Entrevista a Marylène Patou-Mathis

«Las mujeres no estábamos allí para barrer la cueva»

Conservadora del Museo Nacional de Historia Natural de Francia

Marylène Patou-Mathis

Marylène Patou-Mathis nos recibe virtualmente en su despacho de París, rodeada de archivadores, documentos y armarios catalogadores. La profesora Patou-Mathis (París, 1955) es conservadora de prehistoria del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, y directora de investigación en el CNRS, el Centro Nacional para la Investigación Científica francés. Es una de las grandes especialistas en el comportamiento neandertal, y sus trabajos, tanto científicos como de divulgación, han contribuido a cambiar la imagen que teníamos de esta especie homínida, a la que cada vez consideramos como más próxima a nosotros. En su último libro, El hombre prehistórico es también una mujer (Lumen, 2021), Marylène Patou-Mathis ha querido adentrarse de lleno en los clichés y los estereotipos sobre las mujeres en la prehistoria. Prejuicios divulgados en gran parte por el cine y la cultura popular, pero que tienen su base en una disciplina –la prehistoria– que, según la autora, durante mucho tiempo no ha basado sus afirmaciones sobre este tema en pruebas científicas. ¿Eran los hombres los únicos que cazaban? ¿Las pinturas rupestres no surgieron de manos femeninas? ¿Existía ya el patriarcado durante la prehistoria? Sobre estas cuestiones, que la investigadora trata en profundidad en su libro, conversamos con Marylène Patou-Mathis en esta entrevista.

Usted es especialista en los neandertales y según ha explicado en diversas ocasiones le inquietaba mucho la expresión «el hombre de Neandertal». Una expresión con otras variantes como puede ser «el hombre prehistórico» o «el hombre de las cavernas». En este sentido, ¿considera que la mujer ha sido invisible para los prehistoriadores?

Desde luego. Pero lo más importante es que no solo es una cuestión de vocabulario sino que en realidad se habla esencialmente solo de los hombres prehistóricos y las mujeres a menudo quedan relegadas a un segundo plano. Y esto es lo que es importante para mí, porque detrás de todo hay una cuestión de visibilidad de las mujeres.

Usted dedica los primeros capítulos de su libro El hombre prehistórico es también una mujer a analizar los orígenes de la prehistoria como disciplina. ¿Es importante comprender el contexto en el que nace esta disciplina para entender el papel que han ocupado las mujeres en el relato de la prehistoria?

Es fundamental. Porque durante mucho tiempo, la suposición de que las mujeres prehistóricas realizaban ciertas actividades o tenían un determinado estatus social no se ha basado del todo en los datos arqueológicos. Y entonces hay que ver de dónde proviene esta visión. La prehistoria es una disciplina relativamente joven, que coge fuerza realmente en el siglo XIX. Y, además, la prehistoria se hace principalmente desde Europa occidental. Así que necesariamente los primeros prehistoriadores provenían de sociedades muy patriarcales y cuando tratan de reconstruir el modo de vida de los humanos prehistóricos lo que hacen es calcar su tipo de sociedad. Y en esta época [en el siglo XIX], la mujer está subordinada al hombre: es muy dependiente, no tiene peso en la economía, ni en la política… Por tanto, no es sorprendente que en este contexto el hombre prehistórico sea visto como el gran cazador, el inventor del fuego, el que talla las herramientas y pinta en la cueva. Y la mujer no hace otra cosa que ocuparse de los niños y recolectar. Y esta visión hay que ponerla en contexto, porque además se difundirá a través del arte, de las novelas, de las diferentes representaciones, y por tanto quedará muy arraigada en el imaginario popular. Las primeras prehistoriadoras no aparecen hasta 1950 aproximadamente. Así que es importante tener en cuenta esto, porque durante mucho tiempo solo los hombres estudiaron la prehistoria.

Marylène Patou-Mathis

Marylene Patou-Mathis en su despacho, en una imagen de 2018. / Bridgeman Images

En este contexto, la mujer se consideraba inferior, pero también las razas no blancas y el resto de especies humanas. Usted ha estudiado mucho a los neandertales, ¿la visión de esta especie como inferior tiene también sus raíces en este contexto histórico?

