de que dispone: materiales y energéticos. Eso les llevará a concluir que la demanda de estos recursos tendría que seguir un patrón similar. El problema está en que eso es completamente imposible porque en la fórmula matemática que la dibuja no se incluye una variable clave: la disponibilidad.

Una vez entendido eso, hay que hacer ver al alumnado que con el ritmo de vida que tenemos actualmente se están consumiendo más recursos de los que teóricamente nos corresponden. Un dato que permite visualizarlo es el llamado «día del exceso de la Tierra», una idea para concienciar sobre el agotamiento de los recursos. Hace referencia al día del año en que se calcula que el planeta agota los recursos que puede suministrar anualmente. Para el Estado español, la fecha calculada en 2022 ha sido el 12 de mayo (Global Footprint Network, 2022). Eso quiere decir que desde el día 13 de mayo estamos consumiendo recursos que pertenecen a generaciones futuras y que no se pueden regenerar.

Llegados a este punto, el alumnado entenderá la injusticia que conlleva seguir como hasta ahora y lo urgente que es actuar para parar y, en el caso óptimo, revertir este proceso. Y eso pasa inevitablemente por detener el crecimiento para después planificar un decrecimiento. Explicarlo a una generación que tiene a su alcance y a un solo clic de distancia todo lo que desea –en términos generales– supone un reto mayúsculo. Un reto que, como docentes, no solo no podemos rehuir sino que es el más importante y estimulante que tenemos ahora mismo en las aulas.

El ejemplo como modelo

Son muchas las acciones que se pueden tomar desde el aula para educar en el decrecimiento, pero, como cualquier otra, esta educación también implica predicar con el ejemplo. La escuela tiene que ser coherente con lo que quiere transmitir o, en caso contrario, corremos el peligro de educar en la doble moral y, en el supuesto de que nos ocupa, en el «postureo» climático, energético y ecológico.

La sociedad está llena de casos de blanqueo verde –lo que llaman greenwashing (prácticas de marketing para mostrar una imagen de sostenibilidad que, en realidad, la empresa u organización no promueve a través de sus acciones)– y la escuela no se puede permitir ser un espacio más donde cultivar estas actitudes. Esto quiere decir que no nos podemos limitar a hacer talleres de reciclaje o a celebrar todos los «días internacionales de» si paralelamente no actuamos en consecuencia. Situar papeleras de diferentes colores en el patio no es suficiente: hace falta que promovamos entre el alumnado la reducción de envases y envoltorios en el almuerzo que cada día llevan a la escuela, por ejemplo. Tenemos que ser muy cuidadosos con los materiales que usamos en cualquier tipo de celebración en la escuela o cuando preparamos una actividad en el aula. ¿Podemos reutilizar? ¿Podemos reducir? A menudo explicamos en el aula que el mejor reciclaje es aquel que no es necesario porque no hemos llegado a usar nada. Apliquémoslo a nuestra práctica diaria.

Cultivar hort

Es crucial que el alumnado conozca cómo se producen los alimentos para que los valoren como es debido. / Montse Sorribes

La globalización es otro concepto que tenemos que explicar tranquilamente al alumnado y, en particular, las implicaciones ambientales y energéticas que conlleva transportar bienes de consumo de una punta a otra del planeta. Hay que hablarles de relocalización de la producción y aprovechar los comedores escolares para trabajarlo de forma práctica. La escuela tendría que velar para que los menús escolares consistieran en productos de proximidad, y poner en valor el producto fresco y de temporada. Experiencias como las propuestas por el Pacto de Milán –que tiene como objetivo desarrollar sistemas alimentarios sostenibles y seguros– evidencian la reducción en las emisiones de CO2 cuando se apuesta por este tipo de política alimentaria (Comune di Milano, 2020).

Otro aspecto a trabajar y sobre el cual la comunidad docente tenemos mucho que reflexionar es el de la planificación y organización de las actividades extraescolares, especialmente aquellas que comportan desplazamientos: excursiones, viajes…
¿Nos hemos planteado alguna vez introducir como elemento de juicio, para valorar su idoneidad, las emisiones que comportan? Hacerlo puede convertirse en una cuestión comprometida a la vez que incómoda, pero hacer partícipe de la decisión y de la valoración al propio alumnado puede convertirse en una oportunidad magnífica para que tome conciencia de lo que quiere decir decrecer.

Cultivemos un huerto

La alimentación se convertirá en el gran quebradero de cabeza de las próximas décadas y desde la escuela tenemos que ser conocedores de ello. Es crucial que nuestro alumnado conozca cómo se producen los alimentos para que los valoren como es debido. Incluso en algunos casos los podrían cultivar ellos mismos. En todo caso, un huerto es un espacio ideal para trabajar aspectos como la paciencia, el esfuerzo continuado, la dedicación y el cuidado a los demás –aunque sea una planta–, valores todos que, si bien ya son necesarios ahora, todavía lo serán más en un futuro próximo. Aprender que a menudo, a pesar del trabajo, la cosecha no es como querríamos por culpa de mil y un imprevistos también es una gran lección de resiliencia. Resiliencia entendida no como una actitud de abnegación ante la adversidad sino de aceptación de una realidad en la que no siempre nos sopla el viento a favor, pero en la que, a pesar de todo, hay que continuar luchando. Esta actitud proactiva les será muy útil y tenemos que transmitírsela lo mejor que podamos.

«Habrá que enseñar a nuestro alumnado a encontrar la felicidad en otros lugares y en otros estilos de vida que no pasen por el consumo desmesurado»

No todos los centros escolares disponen de un espacio para cultivar un huerto, así que será necesaria la complicidad de la administración educativa para ver de qué forma se puede facilitar una solución a esta situación. Si bien tenemos laboratorios, aulas de dibujo, de informática y de música, gimnasio y patio, también se tendrá que exigir que las equipaciones educativas dispongan de huerto. Su potencial educativo es enorme y más de cara al futuro al que nos dirigimos.

Tenemos un reto mayúsculo no únicamente como comunidad docente, sino como sociedad –recordemos aquel aforismo que dice que hace falta toda una tribu para educar a un niño–. Así que harán falta muchos esfuerzos, y desde muchos ámbitos diferentes, para que las generaciones más jóvenes estén en la mejor situación posible para encarar un futuro que ahora apenas vislumbramos y que acabará para convertirse en su presente.

 

Jordi Marín Monfort és autor del libro Educar per al col·lapse (Onada, 2022).

© Mètode 2022 - 114. Un mundo, una salud - Volumen 3 (2022)

Profesor de secundaria en el IES Vilafranca (Els Ports, Castellón) y autor del libro Educar per al col·lapse. Reflexions des de l’aula (Onada, 2022).

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