A la memoria de Fernando Sapiña (1967–2018)
«Si hubiera tenido salud, ¡cuántas cosas más habría hecho!» Así se lamentaba Voltaire en las postrimerías de su vida, y repasaba las numerosas enfermedades sufridas (según él, más de ochenta). En realidad, son muy pocos los escritores que no han reflexionado sobre la salud y la enfermedad en alguna de sus obras. De hecho, afrontar problemas de salud, bien uno mismo o a través de alguien próximo, acostumbra a echar la mirada hacia la vida.
La salud, y especialmente la ausencia de esta, no solo está presente en numerosas novelas sino también en el teatro y la poesía, como muestra uno de los artículos de este número monográfico. En la literatura encontramos enfermedades que aíslan en espacios cerrados tanto a aquellos que las sufren (por ejemplo, La montaña mágica, de Thomas Mann) como a los sanos (las historias del Decamerón, de Giovanni Boccaccio, están narradas por un grupo de jóvenes burgueses que se han refugiado en una villa a las afueras de Florencia huyendo de la epidemia de peste). Otro artículo nos acerca a los sanatorios mediante la novela de Blai Bonet El mar, en la cual se hace especialmente patente esta división entre los de dentro (enfermos y profesionales de la medicina) y los de fuera (el resto).
«La salud, y especialmente la ausencia de esta, no solo está presente en numerosas novelas sino también en el teatro y la poesía»
Los diversos textos que conforman este monográfico, coordinado por Antonio Bañón, nos muestran una historia de la literatura repleta de narraciones, tanto médicas como de pacientes. Incluso el investigador y premio Nobel Santiago Ramón y Cajal encontró en la literatura otra forma de comunicar sus ideas. En este sentido, la literatura nos humaniza –igual que lo hace la buena medicina–, nos conduce a una mejor comprensión del otro. El temor, la vulnerabilidad, la esperanza, el sentido de éxito o de fracaso en la vida no son condiciones exclusivas de nadie. Tampoco de médicos o pacientes. Forman parte de la naturaleza humana y hacer explícitos estos lazos universales nos conecta a unos con otros.
Hasta que no leí Némesis de Philip Roth, no entendí plenamente el calvario que había sufrido una compañera del trabajo, víctima de la poliomielitis de pequeña. La novela me permitió conocer mejor no solo una enfermedad sino también a aquella colega. Y mi mirada hacia ella cambió de repente. Podía entender por todo lo que podía haber pasado: la incredulidad de los padres ante el diagnóstico, el miedo a los tratamientos, a la muerte, la rabia, el desencanto… Esta es la fuerza indestructible de la buena literatura.