En el siglo XIX se desarrolló la antropología física, y entonces se empezó a tomar medidas de todo y se hizo una jerarquización y una clasificación de todos los humanos que había en el planeta de una manera un tanto dramática: de los más inferiores a los más superiores. Y lo mismo con el registro fósil: neandertales, cromañones, sapiens… Una cosa de la que me di cuenta estudiando estas cuestiones es que, en todas y cada una de estas categorías, la mujer siempre aparecía como inferior al hombre. Por ejemplo, el pueblo hotentote se consideraba como un pueblo inferior, pero más inferior todavía era la mujer. Además, durante esta época existía una visión unilineal de la evolución, es decir, se consideraba que habíamos ido desde lo peor y más inferior hasta nosotros, que somos «mejores». Esta visión era muy fuerte y hacía que todos los humanos anteriores, los neandertales y las culturas del Paleolítico superior, fueran considerados por fuerza como inferiores. Pero actualmente sabemos que eso es falso. Desde el punto de vista biológico sabemos que hubo diversas especies humanas que cohabitaron: neandertales, denisovanos y sapiens. Y desde el cultural, igual.

En esta visión mal entendida del progreso, usted también critica la idea de ver a los actuales pueblos recolectores-cazadores como reflejo de las comunidades prehistóricas. ¿Es erróneo por ejemplo extraer conclusiones del papel de las mujeres en estas sociedades y trasladarlo a las sociedades prehistóricas?

Sí, no estoy de acuerdo en utilizar el comportamiento de las comunidades actuales de cazadores-recolectores y tomarlas como modelo de las sociedades prehistóricas. Por dos razones. Primero, desde un punto de vista científico sabemos que los pueblos evolucionan y todas las sociedades cambian y se modifican en contacto las unas con las otras. No podemos esperar que las personas no cambien durante 10.000 años, no es posible. Quizás podemos observar cómo trabajan y tallan los materiales, y eso puede que nos ayude a comprender algunas técnicas, pero de ahí a pensar que podemos tomar su pensamiento, su cosmogonía y su sociedad como modelo de otros grupos del pasado no lo podemos hacer. Todos los pueblos tienen una historia. Y el segundo punto por el que no acepto esto es porque en realidad no podemos hablar de «la» sociedad prehistórica, sino de diversas sociedades. Ocurre igual en la actualidad, en la misma Europa o en África. Hablar de «nuestra sociedad» es realmente una ilusión occidental. Y esto ya pasaba en la prehistoria, y lo vemos en los materiales utilizados, en las diferentes técnicas para tallar las herramientas, en la gran diversidad de representaciones… Había tradiciones diferentes. Y todo esto nos lleva a plantearnos si habría división sexual del trabajo: el hombre a la caza y la mujer a recolectar. Pues puede que sí o puede que no, puede que en unas determinadas sociedades fuera de una manera y en otras, de otra. Debemos evitar tener una mirada única, hay que dar un paso atrás y tomar perspectiva.

La mejora de las técnicas genéticas o las nuevas técnicas de análisis de proteínas nos han permitido por ejemplo descubrir que esqueletos que se pensaba que pertenecían a hombres cazadores –por las armas y complementos que se habían encontrado en sus tumbas– eran en realidad mujeres cazadoras. ¿Los avances científicos son clave en esta nueva perspectiva?

Es una cosa que me enfada mucho. Porque parece que es necesario probar que las mujeres cazaban. ¡Que prueben que los hombres cazaban! Pero no se hace, simplemente se acepta. Cuando encuentras una herramienta como un bifaz, podemos deducir muchas cosas: su edad aproximada, si se utilizaba con la derecha o con la izquierda… Pero no podemos decir qué persona la talló o la utilizó. No lo podemos saber, no hay pruebas. Y a pesar de esto, se ha aceptado durante décadas que era una actividad de hombres. Pero a nosotras, a las mujeres, se nos exige probar que las mujeres lo hacían. Lo que debemos buscar son las evidencias científicas de la existencia de la división sexual. Y estoy segura, viendo como he visto la gran diversidad de sociedades neandertales, que esto dependerá de los periodos y de las regiones. Y lo que nos dicen los análisis de proteínas y también de ADN es que en el Paleolítico y también en el Neolítico existían mujeres extremadamente robustas. Entonces cuando se encontraba una tumba con armas se pensaba que necesariamente era un hombre, aunque por el esqueleto no se podía saber si estábamos ante un hombre o una mujer. O si encontrábamos una tumba con ajuar muy importante automáticamente se identificaba que aquel hombre había sido muy relevante, quizás un jefe. Y todo esto ahora, gracias a las nuevas técnicas, podemos mostrar que no era así: en ocasiones encontramos mujeres con armas, y a veces con un gran ajuar. En todo caso nada nos indica que en el Paleolítico la división sexual fuera la norma, ni tampoco que la mujer se considerara inferior. Nada. En lo referente a la alimentación sí que observamos un cambio en el Neolítico, donde vemos que las mujeres comían menos proteínas que los hombres, pero no en el Paleolítico. Y en lo que respecta al arte parietal y mobiliario en Europa, es femenino. Si en determinadas sociedades había divinidades femeninas, esto quiere decir que lo femenino era muy importante. Los niños eran el futuro del clan, lo que garantizaba su supervivencia como grupo. Y si el niño era importante, entonces la madre también. El bebé sale de la madre, el padre… [ríe mientras hace un gesto para quitarle importancia]

