La ‘lingua franca’ de la ciencia

En la actualidad, el inglés es, indiscutiblemente, la lingua franca de la comunicación científica, idea abonada por el alto porcentaje de artículos publicados en este idioma. El 1995 el inglés constituía la lengua del 95 % de publicaciones en el Science Citation Index (Tardy, 2004), base de datos que recoge todas las contribuciones publicadas en revistas de ciencia y tecnología. Este artículo describe las principales razones de la expansión del inglés como lengua franca de la ciencia en la historia reciente y las consecuencias de la situación actual para los científicos que no tienen el inglés como lengua materna.

Los efectos de la globalización en la comunidad científica en general también influyen en la relación entre la lengua y la ciencia. La ciencia es considerada como parte integrante de la cultura, un aspecto que se puede ver afectado por las políticas lingüísticas adoptadas en relación con la ciencia. La ciencia, la lengua y la cultura están íntimamente entrelazadas y se encuentran sujetas a un mundo global siempre cambiante y cada vez más complejo.

«La publicación es la forma más habitual de comunicar nuevos descubrimientos. Además, el reconocimiento académico y la promoción se miden en función de donde publica un investigador y de la frecuencia en que lo hace»

¿Por qué el Inglés?

Durante muchos siglos el latín fue la lingua franca de la ciencia occidental; por un lado fomentó la internacionalización de las universidades, pero también favoreció una cierta influencia de la Iglesia católica romana en los círculos intelectuales y académicos. Según Philip G. Altbach (2007) esta situación empezó a cambiar a finales del siglo XVI con la Reforma protestante y la invención de la imprenta.

A partir de este momento en la historia tuvo lugar una explosión de información y el método científico fue madurando a lo largo de los siglos XVI y XVII gracias a la necesidad de verificar observaciones e información. Como consecuencia estableció un método común que permitiera trabajar con gran cantidad de datos.

El año 1665 marca el nacimiento de los dos primeros boletines científicos: el Journal des Savants en Francia (que incluía también información no científica) y el Philosophical Transactions, editado por la Real Sociedad de Londres, donde se publicó el primer artículo de Newton, «Nueva teoría de la luz y los colores» («New Theory about Light and Colours»), en 1672.

© Anna Sanchis

El Philosophical Transactions recibió un gran caudal de correspondencia científica en francés, alemán, italiano y latín; sin embargo, la mayoría de autores eran traducidos y publicados en inglés. Estas revisiones facilitaban tanto la difusión de investigaciones empíricas como la generalización del inglés. Los dos siglos siguientes fueron escenario de varias publicaciones cien­tíficas en diferentes idiomas, como los periódicos alemanes Annelen der Physik (1790) y Der Naturforscher (1774), distinguidos entre las primeras revistas científicas porque publicaban un número importante de artículos originales en lugar de limitarse a reimprimir otras fuentes.

Como contraste, las actas de Royal Scientific Society of Uppsala, publicadas en Acta Societatis Regía Scientiarum Upsaliensis (1707), continuaban utilizando el latín.

A principios del siglo XX los países que predominantemente llevaban a cabo investigación científica eran los EE. UU., el Reino Unido, Alemania y Francia, y los idiomas más comunes, el inglés, el alemán y el francés. Einstein, por ejemplo, publicó sus artículos Annus Mirabilis en la revista alemana Annelen der Physik.

Sin embargo, esta situación se vio alterada radicalmente al terminar la Primera Guerra Mundial y se consolidó con la Segunda Guerra Mundial, cuando países anglohablantes, especialmente los Estados Unidos, se convirtieron en económicamente dominantes y se pudieron permitir invertir en investigación y publicaciones científicas. Otra fuerza importante en tiempo de posguerra fue el nacimiento de la era de los ordenadores, puesto que los primeros lenguajes de programación fueron escritos en inglés (Basic Foltran), y en consecuencia los programas resultantes eran también en inglés (Kaplan, 2001). De nuevo, pues, se fundamentaba el uso global del inglés escrito.