Marylène Patou-Mathis

Marylene Patou-Mathis en el Instituto de Paleontologéa Humana de París en una fotografía de 2018. / Bridgeman Images

Pero por el contrario, hemos atribuido la caza o el arte al hombre, actividades que según nuestro punto de vista actual tienen más prestigio, mientras que consideramos las tareas que hacían las mujeres, como el cuidado de los niños o la recolección, menos importantes.

Lo que hay que hacer precisamente es deshacernos de esta trampa de pensar que la actividad de la caza era más importante que la recolección. Ha habido muchos pueblos, durante mucho tiempo, que han vivido de la caza, pero la mayoría lo han hecho de la recolección. La parte animal de la dieta era aleatoria, un complemento, pero la economía se basaba en la recolección. Entonces decir que una actividad es más importante que otra es un gran error. Pero es que también era muy importante cuidar de los niños. En todo el arte que encontramos hay muchas representaciones femeninas, porque la fertilidad era muy importante y casi sacralizada.

¿Estas ideas cada vez tienen más aceptación dentro del mundo académico o todavía encuentran cierta oposición?

Es todavía difícil. Hay algunos colegas que todavía te dicen que siempre ha existido la división sexual del trabajo. Y yo les digo: ¿pero por qué decís que son los hombres los que pintan las paredes? En las cuevas de Lascaux o de Chauvet, ¿cómo sabemos que fueron hombres? Lo vemos en aquellas cuevas en las que encontramos manos femeninas sobre las paredes, ¿por qué ellas no pudieron pintar los caballos que estaban justo al lado? ¿Por qué no habrían sido las mujeres las que controlaron el fuego? O, ¿por qué atribuimos a los hombres la talla del sílex? Actualmente tenemos grandes prehistoriadoras que tallan muy bien este material. Así que todavía es difícil. Y te encuentras también con mujeres que todavía no han aceptado esta visión de las cosas y se obsesionan por subrayar que las mujeres siempre han estado oprimidas. Su lucha es mostrar que esta opresión ha existido desde hace mucho tiempo. Pero no se dan cuenta de que precisamente si mostramos que en algunas sociedades esto no era natural y no existía el patriarcado, esto es magnífico. Porque si no es natural ni genético, si es cultural, entonces lo podemos cambiar. Es una buena noticia.

Hay un caso relativamente reciente en España que levantó una pequeña polémica por la forma como se representó a una joven Homo ante­cessor. En 2021 unos análisis de los tejidos dentales revelaron que el conocido como chico de la gran Dolina, en Atapuerca, era en realidad una chica. Entonces se rehizo la ilustración que representaba a este individuo y el resultado fue una chica con melena más larga, una expresión más dulce y unas características de belleza más actuales… ¿Tendemos a pensar en las mujeres del pasado en función de nuestros propios parámetros actuales?

Por supuesto. No sé si recuerdas la ilustración de una cazadora de Perú. ¡La dibujaron con un vestido rosa! [ríe]

¿Es necesario que los investigadores e investigadoras hagan el trabajo de librarse de los prejuicios para enfrentarse al estudio de la prehistoria?

Creo que es importante a la hora de interpretar los hallazgos. Aquí es donde hay que estar muy vigilante. Es a la conclusión a la que he llegado yo, porque en mis inicios durante muchos años no me planteé ninguna cuestión en este sentido. Ni siquiera se me ocurría. Hace algunos años incluí unas ilustraciones para un libro que escribí, titulado Lascaux: Histoire d’une découverte, y puse hombres pintando. Ahora esto ya no lo haría, pero lo tenía asumido de tal manera que ni me lo planteé. Por eso es esencial hacerse preguntas: ¿tengo pruebas de que esto que estoy diciendo es cierto? Si no está probado, no es nada complicado: simplemente decimos que quizás los hombres o quizás las mujeres, quizás los dos, y esto es todo. Pero debemos dejar de decir «los hombres» por defecto. Esto lo puede cambiar todo, porque empezaremos a ver que puede que ciertas innovaciones, ciertas técnicas de caza, determinadas herramientas o útiles, pudieron ser una invención femenina. Las mujeres, como los hombres, han contribuido a la evolución humana. Debemos de dejar de pensar que nosotras estábamos allí para barrer la cueva.

© Mètode 2022 - 113. Vida social - Volumen 2