Esta tendencia continuó creciendo, tal y cómo refleja Richard B. Baldauf (2001). Entre los años 1965 y 1988 el inglés creció de un 50 % a un 64 % como lengua de publicaciones en química, de un 75 % hasta el 85 % en biología, de un 82 % al 86 % en ingeniería, de un 51 % al 76 % en medicina y de un 55 % hasta un 82 % en matemáticas.

«El us del inglés en la comunicación científica se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los paises anglohablantes se convirtieron en económicament dominantes y capaces de invertir en investigación científica»

Razones obvias de este hecho tienen relación con la influencia económica de países anglohablantes y con la inversión en investigación científica; sin embargo también se han aducido razones de carácter lingüístico, como por ejemplo la relativa facilidad de uso, la flexibilidad, el amplio vocabulario y la brevedad del inglés. A pesar de ser ciertos, estos factores son probablemente más casuales que causales. A los motivos anteriores, también habría que añadir la gran cantidad de anglohablantes en el mundo actual, que promueve el inglés como vehículo de la comunicación en masa. El inglés es la primera lengua para un total de entre 350 y 500 millones de personas, la segunda lengua para entre 200 y 600 millones y lengua extranjera para unos 650 millones de personas. El total de personas teóricamente expuestas al inglés de manera continua era de 2.000 millones en 1997, cifra que ha ido aumentando (Crystal, 1995; The Economist, 2001).

¿Qué significado tiene para los científicos de todo el mundo?

Las dificultades a las que se enfrentan los científicos con una lengua materna diferente del inglés han sido objeto de estudio en varias ocasiones (Kaplan, 2001; Man et al., 2004; Tardy, 2004; Vasconcelos, 2007; Yongyan y Flowerdew, 2007). Estas dificultades tienen importantes consecuencias porque, por más importantes que sean los resultados obtenidos, si los científicos no son capaces de hacer públicos los hallazgos de manera convincente y clara su trabajo tendrá poca relevancia.

La publicación es el procedimiento más habitual de comunicar nuevos descubrimientos y por lo tanto es esencial en investigación científica. Además, el reconocimiento académico y la promoción se miden en función de donde publica y la frecuencia con que lo hace un investigador (Man et al., 2004). Así, se puede considerar que para tener éxito en este campo hay que publicar en inglés, y este hecho representa un problema para un gran número de científicos. Los angloparlantes nativos disfrutan, al menos, del efecto aura de su prestigioso idioma, gracias al cual los textos son mejor valorados cuando son escritos en inglés (Ammon, 1998).

Muchos investigadores se sienten discriminados injustamente por el único hecho de no ser anglohablantes nativos; sin embargo, los estudios sobre si el sistema de doble revisión anónima de los artículos (double-blind peer review) es menos sesgado, se muestran poco concluyentes al respeto. Un editorial reciente publicado en Nature (2008) estudiaba un informe llevado a cabo por The Publishing Research Consortium donde se indicaba que el 56 % de los 3.000 académicos encuestados preferirían un sistema en qué tanto autores como reseñadores fueran anónimos; según su opinión, así disminuirían los prejuicios de todo tipo, incluyendo género, edad y nacionalidad, entre otros.

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El informe citaba los resultados de un estudio en que se indicaba que, una vez implantado el sistema de doble revisión anónima, la revista Behavioral Ecology publicaba más artículos escritos por mujeres. La relevancia de este resultado, en cambio, se tuvo que descartar más adelante porque se observó la misma tendencia en revistas parecidas durante el mismo periodo y que no utilizaban este sistema. Existe un gran número de estudios que confirman o niegan la existencia de esta parcialidad y de este tipo de prejuicios (Molland, 2001; Kmietowicz, 2008).

En el terreno lingüístico, haya parcialidad o no, es evidente que el dominio del inglés en la ciencia puede dar una ventaja injusta a científicos anglohablantes nativos. Obviamente, los hablantes nativos tienen menos dificultades en el momento de utilizar el idioma pasivamente (leer y entender) y activamente (hablar y escribir) (Ammon, 2001). En este aspecto, un estudio realizado por J. P. Man y otros (2004) encontró una relación significativa entre inversión nacional en investigación, las puntuaciones del TOEFL (Test of English as a Foreign Language) y el caudal de pu­blicaciones y concluyó que «un inglés competente y la inversión en investigación son determinantes para poder publicar».

De manera parecida, C. Tardy (2004) afirma que los elementos discursivos probablemente también representan un papel importante en la aceptación o el rechazo de artículos; es lo que denomina «anglophone gatekeeping and discursive norms». Kaplan (2001) asegura que hay una estandarización creciente del discurso científico y que, por lo tanto, cita, «cuando modelos de género o discurso no siguen las expectativas de los gatekeepers (correctores de contenidos y estilo), es más probable ser calificado de no estándar y por lo tanto ser excluido de la publicación».

Todos estos hallazgos son avalados por el informe de edición y corrección de lenguaje (language editing survey) llevado a cabo por la editorial Elsevier (2007), Language Editing and Quality, según el cual «los descubrimientos explicados en un artículo pueden ser de gran interés y actualidad, pero un lenguaje de mala calidad –incluyendo errores gramaticales, ortográficos o sintácticos– podría provocar un atraso en la publicación o directamente el rechazo del artículo, lo que privaría al estudio del reconocimiento adecuado.» En el apartado sobre preparación de manuscritos se hace constar claramente que «a los autores con una lengua nativa diferente del inglés se los recomienda encarecidamente que someten sus manuscritos a una revisión por parte de un anglohablante antes de presentarlos».

Es evidente, pues, que la necesidad de publicar en inglés es un obstáculo importante que tienen que superar muchos científicos de todo el mundo si pretenden publicar sus trabajos en revistas de alto impacto y, por lo tanto, recibir el reconocimiento que merecen.

«Aunque los investigadores obtengan resultados importantes, si no son capaces de hacer públicos sus hallazgos de una manera convincente y clara eu trabajo tendrá poca relevancia»

Se ha dicho que «la civilización es la información» (Robertson, 1998) y las civilizaciones están más limitadas por la falta de información que por la falta de recursos físicos. Es evidente que la ciencia no está sola en este escenario; la red mundial, la globalización de los mercados y los negocios internacionales han ayudado a hacer el inglés imprescindible para la comunicación internacional de cualquier tipo. Así mismo, hay una tendencia a fundir ciencia y tecnología, cada vez con mayor énfasis, en la aplicación industrial de la investigación, que se financia en función de la utilidad que tenga en el mercado mundial (Martel, 2001). Además, el inglés y el francés son las únicas «lenguas oficiales» del Consejo Europeo de la UE, mientras que las otras son designadas como «idiomas de trabajo», por lo tanto, las solicitudes de financiación de la investigación (que representa un gran porcentaje de los fondos que destinan muchos países europeos a dicho Consejo) deben ser escritas en inglés. Recientemente, este requisito se ha ampliado a la solicitud de financiación nacional de los proyectos científicos y centros de investigación en muchos países, entre ellos España.

¿Cuáles son las implicaciones para la comunidad científica?

En vista del anterior escenario, la comunidad científica evoluciona de un grupo restringido a un enorme organismo difuso, que comprende investigadores, empresarios y burócratas, entre otros. Por consiguiente, las necesidades lingüísticas no se limitan al acceso a la información, publicación en revistas científicas y presentaciones en congresos, sino que se extienden a la aplicación de proyectos, reuniones de trabajo, creación de redes, contratos de transferencia de tecnología, patentes, aplicaciones de software, bases de datos, etc.

La comunidad científica también puede ser vista en términos de subcomunidades, según el tipo de conocimiento que tratan: las ciencias naturales y de la vida, ciencias físicas, ciencias sociales, etc., cada uno con su propia relación particular con la lengua, y con mayor o menor dependencia del inglés como lengua franca.

© Anna Sanchis

Finalmente, visto desde la perspectiva del individuo, los investigadores, profesores y estudiantes, por igual, tienen que ser competentes en inglés, al menos para poder acceder a la gran cantidad de literatura científica que no está disponible en su propio idioma. Es necesario dominar el inglés para emprender la carrera investigadora, puesto que los ­científicos tienen que asimilar y expresar ideas muy complejas en un idioma extranjero, lo cual requiere inversión de tiempo y dinero; las estancias en el extranjero también son un requisito indispensable, con las numerosas implicaciones personales y profesionales consiguientes.

Políticas lingüísticas

En cuanto a la ciencia, la política lingüística se determina en diferentes niveles: el Consejo Europeo, los ministerios nacionales de educación y ciencia, las universidades y centros de investigación, etc. Por supuesto, hay pros y contras de cualquier política. Como los mencionados antes, que hacen del inglés esencial para la obtención de financiación para la investigación y que pueden hacer los centros más competitivos a escala mundial pero también pueden excluir investigaciones pertinentes. Otro ejemplo es la promoción de las enseñanzas del inglés en los colegios mediante otras materias con incentivos como AICLE (Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras). Aunque útil para la enseñanza del idioma extranjero en si, este procedimiento podría hacer extraña el área de conocimiento en cuestión en el idioma nativo, que se empobrecería en ciertas áreas de estudio, como puede ser la ciencia. Si las políticas lingüísticas no se aplican cuidadosamente, si procuran únicamente aumentar la competitividad mediante la sustitución de su pro­pino idioma por el inglés, podríamos llegar a un punto en que ciertos conocimientos solo se expresaran en este idioma. Esto se podría considerar como un paso hacia el empobrecimiento y eventual extinción de una lengua, y podría finalmente «silenciar la voz de la ciencia en cualquier idioma que no sea el inglés» (Kaplan, 2001) y hacerla todavía más inaccesible a un gran número de personas.

Ciencia, lengua y cultura

Algunas estimaciones sugieren que el 8 0% de las 6.000 lenguas vivas que hay en el mundo morirán a lo largo del próximo siglo (Crystal, 1997). En el contexto de la expresión científica, ciertas comunidades lingüísticas se sienten más amenazadas que otras y se están haciendo esfuerzos para abordar la cuestión. Por ejemplo, en reuniones como «Ciencias y lenguas en Europa», celebrada en París el 1994. Los científicos y lingüistas están empezando a reflexionar sobre el papel de la ciencia en un contexto cultural y sobre la comprensión de la ciencia como una forma integral de la cultura, como el arte o la literatura (Siguán, 2001). Según J. Ordóñez (2001) la ciencia no es solo un conjunto de teorías, prácticas y aplicaciones, sino, sobre todo, un aspecto de la cultura contemporánea actual. Ordóñez define tres áreas principales para ilustrar como se podría abordar esta cuestión: en primer lugar, el ámbito de la educación, donde la lengua materna tiene que ser usada para transmitir las primeras nociones de la ciencia; en segundo lugar, la divulgación científica, con el ejemplo de los libros de la colección «Ciencia para todos» (Fondo de Cultura Económica, México) y, por supuesto, podríamos citar otros incentivos que conjuntamente promuevan el lenguaje y la ciencia, como Mètode. En tercer lugar menciona la importancia de la ficción como un medio para difundir la ciencia, por ejemplo, la ciencia y los problemas sociales de cada época están estrechamente entrelazados, como demuestra el trabajo sobre teatro barroco y la medicina popular que se desarrolla al Instituto de Historia de la Medicina y la Ciencia López Piñero de Valencia.

«Si las políticas lingüísticas no son aplicades cuidadosamente, podríamos llegar a un punto en que ciertos conocimientos solo se expresaran en inglés, lo que podria llevar al empobrecimiento y eventual extinción de un idioma»

El futuro

La ciencia, como cualquier otra esfera de la vida en nuestro mundo moderno, está sujeta a las consecuencias de la globalización, tanto las positivas como las negativas. La relación que mantiene con el lenguaje también está sujeta a cambio. Los idiomas no son estáticos, evolucionan y, como las especies vegetales y animales, algunos idiomas se hacen dominantes y desplazan los otros, que pueden disminuir y finalmente extinguirse. Querría imaginar que la mayoría de los científicos están de acuerdo en considerar que la pérdida de la diversidad es negativa en cualquier contexto y que tiene que ser cuidadosamente monitorizada y, si es posible ha que prevenirla. Para citar a Koch (1992): «Un color menos. Aumento de las tonalidades grises. Un sonido menos, un idioma menos. Aumento de silencio.»

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© Mètode 2009 - 62. Todo sobre la madre - Número 62. Verano 2009

Especialista en inglés científico. Interglobe Language Links, Valencia.

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